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Tema: San Juan de la Cruz buscó a Dios en Jaén

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    San Juan de la Cruz buscó a Dios en Jaén

    SAN JUAN DE LA CRUZ BUSCÓ A DIOS EN JAÉN





    DE UN DEVOTO LIBRO SOBRE EL DOCTOR EXTÁTICO

    Lecturas: "San Juan de la Cruz en la provincia de Jaén", que hoy abordaremos; y comenzamos la Sagrada Biblia, por el Libro del Génesis. Estas han sido nuestras lecturas de fin de semana. Pusimos tierra por medio, cerrando bien la puerta de la casa, para irnos a una Cabaña que yo me sé, bien escondida en la fragosidad de la Sierra de Cazorla. Apenas quisimos trato con nadie, ni siquiera con aquellas buenas gentes del lugar que allí tienen la fortuna de vivir, rodeadas de tanta belleza natural.

    Poco sabemos del autor de este ensayo lírico-histórico "San Juan de la Cruz en la provincia de Jaén". Su nombre es Luis González López, y desarrolló el oficio de la escritura allá por la primera mitad y pico del siglo XX. Este libro mereció el Primer Premio del Certamen Literario Nacional de la Hermandad de San Juan de la Cruz de la ciudad de La Carolina, galardón que le fue concedido en 1º de Mayo de 1947. La edición que encontramos en la Cabaña data de 1951. El libro es una joyita de unas doscientas páginas. Las leímos con fruición, y por sí mismas nos han aguizgado a volver a las Obras Completas del Doctor Extático: en el siglo llamado Juan de Yepes, en santa vida terrena nombrado fray Juan de la Cruz y, después de su tránsito a las moradas del Amado, San Juan de la Cruz renombrado.

    Rodeados por las espesuras del bosque, de aligustres y coscojas, alfombrado de la hojarasca autumnal que persistía aún en las postrimerías de este mes de Abril, nos regalamos con este libro de autor olvidado; y tanto fue la amenidad de su lectura que relegamos "Las veladas de San Petersburgo" de Joseph de Maistre que habíamos echado en las alforjas para leerla en la Cabaña.

    Luis González López es un autor provinciano, de esos que apenas encontrará nadie citado, pero este libro está escrito inflamado en amor por la poesía de San Juan de la Cruz y veneración por la figura del gran santo de la Descalzez.
    Conclusión que sacamos de este libro: San Juan de la Cruz no quería venir a las Andalucías -llamémoslos así a los antiguos Reynos reconquistados en secular lid contra la morisma. Y no quería venir, muy posiblemente, aconsejado por Santa Teresa de Jesús que tan enemiga era de eso que por ahí, con pintoresquismo y falta de rigor, llaman "genio andaluz". Otro día hablaremos de Santa Teresa de Ávila. Así es como San Juan escribe, en Baeza a 6 de julio de 1581, a Sor Catalina de Jesús: "Que después que me tragó aquella ballena y me vomitó en este extraño puerto, nunca más merecí verla [a Sor Catalina, se refiere], ni a los santos de por allá [los hermanos carmelitas descalzos de Castilla]. Dios lo hizo bien, pues, en fin, es lima el desamparo, y para gran luz el padecer tinieblas."

    Sin embargo, dócil a la misión encomendada por Dios, San Juan de la Cruz, haciendo de tripas corazón, floreció en estas tierras... Y aquel río de agua clara nació en Fontiveros para venir a morir a Úbeda. Su producción poética, de altas cimas filosóficas y teológicas, la cumplió aquí, en el Reyno de Jaén y en el Reyno de Granada, que por este santo vuelven a estar unidos en la Gloria de Dios y en la gloria más relativa de las Letras.

    Así dice Luis González: "Es en el paisaje provincial de Jaén, y en el de Granada, donde fray Juan de la Cruz sube a los cielos de la mística, en paz de sus inquietudes pasadas, en alas del verso que trabaja en descansada vacación" ("San Juan de la Cruz en la provincia de Jaén", pp. 121-122.). Y, por si fuera poco, añade el autor de "San Juan de la Cruz en la provincia de Jaén": "...tenemos que afirmar de un modo concluyente la presencia de aquella Andalucía no querida de la madre Teresa ni de fray Juan de la Cruz en la gran obra poética de éste: es más, sostenemos que es Andalucía -preferentemente Jaén-, la que ha formado al poeta" (op. cit., pág. 124).

    Hemos leído este libro en paz semejante como la que gustó el gran místico abulense, en un lugar donde bien pudiera detenerse en su andariego peregrinar para edificar la Iglesia en las ciudades como en los campos amenos, y, rodeados por la vegetación silvestre en que se inspiró el gran amante de Dios, sentimos un estremecimiento. No fue un rapto místico, pero una brisa nos acarició: oímos el rumor del arroyuelo cantarino que cundía propincuo a nosotros, el trinar de los pájaros... Estas tierras de Jaén fueron bendecidas por Dios copiosamente, enviándonos a su poeta. Y, al levantar la vista de las páginas amarillentas de aquel libro en que se evocaba a San Juan de la Cruz, no pudimos hacer otra cosa que recitar aquellos versos que compusiera el santo frayle:

    "¿Adónde te escondiste,Amado,
    y me dejaste con gemido?
    Como el ciervo huiste,
    habiéndome herido;
    salí tras ti clamando, y eras ido.

    Pastores, los que fuerdes
    allá por las majadas al otero:
    si por ventura vierdes
    aquel que yo más quiero,
    decidle que adolezco, peno y muero.

    Buscando mis amores,iré por esos montes y riberas;
    ni cogeré las flores,
    ni temeré las fieras,
    y pasaré los fuertes y fronteras.

    ¡Oh bosques y espesuras,
    plantadas por la mano del Amado!
    ¡Oh prado de verduras,
    de flores esmaltado!
    Decid si por vosotros ha pasado.

    Mil gracias derramando
    pasó por estos sotos con presura,
    e, yéndolos mirando,con sola su figura
    vestidos los dejó de hermosura".

    Iba el sol de vencida, encarnando el poniente. Y cantaba, como otrora David, las grandezas del Señor el vate San Juan de la Cruz. Enmudecían las liras de los cortesanos... Era el amante de Dios quien lloraba sus cuitas de amor, y era Dios quien hablaba en española lengua, en castellano parlar, en la lengua del Imperio. Los olmos, los pinos, los robles de aquellas montañas se aureolaban... Y allí, en sus copas orladas por un angélico halo de oro, vimos el rastro del Dios escondido, que nos acaricia y huye como el ciervo. El Dios Santo, Fuerte e Inmortal que, prófugo, nos deja con gemido. Y parece abandonarnos, para que inquiramos a las criaturas y les preguntemos si lo vieron pasar... Para que le busquemos, pues quiere hacernos felices. Se esconde: y todo es por nuestro bien, pues Él es el Santo, Santo, Santo... el Terrible y el Misericordioso... El Que Era, Es y Será por los siglos de los siglos... Y si los judíos no podían ver su Rostro -por temor a morir-, los cristianos podemos mirar a su Santo Rostro... Y si los judíos no podían pronunciar su nombre, nosotros lo invocamos con el Nombre de Cristo Jesús, Sacerdote y Rey Eterno. Y sacudidos por la emoción supimos esa tarde sabatina que el Imperio que Cortés o Pizarro dieron a España sucumbió, pero que jamás, mientras que haya un corazón capaz de amor santo, podrá fenecer el Imperio Espiritual que conquistó San Juan de la Cruz, a fuerza de amor y tribulaciones, con la violencia de las almas inflamadas en Divino Fervor. Ese Imperio todavía late...

    Venga a nosotros el Imperio de Cristo Rey: Cristo es Dios... y San Juan de la Cruz su Profeta.


    Maestro Gelimer

    LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS

  2. #2
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    Respuesta: San Juan de la Cruz buscó a Dios en Jaén

    AL ENCUENTRO DE LA TRADICIÓN MÍSTICA



    ESPAÑA MÍSTICA, DESIGNIO IMPERIAL

    Floreció en el siglo XIX, en la antigua y recia ciudad de Jaén, guarda y defendimento de los Reynos de Castilla, el Dr. D. Manuel Muñoz y Garnica que, por su vasta ciencia, fue muy joven canónigo lectoral de la Santa Iglesia Catedral de Jaén, director del Instituto provincial de segunda enseñanza y predicador de S. M.; entre las muchas obras que este egregio ubetense nos dejó figuran varios manuales muy instructivos sobre materias teológicas y filosóficas, tales como son los volúmenes titulados "De la Bienaventurada é Inmaculada Virgen María. Sermones predicados y que reunidos en un volúmen publicó con aprobación de la autoridad eclesiástica", "Estudio sobre la Elocuencia sagrada" -con una 2ª. edición, corregida y aumentada por el autor y publicada en París, año 1855-, el "Manual de Lógica" o el "Manual de Retórica"... No fueron los únicos libros del cultísimo canónigo, que sin abandonar las filas de la doctrina católica, siempre anduvo curioso de otros saberes secretos, hoy diríamos esotéricos. Para los amantes de los temas gienneses, Muñoz y Garnica es uno de nuestros más sólidos tradicionistas y una formidable fuente de noticias.

    El pasado fin de semana, cuando estuvimos en nuestra Tebaida cazorleña, tuvimos la providencial ocasión de hallar un libro que ya comentábamos aquí, una obra rara tan poco asequible: "San Juan de la Cruz en la provincia de Jaén", de D. Luis González López, publicado en el año de 1951. En este ensayo tan ameno se nos remitía a un libro sobre San Juan de la Cruz, cuya autoría es de D. Manuel Muñoz y Garnica.

    El interés suscitado por las investigaciones sanjuanistas que corrieron a cargo de los eminentes intelectuales provincianos del siglo XIX hizo que esta semana rastreáramos, a la caza de verdades escondidas y olvidades, las librerías de algunas de las casonas más rancias de la Ciudad del Santo Rostro, así como la relectura -en otra clave ya- de las Obras Completas del santo descalzo. Sabiendo que ese libro no podría estar en cualquiera biblioteca, nos encaminamos a una casa de las del Barrio de la Alcantarilla de Jaén. Fuimos atendidos por nuestros amigos nobles con la cordialidad que era de esperar en los círculos aristocráticos de esta ciudad de María Santísima. En esas casas de fachadas blasonadas y patios recónditos se atesoran estos tesoros librescos. En el zaguán, ya nos recibía un Sagrado Corazón de Jesús, con su Ave María en azulejos. Dentro de la casa, paz y orden. Entramos con recogimiento religioso en la librería del señor de la Casa. Y el libro fue puesto en nuestras manos. Estas alhajas bibliográficas duermen el sueño de los justos. Y, nos dijimos mientras la acariciábamos, que va siendo hora de despertar a los justos que están en latencia, para que se hagan patentes y salven España. Más pronto que tarde, gracias a la gentileza de esta amiga familia de patricios jaeneros -se nos pidió que mantuviéramos la discreción de no dar su apellido, y así lo haremos- nos franqueó la puerta de su biblioteca, y pudimos tener en nuestras manos un ejemplar de "San Juan de la Cruz. Ensayo histórico", de D. Manuel Muñoz y Garnica, publicado en la Imprenta de los Señores Rubio, Plaza de Santa María, nº. 12, Jaén, 1875. Qué gozo para el alma tocar ese papel viejo, impreso en 1875 y conservado para nosotros, lejos de las miradas profanas que por modernas todo lo ensucian.

    Hemos leído con grande deleite las noticias que D. Manuel Muñoz Garnica compiló en este ensayo, y algunos pasajes nos han llamado poderosamente la atención

    Por ejemplo, en 1586 -cuenta D. Manuel Muñoz Garnica- San Juan de la Cruz acude a La Manchuela (actual Mancha Real), muy cerca de la capital del Santo Reyno, en la que he puesto residencia. Allí en Mancha Real, el haberoso arcediano de Úbeda, Padre Ocon, tenía casa muy bien labrada que, con el huerto y sus jardines, puso a disposición de los carmelitas de la Descalcez en generosa donación para que estos erigieran uno de sus conventos.

    San Juan de la Cruz acudió el día de la toma de posesión, como llevamos dicho y nos informa Muñoz Garnica, y celebró la Santa Misa el Padre Ocon, donante, con un canónigo de Toledo y el mismo Doctor Extático, predicara ese día el P. Fray Agustín de los Reyes. Gentes de Pegalajar, Jimena y la Guardia de Jaén se allegaron a Mancha Real para asistir a la fundación de ese centro de alta espiritual que a no tardar se convertiría en un cenobio de santos carmelitanos, seguidores de la estela de San Elías en el Monte Carmelo. El convento de la Mancha Real se dotaría muy pronto de una biblioteca magnífica y sería asilo de desamparados y pobres de solemnidad, que pasaban a estar bajo los amorosos cuidados de los discípulos descalzos de San Juan de la Cruz.

    Frayle de verbo poderoso, hombre de Dios, por los caminos del Santo Reino y de España y Portugal... Andariego de Dios, como Don Quijote... Evocábamos al fraile de Fontiveros, nuestro San Juanico. Y cuenta Muñoz Garnica que, en cierta ocasión, cuando llegados fueron el santo con su acompañante a una ciudad de mucho lustre, le dijera el fraile adlátere al santo: "Vayamos, fray Juan, a ver el palacio de los Señores de..., que es maravilla muy grande". El santo, lacónico, le contestó: "No venimos a los sitios a regalarnos la vista, como los profanos: nosotros caminamos las sendas de Dios por obediencia". Buena lección para nuestros turistas, que van a los sitios a alegrar los ojos, en vez de ir para aprender y escuchar lo que Dios quiere de ellos.

    Y sobre el convento carmelitano de Mancha Real todavía nos cuenta Muñoz Garnica que: "Aquí [en este convento] brillaron por sus virtudes y talentos dos jóvenes, uno del Castellar [de Santisteban] y otro de la Iruela. ¡Qué biblioteca tan preciosa reunieron los carmelitas de Mancha Real! Este siglo ilustrado [el siglo XIX] en que vivimos derribó el convento y quemó la librería. Muchas veces me hé sentado sobre las ruinas del convento, y evocado el espíritu de San Juan de la Cruz para dolerme de este desastre. No se puede dar un paso sin tropezar con las ruinas de la España católica" (op. cit., pág. 250)

    Así se lamentaba Muñoz Garnica... "No se puede dar un paso sin tropezar con las ruinas de la España católica". Y eso, que tan verdad era en el siglo XIX, cuánto más no lo es en las primicias del siglo XXI. Pero, después de lamentarnos por todas las pérdidas que en el curso del tiempo hemos sufrido... ¡Levantemos la mirada al cielo!

    Las ruinas de la España católica sólo podrán ser restauradas yendo a los hontanares de la verdad, que no brilla en la estúpida literatura de nuestros contemporáneos, ni en las profanidades ideológicas, politiqueras y demás zarandajas que nos entretienen la jornada... La fuente de nuestra regeneración íntima como pueblo, la fuente del Gran Retorno que anhelamos los tradicionalistas, hay que ir a buscarla en nuestros Místicos: en San Juan de la Cruz, en Santa Teresa de Jesús... Y no sólo los leamos, pongámonos en camino para ascender el Monte Carmelo.

    Vayamos a ellos, pues ellos -nuestros místicos- son la quintaesencia de nuestra raza. España, dicen los culos inquietos modernosos, no ha tenido filósofos -ni falta que nos hicieron-, España no tuvo científicos -no veo lo que nos perdimos por no tenerlos... Pues España tuvo algo más grande todavía: hombres y mujeres que hablaban con Dios día sí y día también, en una comunicación fluida. España tuvo un designio providencial, y Dios hablaba con sus almas dilectas, las de los místicos españoles, comunicándoles, como otrora hiciera con los profetas veterotestamentarios, cuáles eran sus planes, los planes de Dios: hacer de España la Fortaleza Mística, capaz de defender la integridad católica pura y límpida de las infernales sabandijas protestantes... hacer de España un Imperio que salvara a los indios de la opresión pagana que los masacraba para aplacar la cólera demoníaca de Kukulkán. A nuestros antepasados -lo vemos a través del estudio de nuestros místicos- le fue encomendada una tarea grandiosa desde el origen del Universo: la de propagar la fe de Cristo y la de imponer el Reino de Dios en la Tierra.

    La misión quedó en suspenso, cuando los mejores de entre nosotros se viciaron, adulterando su altísima vocación, extraviando el camino, dando palos de ciego, corrompidos por las modas extranjerizantes, liberaloides, ajenas y contrarias a nuestro ser más íntimo, cuando España se infestó de Revolución. Eso fue lo que nos pasó, recordadlo, jóvenes españoles. Pero, leyendo a nuestros místicos, acordaremos y avivaremos el seso y aprenderemos la lección.

    Amigos y hermanos patriotas que seguís este blog: no perdáis más tiempo en monsergas ideológicas ni en falsas esperanzas, apartad de vosotros los males menores (ese falso patriotismo descafeinado del PP nos ha hecho mucho daño, más todavía que la Anti-España zapaterista), y sin recurrir a ninguna excusa, abridme los libros en los que está nuestra Misión divina, católica, apostólica e imperial. Si verdadermente queréis hacer algo por España, reencontradme ese torrente de catolicismo, sedme integristas sin pactar con el mal, por menor que éste sea. No hay, no puede haber otro patriotismo que el de la catolicidad sin atisbo de herejía. y quien os diga que es patriota, pero no es alma católica, decidle con caridad: "Piensa lo que dices, pues no se puede amar nada sin amar el destino al que está llamado lo que tanto amamos". España no sería nada sin la misión providencial que Dios nos reservó. No amamos España por chauvinismo de tejas abajo, amamos España por estar tocada por Dios para convertir el mundo a Dios.

    Atended, mirad lo que nos dice, el Doctor Extático: "Mira tu ángel custodio no siempre mueve el apetito a obrar, aunque siempre alumbra la razón; por tanto, para obrar virtud no esperes al gusto, que bástate la razón y el entendimiento" (*).

    Con el alma preñada de amor de Dios y de amor a la misión reencontrada de España, dejé reposar el libro de Muñoz Garnica sobre un primoroso bargueño que al alcance tenía, genuina pieza de algún obrador toledano que todavía se conserva en la casa de mis nobles amigos. Y mi venerable anfitrión dijo: "Contaba mi abuelo, que este mismo libro lo leía aquí D. Manuel García Morente, durante unos días que en esta casa vacacionó".

    Manuel García Morente venía a nuestra conversación, y bien es verdad que pocos casos, como el de este filósofo, son tan ilustradores. Él también, como los mejores, perdió el camino, buscando fuera de España, lo que estaba dentro. La guerra civil y aquella experiencia mística que tuvo lo encarrilaron a las mismas fuentes que aquí estoy recomendando.

    Y es que no podía ser menos. Teníamos que encontrarnos con estos tesoros, pues dice San Juan de la Cruz:

    "Siempre el Señor descubrió los tesoros de su sabiduría y espíritu a los mortales; mas ahora que la malicia va descubriendo más su cara, mucho los descubre" (*).

    (*) Nota: Estos aforismos de San Juan de la Cruz se vienen publicando, bajo el título de "Avisos y sentencias espirituales", como así hiciera desde 1701 el impresor y librero Francisco Leefdael en Sevilla. El manuscrito de esta pródiga colección de dichos de San Juan perteneció a una hidalga familia de Andújar, la de los Piédrola.



    Maestro Gelimer

    LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS

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    El libro mencionado por el Maestro Gelimer, para que lo podamos disfrutar en Hispanismo:

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