Fuente: Memorias, Laureano López Rodó, Actualidad y Libros S.A. – PLAZA & JANES/CAMBIO 16, Barcelona, 1990. Páginas 532 y 533.



Se ultima el cambio ministerial: nombres que se barajaron


El jueves, 1 de julio [de 1965], en el despacho de Carrero con Franco, éste le habló de aplazar el cambio de Gobierno hasta octubre.

Carrero le replicó: «Mi General, esto ya me lo dijo el año pasado», y le presentó la propuesta de un nuevo Gobierno. Franco al repasar la lista comentó: «Veo que no hemos puesto ningún tradicionalista».

Carrero sugirió a Blas Piñar para ocupar el Ministerio de Justicia.

– «Es un exaltado», respondió Franco; y apuntó el nombre de José Luis Zamanillo.

– «Éste es “hugonote” (partidario de Carlos-Hugo de Borbón Parma)», señaló Carrero, y propuso a Antonio Mª de Oriol y Urquijo. A Franco le pareció muy bien.



Don Esteban Bilbao

Antonio Oriol sustituía a Iturmendi, quien, tres meses después –el 3 de octubre–, fue nombrado Presidente de las Cortes al cesar don Esteban Bilbao, por razón de edad. Don Esteban tenía más de ochenta y seis años, y estaba cada vez más anquilosado. Recuerdo que, en 1962, unos meses antes de la boda de Don Juan Carlos con la Princesa Sofía, recién elegidos los Procuradores representantes de la “provincia” del Sáhara, se negó en redondo a darles posesión. Sus argumentos eran éstos: para ser Procurador hay que jurar las Leyes Fundamentales; por ser los saharauis musulmanes no pueden jurar por los Evangelios y ante un Crucifijo, tendrían que hacerlo por el Corán; pero el Fuero de los Españoles (antes de su modificación por la Ley Orgánica del Estado) no permitía más prácticas exteriores de culto que las de la religión católica, y no cabía acto más público y notorio que el juramento ante el Pleno de las Cortes.

Por más que Carrero le insistía en la necesidad de arbitrar una fórmula para que los saharauis tomaran posesión de sus escaños, don Esteban repetía una y otra vez los mismos argumentos. Cansado Carrero de tanta porfía, me comisionó para que fuera a convencerle. Acudí a su despacho de la Carrera de San Jerónimo y sostuvimos una larga polémica. Al final le sugerí que juraran por el Corán ante el Caíd de El Aaiún, y que éste librara una certificación en la que constase que se había cumplido el requisito del juramento. Fatigado por la pugna dialéctica y hundiéndose en el sillón, me dijo en tono declamatorio: «¡Qué cosas me tocará ver en la cima de mi vida: una cismática sentada en el Trono de los Reyes Católicos y unos Procuradores en Cortes jurando por Alá!».