AL ENCUENTRO DE LA TRADICIÓN MÍSTICA
ESPAÑA MÍSTICA, DESIGNIO IMPERIAL
Floreció en el siglo XIX, en la antigua y recia ciudad de Jaén, guarda y defendimento de los Reynos de Castilla, el Dr. D. Manuel Muñoz y Garnica que, por su vasta ciencia, fue muy joven canónigo lectoral de la Santa Iglesia Catedral de Jaén, director del Instituto provincial de segunda enseñanza y predicador de S. M.; entre las muchas obras que este egregio ubetense nos dejó figuran varios manuales muy instructivos sobre materias teológicas y filosóficas, tales como son los volúmenes titulados "De la Bienaventurada é Inmaculada Virgen María. Sermones predicados y que reunidos en un volúmen publicó con aprobación de la autoridad eclesiástica", "Estudio sobre la Elocuencia sagrada" -con una 2ª. edición, corregida y aumentada por el autor y publicada en París, año 1855-, el "Manual de Lógica" o el "Manual de Retórica"... No fueron los únicos libros del cultísimo canónigo, que sin abandonar las filas de la doctrina católica, siempre anduvo curioso de otros saberes secretos, hoy diríamos esotéricos. Para los amantes de los temas gienneses, Muñoz y Garnica es uno de nuestros más sólidos tradicionistas y una formidable fuente de noticias.
El pasado fin de semana, cuando estuvimos en nuestra Tebaida cazorleña, tuvimos la providencial ocasión de hallar un libro que ya comentábamos aquí, una obra rara tan poco asequible: "San Juan de la Cruz en la provincia de Jaén", de D. Luis González López, publicado en el año de 1951. En este ensayo tan ameno se nos remitía a un libro sobre San Juan de la Cruz, cuya autoría es de D. Manuel Muñoz y Garnica.
El interés suscitado por las investigaciones sanjuanistas que corrieron a cargo de los eminentes intelectuales provincianos del siglo XIX hizo que esta semana rastreáramos, a la caza de verdades escondidas y olvidades, las librerías de algunas de las casonas más rancias de la Ciudad del Santo Rostro, así como la relectura -en otra clave ya- de las Obras Completas del santo descalzo. Sabiendo que ese libro no podría estar en cualquiera biblioteca, nos encaminamos a una casa de las del Barrio de la Alcantarilla de Jaén. Fuimos atendidos por nuestros amigos nobles con la cordialidad que era de esperar en los círculos aristocráticos de esta ciudad de María Santísima. En esas casas de fachadas blasonadas y patios recónditos se atesoran estos tesoros librescos. En el zaguán, ya nos recibía un Sagrado Corazón de Jesús, con su Ave María en azulejos. Dentro de la casa, paz y orden. Entramos con recogimiento religioso en la librería del señor de la Casa. Y el libro fue puesto en nuestras manos. Estas alhajas bibliográficas duermen el sueño de los justos. Y, nos dijimos mientras la acariciábamos, que va siendo hora de despertar a los justos que están en latencia, para que se hagan patentes y salven España. Más pronto que tarde, gracias a la gentileza de esta amiga familia de patricios jaeneros -se nos pidió que mantuviéramos la discreción de no dar su apellido, y así lo haremos- nos franqueó la puerta de su biblioteca, y pudimos tener en nuestras manos un ejemplar de "San Juan de la Cruz. Ensayo histórico", de D. Manuel Muñoz y Garnica, publicado en la Imprenta de los Señores Rubio, Plaza de Santa María, nº. 12, Jaén, 1875. Qué gozo para el alma tocar ese papel viejo, impreso en 1875 y conservado para nosotros, lejos de las miradas profanas que por modernas todo lo ensucian.
Hemos leído con grande deleite las noticias que D. Manuel Muñoz Garnica compiló en este ensayo, y algunos pasajes nos han llamado poderosamente la atención
Por ejemplo, en 1586 -cuenta D. Manuel Muñoz Garnica- San Juan de la Cruz acude a La Manchuela (actual Mancha Real), muy cerca de la capital del Santo Reyno, en la que he puesto residencia. Allí en Mancha Real, el haberoso arcediano de Úbeda, Padre Ocon, tenía casa muy bien labrada que, con el huerto y sus jardines, puso a disposición de los carmelitas de la Descalcez en generosa donación para que estos erigieran uno de sus conventos.
San Juan de la Cruz acudió el día de la toma de posesión, como llevamos dicho y nos informa Muñoz Garnica, y celebró la Santa Misa el Padre Ocon, donante, con un canónigo de Toledo y el mismo Doctor Extático, predicara ese día el P. Fray Agustín de los Reyes. Gentes de Pegalajar, Jimena y la Guardia de Jaén se allegaron a Mancha Real para asistir a la fundación de ese centro de alta espiritual que a no tardar se convertiría en un cenobio de santos carmelitanos, seguidores de la estela de San Elías en el Monte Carmelo. El convento de la Mancha Real se dotaría muy pronto de una biblioteca magnífica y sería asilo de desamparados y pobres de solemnidad, que pasaban a estar bajo los amorosos cuidados de los discípulos descalzos de San Juan de la Cruz.
Frayle de verbo poderoso, hombre de Dios, por los caminos del Santo Reino y de España y Portugal... Andariego de Dios, como Don Quijote... Evocábamos al fraile de Fontiveros, nuestro San Juanico. Y cuenta Muñoz Garnica que, en cierta ocasión, cuando llegados fueron el santo con su acompañante a una ciudad de mucho lustre, le dijera el fraile adlátere al santo: "Vayamos, fray Juan, a ver el palacio de los Señores de..., que es maravilla muy grande". El santo, lacónico, le contestó: "No venimos a los sitios a regalarnos la vista, como los profanos: nosotros caminamos las sendas de Dios por obediencia". Buena lección para nuestros turistas, que van a los sitios a alegrar los ojos, en vez de ir para aprender y escuchar lo que Dios quiere de ellos.
Y sobre el convento carmelitano de Mancha Real todavía nos cuenta Muñoz Garnica que: "Aquí [en este convento] brillaron por sus virtudes y talentos dos jóvenes, uno del Castellar [de Santisteban] y otro de la Iruela. ¡Qué biblioteca tan preciosa reunieron los carmelitas de Mancha Real! Este siglo ilustrado [el siglo XIX] en que vivimos derribó el convento y quemó la librería. Muchas veces me hé sentado sobre las ruinas del convento, y evocado el espíritu de San Juan de la Cruz para dolerme de este desastre. No se puede dar un paso sin tropezar con las ruinas de la España católica" (op. cit., pág. 250)
Así se lamentaba Muñoz Garnica... "No se puede dar un paso sin tropezar con las ruinas de la España católica". Y eso, que tan verdad era en el siglo XIX, cuánto más no lo es en las primicias del siglo XXI. Pero, después de lamentarnos por todas las pérdidas que en el curso del tiempo hemos sufrido... ¡Levantemos la mirada al cielo!
Las ruinas de la España católica sólo podrán ser restauradas yendo a los hontanares de la verdad, que no brilla en la estúpida literatura de nuestros contemporáneos, ni en las profanidades ideológicas, politiqueras y demás zarandajas que nos entretienen la jornada... La fuente de nuestra regeneración íntima como pueblo, la fuente del Gran Retorno que anhelamos los tradicionalistas, hay que ir a buscarla en nuestros Místicos: en San Juan de la Cruz, en Santa Teresa de Jesús... Y no sólo los leamos, pongámonos en camino para ascender el Monte Carmelo.
Vayamos a ellos, pues ellos -nuestros místicos- son la quintaesencia de nuestra raza. España, dicen los culos inquietos modernosos, no ha tenido filósofos -ni falta que nos hicieron-, España no tuvo científicos -no veo lo que nos perdimos por no tenerlos... Pues España tuvo algo más grande todavía: hombres y mujeres que hablaban con Dios día sí y día también, en una comunicación fluida. España tuvo un designio providencial, y Dios hablaba con sus almas dilectas, las de los místicos españoles, comunicándoles, como otrora hiciera con los profetas veterotestamentarios, cuáles eran sus planes, los planes de Dios: hacer de España la Fortaleza Mística, capaz de defender la integridad católica pura y límpida de las infernales sabandijas protestantes... hacer de España un Imperio que salvara a los indios de la opresión pagana que los masacraba para aplacar la cólera demoníaca de Kukulkán. A nuestros antepasados -lo vemos a través del estudio de nuestros místicos- le fue encomendada una tarea grandiosa desde el origen del Universo: la de propagar la fe de Cristo y la de imponer el Reino de Dios en la Tierra.
La misión quedó en suspenso, cuando los mejores de entre nosotros se viciaron, adulterando su altísima vocación, extraviando el camino, dando palos de ciego, corrompidos por las modas extranjerizantes, liberaloides, ajenas y contrarias a nuestro ser más íntimo, cuando España se infestó de Revolución. Eso fue lo que nos pasó, recordadlo, jóvenes españoles. Pero, leyendo a nuestros místicos, acordaremos y avivaremos el seso y aprenderemos la lección.
Amigos y hermanos patriotas que seguís este blog: no perdáis más tiempo en monsergas ideológicas ni en falsas esperanzas, apartad de vosotros los males menores (ese falso patriotismo descafeinado del PP nos ha hecho mucho daño, más todavía que la Anti-España zapaterista), y sin recurrir a ninguna excusa, abridme los libros en los que está nuestra Misión divina, católica, apostólica e imperial. Si verdadermente queréis hacer algo por España, reencontradme ese torrente de catolicismo, sedme integristas sin pactar con el mal, por menor que éste sea. No hay, no puede haber otro patriotismo que el de la catolicidad sin atisbo de herejía. y quien os diga que es patriota, pero no es alma católica, decidle con caridad: "Piensa lo que dices, pues no se puede amar nada sin amar el destino al que está llamado lo que tanto amamos". España no sería nada sin la misión providencial que Dios nos reservó. No amamos España por chauvinismo de tejas abajo, amamos España por estar tocada por Dios para convertir el mundo a Dios.
Atended, mirad lo que nos dice, el Doctor Extático: "Mira tu ángel custodio no siempre mueve el apetito a obrar, aunque siempre alumbra la razón; por tanto, para obrar virtud no esperes al gusto, que bástate la razón y el entendimiento" (*).
Con el alma preñada de amor de Dios y de amor a la misión reencontrada de España, dejé reposar el libro de Muñoz Garnica sobre un primoroso bargueño que al alcance tenía, genuina pieza de algún obrador toledano que todavía se conserva en la casa de mis nobles amigos. Y mi venerable anfitrión dijo: "Contaba mi abuelo, que este mismo libro lo leía aquí D. Manuel García Morente, durante unos días que en esta casa vacacionó".
Manuel García Morente venía a nuestra conversación, y bien es verdad que pocos casos, como el de este filósofo, son tan ilustradores. Él también, como los mejores, perdió el camino, buscando fuera de España, lo que estaba dentro. La guerra civil y aquella experiencia mística que tuvo lo encarrilaron a las mismas fuentes que aquí estoy recomendando.
Y es que no podía ser menos. Teníamos que encontrarnos con estos tesoros, pues dice San Juan de la Cruz:
"Siempre el Señor descubrió los tesoros de su sabiduría y espíritu a los mortales; mas ahora que la malicia va descubriendo más su cara, mucho los descubre" (*).
(*) Nota: Estos aforismos de San Juan de la Cruz se vienen publicando, bajo el título de "Avisos y sentencias espirituales", como así hiciera desde 1701 el impresor y librero Francisco Leefdael en Sevilla. El manuscrito de esta pródiga colección de dichos de San Juan perteneció a una hidalga familia de Andújar, la de los Piédrola.
Maestro Gelimer
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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