II
La moral
...Cuanto mayor es el desenfreno de las costumbres, es mayor la rigidez de la moral. Moral rígida, meticulosa, nimia, detallista, es la del siglo. No hay más que hojear los preceptistas y escritores ascéticos.
El matrimonio es uno de los estados que más detenimiento y reflexión requieren en el hombre; principiaremos por el matrimonio.
Antes de dar tan grave paso, ha de celebrar el neófito muchas comuniones y ha de preguntar al Señor cuál es estado que quiere que tome. Lo cual preguntado, se detendrá esperando la respuesta, «suponiendo que no será por inspiración». Rezará asimismo copiosas oraciones, siendo las más seguras las que se dirijan a los ángeles. Hizolo así Tobías, y por eso fué San Rafael su casamentero; cosa que agradeció de tal modo el mancebo, que las tres primeras noches de la boda convirtieron él y su esposa el aposento nupcial en oratorio, permutando el amor por el rezo.
Peligrosísimo es el uso de los sentidos. Deben las personas virtuosas reportar el uso de los sentidos no sólo en las cosas ilícitas, sino en las permitidas. Si vas por la calle y ves un hermoso caballo, una hermosa pintura, una flor, un jardín, procura y vencerte refrenar tu apetito; aparta al instante tu vista. No oigas cuentos ni novelerías; no oigas tampoco leer gacetas. Cuando comas, imagínate que tienes delante al niño Jesús y aparta el mejor bocadito para él.
Comedias, no se han de ver. Son las comedias un semillero de culpas y una red del demonio para cazar almas. ¿A cuántos no habrán arrastrado hacia el abismo del pecado? Si por grande necesidad te hallares alguna vez en ellas, procura acordarte de Dios, «dirigiendo a Su Majestad en tu interior algunas palabras y actos de aspectos amorosos».
Guárdense las doncellas de verlas; porque en el teatro sólo se ven acciones torpes, trajes fastuosos, diálogos amatorios, etc., que incitan al pecado y espantan cuando menos la inocencia. Y aunque se disculpe con que es comedia de santos, habrá muchos que más que, a la virtud que se trata de glorificar, atiendan a los chistes y equívocos del bufón.
Graves son los deberes de una madre de familia. Deben las madres tener siempre vigilados todos los caminos y sendas de las casas por donde pueden comerciar criados con criadas e hijas con vecinos. Los caminos son aquellos pasos comunes como escalera, puerta principal, ventanas a la calle; las sendas «son unos atajos secretos que suele haber, unas escalas que no se suelen usar, unas puertas escusadas, unas ventanas que no miran a la calle, sino al jardín o al corral». Tendrán especial cuidado en redoblar la vigilancia de noche. Siendo San Francisco de Borja virrey de Cataluña, iba a media noche con un farolillo reconociendo las oficinas de su casa y los más apartados aposentos de sus lacayos, por si en ellos se cometían ofensas a Dios.
Falte la madre de familia lo menos posible de su casa. Si con faltar sólo una hora se expone a infinitos peligros, ¿a cuántos no se expondrán las que «faltan muchas horas de todos los días, volviendo a su casa a las diez de la noche?» El venerable Palafox dice que andar fuera de su casa una casada es andar descasada...
Cuiden las madres sobre todo de las hijas. Las hijas se han de guardar escrupulosamente de todos; se han de guardar «del doméstico, del pariente, del vecino, del anciano y, en una palabra, de todo hombre viviente, aunque sea tan santo que actualmente obre milagros.» Aun del más cercano deudo se ha de cautelar a la hija. Dejar una mujer sola con un hombre, sea el que fuere, vale tanto como entregar un papel al fuego para que lo conserve. Un mozo y una doncella solos son como un lobo y una simple oveja. Viendo San Felipe de Neri que un niño de doce años jugaba con una hermanilla suya de la misma edad, le reprendió y le mandó que no lo hiciese y se apartase de las mujeres. Respondió el muchacho: ¿Qué importa, Padre, que aunque es mujer es mi hermana? A lo que el santo replicó discretamente: Mira, hijo, el demonio es grande lógico y así te volverá esa proposición al revés diciéndote: aunque es hermana es mujer.
No permitan las madres amistades de las hijas con las criadas, tanto por evitar rivalidades y envidias de otras criadas, cuanto «porque esta parcialidad es muy sospechosa».
No deberán saber las hijas las habilidades de danzar, cantar, tañer y otras semejantes. Aprobamos que sepan leer las doncellas; de ningún modo escribir. Los libros malos pueden desterrarse y ponerse otros buenos en su lugar; «pero en qué una doncellita sepa escribir, no hallo ni este ni otros bienes, sino muchos riesgos».
Cuando hablaren con cualquier hombre, sea seglar o eclesiástico, amigo o criado, estén apartadas de él obra de «dos varas». Si tuvieren que dar o recibir algo, que sea sin tocarse las manos. Póngase el objeto que se haya de dar o tomar en cualquier paraje para de allí recogerlo.
Cuando el señor o la señora salgan de casa, ciérrense las puertas y ventanas. No las abran hasta que tornen. Y si estando las doncellas a la ventana, «por alguna ocasión necesaria», vieren pasar algún conocido que las mirase, se quitarán prestamente de ella y la cerrarán. Si las saludasen en la calle, disimulen bajando los ojos y no vuelvan el saludo.
No tengan vestidos de colores claros, vistosos, «ni agradables a alguno sino a Dios». Perfumes y baños no los usen; ni tampoco se enrizarán o encresparán el cabello.
Punto gravísimo es el referente a cómo deben estar en la cama. Estarán en la cama con muy buena composición, «poniéndose en la figura que deben estar cuando sean muertas en la sepultura.» Reflexionen sobre este trance; recen un avemaría por su alma. Recojan cuidadosamente el cuerpo; y «y si durmieren dos o tres juntas, procurarán no tocarse las carnes las unas con las otras, poco ni mucho».
Cuando se levanten o estén acostadas, procurarán no ser vistas, no sólo de varón, pero ni de las mujeres que duerman con ellas. Lleven a este efecto las camisas largas hasta los tobillos; llévenlas por arriba bien cerradas y atadas. Tengan asimismo cuidado cuando se desnudaren o vistieren, de que estén bien cerradas las puertas y ventanas. «Y si acaso alguna vez querrán reconocer las pulgas de la camisa, reconocerán primero bien todos los agujeros que pueda haber, hasta el de la llave o cerradura; y no se pongan en derecho de alguna puerta o ventana, por bien cerrada que sea. Y mejor sería no hiciesen ese ejercicio en esa forma, sino cuando muden de camisa; entonces espulguen las que dejaren; porque siempre corren peligro de ser vistas y codiciadas.»
Otros más interesantes detalles añaden graves y sesudos escritores. Deber del moralista es exponerlos; deber del narrador velarlos discretamente para que los sencillos corazones no se escandalicen y alboroten.
Fuentes:
FR. MANUEL DE JAÉN. Obras. (Dos volúmenes; Madrid, 1794.)
ANTONIO OSSORIO DE LA CADENA. La virtud en el estrado. (Madrid, 1764.)
JOSÉ BONETA. Gritos del infierno para despertar al mundo. (Barcelona, sin año; 1796.)
FR. MIGUEL AGUSTÍN. Libro de los secretos de agricultura, casa de campo y pastoril. (Barcelona, 1722)
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