MONSTRUOSIDAD Y HUMORISMO EN DOSTOYEVSKI
Leer a Dostoyevski con quince años es como asomarse a un precipicio y no saber la altura a la que se está. Lo cual no quiere decir que no se lea con quince años: hay que leerlo con quince años y, luego, cuando pasen unas décadas volver a leerlo. Dostoyevski es la cima de la literatura del siglo XIX. Podrían desaparecer todos los libros que se hicieron en el siglo XIX, pero si las novelas de Dostoyevski no existieran, el mundo sería más tenebroso.
Los personajes de Dostoyevski son un reflejo de la naturaleza humana en su multiplicidad: en su perversidad polimorfa. Lo sublime convive en el corazón del hombre con lo monstruoso, la belleza con la fealdad, lo noble con lo más rastrero. La lástima con la crueldad.
En muchos de sus personajes Dostoyevski ha caricaturizado -no pocas veces contristado y apesadumbrado- la vida artificial del hombre que lee y no vive: los "románticos siderales", les llama en una de sus novelas. El gran novelista ruso reconoce que es una época que exige ideas, pues vive de ideas: "Pronto inventaremos la manera de nacer de alguna idea". Es el miedo a ser lo que de verdad somos lo que nos mueve a buscar esos subterfugios idealísticos:
"Déjennos solos sin libros y al punto nos embrollaremos, nos perderemos sin saber qué hacer, ni a qué adherirnos, ni qué defender. ¿Qué íbamos a querer o a odiar, qué íbamos a respetar y a despreciar? Nos abruma incluso el ser hombres, hombres con auténtico, propio, cuerpo y sangre; nos avergonzamos de ello, lo consideramos como un oprobio y pretendemos ser unos hombres genéricos, como no existen ni han existido. Hemos nacido muertos y hace tiempo que nacemos de padres que ya no viven, lo cual nos agrava cada vez más y más. Le vamos tomando el gusto. Pronto inventaremos la manera de nacer de alguna idea." ("Apuntes del subsuelo")
Pocos genios han mirado la monstruosidad del alma humana de frente, como Dostoyevski la contempló: sin esa contemplación de la realidad no hubiera podido realizar las descripciones magistrales de esos personajes como Raskólnikov en "Crimen y castigo" o la de aquel patético y deplorable eterno marido (calzonazos y cornudo) Pável Pávlovich:
"El más monstruoso de los monstruos es el monstruo con nobles sentimientos [...] Para el monstruo, la naturaleza no es madre, sino madrastra. La naturaleza da a luz al monstruo y, en vez de compadecerlo, lo ejecuta, y hace bien". ("El eterno marido")
Pero, cuando no se tienen ya quince años, y se le vuelve a leer se descubre no sólo al genial retratista del corazón humano, sino al humorista. Humorista cuando traza el ridículo comportamiento de los monstruos, humorista y satírico como cuando describe a Stepan Trofimovich Verhovenski, el eterno liberal occidentalista, ridículo por la incoherencia que existe entre su verborrea liberal y su estéril vida de holgazán: Verhovenski es un personaje -un arquetipo dijéramos- que proliferó mucho en el siglo XIX tanto en Rusia como en España.
El secreto de Dostoyevski fue la piedad, sin la piedad otear las simas de la monstruosidad lo hubieran convertido en un monstruo y el humor se hubiera degradado al sarcasmo escéptico. Pero, en la gran literatura del más grande genio ruso esto no fue así y ahí esta su grandeza: la monstruosidad que se asoma en sus personajes es la manifestación visible -física y psíquica- del mal invisible. ¿El humor? El humor surgía de reconocer la enorme distancia que existe entre lo real y lo ideal... Entre lo humano y lo divino. Su realismo teológico se cifró en que el dolor (arrepentimiento, contrición de los pecados...) es, asumido en su sentido cristiano, lo que nos redime y deifica.
Dostoyevski no es un novelista. Dostoyevski es un humorista, un filósofo y un teólogo.
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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