Fray Luis de León : La palabra como don de Dios
…que nuestra lengua recibe bien todo lo que se la encomienda, y que no es dura ni pobre, como algunos dicen, sino de cera, y abundante para los que la saben tratar… (Fray Luis de León)
Este religioso de la orden de San Agustín (1527-1591), ejemplo tipo del humanismo cristiano, teólogo, versado en Sagradas Escrituras, profesor de la Universidad de Salamanca, la del humanismo y las activas inquietudes estudiantiles, con sólo veintitantos perfectos poemas, está entre los primeros nombres de la poesía española del Renacimiento; el renacimiento religioso, católico de la España de Felipe II: la preocupación humanística por las Sagradas Escrituras; la poesía —alejándose de los Juegos pastoriles— asciende a voces que proclaman la misión de lo español cristiano; la lengua, consolidándose en firmes maneras: «Ia más hermosa que jamás se escribió en España», como dice Menéndez Pidal; esa lengua cuyo uso es estimulado por la universidad salmantina, junto a los preceptivos latín y griego de la enseñanza superior; esa lengua tan apta para expresar el pensamiento, la que «recibe bien todo lo que se la encomienda» ni «dura ni pobre», como algunos opinan, «sino de cera, modelable, dúctil; copiosa, rica, «abundante para los que la saben tratar»; ese Fray Luis amante de la lengua, con ello renacentista puro, pero fundamentalmente religioso, considera la palabra como don de Dios: esta esencial textura manera de ser y obrar medularmente religiosa se trasluce, está, en toda la obra de Fray Luis de León, en la breve obra poética y en la escrita en prosa; figura representativa de las características de su tiempo.
A todos se nos quedó en la mente —todo el mundo lo sabe, las palabras ya en el área de lo proverbial— el decíamos ayer («dicebamus aesterno die») que el fraile agustino pronunciara al reintegrarse a su cátedra, con todos los honores, después de sus cuatro años de cárcel, por razón de la sentencia que dictara la Inquisición de Valladolid , derivando de la denuncia formulada por otros profesores de la Universidad salmantina (Grajal, de Castro, CantalapIedra —este último, el nombre que más grabado se nos quedó en la mente desde los tiempos escolares); acusación fundada en sus ideas sobre la interpretación de determinados pasajes de la Biblia, la defensa de la hebrea frente a la Vulgata latina, y posiblemente también, por su traducción a la lengua romance del «Cantar de los Cantares». También muchos somos los que recordamos, por lo menos, el arranque de algunas de sus prodigiosas odas, perfectas si las hay; ¿recordáis las bellas liras de la dedicada al músico Salinas?
...El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada,
por vuestra sabia mano gobernada.
A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida…
¿Y la titulada «En la Ascensión», con tan audaces usos del “enjambement”, rotura que tan cara había de ser y es a la muy posterior poesía?
... ¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro…
Y no digamos ya Ia tan sabida, horaciana, «Vida retirada», perfecto eco en nuestra lengua del «beatus ille”:
... ¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido,
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Y mientras miserablemente se estén los otros abrasando
con sed insaciable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
La verdad sea dicha: la poesía de Fray Luis no conmueve, no arrebata, no se mete por la piel; lo que sí nos causa es asombro; asombro por sus científicas precisiones, por las absolutas equidistancias entre fondo y forma; todo en Fray Luis —de ahí su título de «clásico»— se halla sometido a una perfección reflexiva y equilibrada; Fray Luis de León, pues, rotundo amor por la lengua —en él sometida a la ascética del estilo—, poeta, escritor absolutamente religioso —la palabra es un don divino—; sobre todo, antes que nada, erudito, profesor, siempre en las industrias de la investigación y la exégesis; poeta de plenas perfecciones; asimilador de todo lo clásico, después; recreado por su vigorosa personalidad.
En lo poético, en el haber de Fray Luis de León, aparte sus odas, las de la juventud —comprendidas en lo que él llama «obrecillas»—, y las de la madurez, hay que anotar traducciones de salmos, de fragmentos del Libro de Job; de escritores griegos y latinos, señalando, marcadamente, la de las odas horacianas.
En prosa: sermones, de los que apenas nada se conserva, pero que llenaron buena parte de su actividad; obras escritas en latín, teológicas o jurídicas como «De legibus»; la aludida traducción del «Cantar de los Cantares»; «La perfecta casada», examen y enumeración de las obligaciones de estado, con casa, criados, labradores; consejos para eludir lo que puede diezmar las virtudes de la casada. etcétera...: «Porque, a la verdad, una de las virtudes de la buena casada y mujer es el tener grande recato acerca de las personas que admite a su conversación y a quien da entrada en su casa. Porque debajo de nombre de pobreza y cubriéndose con piedad, a las veces entran en las casas algunas personas arrugadas y canas que roban la vida, y entiznan la honra, y dañan el alma de los que viven en ellas, y los corrompen sin sentir, y los empozoñan, paresciendo que los lamen y halagan...»
Y «Los Nombres de Cristo»; como se ha escrito, «el mejor de los monumentos de la mística española»: glosa de los diferentes nombres con que, en las Escrituras, Cristo es nombrado: Brazo de Dios, Príncipe de la paz, Pimpollo, Cara de Dios, Camino, Esposo, Monte, Pastor, Amado, Hijo de Dios, Padre del siglo futuro, Cordero.
José CRUSET |
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