Marta Borcha
Madrid- La salud mental está en crisis. El ritmo de vida actual, en el que impera la prisa y la búsqueda del triunfo y la felicidad, lleva a estados de ansiedad que pueden culminar en una depresión, enfermedad que secuestra a casi dos millones de españoles en el zulo de la tristeza, el pesimismo y la tentativa de suicidio.
El aumento del consumo de antidepresivos no cesa. En sólo diez años, según Sanidad, se ha incrementado en un 214%. El sistema nacional de salud recetó en 1995 más de siete millones de envases de antidepresivos a los españoles, cifra que se triplicó en 2005 hasta alcanzar más de 22 millones de cajas y que tuvo un coste de 629.597.577 euros.
La depresión se caracteriza por una combinación de síntomas emocionales, ansiosos y físicos que interfieren en la capacidad de una persona para trabajar, comer, dormir y disfrutar de lo que fueron antes actividades placenteras. La enfermedad afecta a una de cada cinco mujeres y a uno de cada diez hombres y está considerada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) una de las patologías «más incapacitantes», con 340 millones de afectados en el mundo.
Los fármacos para curar la depresión se están convirtiendo en fieles compañeros de muchos españoles, pero ¿significa ello que nos deprimimos más ahora que antes? «El número de casos que aparecen en Centros de Atención Primaria (AP) ha subido, pero eso no representa un aumento de la incidencia», explica Luis Caballero, psiquiatra del hospital Puerta de Hierro.
La opinión del experto la comparte también Cristóbal Gastó, jefe de Psiquiatría del centro asistencia primaria del Clínico de Barcelona, quien sostiene que el incremento de antidepresivos está ligado a la «casi desaparición de tranquilizantes».
Desde los años 80 y principios de los 90, explica el psiquiatra, se disparó en Europa el consumo de ansiolíticos. Sin embargo, a partir de los estudios ingleses sobre la adicción a estas sustancias y la aparición de antidepresivos inhibidores selectivos de la serotonina, como el Prozac, «se produce una sustitución de los ansiolíticos por estos antidepresivos».
El transtorno depresivo es cada vez más frecuente en atención primaria. «Medir los estados de ánimo es difícil porque es subjetivo, pero los estudios señalan que una de cada cinco personas ha tenido o tendrá depresión», señala Javier Garraleta, médico de AP de Logroño.
Para el doctor Garraleta, son varios los motivos que justifican el aumento de la venta de antidepresivos. «Vivimos una época en la que todo se psicologiza o medicaliza. Estamos contribuyendo a hipocondrizar a la sociedad. Los pacientes son cada vez más abúlicos y ante cualquier signo de estrés se traumatizan».
A su juicio, «muchas veces se solucionan los problemas con enfermedades». Junto a ello, aunque el experto asegura que «solamente se diagnostica al 50 por ciento de los pacientes con depresión», también reconoce que se producen muchos «falsos positivos», ya que «el 13 por ciento son diagnósticos erróneos».
A todo ello, como resalta el psiquiatra Luis Caballero, se une la «falta de medios» en el sistema sanitario para tratar la depresión: «La sanidad pública está lejos de tener una situación óptima si la comparamos con la inversión que se presta a otras patologías». En este aspecto, la alternativa a los fármacos, las terapias, siguen sin tener protagonismo.
Las causas que desencadenan una depresión, explica la médico e investigadora de los laboratorios Lilly, Irena Romera, abarcan factores genéticos, hormonales, psicológicos y sociales. «Se trata de una disfunción del sistema de los neurotransmisores, es decir, las áreas reguladas por la serotonina, encargada del estado de ánimo, la regulación del sueño, la memoria y el apetito, y la noradrenalina, que regula la motivación, la atención, el cansancio o la apatía».
La farmacoterapia más utilizada para la depresión, señala Romera, se divide en tres grupos. Los antidepresivos clásicos, «los primeros que salieron y actualmente restringidos a pacientes severos debido a que tienen muchos efectos secundarios».
Los más utilizados. Un segundo grupo de fármacos, «los más utilizados», son los Inhibidores Selectivos de la Recaptación de Serotonina (ISRS), que constituyen la nueva generación de antidepresivos. «Salieron a finales de los años 80 y presentan menos efectos secundarios y, además, son más seguros en caso de sobredosis», explica la médico. Los efectos secundarios que se dan con más frecuencia incluyen problemas sexuales, mareo, dolor de cabeza.
El tercer grupo lo constituyen los antidepresivos duales, los Inhibidores selectivos de la Recaptación de Serotonina y Noradrenalina (IRSN). Actualmente se está comercializando en España la venlafaxina (Vandral-Dobupal) y acaba de salir la duloxetina (Cymbalta y Xeristar), que tiene un efecto positivo sobre el dolor, pero que pueden producir visión borrosa, pesadillas.
La depresión no es una tristeza pasajera o una situación a la que se pueda hacer frente tan sólo con fuerza de voluntad. Muchos, los que la viven, lo saben. Milagros R., de 60 años, es una de ellas. Toma antidepresivos desde que murió su esposo. «Cuando falleció, me encerré en casa. Me pasaba el día llorando y dormía 14 horas, algo que nunca me había pasado. Mis hijos no podían ayudarme», relata esta mujer. Después de semanas reclutada en su hogar, Milagros consultó a su médico, quien le remitió al especialista: «El psiquiatra me dijo que tenía una melancolía muy acentuada que había que atajar para prevenir una depresión y me recetó fluoxetina». A las tres semanas, cuando el fármaco le hizo efecto, empezó a notar un cambio importante: «Fue mágico, empecé a notar una sensación de bienestar y volvieron las ganas por vivir.
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