El cómputo de la pasta
JUAN MANUEL DE PRADA
DIJO Foxá en cierta ocasión que morir por la democracia era como hacerlo por el sistema métrico decimal; pero le faltó añadir que, puestos a elegir entre la democracia y el sistema métrico decimal, los demócratas listos se quedan con el segundo. A fin de cuentas, el sistema métrico decimal les sirve para contar la pasta; pero la democracia, faltándoles la pasta, ¿para qué les sirve? Esta Europa de los mercaderes fundó su fuerza sobre el cómputo de la pasta; pero cuando pones a la gente a contar la pasta, acaba cagándose en todas las patrias, porque la pasta no conoce otra patria que aquella donde puede seguir medrando: «Ubi bene, ibi patria est».
El patriotismo, en las democracias montadas sobre el cómputo de la pasta, acaba siendo una pasión de pobres o --dicho más descarnadamente-- de tontos, lo mismo que el antipatriotismo; pasión que los listos se preocupan de estimular con placebos diversos, mientras ellos siguen contando la pasta. Uno de los placebos más eficaces para estimular esta pasión de tontos es la hazaña deportiva, que provoca inmediatos «subidones de moral». El patriotismo y el antipatriotismo de los tontos acaba de vivir jornadas gloriosas con la final de la Copa del Rey; y se anticipan jornadas orgiásticas con la celebración de la Eurocopa, que verá a los patriotas «vibrando de emoción» con las victorias de «la roja», lo mismo que a los antipatriotas con sus derrotas. Y, mientras los tontos se entretienen con estos «subidones de moral», idóneos para tiempos difíciles, los listos pueden dedicarse más tranquilamente al sistema métrico decimal; esto es, a contar su pasta y a hacerla medrar, cambiándola de patria.
En el primer trimestre del año en curso, se registró una salida de capitales de España de 100.000 millones de euros; y se calcula que, al calor de la debacle de Bankia, podrían haber salido otros 200.000 millones, que sumados a los del primer trimestre representan aproximadamente un tercio de nuestro producto interior bruto. Tamaña desbandada patriótica no podría ni siquiera concebirse sin la muy patriótica cooperación de la banca española --«la mejor del mundo», según el dictamen del listo de Zapatero--, que con inestimable celo ofrece a sus «clientes vip» la posibilidad de transferir su pasta a las oficinas que tienen en el exterior. ¿Recuerdan cómo se celebraba que los bancos españoles abriesen oficinas en el extranjero, o adquiriesen bancos foráneos? Pues ya ven para lo que sirven tales expansiones: para que el dinero de los listos encuentre siempre acomodo donde le conviene, mientras los tontos ven peligrar sus ahorrillos. Pero los duelos con circo son menos; y, a falta de pan, siempre habrá una hazaña deportiva que llevarse a la boca, con el subsiguiente «subidón de moral».
Claro que la «solicitud terrena», que se afana por juntar tesoros en la tierra, acaba enfermando por igual a ricos y pobres. Y puesto que los pobres no pueden aspirar, a diferencia de los «clientes vip», a que su banco les transfiera la pasta al extranjero, sacan sus ahorrillos de la cuenta corriente, temerosos de que se volatilicen: así se explica que los depósitos bancarios hayan descendido en España durante el mes de abril 32.000 millones de euros, que a estas horas estarán durmiendo bajo los colchones, para regocijo de los ladrones de pisos, que este verano, al hilo de las hazañas deportivas, disfrutarán, como todo hijo de vecino, de sus «subidones de moral». A fin de cuentas, ellos también tienen su derecho a participar en las migajas del latrocinio, que es el destino final de las democracias montadas sobre el sistema métrico decimal; esto es, sobre el cómputo de la pasta.
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