Al hablar del siglo XVIII y de la Revolución Francesa, fuera pecado callar el
nombre de Beaumarchais, escritor que heredó la alegría estrepitosa de Rabelais y sufrió el contagio del cinismo brillante de Voltaire.
En medio de aquel general derrumbamiento, Beaumarchais, descarado, escéptico y ligero, de todo se burla, ataca con sus risotadas lo más respetable, y oculta sus porrazos demoledores con los atractivos rasgos del buen humor.
Al decir de Napoleón, Fígaro era la Revolución puesta en práctica, y sin embargo, tanto pudo la alegría de que Beaumarchais revistió á sus obras, que en la misma Corte encontró sus más decididos protectores.
El Barbero de Sevilla fue representado en el teatro del Petit-Trianon en 1785; desempeñando el papel de Rosina la propia María Antonieta y el de Figaro el Conde de Artois. Beaumarchais asistió á esta representación selecta y en sus adentros, debía reírse sin piedad de aquellos ilusos que así cargaban el arma fabricada para herirles de muerte; las contrariedades aumentaban su osadía: cuando supo que el Rey no quería dejar representar el Matrimonio de Fígaro, exclamó: “El Rey no quiere permitir la representación de mi comedia, ... pues se representará”. Ante esta orden del Rey, Beaumarchais furioso dijo con ira: Pues bien, señores, ya que no quiere que la representemos aquí, juro que antes de no verla representada, echaré mano si conviene para escenario, del coro de Notre Dame.
Y consiguió su objetivo. Más tarde se representó secretamente en Gennevilliers en 1783, delante de trescientas personas, todas ellas de la Corte. Allí estaba el conde de Artois, la condesa de Polignac y toda la créme del antiguo régimen que aplaudía y celebraba aquella mofa atroz de todos sus derechos y seculares privilegios.
De esta manera la Revolución, es decir Fígaro que en el “Barbero de Sevilla” aparece todavía sirviendo al Conde de Almaviva, como si dijéramos, la nobleza, en el Matrimonio de Fígaro le declara ya la guerra, se defiende de sus pretensiones, contribuye a ponerle en ridículo. El Fígaro de El "Barbero, exclama dirigiéndose al Conde de Almaviva: “Su Excelencia conoce muchos señores que fueron dignos de ser criados”, y en el “Matrimonio de Fígaro” dice con mayor atrevimiento: “Nobleza, fortuna, su rango, todo esto le llena de orgullo. ¿Qué habéis hecho para tantos bienes? Os habéis dado la pena de nacer y nada más”
Esto era lo que aplaudían los cortesanos de Luís XVI cuando asistían a la representación de las obras de Beaumarchais. No veían la tragedia lúgubre, que se escondía bajo la comedia bulliciosa e insolente.
El “Barbero de Sevilla” más que por sus tendencias revolucionarias, excitará siempre la admiración como obra literaria. El día de su estreno fue sin embargo silbada, (lo propio pasó con la ópera de Rossini, al estrenarse en París y en Roma). En las representaciones sucesivas fue donde quedó asegurado su gran éxito. De ahí que si, como otras obras fracasadas, no se hubiera representado más después de su estreno, quedara ignorada para siempre, muerta al nacer, esa criatura regocijada y bulliciosa del cerebro humano.
Beaumarchais no se anduvo con contemplaciones; la obra tenía cinco actos, y como dice en el prólogo de la obra, tan rebosante de gracia como la misma comedia, sacrificó un acto al Dios de los silbadores. Y esta mutilación proporcionó inmenso éxito á la obra. Su autor decía con mucha sal que había suprimido la quinta rueda de su carro y algunos añadieron que este cuarto acto suprimido beneficiaba extraordinariamente a la obra.
Los tipos del “Barbero de Sevilla”, llenos de frescura, humanos, derramando
gracia, vivirán siempre entre las grandes creaciones literarias. La escena de la lección de piano y la llegada de don Basilio en el tercer acto, harán en todos tiempos desbordar la risa e inundarán de contento el alma.
Y pensar que Beaumarchais ha querido rebajar la categoría del Barbero, haciéndonos creer que era tan solo la primera parte de una trilogía. Compárese el Barbero, con el “Matrimonio de Figaro” y con “La Madre culpable”. ¡Qué diferencia! En aquel priva la licencia más que la gracia; en ésta apenas si se descubre la musa simpática y retozona de Beaumarchais, entre aquellas escenas violentas y aquel enredo inverosímil pesadamente dramático.
Donde está Beaumarchais, en toda la lozanía, de su ingenio, es en el “Barbero de Sevilla”; las dos restantes partes son dos adherencias perjudiciales, fruto bastardo de la gran comedia. De la “Madre culpable”que Beaumarchais juzgaba su obra maestra ya nadie se acuerda y el “Matrimonio de Figaro”dura por lo que tiene del Barbero.
El “Barbero de Sevilla” pertenece a la categoría de esas obras que son como vehículos que nos transportan la risa y el regocijo de otras edades, y que hacen repercutir la alegría de ayer en los corazones de hoy.
La Humanidad necesita de esas grandes creaciones cómicas, donde se concentra la risa de toda una época o de una civilización.
Bocaccio nos ha conservado toda la franca alegría del Renacimiento; Cervantes se apoderó del escaso regocijo de aquella lúgubre época de los Austrias; Beaumarchais nos ha trasmitido el bullicio y algazara que precediera a la dramática Revolución Francesa.
En todas estas manifestaciones del buen humor y de la burla risueña, palpita un fondo de honradez que hacía exclamar a Voltaire cuando le referían las malas acciones de Beaumarchais: No puedo creer que un hombre que nos hace reir tanto, haya podido cometer semejantes maldades.
Última edición por ALACRAN; 17/02/2009 a las 10:29
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
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