1-ROMANCERO CASTELLANO
A finales del siglo XIV, cuando en Francia y en España desaparecen las gestas, se registran las más antiguas muestras de romances castellanos. “Romance” es un término de extraordinaria amplitud (en Italia y Francia significa “novela”), pero en literatura española se concreta a ciertas composiciones poéticas compuestas de una sucesión indeterminada de versos de dieciséis sílabas, con cesura tras la octava, que riman todos ellos en asonante (por lo común se escriben y editan en grupos de ocho sílabas, con lo que la rima solo aparece en los versos pares).
En este género muchos son los autores que han escrito poesías, pero ahora sólo nos interesan los romances llamados tradicionales, o sea, los que se han transmitido de generación en generación, y muchos de los cuales se mantienen en la memoria del pueblo en todas las partes donde se habla castellano (además de España, en América, Filipinas, norte de África, centros judeo-españoles del Próximo Oriente, etc.)
Desde el siglo XVI los romances son recogidos en pliegos sueltos o en antologías, y gracias a ello disponemos de otros que hoy día no han sido hallados por los rebuscadores y de variantes de los actualmente registrados. En este enorme tesoro de poesía tradicional destacan los llamados “romances viejos”, que datan por lo común del siglo XV, aunque algunos se remonten a finales del XIV.
2-FORMACIÓN DE LOS ROMANCES A PARTIR DE LOS CANTARES DE GESTA
Los cantares de gesta, como indicábamos más atrás: Cantares de Gesta españoles en la Edad media , eran recitados frente a su público (cortesano o popular) por los juglares, que los acompañaban con cierta tonada musical. Es un fenómeno constante que el pueblo recuerde lo que escucha en un espectáculo, principalmente si en él interviene el factor musical; y aún sin él es un hecho evidente que largos fragmentos del Don Juan de Zorrilla perduran en la memoria de muchos españoles sin que hayan tenido la necesidad de leer el drama, únicamente presenciándolo en el teatro.
De esta suerte, determinados fragmentos de los cantares de gesta, los de mayor emoción o atractivo, fueron escuchados atentamente de boca de los juglares, luego repetidos por el público que los había aprendido, y este público los enseñó a generaciones sucesivas a través de los siglos. Como es natural, ni los primeros auditores aprendieron al pie de la letra lo que oyeron de los juglares, ni los que luego repitieron los fragmentos se amoldaron a una rigurosa exactitud: gran número de variantes se fueron introduciendo, de tal suerte que, tiempo después, se cantaba en diversos lugares el mismo fragmento con notables divergencias, aunque se mantuvieran sus temas esenciales, lo fundamental de su fraseología y la rima.
Estos fragmentos de gestas, conservados tradicionalmente por el pueblo, constituyen un núcleo de los llamados romances viejos. En el estado actual de la investigación, existen romances viejos que son fragmentos bastante literales de gestas, como ocurre con algunos de la leyenda de los Infantes de Salas, que coinciden muy regularmente con la prosificación del cantar de este tema que se halla en las Crónicas. Del cantar de Roncesvalles del siglo XIII (que sólo conocemos fragmentariamente) se derivan varios romances, entre ellos el de la fuga del rey Marsín y el de la muerte de la hermosa Alda. Por lo común, no obstante, el romance, al desprenderse de la unidad y de la estructura de la gesta, tiende a organizarse de un modo propio, evitando su dependencia de los sucesos antecedentes o consecuentes y formando una pieza con acción única y suficiente. Los pormenores narrativos del cantar de gesta pierden su valor y su interés al desvincularse de su estructura y trama propias, y la escena aislada o desgajada que constituye el romance se acrecienta de elementos propios, por lo general, subjetivos y sentimentales, con lo que aquello que originariamente era materia épica se convierte en un canto épico-lírico, o bien amplía sus formas dialogadas hasta resultar casi dramático.
Por otro lado, la epopeya castellana era de métrica irregular en cuanto al cómputo de las sílabas, pero con el tiempo fue acusando una marcada tendencia hacia el verso de dieciséis sílabas, el cual es el normal en el romance, que de esta suerte también proclama desde el punto de vista material de la versificación su dependencia de las gestas.
3-EL ROMANCERO VIEJO
Los romances que desde el siglo XIV y durante todo el XV produjo la inspiración popular, reciben la denominación de “viejos”. Sin embargo, no todos se originaron de la misma forma ni ofrecen idénticas características. En general, pueden agruparse en dos series: romances “tradicionales” y romances “juglarescos”.
-3-I LOS ROMANCES TRADICIONALES.
Surgieron como queda expuesto más arriba. Algunos momentos felices de los largos relatos épicos se grababan en la mente de los oyentes, y al ser repetidos aisladamente por éstos a través de varias generaciones, llegaban a separarse del todo al que pertenecían, experimentando una profunda transformación.
Dado el origen de estos romances, su asunto habrá de ser el mismo que el de los poemas épicos de donde proceden, los Infantes de Lara, Bernardo del Carpio, Fernán González, el Cerco de Zamora, el Cid, etc.
Su estilo es algo distinto del de las gestas que derivan. La narración pierde la pausada solemnidad de los viejos poemas épicos, se hace más rápida y nerviosa y el breve conjunto de versos adquiere una mayor agilidad y una concentrada intensidad poética. Son fáciles de reconocer porque suelen presentar varias asonancias dentro de su mismo relato.
Véase por ejemplo, esta robusta descripción de un momento culminante de la tradición histórica:
Doliente se siente el rey, ese buen rey don Fernando;
los pies tiene hacia oriente y la candela en la mano.
A su cabecera tiene arzobispos y perlados,
a su man derecha tiene a sus hijos todos cuatro...
Ellos estando en aquesto entrara Urraca Fernando
y vuelta hacia su padre desta manera ha hablado.
-Morir vos queredes, padre, ¡Sant Miguel vos haya el alma!
mandastes las vuestras tierras a quien se vos antojara:
diste a don Sancho a Castilla, Castilla la bien nombrada,
a don Alonso a León y a don García a Vizcaya
A mí, porque soy mujer, dejáisme desheredada
Irme he yo por esas tierras como una mujer errada;
y este mi cuerpo daría a quien se me antojara,
a los moros por dineros y a los cristianos de gracia;
de lo que ganar pudiere, haré bien por la vuestra alma.
—Calledes, hija, calledes, no digades tal palabra,
que mujer que tal decía merecía ser quemada.
Allá en Castilla la Vieja un rincón se me olvidaba,
Zamora tiene por nombre, Zamora la bien cercada,
de un lado la cerca el Duero, de otra Peña Tajada;
de la otra la Morería ¡una cosa muy preciada!
¡Quien vos la tomare, hija, la mi maldición le caiga!
Todos dicen: -Amen, amen, sino don Sancho, que calla.
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