“El Muro de Berlín seguirá de pie en los próximos cincuenta o cien años” profetizó, y amenazó Erich Honecker, el cruel presidente de la entonces República Democrática Alemana, R.D.A. en enero de 1989; el muro cayó derribado el nueve de noviembre de ese mismo año después de 28 años y 128 días insufribles y sangrientos.
Todo comenzó cuando una ola imparable de salidas hacia el extranjero y masivas protestas callejeras empezaron a desestabilizar gravemente a los líderes e instituciones políticas de la R.D.A.
Creo que la DESTRUCCION del muro de BERLIN merece un recuerdo muy especial no solamente en este su vigésimo primer aniversario, sino durante todos los años de nuestras vidas; su derrumbamiento, gracias a la doble cruzada anticomunista emprendida por Juan Pablo II y Ronald Reagan, y gracias también a la influencia de la perestroika de Gorbachov, a la revolución de “terciopelo” checoslovaca, a las elecciones polacas de junio 89 y a la apertura de la frontera húngara del verano de ese mismo año, constituye un símbolo del hundimiento de un sistema tan perverso y criminal como fue el régimen comunista.
Tuve la fortuna de visitar BERLIN, en 1990 a las pocas semanas del comienzo de la destrucción del muro de la infamia, y no me duelen prendas manifestar que ante las ruinas de lo que representó aquella ignominia, me emocioné intensamente y apenas pude articular una oración por las almas de los caídos que se atrevieron a traspasarlo en esos durísimos años.
El derrumbamiento del Muro es símbolo del inesperado triunfo de quienes protestaban en las calles de Leipzig, Berlín y Dresde, animados por el éxito del movimiento Solidaridad en Polonia, (la mano del papa polaco, Juan Pablo II), por las reformas introducidas en Hungría y por Gorbachov. Este suceso también allanó el camino que llevó a la reunificación de Alemania. Sin el Muro de Berlín como punto de apoyo, la república comunista de Alemania Oriental, R.D.A., se desmoronó y el pueblo, dolorosamente harto del comunismo soviético y sus mentiras, clamaba en multitudinarias manifestaciones callejeras: “Somos un pueblo, somos un pueblo…”.
Han transcurrido veintiún años, el mundo ha cambiado enormemente desde entonces, tanto, que la amenaza para la civilización occidental ya no viene del comunismo de la Unión Soviética felizmente desaparecido del mapa.
Hoy día otras amenazas se ciernen sobre nuestra civilización: el terrorismo islamista, probablemente es la principal.
ESPAÑA, por su posición geoestratégica, por su historia y lo que es todavía mas preocupante, por la indigencia intelectual y (falta de) moral de sus actuales dirigentes es, desdichadamente, uno de los países más expuestos a la nueva barbarie.
(Este es el resumen de un artículo que esta publicado en el blog citado al pié)
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