La casa en orden
JUAN MANUEL DE PRADA
HAY algo misterioso en la frase que Rajoy empleó ante el Council of Foreign Relations: «Hemos puesto nuestra casa en orden». Ya que su público estaba formado por hipotéticos inversores, hemos de concluir que la frase es de índole propagandística; y que por poner «la casa en orden» debe entenderse que España es un lugar donde invertir sale barato. Y, en efecto, en los últimos años España se ha internado en la senda del abaratamiento de los «costes productivos», que básicamente consiste en suprimir las garantías laborales y en rebajar los sueldos a los trabajadores. Rajoy no debe, sin embargo, arrogarse todo el mérito de esta hazaña, que ya iniciara el ínclito Zapatero, según le reconoció la teutona Merkel, cuando anunció que España había emprendido «el buen camino». En realidad, Rajoy no ha hecho sino avanzar por este camino, consiguiendo que España se convierta, tras sucesivos «ajustes», en un país que, en efecto, empieza a resultar barato para los inversores extranjeros, porque los sueldos son cada vez más exiguos, aunque los precios sean los mismos que en Alemania o Francia (donde los sueldos de los trabajadores son aproximadamente el doble). El descenso constante de los sueldos y el aumento de los precios terminarán conduciéndonos a una situación insostenible, como ocurre siempre que las clases medias son destruidas. A mí España cada vez me recuerda más a la Argentina de la década de los noventa, cuando la paridad peso-dólar (nuestra dependencia del euro es lo más parecido al recurso monetario enloquecido de Médem) convirtió al país austral en una bomba de relojería, con precios exorbitantes y salarios misérrimos.
Claro que, si bien la pronunció ante inversores extranjeros, a Rajoy no podía escapársele que la frasecita sería también interpretada por sus compatriotas. De este modo, la «casa en orden» de la que hablaba Rajoy adquiere contornos todavía más cínicos, salvo que aceptemos que Rajoy se halla en un proceso de perfeccionamiento místico: en este caso, esa «casa en orden» podría equivaler –dicho más prosaicamente– a la «casa sosegada» de San Juan de la Cruz. Pero, fuera de esta lectura mística, la expresión suena en verdad hiriente, ante el aquelarre secesionista catalán, que Rajoy contempla con inefable dontancredismo, resignado a resolverlo del mismo modo que la infausta Segunda República resolvió el aquelarre secesionista de Macià: o sea, con un cambalache en el que, a cambio de una serie de concesiones económicas, Mas deje de patalear durante unos pocos años. Para disimular (y por no perturbar sus arrobos místicos), Rajoy deja que sea Cospedal la que haga los aspavientos ante Mas, como si fuera el ama de llaves a cargo del imaginario orden de la casa. Y Cospedal, la mujer, dice lo primero que se le pasa por la cabeza, después del peine: insiste en la idea conmovedora de que una Cataluña independiente sería expulsada de la Unión Europea (argumento chistoso que obvia que, un minuto después, sería admitida con todos los honores) y remacha que Cataluña merece un Gobierno que se preocupe por los novecientos mil parados que arrastra la región. A esto se le llama mentar la soga en casa del ahorcado. Cospedal, mujer, ¿es que no te das cuenta de que si en una región con novecientos mil parados triunfan estas veleidades separatistas es porque sus habitantes no encuentran razones por las que les vaya a ir mejor integrados en un Estado español en pleno proceso de descomposición y desfondamiento moral?
Menos mal que tenemos «la casa en orden». El día que nos pongamos a desordenarla esto será peor que Troya.
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