EL MISTERIO DE LA SANTA CRUZ EN LA POESÍA DE UNPOETA TRADICIONALISTA ANDALUZ



INTRODUCCIÓN A UN POETA IGNORADO

¿Quién es Francisco de Paula Ureña Navas? Un poeta desconocido. Y nosotros, parientes suyos, poco sabemos de él. Nació el año 1871 en Torredonjimeno, hijo de una humilde familia, con antepasados carlistas y algo emparentados con el famoso General Gómez. Su infancia... No fue fácil, nos recuerda a la de Miguel Hernández. Su muerte... Fue tan brutal como la que tuvo Federico García Lorca, pero a Francisco Ureña Navas las balas que lo mataron las pagaba el Frente Popular. Por no tener, D. Francisco no tuvo ni un mal amigo que lo recordara en sus versos, como lo tuvo García Lorca en Rafael Alberti, y en tantos otros plañideros de la muerte del de Fuentevaqueros. ¡Hasta para ser asesinado hay que tener suerte! Francisco de P. Ureña Navas murió asesinado en Madrid en 1936. De lo poco que hay publicado sobre este poeta ignorado, hemos tenido ocasión de recibir un artículo que, aunque incompleto, nos aproximará la figura de este poeta de Andalucía, silenciado por la revancha histórica. Si a esta bitácora lo traemos es por ser exponente de la poesía tradicionalista española del siglo XX.

Firmado: Un faccioso más.

EL ÁRBOL MÍSTICO DE LA CRUZ EN LA POESÍA DE UREÑA NAVAS.

Muchos cristianos, desconocedores de la riquísima tradición simbólica de la Iglesia, ignoran que hasta bien hace poco era uso sólito el emplear a guisa de sinónimos los vocablos "Árbol" y "Cruz", siempre en el contexto de la Historia de nuestra Salvación. Debido a la profusión de testimonios sobre esta usanza milenaria simplemente me valdré de una sola muestra, la que nos da Santa Catalina de Siena en sus Meditaciones sobre los sagrados misterios de la pasión de nuestro Señor y Redentor Jesu-Christo, una de cuyas meditaciones lleva por título el muy elocuente de: "Jesu Christo pendiente en el árbol de la Cruz":

"Levanta los ojos, Christiano, levántalos en alto, y mira el fruto de la vida pendiente en el árbol de la Cruz. Levantad la vista, hijos de Adán, hombres que no mirais mas que á la tierra, y vereis el fruto celestial y divino; levantad ambas manos en alto para coger por medio de las buenas obras, devotas súplicas y humildes oraciones, no la manzana agria de la muerte, sino la manzana de dulzura, recreación y vida."

Aunque el misterio que se medita es la crucifixión de Jesucristo, en el fragmento se alude a imágenes propias del Génesis ("manzana agria de la muerte"). La meditación nos sitúa frente al Sacrificio del Calvario, pero nos remonta a la Caída de nuestros primeros padres Adán y Eva. Las mística dominica se hace eco en este pasaje de un tema muy entrañado en la tradición cristiana, pues, según una leyenda medieval, la Cruz en la que clavaron a Jesucristo estaba hecha de la madera del "árbol de la ciencia (del bien y del mal)", al igual que es digno de recordar que también existía otra venerable tradición antiquísima que sostenía que en el Gólgota -el Monte de la Calavera- estaba enterrado Adán. En muchas de las representaciones iconográficas de la crucifixión, al menos en las tradicionales, podemos reparar en una calaverna que está al pie de la Cruz de la que pende Jesucristo. Ese cráneo descarnado era -nuestros antepasados, más familiarizados con el simbolismo iconográfico lo sabían muy bien- la misma calavera de Adán.

En los siglos de Oro de la literatura española, con la que estaba muy familiarizado D. Francisco de Paula Ureña, existían tres fiestas dedicadas a la Cruz: "La invención de la Santa Cruz" (celebrada el 3 de mayo), "El Triunfo de la Cruz" (26 de julio, en conmemoración de la Batalla de las Navas de Tolosa de 1212) y "La Exaltación de la Cruz" (que se celebraba el 14 de septiembre). La devoción a la Santa Cruz estaba muy viva en el pueblo español de los siglos áureos, que se educaba en el teatro teológico de los grandes dramaturgos de nuestra escena nacional. Así se aprecia en la obra de D. Pedro Calderón de la Barca que dedicaría dos de sus obras dramáticas al tema: La devoción de la Cruz y La Exaltación de la Cruz.

En la poesía de Francisco de Paula Ureña Navas resuena esta devoción tan católica como hispánica, con sus antiguos símbolos tradicionales. Y sobre todos se impone el del Árbol de la Cruz. Bien temprano florece ese Árbol de la Cruz en la poesía de Ureña Navas. En marzo de 1894 el poeta escribe una oda cuyo título lo dice todo: En la Cruz. Así acaba esa poderosa manifestación del estro de nuestro poeta:

¡Muerto está el Redentor! Sola en la cumbre
del Gólgota sagrado,
se levanta la Cruz. La muchedumbre
corre, espantada de su horrendo crimen,
y junto al árbol gimen
el discípulo amado
y la Madre de Dios, toda transida,
pues ve cadáver a la misma vida.


En la oda dedicada a León XIII, Amor divino, escrita en marzo de 1903, el poeta volverá sobre el misterio de la Cruz. Esta vez, la Cruz se nos presenta como "Cruz afrentosa en el madero" que de instrumento de abyecto suplicio se transmuta en trono de Dios para salvar a la descendencia de Adán, pero vuelve a aparecer el "árbol", pues aunque "trono de tu amor, árbol sagrado".

En diciembre de 1911, Ureña Navas escribe un poema al que titula El trabajo. En él el poeta recrea el momento en que unas manos anónimas trabajan en un taller de carpintería cierto madero desigual que han traído los leñadores que talan los bosques de Israel:

con religioso esmero
formaron la emblemática,
la incomprendida cruz.


Aquí la Cruz es "emblemática", pero también "incomprendida". Es emblemática, pues no se trata sólo de un horroroso instrumento de tortura y muerte; sino que la figura de la Cruz es el símbolo poderoso de la Redención, por eso el objeto -una herramienta inventada por el hombre contra el hombre- trasciende su simple objetualidad para convertirse en emblema, símbolo distintivo de la grey de Cristo. A partir de ese momento en que el Hombre es salvado por Cristo y vencidos el pecado, la muerte y el diablo... Todo cristiano que se precie tiene en la Cruz la solución perenne: coge tu cruz y síguelo... Los cristianos que "tienen a Dios en los labios y lo niegan en el corazón" son peores, no lo olvidemos, que los ateos: no es cristiano el que niega, en su corazón, la Cruz, su Cruz -eso es lo que nos dice el poeta. Pues la Cruz es, también nos lo dice, incomprendida. Los dolores con los que amenaza la Cruz repelen a la criatura humana. Recordemos a Goethe y a Nietzsche... Para ambos -filósofos y poetas- la Cruz era el emblema más execrable de todos: ambos negaron a Dios en su corazón, por eso uno murió pidiendo más luz y el otro en las tinieblas de la demencia.

Ureña Navas nos revela el profundo significado de la Santa Cruz:

La cruz: ese gran símbolo
del sacrificio; el centro
de los dolores ásperos
que lleva el hombre dentro,
si la corona célica,
feliz, ha de alcanzar;
la cruz, el árbol místico,
que vió la culpa muerta,
y que del bien sin término
fué desde entonces puerta,
por la que puede el ánima
en lo infinito entrar.


La Cruz aparece refulgente en estos versos con todo su poder simbólico. La Cruz es el "gran símbolo del sacrificio"; es el "centro de los dolores ásperos" sitos en las entrañas humanas; es el "árbol místico" (recordemos la antigua tradición que reverbera en la meditación de Santa Catalina de Siena), pero es la "puerta" única por la que el alma puede franquear este mundo de dolores ásperos, y reintegrarse por fin en aquel infinito Reino de los Cielos donde el ánima obtiene la "corona célica". Para regresar al Paraíso perdido por el pecado original la única puerta que el ser humano tiene es la Cruz. El cristiano que la abraza y que en ella se crucifica, como "otro Cristo", alcanza aquella gloria que está libre de la roedura del tiempo. El hombre viejo -Adán- es restaurado por el hombre nuevo -Cristo.

En otro poema, fechado en abril de 1916, la Cruz vuelve a aparecer con todo su poderío sagrado en la poesía de Ureña Navas, y esta vez lo hace con una impetuosidad digna de todo elogio.

¡AMOR!

Palabra es esta mágica,
Cuyo mejor sentido
Grabado en lo recóndito
De todo ser está.
Todo su esencia célica
Percibe, exhala y tiene,
Pues como inmensa atmósfera,
Su aliento a todo va.
Mirad, mirad del Gólgota
La santa eterna llama,
Que, eternamente fúlgida,
Da al mundo su claror.
Es la Cruz, donde, lívido,
Cristo -la Vida- yace,
Y donde, al par, espléndido,
Brillando está el Amor.


El título de este poema -¡Amor!- parece prometernos un canto ramplón a esos amores humanos, demasiado humanos; pero la Musa cristianísima del poeta se encarga de romper las expectativas del lector decadente. La poesía de Ureña Navas es poesía cristiana, esto quiere decir: poesía recia que no regatea la gran incógnita del dolor humano, evadiéndonos de esa tremenda realidad con señuelos sentimentaloides o romanticones. Si el título ¡Amor! parece que nos insinúa que se nos va a hablar de esos amores caducos que suelen tener en vilo a los malos poetas, el poeta del Madroño nos hace sitúa en el mismo Misterio del Amor: un Dios que, encarnándose, se entrega por amor de su criatura en el Árbol Místico de la Cruz. El Amor del que nos habla Ureña Navas no es el amor ingenuo que construye su tienda sobre las arenas movedizas de los sentimientos. El Amor del que nos habla el poeta tosiriano es el Amor divino que inspiró a este poeta durante toda su vida, una vida llena de pérdidas (su primera esposa, su hija mayor...), una vida que encontró su claror en la "santa eterna llama" que arde sin término en la Cruz, en las Cruces del diario vivir, siempre con el Modelo de Cristo fijo en el corazón, y una Cruz, la del Martirio frente a los fusiles del odio ateísta, que le abrió de par en par la puerta de los Cielos, como confesor de la Santa Tradición y Mártir de Dios.

En la poesía de Ureña Navas no hay teologías de rebajas, de esas que hablan de amor aborregado y de borregos enamorados. El cristiano enterizo es recio como el madero de su Cruz. No hay descuentos, no puede haber tibiezas. El "Árbol Místico de la Cruz" es la columna vertebral de la vida de un cristiano auténtico, de un verdadero seguidor del Nazareno. Para las teologías endebles de algunos cristianos el emblema incomprendido de la Cruz es el gran escándalo, y por eso se trata por todos los medios de escamotearla. Pero, no lo olvidemos nosotros aquí en su pueblo, en la patria chica de Ureña Navas, nuestro poeta cristiano... Peores, mucho peores que todos los ateos, son esos falsos cristianos que "tienen a Dios en sus labios y lo niegan en su corazón".

BIBLIOGRAFÍA: Omitimos, a petición del autor, los datos bibliográficos. Dejando constancia, eso sí, de la fuente de la que hemos extraído estos pasajes:

- "El árbol místico de la Cruz en la poesía de D. Francisco de Paula Ureña Navas". Su autor: Manuel Fernández Espinosa. Publicado íntegramente en CALVARIO, boletín cofradiero de la Semana Santa de Torredonjimeno, número XXVII, año 2008.


Fray Trabucaire

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