Quevedo envió un documento al Rey en que intentaba alertar del peligro que conllevaban los judíos (y el Conde Duque de Olivares). Esta obra de la que había referencias y se creía perdida ha aparecido.
En aquellos tiempos "oscuros" de la Edad Moderna, cuando España era un Imperio (pero empezaba a dejar de serlo ante el ataque de sus enemigos, principalmente los internos) el genial Quevedo levanta su obra para acusar a los judíos. Ayer como hoy, la libertad de expresión le costó 6 años de reclusión en León (San Marcos).
El hallazgo de un inédito manuscrito nos permite leer un texto que se daba por perdido desde el siglo XVII, es importante por lo que se refiere a la comprensión del talante ideológico y de la actitud política de Quevedo.
Estamos ante un exponente del antisemitismo de Quevedo, cuestión sobradamente relevante en sí misma. El título completo que encabeza el manuscrito lo manifiesta sin rebozo.
La Execración contra los judíos no consiste en puridad en un tratado doctrinal o religioso. Es más bien un texto de circunstancias en el sentido más estricto del término. Esto es, una obra surgida al calor inmediato de unos acontecimientos, que el propio epígrafe del texto señala, y dirigida personalmente al rey Felipe IV, el cual se convierte en destinatario interno de todo el escrito, aunque no haya seguridad de que llegara a sus manos.
Concebida en forma de memorial, la Execración propone al rey la adopción de un conjunto de medidas específicas: fundamentalmente, se requiere del monarca la ruptura de los asientos y contratos financieros de la Corona con los hombres de negocios judíos y una nueva expulsión, aun más radical que la primera, de todos los hebreos.
Y de modo implícito el escrito significa, más allá de las reclamaciones concretas, un ataque en toda regla a la política y a la persona del valido, el conde-duque de Olivares.
Sin duda sorprenden las soluciones propugnadas por Quevedo ante lo que evidentemente percibía como una situación crítica en extremo para la Corona española, y que no dudaba en atribuir a UNA CONJURA JUDAICA AMPARADA POR LA SIMPATÍA, O INCLUSO CONNIVENCIA, DE LAS MÁS ALTAS INSTANCIAS DEL ESTADO.
Tesis que reiterará muy poco después en La isla de los monopantos, aunque entonces en un contexto satírico y burlesco que quizá disfrace la extremosidad de la discrepancia y de la perspectiva política e ideológica concreta del autor.
El resultado será la prisión de San Marcos en León seis años más tarde.
La Execración constituye un memorial ajeno a cualquier concesión y que no excluía aún el riesgo personal para el escritor empeñado en la denuncia ante el mismísimo monarca, con quien usa un tono ciertamente audaz, de las maneras y el fondo del gobierno de su ministro.
El pretexto para la redacción del escrito, y que le da su título, lo encuentra Quevedo en la aparición en Madrid de unos carteles en lengua portuguesa vindicativos de la religión hebrea. Un suceso no tan banal como pudiéramos pensar. Al menos si juzgamos por las reacciones que se sucedieron de inmediato.
Según una relación contemporánea, los hechos se desarrollaron de la siguiente manera. En el amanecer del sábado 2 de julio de 1633 aparecieron fijados en distintos lugares del centro de Madrid -entre otros, la plazuela de la Villa, la Puerta de Guadalajara y la iglesia de San Miguel- unos pasquines que proclamaban: Viva la ley de Moisés y muera la de Cristo, además de «otras cosas a este tono».
El escándalo fue grave. Prueba de ello es que las indagaciones para descubrir a los autores de los carteles empezaron de inmediato. Y al día siguiente la religión de San Francisco y los miembros de la Orden Tercera organizaron una solemne procesión de desagravio que partió del convento situado en la calle de la Reina. Ese mismo 3 de julio, se hicieron públicos, en las iglesias y conventos de la corte, edictos de excomunión contra todos aquellos con alguna implicación en el caso. Y por la tarde, la Inquisición ofreció públicamente una recompensa .
Esta respuesta hace patentes las graves implicaciones de lo que pudiera parecer una simple anécdota. En primer lugar señala a los más evidentes sospechosos de la colocación de los cedulones: los judíos de origen portugués, cuya presencia en la corte se había hecho, sobre todo desde 1627, particularmente ostensible. Pone de manifiesto además «la mucha calidad» de algunos de estos portugueses y su protagonismo en la vida económica, frente a otros de peor condición y reos de sospecha.
Tampoco utiliza ambages para subrayar la animadversión popular que contra ellos, en general, existía y aun el peligro de tumultos en caso de que la acusación fuese indiscriminada, insinuando, de otro lado, la posibilidad de que el suceso fuese el resultado de una maquinación en su contra. En consecuencia, y sin disimular la gravedad de la cuestión ni ocultar su disgusto por la afluencia incontrolada de marranos, se inclina el Consejo por la prudencia y la discreción en la averiguación de los autores, buscando evitar la incriminación generalizada de los judíos portugueses y solicitando incluso la colaboración de aquellos que más podrían salir perjudicados con el escándalo.
Lo cierto es que el escrito del Consejo deja entrever la presencia de algunos condicionamientos que no contribuían a minimizar la presencia de los cedulones y que ayudan a explicarse el porqué de las reacciones desaforadas a que estos papeles dieron lugar, además del temor del Consejo a consecuencias aun más graves.
Uno de los primeros gestos ante el descubrimiento de los carteles fue la organización, al día siguiente, de una procesión que recorrió solemnemente las calles de Madrid y hay un dato de sumo interés para comprender el clima emocional: la marcha procesional se encaminó «al lugar, para venerarle, adonde subcedió aquel sacrilegio del Santo Cristo que aquellos hebreos hicieron con su imagen que les habló y virtió sangre» . El destino era un solar de la calle de las Infantas, anteriormente ocupado por una casa que había sido derruida en medio de la exaltación popular hacía apenas un año.
Allí, según el testimonio de un niño de unos diez años, hijo de uno de los humildes portugueses que vivían en la casa y entonces ya encarcelados por judaizar, se habían cometido unos actos sacrílegos que conmovieron, en su momento, extraordinariamente a la corte: estos hebreos portugueses -aseguraba el pequeño- habían azotado y pasado por las llamas un cristo, el cual, ante la ofensa, sangró y llegó a preguntarles: «Por qué me maltratáis».
El episodio del Cristo de la Paciencia -así llamado desde entonces- había tenido lugar en 1629, y el proceso se prolongó durante los dos años siguientes. La culminación de todo ello fue un espectacular auto de fe, uno de los mayores de que se tiene noticia, desarrollado con todo boato en la Plaza Mayor el 4 de julio de 1632. Asistieron Felipe IV, Olivares, numerosos grandes y miembros de Consejos, además de una multitud expectante. Seis de los judaizantes relacionados con el Cristo de la Paciencia serían inmediatamente entregados al brazo secular.
¿Podemos interpretar estos hechos como una demostración de fuerza por parte de la Inquisición ante la presencia, cada vez más enojosa popularmente, de numerosos portugueses judaizantes en la corte?.
En palabras de Yosef H. Yerushalmi [1989:74], se había transformado «un caso ordinario de judaizantes en una escandalosa cause célebre» (Para un relato minucioso de todos estos acontecimientos: J. Caro Baroja [1978, II:445-447] y, sobre todo, Y.H. Yerushalmi [1989:66-75])
Dos días después del auto, la casa de la calle de las Infantas fue derribada por disposición inquisitorial con el apoyo de una muchedumbre enardecida. Por no hablar del gran número de relaciones y composiciones poéticas elaboradas a raíz del auto de fe.
Quevedo se muestra en el memorial como un defensor del providencialismo que fecundó toda la política imperial de los Austrias. QUEVEDO AÑORA LA DEFENSA DE LA FE DE LOS REYES CATÓLICOS, DE CARLOS V, DE FELIPE II, QUE PRODUJO TANTOS ÉXITOS A LA CORONA DE ESPAÑA. Es un hombre del antiguo régimen que no acepta la nueva forma de pensar. Un defensor de la política imperial propugnada por su primer valedor el duque de Osuna o por su amigo reciente el duque de Medinaceli.
La presencia de judíos que financian la desastrosa política del valido no es más que un epítome de la nueva situación en el que la ideología providencialista era la idea básica de buena parte de la alta nobleza y del mismo pueblo acostumbrado al poder del imperio español, en un Madrid en el que se denunciaban espectaculares sacrilegios como el de Benito Ferrer, el Cristo de la Paciencia o los carteles sacrílegos vindicando la ley mosaica.
EXECRACIÓN POR LA FE CATÓLICA CONTRA LA BLASFEMA OBSTINACIÓN DE LOS JUDÍOS QUE HABLAN PORTUGUÉS Y EN MADRID FIJARON LOS CARTELES SACRÍLEGOS Y HERÉTICOS, ACONSEJANDO EL REMEDIO QUE ATAJE LO QUE, SUCEDIDO, EN ESTE MUNDO CON TODOS LOS TORMENTOS AÚN NO SE PUEDE EMPEZAR A CASTIGAR
Escríbela don Francisco de Quevedo Villegas, Caballero de la Orden de Santiago y Secretario de su Majestad
A la Majestad Católica del Rey Nuestro Señor Don Felipe IV deste nombre
Deus, iudicium [a] tuum regi da, et iustitiam tuam filio regis. (Salmos 71, 2 ('Otorga, ¡oh Dios!, al rey tu juicio, y tu justicia al hijo del rey') Tanto esta referencia al salmo como la última del memorial figuran al margen en el manuscrito. )
Señor:
Si el sentimiento pudiera ser consuelo al horror de que toda España está poseída en este sacrilegio, al que V. M. ha mostrado, lleno de religión y celo católico, se debiera este remedio. Mas las circunstancias de tal delito a Vuestros buenos vasallos niegan el consuelo en Vuestro dolor, y a Vos, Señor, el que tuviérades en consolar su dolor con el Vuestro. Yo, como Job, «hablaré en la amargura de mi alma» por ser fiel, y nada callaré por ser leal, pretendiendo no ser reo a entrambas majestades: a la eterna, como su criatura; a la Vuestra, como Vuestro criado que reverencia el juramento que al servicio de V. M. ha hecho.
De dos maneras ha castigado Dios Nuestro Señor siempre y de entrambas nos castiga: la una es castigar los pecados; la otra, castigar con los pecados. No sé si acierto en temer la postrera por mayor, pues cuanto es peor el pecado que el castigo, tanto es peor castigo el pecado.
Castiga Dios nuestras culpas con permitir que nuestros regocijos sean nuestras lágrimas; lo que se vio en dos fiestas de toros en la Plaza, adonde, en la primera, quemándose de noche hasta los cimientos una acera, no pereció nadie, y la segunda, no cayéndose nada ni ardiéndose una madera, murieron miserablemente tantas personas.
Castiga Dios con permitir en Cádiz que nuestros puertos sean cosarios de nuestras mercancías y las anclas de nuestros navíos sus huracanes (cosarios: 'corsarios'. De los numerosos naufragios sucedidos en la bahía de Cádiz, Quevedo, sin duda, hace referencia al acaecido el 6 de mayo de 1633, que afectó a la flota de Tierra Firme.).
Da a los rebeldes las plazas en Flandes. Da la flota, sin resistencia nuestra ni gasto de pólvora, a los herejes.
Entrégales en el Brasil los lugares y puertos y las islas.
Ábreles paso a Italia (Se refiere Quevedo a los progresos franceses, en detrimento del dominio español, en el norte de Italia que tuvieron por marco la llamada guerra de Mantua. Por el tratado de Susa (1629), obtiene Francia el derecho de paso de sus tropas por el Monferrato, y por la paz de Cherasco (1631), que puso fin a la guerra, retiene la fortaleza de Pinerolo, su primer baluarte permanente en suelo italiano).
Dales victorias en Alemania y socorros (Los suecos se apoderaron durante los años 1631 y 1632 de numerosas plazas en Alemania, entre ellas Maguncia, Oppenheim y Frankfurt, Como resultado, Flandes va a quedar cercado por los enemigos de España. Además, las fuerzas de Gustavo Adolfo de Suecia pasaron a ser las principales beneficiarias de los financieros ju días locales, con frecuencia mediante exacciones forzosas. Véase J.I. Israel [1992:120]).
Castigos son de Su mano, satisfaciones son de Su ira grandes y dolorosas.
Mas permitir que en la corte de V. M. azoten y quemen un crucifijo, que repetidamente fijen en los lugares públicos y sagrados carteles contra Su Ley sacrosanta y solamente verdadera (además de los carteles fijados en las calles de Madrid, anteriormente, el 27 de noviembre de 1625, había aparecido en Sevilla, en la iglesia de San Isidoro, un papel con la siguiente leyenda: Viva Moisés y su ley. que lo demás es locura. La noche siguiente fue apresado, tras colocar otro pasquín, el mulato Domingo Vicente, quien sería condenado a cuatro años de galeras y cárcel perpetua en un auto de fe celebrado en el convento de San
Pablo el Real el último día de febrero de 1627. Recogen la noticia ].M. Montero de Espinosa [1849:91-92], M. Méndez Bejarano [1922:185] y ]. Blázquez Miguel [1988:206-207]), esto es castigar con los pecados. Y pecados tales, que en esta vida no pueden tener proporcionado castigo.
Señor, el vernos castigados de la mano de Dios no debe afligimos, sino enmendamos, porque su azote más tiene, por su bondad, de advertencia que de pena. Así lo enseña el grande doctor y padre San Agustín: «Qui gaudet miraculis beneficiorum gaudeat etiam in terroribus ultionum, nam et blanditur, et minatur, si non blandiretur nulla esset exhortatio, si non minaretur nulla esset correctio» ('Quien se alegra con los milagros de los beneficios alégrese en los espantos de las venganzas, porque halaga y amenaza. Si no halagara, no hubiera alguna exhortación; si no amenazara, no hubiera alguna corrección’)
Todas nuestras calamidades referidas las hallo una por una contadas en Nahum profeta con la causa dellas (cap. 3): « Vox flagelli, et vox impetus rote, … maleficiis suis» ('La voz del azote, la voz del ímpetu de la rueda, la del caballo que gime, la del caballero que sube, la de la espada que reluce, la de la lanza que fulmina, la de la multitud muerta y de la ruina grande; no tienen los cadáveres fin y se precipitarán en sus cuerpos por la multitud de las fornicaciones de la ramera hermosa y favorecida, y que tiene hechizos, que vende las gentes en sus fornicaciones y las familias en sus hechicerías').
Podrán otros hallar estas señas de la ramera, por la hermosura, valimiento y hechizos, bien parecidas a otra cosa. Empero, yo reconozco ser esta ramera la nación hebrea con la autoridad de Isaías (cap. r): «Quomodo facta est meretrix [e] Civitas fidelis, plena iudicii? » (¿Cómo se ha vuelto ramera la ciudad fiel llena de juicio?) (Isaías 1, 21 ).
Por ella, Señor, y por sus prevaricaciones, temo que hemos oído en Italia, Flandes y Alemania todas las voces referidas, pues nos han gritado el azote, la rueda, el caballo, el caballero, la espada, la lanza y la multitud de difuntos, pronunciando horror con los cadáveres y escribiendo de espanto con guesos sangrientos las campañas.
¡Oh, Señor, a cuán hondos retiramientos de la alma baja la consideración el sentimiento! No dudo que la mano sacrílega que escribió los carteles y la lengua precita que los dictaba padecerán ('réproba, maldita').
David lo asegura en el salmo 51: «Quid gloriaris in malitia, qui potens es [f] in iniquitate?" ('¿Por qué te glorificas en malicia, tú, poderoso en la maldad?') (Salmos 51, 3 ). Por todo el salmo y singularmente en el verso «Dilexisti omnia verba ... de terra viventium» ('Amaste, lengua maldita, todas las palabras de precipitación. Por lo cual Dios te destruirá en el fin, y te arrancará y te arrojará de tu tabernáculo y tu raíz de la tierra de los que viven’).
Mas, Señor, ¿quién nos dará satisfación de que en Vuestra corte haya habido piedras que consintiesen tales carteles, cuando sabemos que las piedras, en esto, han mudado naturaleza por nuestros pecados?
Pues cuando vieron otro cartel sobre la cruz de Cristo, se quebraron las de Hierusalem, y, con éstos, no hicieron movimiento las de Madrid.
Rasgaron sus claustros los montes y fueles fácil desabrochar la trabazón de cerros, y no se hendieron las puertas y las paredes donde los pegaron. Gimió con los truenos el cielo, tronó con las borrascas el mar, y faltó voz a las esquinas. Los muertos salieron de las sepolturas cuando la propia nación condenó a Cristo, y hoy los vivos parecen muertos y sepulcros las casas. Halló el sol, en medio del día, noche con que taparse la cara por no ver las afrentas de Cristo, y en esta ocasión faltaron nubes que le enlutasen la luz porque faltase día para leer blasfemias tan descomu1gadas. ¡Quién dejará de confesar que esta nota desconsuela el tiempo y el lugar!
Quédese aquí la ponderación, pues, para el castigo y el remedio, V. M. es el solamente todo católico monarca, grande por las virtudes, piedad y religión, sumo por el poderío y fuerzas. Amparáis el Santo Tribunal de la Inquisición, mano derecha y sagrada de Vuestra justicia, más precioso rayo de Vuestra corona, fortaleza inexpugnable de Vuestros reinos, tutela soberana de Vuestros vasallos. Pasemos al remedio por el conocimiento de la causa infernal de tan sacrílegos y abominables efectos.
Serenísimo, muy alto y muy poderoso Señor, preceda en Vuestros oídos esta advertencia a mi discurso, que de la benignidad de V. M. espero la dará paso desembarazado a Su real corazón, de quien confío que, pues está en la mano de Dios, será asistido mi celo y acogida mi verdad.
Los gloriosos antecesores de V. M. expelieron de todos sus reinos la nación pérfida hebrea cuando se coronaban en pocos y pobres retazos de España, recobrados a la inundación de los moros por el valor de las reliquias cristianas que, de aquella universal ruina, quedaron parte despreciadas, parte defendidas, por la espada de Santiago, su único patrón. Y me persuado con grandes fundamentos que, por aquella expulsión, estendió Jesucristo Nuestro Señor el cerco de su corona sobre todo el camino del sol, no sólo borrando las de los moros, sino incluyendo en ella las coronas de otros reyes católicos, como se ve en las de Aragón, Portugal, Nápoles y Sicilia. Mucho debe V. M. a la misericordia de Dios, que ha juntado tan distantes orbes para ceñir en majestad incomparable Su cabello, dejando fuera de Su obediencia los que castiga. Y cuando el sol, en cuanto camina con las horas, no da paso donde Vos no dominéis, la noche en el mundo opuesto no mira con el desvelo de las estrellas mar ni tierra que no sea Vuestro.
Las causas que obligaron a los progenitores de V. M. a limpiar de tan mala generación estos reinos se leen en todos los libros que doctísimamente escribieron varones grandes en defensa de los estatutos, iglesias y colegios y órdenes militares (Se refiere Quevedo a los numerosos y militantes escritos en favor de la implantación de los estatutos de limpieza de sangre, destinados a regular la admisión en diversas instituciones (colegios mayores, cabildos, etc.). El punto de partida, según Sicroff, parece estar en la llamada Sentencia-Estatuto toledana (1449) -pero véase E. Asensio [1976:169] auspiciada por Pedro Sarmiento en el contexto de un famoso tumulto antijudío (véase la nota 69), y que sería desautorizada por el papa Nicolás V. Alcanzaría la polémica una especial virulencia con motivo del estatuto de la Catedral de Toledo, promovido un siglo más tarde por el arzobispo Martínez Silíceo. Véanse A. Domínguez Ortiz [1955: 53-79; 1992:137ss.], A. Sicroff [1985] ).
No las callan las historias propias y estranjeras. Vulgar es, y de pocos ignorado, el papel que declara la causa de la postrera expulsión; y con él anda el consejo que los malos judíos, príncipes de la sinagoga de Constantinopla, dieron a los que les avisaron desde España del destierro y castigos que padecían. Consejo tan habitado de veneno que inficiona leerle y molesta ver con cuánta maña le supieron ejecutar. Pónele a la letra en español el doctor Ignacio del Villar Maldonado, doctísimo jurisconsulto, en su libro impreso cuyo título es Silva responsorum [g] iuris, libro 1, en la duodécima responsión (párrafo 51) (Se refiere a la obra de este jurista y abogado en Alcaraz titulada Silva responsorum iuris, in duos libros divisa, quorum quilibet indicem continet, ubi multae questiones ad Regni legum explanationem utilissimae ponatur (Luis Sánchez, Madrid, 1614). Se trata de una obra compilatoria de dictámenes forenses; y a propósito de uno de ellos (el duodécimo del libro primero: fols. 120r-135r), acerca de si el fisco debe alimentar a los conversos («hipocriter conversis») e hijos de herejes, reunió -por excepción, en castellano- diversas noticias sobre el talante sedicioso y audaz de los judíos, muy divulgadas en su mayor parte. Entre ellas las que aquí recoge Quevedo a continuación. Véase J. Caro Baroja [1978, II:432433 y III:331 -332] El fragmento que se cita inmediatamente corresponde a una carta del archisinagogo de Constantinopla, cuya noticia hace remontar Villar Maldonado a don Juan Martínez Silíceo, arzobispo de Toledo. Esta correspondencia circuló manuscrita en la época y pasó a ser lugar común en los escritos antijudíos de aquellos años. Sobre ella: A. de Castro y Rossi [1847: 137- 142], I. Loeb [1887], A. Sicroff [1985:148]. Quizá merezca ser destacado el relieve que alcanza en el Discurso de Gavilán Vela; consúltese J. Riandiere La Roche [1982:6on]. ).
Referiré a V. M. una cláusula dél: “Y pues decís que los dichos cristianos os quitan vuestras haciendas, haced vuestros hijos abogados y mercaderes, y quitarles han ellos a los suyos sus haciendas. Y pues decís que os quitan las vidas, haced vuestros hijos médicos y cirujanos y boticarios, y quitarles han ellos a sus hijos y descendientes las suyas.
Y pues decís que los dichos cristianos os han violado y profanado vuestras ceremonias y sinagogas, haced vuestros hijos clérigos, los cuales con facilidad podrán violar sus templos y profanar sus sacramentos y sacrificios».
Yo, Señor, no estoy tan cierto de que les diesen este consejo los judíos de Constantinopla a los de España, como de que los judíos de España le han ejecutado. Si se toma la disposición a la salud y a las vidas, más vidas nos cuestan sus medicinas y sus recetas que las batallas. Un médico fue causa de la postrera expulsión. Era judío y traía en lo hueco de una poma de oro un retrato suyo pisando con los pies la cara de un crucifijo. Y en el propio libro y párrafo citado, cuenta el doctor Ignacio del Villar Maldonado de otro médico judío que se le averiguó haber muerto más de trecientas personas con medicinas adulteradas y venenosas, y que, todas las veces que entraba en su casa cuando volvió de asasinar los enfermos, le decía su mujer, que era como él judía: «Bien venga el vengador»; a que el judío médico respondía, alzando el puño cerrado del brazo derecho : «Venga y vengará» (Como las anteriores, se trata de un relato muy difundido a partir de la controversia en torno al Estatuto de Toledo de mediados del siglo XVI. Véase A. Sicroff [1985:147]. La recoge Ignacio Villar Maldonado, fol. 133r, de donde la toma Quevedo. También aparece, con más pormenores, en fray Diego Gavilán Vela (Discurso, 73). ).
Y destas historias de médicos judíos que han vendido por dinero la peste a los cristianos, están llenos los libros y las historias y los autos de Inquisición. Y hoy, Señor, en Madrid son muchos los médicos y oficiales de botica los que hay portugues desta maldita y nefanda nación (Más allá del tópico y de la tradición histórica en este sentido, es patente la elevada presencia de judíos, muchos de ellos portugueses, entre la profesión médica en las primeras décadas del siglo XVII. Véanse J. Blázquez Miguel [1988:142ss.] y Y.H. Yerushalmi [1989:50 y notas]) ; y son infinitos los que andan peleando, con achaque de curar, por todos los reinos, y cada día el Santo Oficio los lleva de las mulas al brasero.
Juan Baptista de San Nasario, que se llama Ripa, in suo tractatu iuridico de Peste, folio 76, In electione medicorum, dice estas afectuosas palabras: «Ego autem alloquor Auenionienses, qui se suosque liberas in infirmitatibus committunt [h] Iudeis perfidis et Christianorum ini micis, nam si Christum persecuti sunt, credendum est quod nos quoque [i] persequentur, alias si contrarium creditis, eritis illis, similes qui Christum mendosum et prophetam [j] asseverant. Ego autem Christianus sum, et agnosco veritatem Christi dicentis. "Si me persecuti sunt, et vos persequentur" (Juan 15, 20. ). Mortem profecto appetit qui a Iudeos [k] sanitatem exquirit, quia sine auxilio Christi se sanum fieri putat» (cap. qui sine XVII [l] Quest. II)(Así « advierto yo a los Avenionenses que confían en la enfermedad a sí mismos y a sus hijos a los pérfidos judíos y a los enemigos de los cristianos, pues, si persiguieron a Cristo, ha de creerse que también a nosotros nos perseguirán; si pensáis lo contrario, seréis para aquéllos semejantes a los que llaman a Cristo mendaz y profeta. Yo, por contra, soy cristiano y reconozco la verdad de Cristo al decir: "Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán". Además, pide la muerte el que busca la curación en los judíos, porque considera que puede sanarse sin ayuda de Cristo»). Ioannis Franciscus a Ripa (t 1534), Tractatus de Peste, fols. 97v-98r. ).
Contra sí oye las palabras de Jesucristo cualquiera cristiano que de los judíos promete otra cosa que muerte y persecución. Pues si declaran las haciendas particulares y públicas, bien verificado lloran aquel endemoniado consejo, siendo verdad que no hay cosa que se venda o se compre, por menudo ni por junto, vil ni preciosa, desde el hilo hasta el diamante, que no esté en su poder, ni estanco (monopolio, ‘exclusividad en el comercio y venta de determinados productos' ), ni arrendamiento, ni administración que no posean. Y con haber arribado a ser asentistas han avecindado su venganza a más de lo que pudieron maquinar los detestables rabíes de Constantinopla. En la parte de hacerse abogados no hablo, porque no es menester; ni en la de hacerse sacerdotes, porque no puedo. Por demás es decir lo que se ve y enseñar uno lo que todos cuentan. Todo esto debieron de reconocer y prevenir los señores reyes de felice recordación, las leyes, los establecimientos y los sagrados cánones que, para todas estas cosas (fuera de la mercancía), mandaron precediese información de limpieza.
Tal es aquella nación que los príncipes no tuvieron por salud entera desterrarlos. Antes, por todo lo dicho, reconocieron el peligro y el contagio en pequeña participación de sus venas. El vaho de su vecindad inficiona, su sombra atosiga. Una gota de sangre que de los judíos se deriva seduce a motines contra la de Jesucristo toda la de un cuerpo en la demás calificado. No la olvidan las tardanzas del tiempo de su mala calidad. Siempre empeora la buena sangre con que se junta y por eso la busca. Nunca se mejora con la buena en que se mezcla y por eso no la teme. Y es, Señor, caso admirable y maravilla grande que premiase Dios Nuestro Señor la expulsión postrera de los abominables judíos y el establecer contra su perfidia' el Tribunal del Santo Oficio con dar a los Reyes Católicos tanto mundo, que ignorancia tan antigua guardó hasta sus días para que fuese recompensa de acción tan colmada de gloria y, juntamente, señal de lo mucho que se agradó la majestad divina de tan santa determinación. Cargue V. M. la consideración sobre el cuidado que en esto tuvo el verdadero Dios nuestro, pues, yendo Colón primero a rogar con el nuevo mundo al rey de Portugal, no se le concedió, y le llevó al rey don Fernando porque le gozase quien desterraba los judíos y le perdiese quien los acogió (La misma relación entre la expulsión de los judíos y el descubrimiento americano defendía Adam de la Parra en su Pro cautione (1630). Véase A. Domínguez Ortiz [1951:109]. ).
Debo poner a V. M. en consideración que nuestros acontecimientos se miran de oposición con aquellos sucesos, si, después que los judíos en España se han introducido en el mayor comercio con honra y autoridad y pretendido con escritos impresos relajación de gravámenes y alguna eceptión en materia de vender bienes y poder ausentarse y que se determine fin a su afrenta (En Pro cautione, Adam de la Parra denunciaba también que algunos comerciantes conversos gozaban de ciertos privilegios para fletar naves a América sin atenerse a las formalidades requeridas generalmente (A. Domínguez Ortiz 1951: 109). Piénsese por ejemplo en la facilidad con que obtenían la 'naturaleza de Indias'. Véase la nota 37 de la introducción. ), experimentamos pérdidas de plazas y de gente y de flotas. Y no es ajeno de razón achacar esto a los judíos que tenemos, pues lo tenemos en premio de los que echamos.
Digna cosa es del reparo de V.M. las grandes y milagrosas plagas que Dios, siendo los judíos su pueblo, invitó sobre Faraón, porque los detenía y no los dejaba ir, y las que invía, que no son menores que aquéllas, hoy que son pueblo contra Él, sobre los que los tienen y no los echan. Ésta, Señor, es gente que produce plagas si los tienen y si no los arrojan. No será hoy menos condenada la dureza de quien no los echare que lo fue la del que no los dejó ir. ¿Qué se puede esperar de los que crucificaron al que esperan y de los que, crucificado, le queman y de los que, quemado, condenan a muerte Su Sacra Santa Ley con editas abominables?
Yo me prometo de la justicia de V. M. que, recordado de los ultrajes hechos en su tiempo tan atroces al Santísimo Sacramento por dos herejes en Su corte, de los primeros carteles que, con la nota destos segundos, se fijaron en Sevilla cuando el inglés acometió a Cádiz no sólo mandará que, con todo rigor, se observen los estatutos -que esto yo creo se ha hecho y hace-, sino que, creciéndolos, pasará a que Sus órdenes, con perpetua transmigración, arrojen de todos Sus reinos esta cizaña descomulgada. Y porque a este remedio puede parecer estorbo en las ocurrencias presentes el ser desta detestable (ocurrencia: 'situación de falta de liquidez, quiebra'), pérfida, endurecida y maldita nación los más de los asentistas, digo que tuviera por más seguro el desamparo ultimado de todos que el socorro destos.
Señor, mirando a Vuestras grandes y admirables virtudes, me atrevo a deciros aquellas palabras del salmo, decentes por ser de rey para rey, graves y misteriosas por ser de rey profeta y santo. Como puedo os las apropio: «Quia dilexisti iustitiam, et odisti iniquitatem; propterea unxit [m] te Deus tuus oleo [n] letitie pre consortibus tuis» ('Porque amaste la justicia y aborreciste la maldad, por eso te ungió tu Dios con olio de alegría entre tus consortes') (Salmos 44, 8.).
De que se colige literalmente que, como hay olio de alegría para ungir al rey que, como V. M., ama la justicia y aborrece la maldad (como lo muestra el quia causal), que también habrá olio de tristeza para ungir al rey que amare la maldad y aborreciere la justicia. Y como yo conozco la grande religión de Vuestro ánimo y la benignidad esclarecida de Vuestro corazón, quiero informar a V. M. de la naturaleza precipitada (precipitada: 'inicua, rastrera' ) del natural dañado e injurioso desta abatida («se toma también por ruin, y de viles y bajos pensamientos» ) y vilísima nación hebrea.
Y porque no padezcan ecepción mis palabras, todas serán, en la primera prueba, textos sagrados. En el libro 5 de las Decreta les, de iudeis sarracenis (título VI, cap. VIII): «Ad hec omnibus Christianis, qui sunt in iurisdictione vestra [ñ] penitus interdicatis, et si neccesse fuerit, districtione ecclesiastica compellatis eosdem, ne Iudeorum seruitio se assidue, pro aliqua mercede exponant: quod etiam obstetricibus et nutricibus eorum, prohibere curetis [o] ne infantes Iudeorum, in eorundem[p] domibus nutrire presumant: Quoniam [q] Iudeorum mores et nostri, in nullo concordant, et ipsi de facili ob continuam conversationem et assiduam familiaritatem ad suam superstitionem et perfidiam simplicium
animos inclinarent». Manda este decreto que se prohíba a los cristianos servir a los judíos y a las amas cristianas que no críen a sus hijos, y da la razón: porque las costumbres de los judíos en nada concuerdan con las nuestras, y con el trato y conversación, dice el Santo Pontífice, les es fácil a ellos seducirlos a su perfidia y bestial superstición.
Repare V. M. en que no se pueden atribuir a otra cosa los daños y escándalos que suceden sino a la licencia con que se deroga este decreto, y más, Señor, leyendo en el propio título, capítulo XIII, estas tan sanctas como temerosas palabras: «Et si Iudeos (quos propria culpa submisit perpetue seruituti) pietas Christian a receptet, et sustineat cohabitationem illorum: ingrati tamen nobis esse non debent, ut reddant christianis pro gratia [r] contumeliam, et de familiaritate contemptum: qui tanquam misericorditer in nostram familiaritatem admissi, nobis illam retributionem impendunt, quam (iuxta vulgare proverbium) mus in pera, serpens in gremio, et ignis in sinu suis consueverunt hospitibus exhibere» (Decretales, 977 ).
Señor, este capítulo, para guiar las determinaciones de V. M., se lee escrito con tantos nortes como letras. Dice que los judíos, por su propia culpa, están sujetos a perpetua esclavitud. Luego, excluidos están por sus maldades no sólo de tener puestos y mandar, sino de tener libertad y dejar de ser esclavos. Y como si con el Santo Pontífice se consultara el advirtirlos por asentistas, dice que no se ha de comunicar ni tratar con ellos, porque los judíos dan el pago que da el ratón al que le lleva en las alforjas y la serpiente al que la abriga en el regazo y el fuego al que le hospeda en el seno.
Vea V. M.: si el mantenimiento que les fiamos le roen, si el regazo en que los abrigamos le envenenan, si el seno donde los recogemos ' le abrasan, ratones son, Señor, enemigos de la luz, amigos de las tinieblas, inmundos, hidiondos, asquerosos, subterráneos. Lo que les fían roen y lo que les sobra inficionan. Sus uñas despedazan la tierra en calabozos y agujeros, sus dientes tienen por alimento todas las cosas, o para comerlas o para destruirlas. Desvelados en el sueño y descuido de los que los padecen temerosos, y fecundos de fertilidad tan nociva, que la casa donde están la minan de suerte que no puede vivir en ella quien se contenta con cerrar los agujeros u espantarlos, y sólo puede habitarla quien, o se muda della, o los mata. Sierpes son, Señor, que caminan sin pies, que vuelan sin alas, resbaladizos, que disimulan su estatura anudándola, que se vibran flecha y arco con su lengua en los círculos sinuosos de su cuerpo, que se encogen para alargarse, que pagan en veneno desentomecido el abrigo que se les da. Fuego son que paga la vecindad en incendios y la acogida en ceniza, que de pequeña centella crecen en hoguera, que tratados queman y vistos deslumbran, consentidos consumen y apagados ahúman y siempre con inquietud se dan priesa a consumir lo que los alimenta.
Soberana, Sacra, Católica y Real Majestad, no dudo que con este advertimiento de los sagrados cánones, mandaréis echar el ratón de Vuestro alimento y la sierpe de Vuestro regazo y el fuego de Vuestro seno. Y porque veais que desta comparación con los judíos quedan afrentados y quejosos el fuego, la sierpe y los ratones, oíd las palabras con el que el pontífice acabe este capítulo 13: «Accepimus autem, quod Iudei faciunt Christianas filiorum suorum nutriles, et (quod non tantum dicere, sed etiam nefandum est cogitare) cum in die Resurectionis [s] Dominice illas [t] recipere corpus et sanguinem Iesu Christi contingit, per triduum antequam eos lactent, iac effundere faciunt in latrinam, alia insuper contra fidem catholicam detestabilia et inaudita committunt, propter quae [u] fidelibus est verendum, ne divinam indignationem incurrant: cum eos perpetrare patiuntur indigne, que fidei nostre confusionem inducunt» ('Ha venido a nuestra noticia que los judíos dan amas cristianas que les críen a sus hijos y -lo que no sólo decido sino imaginado es nefando-, como acontezca que el día de la Resurrección del Señor reciban el cuerpo y la sangre de Jesucristo, por tres días después que comulgaron las hacen derramar la leche en una necesaria y cometen otras maldades contra la fe católica detestables- y inauditas por lo cual los fieles deben temer no incurran en la divina indignación, pues indignamente los permiten cometer delitos que inducen confusión a nuestra fe').
No tengo para qué ponderar a V. M. las palabras deste capítulo, que en Sus piadosas entrañas tendrán más conmiseración que eficacia en mis razones. Sólo hago recuerdo a V.M. que por esto en la Casa real es estatuto que se haga información a las amas de los serenísimos príncipe y infantes y que, aunque la leche sea buena, en la que fuere desta perversa ralea, no se admita (También fray Diego Gavilán Vela, en Discurso, 149, recuerda esta disposición de
la Casa real ), temiendo aun en tanta majestad el contagio desta nación que describe y dibuja Job, cap. 39, en Behemoth y Leviatán: «Ecce Behemoth» ('Veis a Behemoth').
No me detendré en todo el capítulo por no hacer comentario ni discurso. Repararé en el verso 13 y en el 18 que retratan en este monstruo el pueblo hebreo: «Ossa eius velut [v] fistule eris, cartilago illius quasi lamine ferree» ('Sus huesos como cañones de metal, sus ternillas como láminas de hierro') (Job 40, 13.). No es, Señor, de otra suerte su dureza. Los huesos destos pérfidos son cañones de batir; sus médulas son balas; sus ternillas, láminas de hierro. Éstos no son hombres, sino máquinas de guerra. Con la carne arrebatan la batería sobre que se fabrican. Prosigue Job: «Ecce absorbebit fluvium, et non mirabitur, et habet fiduciam [w] quod influat Iordanis in os eius» ('Veisle que se sorberá el río y no se admirará, y tiene esperanza que ha de agotar el Jordán en su boca').
Aquí, Señor, declara la pretensión de este pueblo anatematizado por el río que se sorbe, y no se admira su sed insaciable de usuras y riquezas. Por el Jordán que espera agotar, declara que su negocio es agotar el baptismo, que yo así lo entiendo literalmente en la palabra «cerrar en su boca el Jordán», río donde Cristo baptizó y fue baptizado, aguas que fueron solar del baptismo, de donde prueba su nobleza y limpieza, en la ley de gracia, nuestra alma.
Pedro Comestor en la Historia eclesiástica de los Actos (fol. 249): que como San Pablo, predicando en Atenas, convirtiese mucha gente, pasó a Corinto, donde convirtió un judío que se llama Áquila con su mujer Priscila, de los cuales habla muchas veces cuando escribe a sus amigos. Éstos eran recién venidos de Italia, expulsas por el edicto de Claudio Emperador, que los había desterrado de su imperio porque, con la familiaridad y introdución que tenía con Agripina su mujer,la habían ya introducido en sus ritos, de suerte que judaizaba(Quevedo traduce literalmente el pasaje de Pedro Comestor (t II78), Historia Scholastica, fol. CCXLIX, a propósito de Hechos 18, 155. ). Pues si este comercio fue de tal peligro en la familia imperial y por emperador idólatra fue arrojado con edicto por detestable y contagioso, V. M., Católico Monarca, verá mejor que todos lo que a todos conviene.
Presento a V. M. por testigo contra esta generación de hierro adúltera y viperina a David. De ellos es, con ellos habla nombrándolos y mandándolos que atiendan y llamándolos, como su rey, su pueblo (salmo 77): «Attendite, popule meus» ('Atended, pueblo mío'). En todo este salmo encarece su dureza, su desagradecimiento, su obstinación, su olvido, sus maldades, su ceguera, su idolatría. Dice los beneficios tan maravillosos que de Dios recibieron y cómo se los pagaron en ofensas. Dice los castigos y cómo los despreciaron con perfidia. De que se colige, Señor, que, pues Dios ni por bien ni por mallas redujo, deben tomar enseñanza los hombres para tratados y conocerlos. Dícelo David con estas palabras: «Et rememorati sunt, quia Deus adiutor est eorum. Et Deus excelsus redemptor eorum est. [x] Et dilexerunt eum in ore suo, et lingua sua mentiti sunt ei» ('y recordáronse porque Dios fue su ayuda y es su redentor. Amáronle en
su boca y con su lengua le mintieron). Pues si con Dios y para con Dios no tienen comercio su corazón y su lengua, ni su lengua con su boca, ¿quién esperará verdad de su comercio?
Y en el salmo 105: «Et iratus est furore Dominus in populum suum, et abominatus est hereditatem suam» ('Airóse Dios con furor contra su pueblo y abominó su heredad'). Éstos, después, en la pasión de Jesucristo, pidieron para sí y para sus hijos esta abominación: « ¡Llueva la sangre del justo sobre nosotros y sobre nuestros hijos!».
Señor, abominemos a los que abominó Dios y, en ellos y en sus hijos, aborrezcamos gota de aquella sangre que pidió que lloviese sobre ellos la de Jesucristo. Auméntase en crédito esta información que os hago con lo que dice el salmo 94: «Quadraginta annis offensus fui generationi illi; et dixi: Semper hi errant corde».
¿Quién se atreverá a aconsejaras que fieis de nación y gente cuyos corazones yerran siempre? ¿Qué beneficios les puede hacer V. M. que igualen a la menor parte del menor que Dios los hizo? ¿Qué castigos [y] que se proporcionen con el más leve que les dio Dios? Luego no tenéis que esperar dellos para algún bien ni debéis esperar más con ellos para desolados. Los oprobios con que los nombro a estos judíos no los invento; de su caudillo Moisén los aprendí (Deuteronomio 32): «Genera tia prava atque perversa. Heccine reddis Domino, popule
stulte, et insipiens? Numquid non ipse est pater tuus, qui possedit [z] et creavit te?» A ('Generación depravada y perversa, ¿esta paga das a tu Señor, pueblo necio y insipiente? ¿Por ventura no es Él tu padre que te posee y te crió?’).
Con este lugar pruebo yo que los judíos hoy son los puros ateístas. Opinión es mía; no pierda por serlo, ni por nueva.
Señor, los judíos es evidente que no creen nada, porque al que es Dios le niegan y al que no lo es le aguardan. Tienen por ley la que ya no lo es y así viven sin ley, cosa que los turcos los hacen confesar cuando reniegan. Por ellos dijo David entonces para ahora: «Dixit insipiens in corde suo: Non est Deus» ('Dijo [B] el insipiente en su corazón: no hay Dios'). Que este insipiente sea el pueblo judío literalmente lo dijo Moisén en el lugar citado cuando le llamó «Popule stulte et insipiens» [C] (Pueblo necio y insipiente) con la propria individual palabra. Y porque se conociese que este insipiente que dijo que no había Dios era el pueblo hebreo, dio las señas con que hoy ellos propios lo confiesan: «Corrupti sunt, et abominabiles facti sunt in studiis suis; non est qui faciat bonum, non est usque ad unum» ('Corruptos son y abominables en sus tratos. No hay quien haga bien, no hay ni uno'). No se contenta David con decir que ninguno hay en ellos que haga bien, sino que cuidadosamente repite que ni uno hay entre ellos que haga bien.
Pues, Señor, quien buscare o se persuadiere que entre estos malditos ha de haber uno siquiera que haga bien no perderá sólo el tiempo, sin duda se perderá, pues pierde el respecto al propio Dios no dando crédito a sus propias palabras referidas por Esaías (cap. 1): «Cognovit bos possessorem suum, et asinus presepe domini sui; [D] Israel autem me non cognovit» ('Conoció el buey a su dueño y el jumento el pesebre de su señor, mas Israel no me conoció'). Más desagradecidos son los judíos y menos conocimiento tienen que el jumento ni el buey. Son tan malos, que no pueden ser peores. No sólo no conocen el bien, sino que el bien que reciben le pagan con mal y no gastan el mal sino en agradecer el bien. David su rey lo dice (salmo 35): «Retribuebant mihi mala pro bonis» ('Pagábanme con males los bienes'). Pues, Señor, si dar mal por mal es fragilidad y dar bien por bien es justicia y dar bien por mal es caridad perfecta, dar mal por bien será suma iniquidad; y désta quedan convencidos por su propio rey para Vos que lo sois en este tiempo.
Dejo de referir a V. M. todas las cosas que contra esta nación alega el bachiller Marcos de Mazarambroz, teniente que fue, en la ciudad de Toledo, de Pedro Sarmiento, asistente de aquella ciudad, cuando, en tiempo del rey don Juan el Segundo, [E] todos los cristianos viejos, acaudillados del dicho teniente y asistente, quemaron vivos todos los judíos de dicha ciudad y les saquearon sus bienes; por la cual mortandad el rey, por consejo de don Alvaro de Luna, el cual se dejaba gobernar de un Mosén Hamom, judío vilísimo [F] de la Sinagoga de Alcalá, fue contra la dicha ciudad -asistente y teniente y cristianos viejos, en favor de la causa de los hebreos. De que resultó que, cerrando la ciudad sus puertas al rey don Juan, le obligó a dar por traidor como a principal cabeza al bachiller y a inhabilitarle y alcanzar de Su Santidad lo descomulgase. Y de todas estas penas el bachiller Marcos de Mazarambroz interpuso apelación en que se leen cosas a nuestro propósito para la pretensión presente (Se alude al levantamiento de los cristianos viejos de Toledo en 1449, espoleados por un impuesto con que Álvaro de Luna pretendía sufragar la campaña contra Aragón. Las principales víctimas de la situación fueron los judíos toledanos, a quienes se consideró promotores y principales beneficiarios del impuesto. Pedro Sarmiento, asistente de la ciudad, se convirtió en el más destacado cabecilla de la revuelta, respaldado por el bachiller Marcos García de Mora, natural de Mazarambroz. Femán Díaz de Toledo, apelado maliciosamente Mosén Hamom por el bachiller, fue el relator de la causa contra estos personajes, y con él se atrevió a polemizar Marcos de Mazarambroz en un famoso Memorial (al que se refiere Quevedo), acusando a Luna de aliado de los judíos y a éstos de arruinar a los cristianos. Véanse A. Sicroff [1985:5ISS.] y, muy en especial, J. Caro Baroja [1978, I:135ss.] y E. Benito Ruano [1976]. Este episodio fue utilizado por Silíceo como argumento para instaurar el Estatuto de la Catedral de Toledo y que tuvo un importante lugar en las polémicas subsiguientes. Véanse B. Porreño [1608], A. Domínguez Ortiz [1955:25-52] y A. Sicroff [1985:125ss.]. ).
Mas debo referir a V. M. las palabras que de los judíos y de su natural dice Comelio Tácito para que en boca de tan grande autor se vea cómo han sentido todos de los hebreos. No callaré que Tertuliano en el Apologético dijo dél, reprehendiéndole en 10 historial que afirmó dellos, «Insignissime mendaciorum [G] loquacissimus Comelius Tacitus» ('Insigne hablador de mentiras Comelio Tácito'). Mas, como digo esto, miro al historial y no al juicio. Historiarum (lib. 5), al principio, dice, tratando de los judíos: «Nec quidquam prius imbuuntur quam contemnere deos, exuere patriam» ('La primera cosa que aprenden es despreciar los dioses y dejar la patria’); habiendo dicho algunos renglones antes: «adversus omnes alios hostile odium» (' contra todos los demás tienen odio enemigo'). Nada desto desmienten. Hoy y siempre fueron como son y siempre serán como fueron. Y oso decir a V. M. que me persuado que sólo permite Dios que dure esta infernal ralea para que, en su perfidia execrable, tenga vientre donde ser concebido el Antecristo. Y sigo en esto a San Gregorio (libro 31, Moralium, capítulo 10, sobre Job, capítulo 39) exponiendo aquel lugar del Génesis, capítulo 49: «Fiat Dan coluber in via, cerastes in semita, mordens ungulas equi, ut cadat ascensor eius
retro» ('Vuélvase Dan culebra en el camino, cerastes ('cerasta, serpiente venenosa semejante a la víbora'. ) en la senda, mordiendo las uñas del caballo para que, quien va sobre él, caiga hacia atrás') Y esto porque Dan, entre los hijos de Israel, era tenido por vilísimo.
Deste propio parecer fue Rugo Cardenal, sobre el capítulo 13 del Apocalipsi, en aquellas palabras: «Nidi de mari bestiam ascendentem». y declarándolas dice: «Id est de iudeis Antechristum nascentem» ('Quiere decir, vi al Anticristo nacer de los judíos’) (En efecto, Hugo Cardenal (o Hugo de Santo Caro, † 1263) identifica el mar del que ha de nacer el anticristo (bestiam nascentem) con el pueblo judío y, concretamente con la tribu de Dan, para lo cual se apoya en el mismo paso del Génesis arriba indicado (Postilla, fol. 367v). ). Tiene esta opinión San Damasceno. Pues, ¿cómo, Señor, se podrá esperar bien ni socorro alguno de quien sólo se espera a Antecristo? Refiere Bovadilla en su Política autoridad, de Alvar Gutiérrez de Toledo, que el doctor don Pablo, obispo que fue de Burgos y después patriarca de Aquileya, con ser converso, aconsejó al rey don Enrique el Tercero que no recibiese en el servicio de su Casa real, ni en el Consejo, ni para otros oficios públicos, ni en la administración del patrimonio real a ningún converso ni judío; cuyo consejo si tomara el dicho rey, no le matara como le mató Don Maír, su médico judío(El texto sigue literalmente la narración del episodio que hace Jerónimo Castillo de Bovadilla en Política para corregidores, I, 104, de amplia difusión en la época. Sobre el autor y la obra: F. Tomás y Valiente [1975:159ss.] y el estudio preliminar de Benjamín González Alonso a la edición facsímil (Instituto de Estudios de Administración Local, Madrid, 1978). El episodio del médico de Enrique III es uno más de los utilizados en la polémica sobre el estatuto de la Catedral toledana (A. Sicroff 1985:129)).
Señor, despreció don Enrique aquel consejo, mas dejónosle a su costa calificado con su muerte. Y para no admitir judío médico no tenía que aguardar al consejo de don Pablo, pues la siete partida (título 24, ley 8) dice así: «E otrosí defendemos que ningún cristiano non reciba melecinamiento ni purga que sea fecha por mano de judío». Y en esta misma ley: "E aún mandamos que ningún judío non sea osado de bañarse en baño en uno con los cristianos». Advirtió la ley, Señor, que, en el baño donde se juntan a bañar el cristiano y el judío, se ensucia el cristiano con sola la compañía del judío. Expelió universalmente, atropellando por grandes inconvenientes, el santo y glorioso padre de V. M. toda la generación de los moriscos en entrambos sexos, sin eceptar edad ni admitir probanza, por indicios de que conspiraban contra su persona, y, pudiendo desempeñarse con su inmensa riqueza y posesiones, despreció hacienda de infieles por delincuente y indigna de socorrer príncipe católico (El 22 de septiembre de 1609, siendo rey Felipe III, se hace público, para el reino de Valencia, el primer bando de expulsión de los moriscos, en el que se estipulaba el derecho de éstos a llevar consigo todos los bienes muebles que pudiesen transportar; y los que no, así como los bienes inmuebles, disponía el rey que, en lugar de ser integrados en el patrimonio real, se destinasen a los señores de los expulsas en concepto de indemnización. En sucesivas disposiciones, hasta el año 1614, se amplió la expulsión a los moriscos de otros lugares, al tiempo que se fueron endureciendo las condiciones en que se realizaba y modificando, en ocasiones de modo sustancial, el destino previsto inicialmente para los bienes confiscados. Para más detalles, consúltese A. Domínguez Ortiz y Bernard Vincent [1984:177ss.] . ). ¡Cuánto mayor causa tiene hoy V. M. para desolar y expeler a los infames y vilísimos judíos y despreciar sus tesoros precitosy sus caudales condenados por manifiesta y pública conspiración, no presumida(La tesis sobre la necesidad de una nueva y más radical expulsión era sostenida, entre otros autores antisemitas, por Gavilán Vela en el Discurso, 2II. ), sino ejecutada en el mismo sacramento del altar, pisándole en la imagen de Jesucristo, abrasándola en Su Ley sacratísima, condenándola a muerte con carteles públicos!
Yo confieso que darán letras que tienen plata y oro; empero veamos qué costumbres tiene el oro y la plata de los judíos y qué hacen los judíos con él. Dícelo Oseas, 2: «Dedit ei [H] aurum et argentum, et ipsi fecerunt Baal”. ('Dioles oro y plata, y ellos hicieron Baal'). Ve aquí V. M. lo que hacen de su oro y plata: ídolos, demonios, sacrilegios, abominaciones y afrentas a quien se le da, debiéndole más que a quien se le pidiere. Y así se debe considerar lo que harán con la persona que le recibiere dellos. Si de su lengua participa su oro las mentiras, y de su corazón los yerros, no será metal puro: moneda falsa es su moneda. San Jerónimo (epístola 2.a sobre el salmo 118, a Nepociano, De vita clericomm), explicando aquellas palabras «Revela oculos meos, et consideraba mirabilia de lege tua» dice: «Sic intellegamus [I] ut Dominus quoque noster intellexit et interpretatus est Sabbatum aut aurum repudiemus cum ceteris superstitionibus Iudeorum aut, si aurum placet, placeta [J] et Iudei quos cum aura aut
probare nobis necesse est, aut damnare» (Epistulae, LII (Ad Nepotianum presbiterum), 10. Versión: 'todo esto lo entendemos a la manera como nuestro Señor mismo entendió y explicó el sábado, o repudiemos el oro con todas las otras supersticiones judaicas o, si nos place el oro, plázcannos por el mismo caso los judíos. No tenemos otro remedio que aceptarlos o reprobarlos a par del oro' (Cartas de San Jerónimo, 1, 420). ).
El Éxodo dice claramente lo que los judíos hicieron con su caudal, lo que con él y con ellos se debe hacer y los fines para qué le dan. Capítulo 32 habla de la detención de Moisén en el monte: «Videns autem populus quod moram faceret descendendi [K] de monte Moises, congregatus adversus Aaron, dixit: Surge, fac nobis Deos qui nos precedant» ('Viendo pues el pueblo que se tardaba en volver del monte Moisén, junto se fue a Arón y le dijo: «Levántate, haznos dioses que nos guíen»').
¿Quién se persuadirá que los judíos se cansan de aguardar, siendo su pecado y su error no hartarse de aguardar? Tal es esta incorregible nación, que no quiere aguardar lo que había de venir, como en este caso aconteció con Moisén, y perseveran en aguardar lo que ya no puede venir, como el Mesía, que ya vino. Pues, Señor, ¿qué se puede esperar de gente que desespera de lo que ya llega, que duda de lo que ya llegó, que espera lo que no ha de llegar; gente ni contenta con un Dios, pues pide muchos, ni con muchos, pues aguarda uno?
Ellos dicen que no quieren dioses, sino aquellos que se hicieren por su mandado y albedrío. A Aarón dicen que les haga dioses. Co nodales Aarón y, como sabía, de sus logros y usuras ilícitas (logros: 'ganancias obtenidas con usura, y en general los tratos que las pretenden' ), que su dios era cada grano de oro, les dijo: «Tollite inaures aureas de uxorum, filiorumque et filiarum vestrarum auribus, et afferte ad me» ('Traedme el oro de las joyas de vuestras mujeres y de vuestros hijos y las arracadas de las orejas de vuestras hijas'). «Fecitque populus que iusserat» ('Hizo el pueblo lo que le mandó»). Bien claramente se ve que del oro que les da Dios hacen ídolos, y que si le dan es sólo para hacer idolatrías, para hacer sacrilegios, para hacer dioses contra Dios, para burlar y dejar a Moisén, su caudillo. Es pues, Señor, aforismo de Su salud y de la nuestra ni darles oro ni pedírsele. Dice el texto sagrado que «Aarón, en recibiendo las joyas, las derritió y con arte fusoria formó dellas un becerro, y ellos dijeron en viéndole: "Israel, estos son
tus dioses que te sacaron de Egipto"». Reparo yo, Señor, en que el pueblo pide [L] a Aarón que le haga dioses, dice Aarón que los hará y de su nota hace por dioses un becerro (de su nota: 'para infamia o deshonra suya' ). Nadie hará lo que ellos le dijeren, que sepa lo que se hace; y no se fabricará de oro disparate tan grande, que no le aclamen dios las almas venales de los judíos. Si es becerro y es de oro, no le quieren por Dios sino por ser de oro. Dice el texto que «le adoraron en altares con solemnidad festiva». Si los judíos a Aarón dan su caudal, en fraude de Moisén y en ofensa de Dios, sólo para ídolos y a fin de idolatrar, si, porque son de oro, adoran por dioses las joyas y arracadas de sus hijos y hijas y fundidas en la brutalidad de un becerro, ¿cómo se podrá prometer V. M. socorro desta dañada nación, ni ofrenda, ni tributo, ni letra desacompañada de delitos y despejada de mentiras sacrílegas? En llegando al caudal, le adoran por dioses y dejan a su Dios por él, y a su mismo Moisén. Según esto, con dificultad le darán sin dolo por Cristo, a quien sumamente aborrecen, y para la defensa de Su Ley los que sólo dan letras fijas contra nuestra sagrada religión.
Advierte Dios a Moisén desta idolatría con tales palabras -es de mucha importancia que V. M. las atienda-: «Cerno quod populus iste dure cervicis sit» (‘Veo que este pueblo es de dura cerviz’). No sólo dice Dios que lo es, añade que lo ve. Y esto, Señor, para que, creyéndolo nosotros, no aguardemos a vedo y a leerlo; y, si por desdicha lo viéremos y leyéremos, copiemos las acciones de Moisén con ellos y con su caudal en esta parte.
Tal fue el suceso. Bajó Moisén del monte, vio la idolatría, oyó el aplauso de los sacrificios, díjole a Aarón que por qué había cargado sobre aquel pueblo tan grande delito. Respondióle Aarón: «Tu enim nosti populum istum quod pronus sit ad malum» ('Tu sabes que este pueblo es inclinado al mal’). Aquí se ve condenada por su mesmo artífice la inclinación al mal del pueblo judío. Y refiriendo Aarón el caso a Moisén, habiendo él fundido las joyas y con arte fusoria fabricado el becerro, viendo que le hace cargo del pecado del pueblo, dice: «Yo les dije: "¿quién de vosotros tiene oro?" Trujéronme el que tenían, diéronmele, yo echéle en el fuego, y salió un becerro».
Señor, Aarón no lo refirió como había sucedido. Había, como se ha visto, fundido el oro y con arte fusoria fundido y formado el becerro, y cuando le hace su señor cargo, que así llamó a Moisés, dice que él echó el oro en el fuego y pretende achacar al fuego la formación del ídolo. Señor, no se debe fiar el príncipe del mimstro que toma el oro y la plata de los judíos, que es artífice de sus pecados, porque del tal nunca, si Dios no se la revela, entenderá la verdad. Si alguno fuere tal ministro, se conocerá en que luego empezará su disculpa por la acusación del pueblo y, siendo él quien, para fabricar contra Dios ídolo, pidió al pueblo el oro y la plata y 1o despojó, dice que el pueblo, que fue el pedido y el despojado, es el inclinado a mal y que el fuego tiene la culpa. Y nadie tratará con los judíos a quien no mientan y a quien no obliguen a mentir.
Prosigue el texto: «viendo Moisén adorar el becerro, arrojó las tablas en que con su dedo había escrito Dios su Ley y quebrólas y, arrebatando el becerro, le quemó, mo1ió1e en menudo polvo, echóle en agua y diósele a beber a los hijos de Israel».
Llegado he al punto de la dificultad, Señor. V. M. tiene hoy los ojos en este suceso, los judíos las manos en esta maldad, aun con circunstancias mucho más dolorosas: Vos con ellos tenéis asientos, ellos dan el oro, Vuestros ojos leen sus blasfemias y sacrilegios, Vuestros oídos están atormentados con sus abominaciones. Vos sois, Señor, el grande y glorioso caudillo que Dios nos ha dado. Si a Vuestras espaldas hubiere -cosa que no creo- quien les pida el oro y la plata y lo funda en pecado y en delito, romped, Señor, los asientos, que menos es que romper la Ley. No reparéis en que los firmasteis con Vuestra mano, que Dios hizo las tablas y escribió la Ley con su dedo. Allí se rompió la Ley en castigo de la idolatría, aquí se deben romper los asientos en pena de ver la Ley condenada a muerte. Quemad el oro destos judíos, hacelde polvo u dádsele a beber a ellos. No reparéis en la necesidad de Vuestra gente, que Dios y, por Él, Moisén- no reparó en la miseria y desnudez de la Suya. No ha habido caudillo que gobernase gente ni pueblo tan perseguido y sin socorro y asistencia humana, y veis, Señor, que, por delincuente, quiso más quemar sus tesoros y hacerlos polvos que guardarlos, aun a persuasión de tan extrema necesidad. Quemar y ajusticiar los judíos solamente será castigo. Quemar y
hacer polvo su caudal, romper los asientos, será remedio. Por esto Moisén primero se fue al remedio, despreciando su oro, y luego pasó al castigo, tan severo y universal como se lee en estas palabras del capítulo, cuando dijo Moisén: «Si quis est Domini iungatur mihi. Congregatique sunt ad eum omnes filii Levi, quibus ait: Hec dicit Dominus Deus Israel: Ponat vir gladium suum super femur suum, ite, et redite de porta usque ad portam per medium castrorum, et occidat
unusquisque fratrem, et amicum, et proximum suum ... Cecideruntque in [M] die illa quasi viginti [N] tria millia hominum» ('Si alguno es de Dios, lléguese a mí. Juntáronse con él todos los hijos de Leví, a los cuales dijo: «Esto dice el Señor Dios de Israel: Cíñase cada varón su espada sobre su muslo, id y volved desde una puerta hasta otra puerta por enmedio de los reales, y cada uno dé muerte a su hermano y a su amigo y a su prójimo». Murieron en aquel día como veinte y tres mil hombres').
Enseñó Moisén con las palabras que se debe llamar a las juntas tan importantes y a quién se ha de llamar. No dice que vengan los doctos, ni los ricos, ni nombra a Aarón; solos llama a los que fueren de Dios. Éstos dice que se junten con él; no escoge éste u el otro. Pregunta que si hay alguno que sea de Dios: cuerdamente recela que para tales ejecuciones son pocos los que son de Dios. Llegáronse a Él todos los hijos de Leví, en quien se representa el estado eclesiástico. Ésta era gente que no participaba de la división de las heredades con los otros judíos: no tomará las armas contra ellos quien con ellos participare, ni será de Dios ni ejercitará acción tan grande.
Señor, hase de empezar el castigo desde una puerta a otra puerta: esto es decir que en todas las puertas de Vuestros reinos han de hallar muerte y cuchillo. ¡Oh, Señor, por menor delito mandó Dios que matase el hermano al hermano y el amigo al amigo y cada uno a su prójimo sin preceder proceso, y hoy, por incomparables y infernales sacrilegios, esperando la pereza de las probanzas, dejaremos vivir, no a nuestros hermanos, sino a nuestra persecución, no a nuestros amigos, sino a los públicos enemigos de Jesucristo, a los que en el Sacramento le pisan, en la cruz le queman, en su Ley le condenan a muerte! Dios, por Moisén, mandó que se acabase con ellos. No se debe dar lugar a que preguntemos con Hieremías (Threnorum 3): « Quis est iste qui dixit ut fieret, Domino non iubente?» (' ¿Quién es éste que dijo que se hiciese lo que Dios no manda?'.
Paréceme a mí que la moneda de Judas por la venta de Jesucristo y la moneda déstos, también judíos y descendientes de aquellos que no sólo le compran, sino le azotan y le queman, son de una propia casta, metal amasado con sangre inocente, y que son de un propio linaje y de una misma liga. Pues, Señor, religión (religión: 'deber, obligación de conciencia.) de vida será que los cristianos católicos tengamos desta moneda el proprio asco que los sacerdotes del templo tuvieron de aquella que les ofreció Judas, siendo tan malos aquellos sacerdotes, que dice dellos San León Papa estas palabras, tratando de que no la quisieron recibir: «Cuius cordis est ista simulatio? Sacerdotum conscientia [Ñ] capit quod arca templi non recipit. Timetur illius sanguinis taxatio, cuius non timetur efussio» ('¿De cuál corazón es esta hipocresía? La conciencia de los sacerdotes recibe lo que la arca del templo no admite. Témese el aprecio de aquella sangre de que no se temió el derramamiento').
La hipocresía de los malos sacerdotes y ancianos fue ésta: cuando Judas les arrojó las monedas en el templo, dijeron (Mateo 27): «Principes autem sacerdotum, acceptis argenteis, dixerunt: Non licet ea SO mittere in corbonam, quia pretium sanguinis esto Consilio [P] autem inito, emerunt ex illis agrum figuli, in sepulturam peregrinorum. Propter hoc vocatus est ager ille Acheldemac,[Q] hoc est, ager sanguinis» ('Habiendo los príncipes de los sacerdotes recibido la plata, dijeron: «No nos es lícito a nosotros echarla en la bolsa, porque es precio de sangre». Y, juntado concilio, compraron con la moneda una heredad de un alfaharero para sepultura de peregrinos. Y por esto se llamó aquella heredad Aqueldemac, que quiere decir "heredad de sangre" '). Tomaron el dinero de Judas escrupuleando echarle en la bolsa por ser precio de sangre, mas tomáronle. Diéronle sin mirar a conciencia para que Cristo fuese vendido y parecióles lícito que entrase en la bolsa de Judas, varón de Carioth -que eso dice en hebreo Iscarioth-, y fingen conciencia para volvedo a recibir y justificación para no echarlo en el cepo del templo (110). Y, para dar color a la sacrílega disimulación, juntaron un concilio de aquellos con que tantas veces autorizaron sus traiciones y resolvieron se comprase de la moneda de Judas un campo para enterrar peregrinos.
Arrojó Judas la moneda que le dieron por Jesucristo en el templo y fuese a ahorcar. Los sacerdotes la levantaron, pareciéndoles que estaba su disculpa en cogerla del suelo por no recibirla de la mano del traidor. Considerad, Señor, cuán asquerosa es la moneda de los judíos, que Judas la arrojó y quiso antes ahorcarse que tenella, y aun le pareció infamia ahorcarse llevándola consigo. No oiga V. M. a quien os dijere: «No la echamos en la bolsa, empléase en bien público»; que con dinero que es precio de la sangre de Cristo y caudal de los que le compran y le crucifican y le pisan en la Eucarestía y le queman en su imagen y le disfaman en su Ley, sólo se fabrican sepulturas.
Allí y entonces, para los peregrinos; y se puede y debe temer se fabriquen ahora, si se prosiguiese, para los naturales. Estos asientos son Aqueldemac, precio son de sangre, pues Judas le desecha, y con malos sacerdotes no mereció entrar en bolsa, que aun el concilio de la disimulación no los halló buenos sino para enterrar. Pues los judíos en Vuestra corte fijan carteles con editos públicos condenando a muerte nuestra Ley soberana, fíjense los Vuestros, Señor, xpeliéndolos universalmente de todos Vuestros reinos, que en negocios desta condición el echarlos y aniquilarls es el solo remedio, que el castigarlos no lo es, pues, como dice Séneca, «aquellos pecados que más se castigan se cometen más». Así lo experimentamos desde que fue quemado el execrable hereje judaizante Benito Ferrer, a quien en el propio delito sucedió otro luego (Benito Ferrer, catalán de sangre judía, antiguo fraile convertido al luteranismo, alcanzó gran renombre al disfrazarse de sacerdote y tomar una hostia consagrada y despedazarla ante los fieles en una iglesia madrileña. Fue quemado vivo tras un auto de fe celebrado en la Plaza Mayor el 21 de enero de 1624, y el 5 de julio del mismo 1624 fue emulado en su acción por un francés de nombre Reinaldos de Peralta en la iglesia de San Felipe.
En carta del 9 de julio de 1624 al condeduque de Olivares, se refiere el escritor a estos episodios, desarrollando la misma tesis acerca del efecto contraproducente de los castigos por dar lugar a la imitación de «otros ambiciosos de nombre y posteridad y rumor de los pueblos y naciones» (Epistolario, 128). De nuevo traerá Quevedo a colación la figura de Benito Ferrer en La rebelión de
Barcelona (Obras, 1, 283b). Véanse a este propósito Anales de Madrid, 260-262 y, sobre las noticias que Quevedo tuvo de estos hechos, Ettinghausen [1994: 37-38]. ).
Quemó el Santo Oficio a los que azotaron el crucifijo, y, en medio de las fiestas que a Vuestro ejemplo se hacían, en Vuestra corte fijaron carteles tan nefandos.
Perezcan, Señor, todos y todas sus haciendas. Escoria es su oro, hediondez su plata, peste su caudal. Jesucristo Nuestro Señor nos enseñó en naciendo a huir del oro de los judíos. Estaba profetizado que había de recibir oro, y, habiéndole en Judea, ordenó el Eterno Padre que una estrella se le trujese en la adoración de los Reyes de Oriente, región tan apartada de los malos resabios de la hebrea. Tuvo Cristo necesidad de moneda para pagar por sí y por San Pedro el tributo y, porque la moneda que había de dar por sí no fuese partícipe de tierra tan ingrata, mandó a San Pedro que pescase en el mar, sacase un pez y le abriese, y que pagase con una moneda que hallaría en su boca. Ejemplos son éstos que dan a conocer cuánto debemos los cristianos huir, en nuestras necesidades, de acudir a las bolsas de los judíos por dinero; gente de tan encarecida iniquidad y de tan hereditaria apostasía, que, siendo en incomprehensible perfección diligentísima la providencia inexcrutable del Padre Eterno, para guarecer a Jesús, Su Hijo, y a su Santísima Madre contra la persecución de Herodes, no halló en toda Judea un leal de quien fiarlos y los inspiró con un ángel se fuesen a Egipto (Mateo 12, 13). Más confió Dios de los gitanos («Gitano. Quasi egitano, de Egipto» ) que de los judíos: de aquéllos, todo; déstos, nada. Vea V. M. qué se podrá fiar dellos. Y porque la conveniencia política, a quien llamo la conciencia de los aumentos con máscara de mejora (117), no introduzga en esta verdad sus desenvolturas con nombre de escrúpulos, con ella propia en todo su rigor, como si la copiara de Tiberio César, grande artífice de limar lo recto con lo útil, aseguraré mi discurso.
Lo primero, Señor, como no se llaman vasallos de V. M. las enfermedades de Sus vasallos, así no se pueden llamar vasallos ni pueblo de V. M. los judíos, por ser plagas de Vuestros reinos y enfermedades de Vuestros vasallos. Son esponjas que el turco y todos los herejes empapan en el tesoro de España para exprimirlas en sus sinagogas contra ella. [R]
Lo segundo, afirmo que sus socorros y letras antes son espías, contra las órdenes de V. M., a sus enemigos, que socorros. Siendo verdad infalible que todos los judíos de España consisten para los asientos en dos cosas, que son caudal pronto y crédito puntual: con el caudal trajinan y negocian, con el crédito socorren.
El caudal, como siempre le tienen sus pecados temeroso del Santo Oficio y amenazado de con fiscaciones, consiste en moneda y mercancías portátiles y siempre dispuestas a la fuga.
El crédito le tienen en
- Raguza (La actual Dubrovnik. Enclave esencial en el comercio de Europa occidental (Venecia) con Salónica y Constantinopla. Véase, H. Méchoulan [1993: 267-268]. ),
- en Salónique (Junto con Constantinopla, las grandes juderías del Imperio Otomana y lugar de acogida de numerosos sefardíes. Véase, H. Méchoulan [1993:382388]. ),
- en Ruán (Ruán fue uno de los principales lugares de destino escogido por los judíos exiliados a partir de los años noventa del siglo XVI. Recuérdense las indagaciones del inquisidor Villadiego a propósito de las conexiones de los marranos asentados en España con los hombres de negocios judíos de esta ciudad francesa. Véase la introducción. Sobre la gran importancia de la actividad comercial de los portugueses asentados en Ruán y sus conexiones: N. Broens [1989:45-66]. ),
- en Ámsterdam (Amsterdam era una de las capitales comerciales de Europa, en especial para lo que se refiere al tráfico con ultramar. Había allí una importante comunidad judía, en la que los procedentes de Portugal tenían un lugar destacado (la mayor parte del comercio judío desde esta ciudad se realizaba con Portugal y sus territorios); los hombres de negocios portugueses asentados en España fueron acusados de utilizar sus relaciones con aquella comunidad para enriquecerse con el contrabando. Véanse J. Israel [1992:85, 117, 134-135] y H. Méchoulan [1993: 201-216]. ),
de manera que dependen para toda la puntualidad y aceptación de sus letras de los que son enemigos de V. M. Pues si son para Flandes, contra los herejes rebeldes, depende dellos propios la paga; si contra los turcos, depende de los propios turcos; si contra los franceses, depende de los franceses; si contra los herejes de Alemania, depende de los mismos herejes la judería de Praga (A partir de la concesión del permiso de estancia indefinida a los judíos por el emperador Maximiliano, Praga se convirtió en una de las juderías centroeuropeas más importantes y, en las primeras décadas del siglo XVII, llegó a ser, tras Roma, la mayor judería de la cristiandad. Desempeñó un papel clave en la financiación de las campañas de la guerra de los Treinta Años. Véase J. Israel [1992:59 y 115]. ); y si se encendiese guerra en Italia, dependerá de las sinagogas de Roma y Ligorna y Venecia (En los años treinta, Venecia, que era un centro judío esencial en la costa adriática, entró en decadencia y su puesto sería ocupado por Liorna (Livorno). Sobre la implantación y la actividad hebrea en estas ciudades, véase H. Méchoulan [1993:279-290 y 301-31o] ). V. M. sabe si será necesario prevenir esto, pues si se presumiesen rumores entre las armas de V. M. y algunos potentados, podrían estos asentistas judíos ser desde Vuestra corte la mejor parte de sus ejércitos. (Compárese con las palabras de Rabí Saadías en la Hora, 339: «En Ruán, somos la bolsa de Francia contra España, y juntamente de España contra Francia, y en España, con traje que sirve de máscara a la circuncisión, socorremos a aquel monarca con el caudal que tenemos en Amsterdán en poder de sus propios enemigos, a quienes importa más el mandar que le difiramos las letras que a los Españoles cobrarlas ... » )
Yo, Señor, he visto en Raguza, con tocas y trajes de judíos, hombres que en Madrid había visto con cuellos y espadas en buen asiento y en buen lugar en las iglesias. Y vi padres y hermanos y hijos de otros que en el reino de Nápoles eran tan poderosos -siendo verdaderamente judíos, como ellos-, que tenían grandes heredamientos, baronías, muchos lugares y vasallos, y alguno título, cuya era la mayor y más importante fortaleza de aquel reino en el mar Adriático. En Ruán y en Roma, Ligorna y Venecia he visto lo propio.
Pues, Señor, ¿quién ha podido ignorar que, siendo esto como es cierto, cada letra que dan los asentistas judíos que hablan portugués no es tantas espías como letras, pues su efecto se remite a los correspondientes suyos, que, siendo también judíos, viven debajo del dominio de vuestros enemigos? Y parece forzoso creer que las dilaciones en la paga sean mandadas de los propios holandeses y que las protestas tan perniciosas son maña de los unos y de los otros para que carezcan del fin que pretenden Vuestras reales órdenes en la sazón que conviene, si ha habido tardanzas u protestas u fraudes (dilaciones en la paga: años más tarde comenta Matías de Novoa [1878-1886, IV:362-363: «pero como a estos[los judíos portugueses] les viene tan de atrás ser falsos, inconstantes y capciosos, reconociéronse en las pagas muchos engaños y fraudes, y no cumplir con puntualidad las pagas de las plazas de armas, dando por disculpa no ser buenos los efectos ... y así ahora se puede creer habría en ellos alguna mala trama, y quiera Dios no fuese en Portugal, detener las pagas para enervar los progresos de las armas fieles y católicas». Véanse las importantes referencias sobre juicios similares en esos años en Hora, 111ss.; particularmente la denuncia en 1633, a propósito del procesamiento de Núñez Saravia, de los tratos realizados en Ruán y Amsterdam, con nombres supuestos, por financieros marranos asentados en Madrid. Subrayaba el mismo hecho Adam de la Parra en Pro cautione; véase A. Domínguez Ortiz [1951:110]. También N. Broens [1989:50ss.]. ).
V. M. es quien sólo puede sabedo. Y con ser este daño tan grande y ejicial ('funesto, fatal'; es cultismo, del latín exitialis ), no es menor ni menos indigno el ser inexcusable dar noticia cierta y ocular a estos judíos, con los asientos, de la necesidad, si la tiene Vuestro real patrimonio, de su empeño, del estado del caudal, de los vasallos y del que tienen todas las cosas, y asimismo de la sustancia de las ciudades. Pues no se puede dudar que estos secretos y otros que siguen a éstos, que tanto importa a los monarcas ocultarlos, estos judíos los informan a sus padres y hijos y hermanos, que viven, puede ser no con otro intento, consentidos de Vuestros enemigos.
Bastaban y sobraban estos inconvenientes políticos para expeler de todos los reinos de V. M. estos enemigos emperrados de la cruz de Jesucristo. Empero, síguese de los asientos con ellos otro más terrible
y atroz que aún mi sentimiento se averguenza de acusarle y le rehúsa la pluma.
Este es, Señor, que con los asientos se da jurisdición en Vuestros reinos, poder y mando a los judíos malos sobre Vuestros vasallos buenos y verdaderamente católicos y siempre y en todo leales. Y esta maldita nación, que, en justo castigo de haber crucificado a Jesucristo, en todas las partes del mundo es esclava, vil y abatida, sola en
España manda con exaltación y dominio. No lo afirmo así por el dictamen de mi dolor. Ley hay, muy poderoso Señor, que lo ordena en la setena partida (título 24. De los judíos, ley 1). Dice estas santas palabras: «E la razón por que la Eglesia, los emperadores e los reyes e los príncipes sufrieron a los judíos que viviesen entre sí e entre los cristianos es ésta: porque ellos viviesen como en captiverio para siempre, porque fuesen siempre en remembranza a los homes que ellos venían del linaje de los que crucificaron a Cristo».
No podrá ser la razón por que Vos consentís judíos contraria a la razón por que los consiente la Iglesia, los emperadores, reyes y príncipes, pues aquélla fue tan santa como tenerlos para que en su captiverio y desprecio se vea el castigo que merecieron por haber crucificado a Jesucristo. Si dijeron que esta ley habla contra los judíos que lo son y no contra los conversos, al que lo dijere le desmienten estos propios conversos, con sus maldades y carteles, tanto peores que los otros cuanto lo prueba no haberse convertido sino para poder hacer lo que hacen. Pues los judíos que públicamente profesan su error y visten traje de judíos se contentan con no ser ellos cristianos, mas éstos, dolosamente conversos, son judíos que pasan a pretender que sean judíos los cristianos. Éstos son los que en la corte y reinos de V. M. han de estar, con el oprobio, captiverio y desprecio, obedeciendo esta ley y siendo espetáculo a las gentes de la culpa que cometieron en la muerte de Cristo; (También en Pro cautione desarrolla Adam de la Parra el argumento de que los judíos conversos son más peligrosos que los que se mantienen como tales judías ) que si en el abatimiento que dice la ley hubieran vivido, no hubieran necesitado con tan inormes pecados la total expulsión que la paz de nuestra sagrada religión pretende.
San Pablo (1 ad Thesalonicenses 2): «Iudei autem, et Dominum Iesum occiderunt, et prophetas, et nos persecuti [S] sunt, et Deo non placent, et hominibus adversantur, prohibentes nos gentibus qui ut salvae [T] fiant, ut impleant peccata sua semper: pervenit enim [U] ira Dei super illos usque in finem» ('Los judíos dieron muerte a Nuestro Señor Jesucristo y a los profetas, y a nosotros nos han perseguido, y no agradan a Dios y contradicen a los hombres, prohibiéndonos hablar a las gentes porque no se salven, para llenar sus pecados siempre. Vino la ira de Dios sobre ellos hasta el fin') (a los Tesalonicenses 2, 15-16. El comienzo de la cita es adaptación de la Vulgata, donde se lee: «qui et Dominum occiderunt Iesum ... ". ). Todo lo dijo el apóstol, Señor. Los que no agradan a Dios no nos agradan a nosotros: acompañemos con la ira de Dios la nuestra.
«Nolite iugum ducere cum infidelibus» ('No llevéis yugo con los infieles') (132). Sagrado precepto es. Pues, ¿cómo permitirá Vuestra esclarecida piedad, Vuestra grandeza católica, Vuestra justicia diligente y recta, los grandes dotes de Vuestra alma real, Vuestro entendimiento superior, Vuestra voluntad toda enamorada de lo lícito y de lo justo, que no sólo lleven yugo con los infieles Vuestros católicos vasallos, sino que con la autoridad y el mando los propios judíos infieles los sean yugo que los oprima? En Roma y en Liorna y en Venecia, los judíos que lo son públicamente están con señal, y los conversos, por la sospecha que dellos se tiene, con desprecio, debajo del turco, padecen más abatida esclavitud que tuvieron debajo del poder de Faraón. Pues, ¿qué temeridad habrá tan descarada a Dios, que apoye, con ninguna color que la admita la verguenza cristiana, que los vilísimos judíos sólo en Vuestros reinos triunfen de las afrentas e ignominias que, en venganza de la muerte de Jesucristo, les dan los herejes y los turcos?
No ignoro que han de ser admitidos en la Iglesia por la conversión y solicitados para ella, mas no olvido las palabras del obispo don Pablo, arriba citadas, en que aconsejó a don Enrique el Tercero no admitiese en su servicio, ni en su consejo, ni en las cosas de su patrimonio judío converso ninguno; y me acuerdo del consejo de los príncipes de la sinagoga de Constantinopla a los judíos de España, adonde el primero y más principal es que, por cumplir con el rey don Fernando y para poderse vengar dél, se conviertan con la boca sola, guardando su error en el corazón firmemente. Y, para conocer que ninguno se convierte de corazón, basta ver que en Turquía y en Holanda y en todas partes admiten por judío sin sospecha al que entre nosotros ha vivido como cristiano y que, para recibirlos los judíos en sus sinagogas por verdaderos judíos, antes es mérito y prerrogativa haberse convertido y baptizado que impedimento.
No puede ser salida destos inconvenientes decir que no hay otros con quien hacer asientos, estando el caudal de la república de Génova en pie, república cristianísima y opulenta, y la puntualidad y verdad de los nobles ginoveses en el propio grado que la hemos experimentado siempre, con letras verdaderas, seguras y efectivas, pues con ellas han asistido hasta ahora a las grandes ocurrencias del invicto emperador Carlos Quinto, Vuestro bisabuelo, y a las de Vuestro abuelo don Felipe Segundo y a las que tuvo tan apretadas Vuestro santo y glorioso padre el señor rey don Felipe Tercero. Y es de considerar que todos estos asientos se hacían por un factor u dos en Madrid con una o dos casas de Génova (factor: 'intermediario financiero, que tenía carácter oficial'. En efecto, los tratos financieros con los genoveses implicaban a un número muy limitado de banqueros. Dos o tres familias casi monopolizaban los préstamos. A la altura de 1633, ocupaba el cargo de factor general Bartolomé Espínola, y en su torno actuaban otras importantes familias de financieros genoveses que ya habían ejercido como tales con Felipe III -en especial, los Centurión y los Imbrea-. Véase A. Domínguez Ortiz [1960:100-1 y 109ss.]. ), y ahora, Señor, como los judíos son ricos por los medios que tengo dichos y su caudal es mecánico (cosa baja, soez e indecorosa ) para cada asiento se junta multitud de canalla vil y baja (La capacidad de crédito de estos judíos portugueses, tomados individualmente, era muy inferior a la de sus colegas de Génova. Ello provocaba que la realización de un asiento exigiese la asociación de un número elevado de prestamistas. Como referencia, puede señalarse que mientras un solo banquero genovés (Octavio Centurión, en 1624) llegó a prestar de una sola vez 5.290.000 ducados, lo habitual era que la capacidad crediticia de un financiero portugués no sobrepasase los 400.000 ducados por año. Véase A. Domínguez Ortiz [1960:112 y 131] y, sobre todo, J.C. Boyajian [1983:17-41]. ) en cuya multiplicación se siguen todos los daños referidos, y como los más han sido penitenciados en Portugal, y merecen y esperan y lo temen serlo en Castilla, piden condiciones y eceptiones contra los castigos del Santo Oficio (las negociaciones entre los hombres de negocios judíos y la Corona, que venían ya de antiguo, se acentuaron desde comienzos del siglo XVII y serían favorecidas por la política reformista del Conde-Duque. Entre otras medidas, destaca el perdón de 1627, que se venía negociando desde que Felipe IV ocupó el trono. Véanse J. Caro Baroja [1978, I:362ss.], A. Domínguez Ortiz [1955:103-123; 1992:76ss.] ).
Que todo esto sea cristiana y políticamente de mala consecuencia, los sucesos lo dicen y los mismos asientos no lo callan. Ni es buena conveniencia escoger, por menos intereses, en los conciertos a los judíos conversos, porque en el trato no es menos costoso el que pide menos y se queda con todo que aquellos que en el asiento piden más y no faltan en nada. Nadie regatea menos en lo que trata que el embustero que sabe que no ha de cumplir lo que ofrece. Quien pide lo que forzosamente ha menester para cumplir pide para dar. Todo el tesoro que Génova ha adquirido en los socorros de España ha mudado de lugar, yo lo confieso, mas no ha mudado de señor. V. M. lo tiene, en posesiones, rentas y estados, en Nápoles, en Milán, en Sicilia, en Málaga, en Granada, Sevilla y Lisboa y otras ciudades; y de repúblicas libres ha hecho a casi toda su nobleza vasallos V. M. Empero, lo que chuparen las infames sanguijuelas judías se desaparece y huye y se retrai en el poder de todos Vuestros enemigos; y lo que es detestable, enemigos de nuestra santa fe. Porque los judíos hacen con nosotros lo que Satanás hizo con Cristo que, viéndole en el desierto fatigado y ayuno, le ofreció su socorro, que son piedras.
No es otra la moneda deste pueblo endurecido: el propio metal acuñan que Satanás.
Mas por eso, Señor, dio a V. M. Dios dos ángeles suyos para que, como dice el salmo 90: «Quoniam angelis suis mandavit de te, ut custodiant te in omnibus vii s tuis, in manibus portabunt te, ne forte ofendas ad lapidem pedem tuum» ('Porque mandó a sus ángeles que te guardasen en todos tus caminos, llevárante en sus manos, porque acaso notropiece en la piedra tu pie'). Y con esto, Señor, saldrán sus piedras en los asientos con la misma respuesta que salieron en la tentación, y no tropezará el pie de V. M., enderezado siempre a todo bien. Pues con esto, «super aspidem et basiliscum ambulabis et conculcabis leonem et draconem» ('andaréis sobre el áspid y el basilisco y acocearéis el león y el dragón'). Éstos son los nombres propios de las lenguas de los judíos, de su vista, de sus uñas y de sus alas. Sierpes en el regazo los llamó el Santo Pontífice en el canon citado.
Yo espero de la soberana grandeza, clemencia y justicia de V. M. que, borrando esta mala generación de Vuestros reinos y asolándolos, libraréis Vuestros vasallos «a sagita volante in die, a negotio perambulante in tenebris, ab incursu et demonio meridiano» ('de la saeta que vuela de día, del negocio que camina en las tinieblas, del ímpetu y demonio meridiano'). Que estas tres cosas son las que más se deben temer, y los judíos son estas tres cosas: saeta que vuela de día, que es uando hay luz para acertar a ofender; son negocio que camina en tinieblas para esconder los pasos y ocultar las zancadillas y los lazos; su caudal es demonio meridiano, tesoro de duende que, vulgarmente dicen, se vuelve carbón. Y así, repartido cada judío en estas tres calamidades, las padecemos siempre: a la mañana, saeta que vuela; a mediodía, demonio meridiano; y a la noche, negocio que camina en tinieblas.
Creo, Señor, que padecerá mi discurso no sólo censuras, sino desprecios. Yo soy vasallo de V. M. animosamente leal y criado Vuestro; soy, por la misericordia de Dios, cristiano redimido con la sangre de Jesucristo, a quien, en mi intención para Vuestro servicio, me protesto ('me declaro'.) en el cielo y en la tierra, tan lejos de temer a los que me calumniaren, que los tendré lástima viéndolos incurrir en la rigurosa sentencia del Espíritu Santo (capítulo 29 de los Proverbios, verso 1): , «viro qui corripientem dura cervice contemnit,[V] repentinus ei superveniet interitus, et eum sanitas non sequetur» ('Al varón que con dura cerviz despreciare al que le reprehende, le sobrevendrá muerte repentina y no tendrá más salud'). Empero, cuando todos me calumnien, el pecho soberano y real de V. M. amparará mi celo y le defenderá en su grandeza.
Prevenga, Señor, todas mis contradiciones la historia de Balaam profeta (libro 22 de los Números) donde refiere la sagrada lectión que Balac, hijo de Sefor, que en aquel tiempo era rey en Moab, envió sus embajadores a llamar a Balaam, hijo de Beor, adivino, para que maldijese el pueblo de Dios. Comunicó Balaam con Dios, y mandóle Dios muchas veces que no maldijese el pueblo que estaba bendito de su mano. Obedeció a Dios Balaam; empero, últimamente sobre una jumenta empezó a caminar. Enojóse Dios, y el ángel del Señor se opuso contra Balaam y contra dos criados que le seguían.
Viendo la jumenta al ángel, que en el camino estaba con espada desnuda, se apartó del camino por los campos, y, como la apalease Balaam para volved a a la senda, el ángel se atravesó en medio de un callejón que hacían las cercas de unas viñas, y, viéndole, la jumenta se arrimó a una tapia y contra ella apretó el pie del que llevaba encima, el cual, volviéndola a castigar, no salió con su porfía, porque el ángel del Señor se atravesó en lo más estrecho, donde no podía la pollina volverse a un lado ni a otro, y, viendo al ángel, se dejó caer sobre los pies de Balaam, el cual, enfurecido, empezó de nuevo con una vara a castigarla y afligirla. Entonces abrió Dios la boca de la asna, y, hablando, dijo: « ¿Qué te he hecho yo? ¿Por qué me mal tratas la tercera vez?». Dijo Balaam: «Porque lo mereciste y me burlaste. ¡Ojalá tuviera espada para herirte!». Dijo la jumenta: « ¿No soy yo bestia tuya en quien siempre has andado camino hasta hoy? ¿Por dicha hasme visto otra vez hacer esto?». Respondió Balaam: «Nunca». Y al instante abrió Dios los ojos a Balaam, y vio al ángel, que con la espada desnuda estaba en el camino, y postrado en tierra le adoró. Y el ángel le dijo: « ¿Por qué tercera vez tratas mal a tu jumenta? Yo vine a oponerme a tu camino porque es perverso y contra mí; y si la jumenta no le hubiera dejado y te hubiera obedecido, a ti te hubiera muerto y ella viviera».
Poderosísimo Señor, en todas las virtudes reales no sólo grande, antes remontado a la comparación con otro monarca de cuantos son y fueron, este texto historial que a V. M. he referido, en quien intervienen tan desiguales interlocutores como son un adivino, un ángel, un jumento, atesora en su consideración literal la advertencia política y divina. Considerad, Señor, que, siendo Balaam ministro inmediato de Dios, con quien despachaba a boca, fió antes su obediencia de la mala bestia que del ministro malo, pues, cuando para atajarle los pasos mandó a el ángel se hiciese visible, mandó se hiciese visible antes a la jumenta que al profeta. Y considere V. M. que abrió Dios antes la boca a la pollina que los ojos a su ministro, y que a veces -no se puede negar- conviene que un bruto hable para que un adivino vea, y que el que está encima de otro, cuando rehúsa el camino que le manda hacer, debe no afligirle, sino temer que ve espada desnuda del cielo que le amenaza y que, si no abre los ojos y muda de intento, la espada del ángel dejará vivo a el jumento, que la respeta, y dará muerte a Balaam, que la desprecia. Aquí no puede mi ignorancia hacer otra persona que la del jumento: procuro disculpar el haber hablado yo en cosa tan grave.
No me admira que Balaam, que no vía el ángel, apalease a la borrica, que le vía. Empero, me llena de estupor que, oyendo hablar una bestia, la más bruta y de respiración más negada de formar voz y palabras, no sólo no se espantase, sino antes, respondiéndola, echase menos espada para herida. Grande es la insensibilidad de los obstinados en proseguir el mal camino que empiezan, pues ni le quieren dejar, ni dejar de afligir a quien los amonesta, ni conocen el portento ni el milagro.
No le abrió Dios los ojos a Balaam hasta que la jumenta le convenció con razones. Castigo fue que a un profeta convenciese una jumenta. Desdichado de aquel que ni se dejare convencer de los hombres ni de las bestias. Éste ni quiere abrir los ojos ni que se los abran, ni ve al ángel ni le puede ver. N o conoce, para su ruina, que la in obediencia de un jumento libra de la muerte a un profeta.
Si yo hubiese acertado a interpretar los retiramientos (retiramientos: 'abstracciones'; puede entenderse aquí como 'lección alegórica' ) deste capítulo ,' no habré perdido el tiempo ni la esperanza de autorizar en la brutalidad mía estas palabras encaminadas a sólo el servicio de V. M. y gloria de Jesucristo en la total expulsión y desolación de los judíos, siempre malos y cada día peores, ingratos a su Dios y traidores a su rey, prometiéndome y creyendo que en todo será lo justo y más acertado lo que V. M. determinare como monarca católico lleno de admirables y esclarecidas virtudes.
«Leva manus tuas in superbias eorum in finem. Quanta malignatus [W] est inimicus in sancto! Et gloria ti sunt qui oderunt te in medio solemnitatis tue; posuerunt signa sua, signa.» '
Todo lo escribo debajo de la correctión de la Santa Iglesia Romana, y si algo hay disonante a su sacra doctrina, desde luego lo retrato.
En villa nueva de los Infantes, 20 de julio de 1633.
Besa los reales pies y mano de V. M. DON FRANCISCO DE QUEVEDO VILLEGAS
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