¡VAYA CON LOS AFRANCESADOS!





Imágenes: Retrato de D. Leandro Fernández de Moratín, fotografía de la tumba del afrancesado Moratín en el cementerio de Père Lachaise. La Reina Victoria y su báculo, Benjamin Disraeli: una estampa de la Era Victoriana.

LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN,
UN CASO DE AFRANCESADO ANTISEMITA

Todavía, incluso después de unos meses, estamos traumatizados con las declaraciones de María Teresa Fernández de la Vega, cuando compareció en una rueda de prensa, tras uno de los Consejos de Ministros, y regaló un centenar de ejemplares de “Los afrancesados” de Miguel Artola. Allí, la vicepresidenta hizo unas declaraciones que merecieron nuestro comentario en su día. Las declaraciones de nuestra vicepresidenta eran de este tenor:

Las ideas reformistas y avanzadas que muchos de esos afrancesados compartieron han seguido impulsando a generaciones de españoles que han luchado, que hemos luchado, por la libertad y el progreso de nuestro país”.

La vicepresidenta, feminista ilustrada, también dijo:

Ellos [se entiende que los “afrancesados”] fueron los que por primera vez defendieron un concepto de Gobierno responsable, que debía ocuparse de que los ciudadanos accedieran al bienestar e incluso a la felicidad”.

D. Leandro Fernández de Moratín Cabo es uno de los afrancesados más conspicuos de toda nuestra Historia. A la vez, resulta que Moratín es una de las figuras literarias de nuestro siglo XVIII, pasando por ser el reformador de la escena dramática española.

Aunque de estirpe asturiana, Leandro Fernández de Moratín y Cabo nació en Madrid el mes de marzo del año 1760. Amigo de Jovellanos y secretario del conde de Cabarrús, estuvo con Cabarrús en París, allá por 1787 en misión diplomática. Una vez aupado Godoy al poder, Moratín se convirtió en el dramaturgo protegido del "Príncipe de la Paz", sus obras eran éxitos clamorosos y así fue como, con la fama, se convirtió en un adinerado escritor de postín.

En 1797, después de viajar por toda Europa, Leandro Fernández de Moratín regresaba a Madrid y ocupaba el cargo de secretario de Interpretación de Lenguas. En 1808 tomó partido por los franceses. Esto es, se convirtió en un “afrancesado” -de esos tan alabados por la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega. Las fuerzas de ocupación napoleónicas pretendieron reorganizar la vida científica y cultural en la España del Rey Intruso José I Bonaparte. Las funciones teatrales acapararon la especial atención de los napoleónicos que, conscientes del ascendiente del género dramático sobre las masas, querían instrumentalizar el teatro para el adoctrinamiento del poco ilustrado y muy díscolo pueblo español.

Para la formación de un repertorio dramático adaptado a los intereses del gobierno de ocupación napoleónico se llamó a Leandro Fernández de Moratín, así como a otros literatos como Menéndez Valdés. En ese tiempo, nuestro afrancesado dramaturgo concebía que la implantación del régimen bonapartista era “una extraordinaria revolución [que] va a mejorar la existencia de la Monarquía, estableciéndola sobre los sólidos cimientos de la razón, de la justicia y del poder”. (Obras póstumas de don L. Fernández de Moratín, tomo III, 1868, pág. 209.) Lo que, no hay que ser muy inteligentes para ello, hará las delicias de la vicepresidenta afrancesada.

Además de ese notorio cargo que recibiera del gobierno de ocupación napoleónico, Leandro Fernández de Moratín sería nombrado bibliotecario mayor de la Real Biblioteca por el mismo pseudo-rey José Bonaparte. Cuando las fuerzas de liberación nacional barrieron a los franceses de la península, Moratín tuvo que partir al exilio –tal y como el padre de Mariano José de Larra y todos esos que habían jugado sus naipes a la carta napoleónica, y habían perdido la partida. Moratín murió en París en junio del año 1828, siendo enterrado en el cementerio de Père Lachaise, entre las tumbas de Molière y La Fontaine.

Leandro Fernández de Moratín es un ejemplo acabado de lo que es un “afrancesado”. En el curso de este verano me propuse leer a Fernández de Moratín, pues quería "ilustrarme". Siempre he sido amigo de libros de viajes, y el título de una de sus obras, las “Apuntaciones sueltas de Inglaterra” –al hilo de sus viajes por Europa-, era suficiente invitación como para que me aplicara a su lectura. En el cuaderno tercero de estas “Apuntaciones…” hallé esta perla que me hizo pensar muy seriamente que, a pesar de las acusaciones que sobre Quevedo gravitan en cuanto a su antisemitismo, el afrancesado Leandro Fernández de Moratín no se quedaba manco. Reproduzco a la letra, sin quitar ni poner, la opinión que le merecen los judíos ingleses a nuestro “afrancesado”. Supongo que la vicepresidenta Fernández de la Vega desconoce este pasaje, tal vez no haya leído otro libro que el de Artola; pero, si me está leyendo, la invito a leerlo cuando quiera y pueda, consultando la referencia indicada. Nosotros no inventamos la Historia, simplemente la contamos. Otra vez, para cuando los cite como antecedentes de su “social-feminismo ilustrado”, la vicepresidenta podrá hablar con mayor propiedad, teniendo en cuenta que con esas declaraciones tan categóricas olvida que hay que leerlo todo con lupa, pues lanzar asertos así pueden quedar en el despropósito más clamoroso, por el antisemitismo que destilan algunos pasajes firmados por esos "afrancesados" que ella reivindica como antecedentes de su "revolución zapatera".

BREVE HISTORIA DE LOS HEBREOS EN INGLATERRA HASTA EL SIGLO XVIII.

El día de Todos los Santos del año de gracia de 1200, el rey Eduardo I de Inglaterra expulsó de la isla a los judíos. Unos seis mil judíos tuvieron que embarcarse para abandonar Albión. El Rey Eduardo pidió encarecidamente que no se les dañara físicamente, pero sí que se les apartara de Inglaterra a petición popular. El plan consistía en desembarcarlos en Francia. No obstante, se cuenta la anécdota de un capitán de barco inglés que, abandonando a su suerte a unas docenas de hebreos en un banco de sal, les dijo: “¡Llamad a Moisés!”. El Rey ordenó ahorcar a aquel desalmado capitán de barco.

Una vez puestos en Francia, tardaron poco en tener que abandonar nuevamente su nuevo asilo. El Rey Felipe el Hermoso de Francia que tan amigo era de lo ajeno (pueden preguntárselo a los caballeros templarios, si no me creen) les embargó todas sus propiedades y los expulsó hacia el sur. Las doce tribus cruzaron los Pirineos y viniéronse a asentar en España. No durarían mucho aquí, pues con nuestros Reyes Católicos estos judíos de procedencia británica corrieron pareja suerte que la de los judíos españoles. Venecia y Ámsterdam los acogió. Francia abrió nuevamente sus puertas para recibirlos. Pasado el tiempo, y con los protestantes en escena, en Inglaterra se suscitó una cierta simpatía por ellos, pues la moda del libre examen de la Biblia -y el gusto por todo lo veterotestamentario- alimentaba la curiosidad de los herejes ingleses por el pueblo de Israel. Lord Fairfax formuló una petición concerniente al retorno de los judíos a Inglaterra. Cromwell aceptó. Carlos I confirmó esta decisión. En el siglo XVII, hebreos de origen español y portugués formaron una pizpireta comunidad en Londres.

Más tarde, esta comunidad israelí recibía con poco entusiasmo y mucho desdén a sus hermanos de religión y raza, esta vez procedentes de Polonia y Lituania que, tras las persecuciones cosacas, tuvieron que poner casa en Inglaterra. Los judíos ingleses de origen sefardí despreciaban a estos judíos miserables y les impedían entrar en sus sinagogas en un ejemplo de solidaridad hebrea. Es más que probable que a estos judíos viniera a referirse D. Leandro Fernández de Moratín en su “anotación suelta de Inglaterra”.

La anotación que nos importa reza así:

La primera voz humana que se oye por las calles de Londres, luego que amanece, es la de los judíos, que en gran número empiezan a correr toda la ciudad, gritando si hay quien venda vestidos viejos. Sus caras, sus barbas, su ademán, su traje asqueroso, la voz lúgubre con que pregonan, todo anuncia en ellos la sordidez, la mala fe, la mohatra, la avaricia. No hay cosa que no compren y que no vendan, ni cosa en que no quede engañado el que trata con ellos. Este es su oficio: engañar, mentir, esto hacen los que he visto en Bayona y en el Condado de Aviñón, y esto hacen generalmente cuantos hay repartidos por Europa. Ha sido un problema muy disputado saber si los judíos son tan canallas porque los gobiernos que los toleran los han reducido a este estado de abatimiento, o si nace este mal de ellos mismos; si es su religión, su educación, sus costumbres privadas, la causa verdadera. Se ha dicho también que donde los traten como a los demás ciudadanos, sin oprimirlos ni molestarlos, procederán como los demás, y serán honrados y fieles, sin dejar de ser industriosos. Pero ¿quién persigue a los judíos de Londres? ¿Quién les quita los medios lícitos de su fortuna? ¿Quién les prohíbe la aplicación a las artes, a la agricultura, al comercio? O ¿quién les cierra el paso, para que no puedan adquirir los conocimientos más sublimes de las ciencias? Pues en Inglaterra, donde no se les marca, como en otras partes, donde no se les encierra en barrios, donde nadie disputa con ellos de creencia; en fin, en una nación en que las artes, el tráfico, la industria, la agricultura, las ciencias han llegado a un punto de perfección admirable, y donde todo hombre halla abierto el paso en cualquiera de estas carreras para su fortuna y su gloria, los judíos se ocupan en comprar camisas, calcetas y zapatos viejos, en coser y zurcir los harapos más asquerosos, venderlos por nuevos, y, en suma, ejercer un comercio de basurero con tanto dolo, que no hay cosa que ellos vendan que dure media hora sin deshacerse o inutilizarse. Esto, y las usuras escandalosas, su avaricia, su asquerosidad, su abatimiento indigno, y los demás vicios que por necesidad acompañan a este género de vida, les hacen odiosos, aquí como en todas partes, y disculpa el horror con que el vulgo de otras naciones oye su nombre.”

(Anotaciones sueltas de Inglaterra, Cuaderno III, Los Judíos, Leandro Fernández de Moratín.)

Este párrafo, digno de Henry Ford o de Adolf Hitler, no lo dice un reaccionario español de la caverna tradicionalista, no. Lo redacta un ilustrado, afrancesado para más señas, que no puede soportar el “foetor judaicus” (hedor judaico).

El asunto, tal y como lo formula Moratín, es muy pertinente:

Ha sido un problema muy disputado saber si los judíos son tan canallas porque los gobiernos que los toleran los han reducido a este estado de abatimiento, o si nace este mal de ellos mismos; si es su religión, su educación, sus costumbres privadas, la causa verdadera. Se ha dicho también que donde los traten como a los demás ciudadanos, sin oprimirlos ni molestarlos, procederán como los demás, y serán honrados y fieles, sin dejar de ser industriosos.”

La pregunta sería: ¿Es la miseria que arrastran los judíos culpa de las sociedades que no los acogen o... es "algo" que emana de ellos?

Moratín se responde, desolado, sin poder contenerse las náuseas: incluso en aquellas naciones como Inglaterra: “…donde no se les marca, como en otras partes, donde no se les encierra en barrios, donde nadie disputa con ellos de creencia; en fin, en una nación en que las artes, el tráfico, la industria, la agricultura, las ciencias han llegado a un punto de perfección admirable, y donde todo hombre halla abierto el paso en cualquiera de estas carreras para su fortuna y su gloria, los judíos se ocupan en comprar camisas, calcetas y zapatos viejos, en coser y zurcir los harapos más asquerosos, venderlos por nuevos, y, en suma, ejercer un comercio de basurero con tanto dolo, que no hay cosa que ellos vendan que dure media hora sin deshacerse o inutilizarse.”

Creemos que Moratín yerra por ingenuo en estas apreciaciones sobre el estado de los hebreos en Inglaterra. No es exacto que, en Inglaterra, los judíos se conformaran con “ejercer un comercio de basurero”, como apunta Moratín. Pues…

Nathan Rothschild… Patriarca del clan Rothschild en Inglaterra.

Benjamín Disraeli… Premier del Imperio Británico de la Reina Victoria.

A la luz de la historia del siglo XIX, parece que los judíos se dedicaron a algo más que a traperos.

P.D: Como antídoto a ese libro de Artola "Los afrancesados", proponemos el mucho más ajustado y ponderado, obra del hispanista alemán Hans Juretschke: "Los afrancesados en la Guerra de la Independencia". Juretschke piensa sobre el libro de Artola, el mismo que regaló la vicepresidenta que es un libro "capcioso", así comenta que: "En realidad, los afrancesados, fuesen o no decorosos, humanamente hablando, sólo tuvieron la significación de colaboracionistas, lo que hay que hacer constar especialmente en vista de las capciosas argumentaciones de Artola" (op. cit., pág. 101). En el caso de Moratín, a la vicepresidenta este afrancesado le ha salido rana, rana.


Publicado por Maestro Gelimer

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