Attollite, portae, capita vestra, et attollite vos, fores antiquae, ut ingrediatur Rex gloriae!
"Quis est iste Rex gloriae?" "Dominus fortis et potens, Dominus fortis in praelio."




Madrid, 1 abril 2007. Hoy, domingo de Ramos, es también el 68º aniversario de la victoria de las armas nacionales en la Cruzada de Liberación. Con este motivo reproducimos un artículo publicado el pasado año en Tetralema - Bitácora Lealtad. Las notas de actualidad de 2006 que contiene podrían ponerse hoy más alarmantes, pero consecuencia de las de ayer. Por eso conviene repetir que la solución a la presente agonía de España no se encuentra en volver a las causas de la misma, sino en sanar nuestra raíz.


Primero de Abril


Veintidós días después de la fiesta de los Mártires de la Tradición, cuesta recordar el Día de la Victoria en la actual coyuntura de postración y pesimismo. Apenas conforta el recuerdo de los gallardos requetés que encabezaron el primer Desfile de la Victoria por la Castellana, en un día de mil novecientos treinta y nueve, que parece como de hace varios siglos...

Aquellos españoles cuya memoria no se ha oscurecido completamente, ni su conciencia adormecido del todo, ven en este año de dos mil seis cómo está a punto de desaparecer lo que queda de España, y cómo adviene una sociedad infernal para sustituirla. Lo contemplan con un sentimiento mezcla de impotencia, de temor y de pereza: porque la mayoría de ellos se han vuelto adictos a una encanallada comodidad, a la irresponsabilidad personal en los asuntos colectivos, al falso bienestar económico de la pax euroamericana.

La conmemoración del Primero de Abril debe recordarnos que la victoria es posible. Los cinco años de la II República aceleraron hasta el paroxismo el proceso revolucionario desatado en mil ochocientos doce; el Gobierno del Frente Popular tenía en sus manos todos los medios para aplastar a quienes resistieran; gozaba además del apoyo extranjero. La situación se hizo tan insostenible, que los mismos viejos republicanos tomaron parte en el Alzamiento del Dieciocho de Julio. Había que defenderse del Frente Popular: la barbarie que éste representaba era demasiada hasta para muchos masones de la vieja escuela.

Los carlistas lo habían visto mucho antes, y la reorganización de la Comunión Tradicionalista que don Manuel Fal Conde realizó por mandato del Rey Don Alfonso Carlos fue desde un principio encaminada a la guerra. Ello no impidió que se desarrollase asimismo una formidable labor electoral, de propaganda, de prensa, social y sindical. Se pusieron las bases no sólo de la derrota de la Revolución, sino de la restauración del orden social cristiano. En mil novecientos treinta y seis, muchos se sumaron al esfuerzo armado. En mil novecientos treinta y nueve se había salvado España de lo peor. Pero el Carlismo no pudo imponer la restauración verdaderamente española: no pudo porque muchos de los suyos, llevados por un desbocado sentido de urgencia unos, de rebeldía personal otros, minaron la unidad de la Comunión en torno al Príncipe Regente, Don Javier de Borbón, y al Jefe Delegado. Se produjo, al fin, lo que Domingo Fal-Conde sintetizó así años después: "Luchamos noblemente en la guerra y vencimos. Fuimos rechazados para la paz y ésta no pudo consolidarse".

Hace unos días, el diecisiete de marzo, la Comisión Permanente de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa se permitió aprobar unánimemente la condena del régimen de Francisco Franco por las "graves y múltiples violaciones de Derechos Humanos cometidas en España por el régimen franquista, entre 1939 y 1975" (del informe presentado por el socialista maltés Leo Brincat). Aparte de lo ridículo que resulta la condena de ese régimen treinta y un años después de la muerte del General Franco, su texto, secundado por los gobiernos de cuarenta y tres países, Rusia entre ellos, y el informe que la preparó, son una sucesión de verdades mal utilizadas, medias verdades y mentiras completas. Son sobre todo una intromisión en los asuntos españoles y una afrenta de tal calibre, que sólo gobiernos tan godoyesco-witizianos como los del PP-PSOE (recuérdese la declaración institucional del Congreso de los Diputados el 3 de noviembre de 2002) pueden tragar sin protestar ni un poquito.

Los carlistas fueron víctimas, no se olvide, de la represión franquista. Lo cual, evidentemente, no les hizo alinearse con el bando perdedor en 1939, bando que representaba el intento más serio de destrucción completa de la Iglesia, la familia y la Patria. Como decía el 18 de agosto de 1936 El Pensamiento Navarro, lucharon "por nuestra sacrosanta religión ... por la libertad de nuestras conciencias ultrajadas; por la dignidad de nuestra familia; ... por nuestras benditas tradiciones; ... por los fueros de la civilización cristiana y occidental; por todo un patrimonio moral y espiritual que vale más que la vida, porque sin él la vida es vilipendio". Sus sucesores estamos colmados de legitimidad moral, si necesidad hubiere, para condenar a los hipócritas y sinvergüenzas tiranuelos de Europa, que evitan comparar la actuación policial y la situación carcelaria de, por ejemplo, la República Francesa en el mismo período, por no hablar de los regímenes comunistas cuyas élites siguen hoy gobernando gran parte de los países del Este; o la bestial represión que siguió a la II Guerra Mundial, y que en no pocos casos aún colea. Lo que de malo tuvo el franquismo no es sustancialmente distinto de lo que de malo tuvieron los regímenes contemporáneos suyos.

La sacudida que supuso para España el golpe revolucionario del 14 de abril de 1931 guarda similitudes razonables con la del 11-13 de marzo de 2004. En ambos casos, un Gobierno malo y débil dejó paso a una situación peor. En agosto de 1932 se pudo haber puesto coto al desastre, pero la cobardía de "las derechas" lo frustró. En abril de 1939 pudo haber comenzado la restauración de la Monarquía tradicional, católica, social y representativa: la indisciplina y la ambición lo hicieron imposible.

Hoy urge poner fin a la deriva de destrucción en que el nuevo Frente Popular nos ha instalado. ¿Responderán los españoles, y los carlistas los primeros, a la necesidad de la hora presente? Seguramente se pregunta lo mismo, desde su exilio, el Abanderado de la Tradición, Don Sixto Enrique de Borbón. El Primero de Abril es buena fecha para salir del individualismo y la molicie. Dios lo quiera.

Luis Infante

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