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Tema: El mito de la Revolución Francesa.

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    Re: El mito de la Revolución Francesa.

    Amenodoro Urdaneta fue hijo del General Rafael Urdaneta, nombrado Caballero de la orden de Pio IX por su defensa apologética y miembro de la Congregación Mariana, escribiendo diversos libros en refutación de publicaciones anticatólicas, incluida la “Vida de Jesús” de Renan, partidario de la Federación, también fue encargado durante el gobierno de Juan Pablo Rojas Paul para gestionar la venida de Monjas francesas para el Colegio de Tarbes, en esta ocasión compartimos sus reflexiones sobre la revolución francesa, contenida en una obra suya destinada a la educación infantil:

    “Huyendo de las borrascosas escenas que tuvieron lugar en las poblaciones de la Francia, escenas provocadas en nombre de la libertad y de la filosofía, se albergo aquella pequeña familia en ese ignorado sitio, juzgándose feliz en el retiro. Y en efecto lo era. ¿Quién no hubiera deseado su situación, en medio del horror y encarnizamiento que por donde quiera se veía? ¿Quien no deseaba estar lejos del teatro sangriento de tantas desdichas, cuando hasta el santo nombre de Dios era escarnecido, la Religión ultrajada, conculcada la moral, la justicia ridiculizada y bastardeada la filosofía? ¿Cuando se levantaban estatuas a ídolos humanos, al cínico Voltaire, al sanguinario Marat, al tremendo Danton y al incalificable Robespierre? ¿Cuando se adoraba a la diosa Razón en desprecio del Hombre-Dios; a esa diosa falible e limitada, en cuyo nombre se han cometido y se cometerán los mayores escándalos, y cuyo imperio no puede traspasar el lindero de las tinieblas del entendimiento humano, mal que les pese a los hombres? ¿Quién no desearía vivir tranquilo en medio de las agitaciones de espíritus enfermizos, que todo lo veían al través del funesto prisma de su calentura y de sus pasiones desencadenadas, que cual negros nubarrones y cual aquilones desatados, recorrían del uno al otro extremo de Francia, llevando la tempestad y la muerte? ¿Quién no aspiraría a la calma, cuando todo lo que hay de más bello, grande y noble en el corazón desaparecía al impuro aliento de la discordia y de una repugnante filosofía? En vano conservaba el verdadero filósofo, el hombre virtuoso, las ideas que le inspiraba su conciencia...... Era despreciado, y sucumbía envuelto en el espantoso torbellino de la revolución. En fin, la sociedad estaba minada y perecía.... Y habría perecido sin duda, si no hubiera enviado la Providencia una mano de hierro que contuviera aquel torrente devastador, y volviera a la revolución su aplomo i sus fueros a la Religión” (1)

    (1) Amenodoro Urdaneta, “El libro la infancia: por un amigo de los niños” (1865), pág. 61. Ver menos







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    Re: El mito de la Revolución Francesa.

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    El sangriento régimen que castigaba con la guillotina las «fake news» y a quienes «provocaran el desánimo»

    Durante el Gran Terror, la Convención aprobó un decreto que se puede considerar «todavía hoy como la carta fundacional de la justicia totalitaria» con castigos a quienes difundieran noticias falsas o criticaran la gestión de los comités revolucionarios




    César Cervera

    Actualizado:14/01/2022 17:43h Guardar



    La conspiración del hambre fue a principios de la Revolución francesa un importante motor para agitar los odios del pueblo y un foco de falsas noticias. La acusación contra la nobleza más casposa de estar provocando estados de hambruna y acaparando alimentos para lucrarse y, lo más grave, mantener sometido y famélico al pueblo justificó los primeros arranques de violencia. Conforme se radicalizaban los constitucionalistas fueron sumándose más y más personas, incluidos los girondinos y más tarde hasta algunos republicanos extremistas, a la lista de implicados en distintas conjuras internacionales contra el pueblo francés. Incluso Danton, uno de los primeros jacobinos, sería ejecutado acusado de estar en connivencia con los monárquicos y las fuerzas extranjeras.




    Retrato de Jean-Paul Marat

    La prensa parisina jugó un papel fundamental durante toda la Revolución para difundir ideas no siempre pacíficas.

    Uno de los personajes más populares del periodo Jean-Paul Marat, científico, médico y político francés entusiasta de la guillotina, contribuyó decisivamente desde su diario «L'Ami du peuple» en la escalada de condenas a muerte que marcó el inicio del conocido como periodo de el Terror. Con tono apocalíptico y una violencia verbal en cada línea, Marat gustaba de presentarse como el azote de los hipócritas, el perseguidor de los conspiradores y el gran campeón de la libertad de prensa: «La libertad de decir algo solo tiene enemigos entre los que desean reservar para ellos el derecho de hacer algo», solía alardear.

    La mayoría de parlamentarios contaban con su propio periódico y gran parte de ellos habían hecho política más en la prensa que en las asambleas. La difusión de noticias falsas tanto desde un lado como del otro se convirtieron en un arma de propaganda. En un momento dado, los revolucionarios intentaron descabezar, literalmente, las «fake news» que no les eran favorables.


    El totalitarismo moderno

    El periodo del Terror empezó el 17 de septiembre de 1793 cuando la Convención votó a favor de las medidas para reprimir las actividades contrarrevolucionarias y se prolongó hasta la detención y ejecución de Robespierre y su grupo a finales de julio de 1794. En estos diez meses se vivió un auténtico genocidio en algunas regiones que afectó a hombres, mujeres y niños… Pero incluso dentro de este año de represión y anarquía, con algunas regiones levantadas contra la Convención y los ejércitos extranjeros lamiendo las fronteras, existió un espacio de tiempo todavía más sangriento que los historiadores han denominado como Gran Terror, que se inauguró en mayo de 1794 con una serie de leyes cada cual más represiva que la anterior.

    El 22 de ese mes la Convención aprobó un decreto que, en palabras de Simon Schama, autor del libro clásico «Ciudadanos: una crónica de la Revolución francesa» (Debate), se puede considerar «todavía hoy como la carta fundacional de la justicia totalitaria».

    El decreto se aprobó dos días después de la Fiesta del Ser Supremo, una gran ceremonia dedicada al Dios de la naturaleza. Y tras sendos intentos de asesinar a Robespierre, diputado jacobino y uno de los miembros más influyentes del Comité de Salvación Pública (encargado de las ejecuciones junto al Comité de Seguridad General), y a Collot d’Herbois, también miembro de este comité.

    Georges Couthon justificó el decreto que castigaba con todavía más dureza los delitos políticos en que estos eran peores que los comunes, pues en el primer caso «se perjudica solo a individuos» mientras que en los otros se ve amenazada «la existencia de la sociedad libre». La presión sobre la Convención se tradujo en menos espacio para la libertad de pensamiento.




    Fiesta del Ser Supremo en el Campo de Marte (París)


    Couthon, diputado conocido por la parálisis que sufría en ambas piernas, defendía que cuando las conspiraciones amanazan a la República, «la indulgencia es una atrocidad [...], la clemencia es parricidio». De lo que se trataba, básicamente, era disminuir los criterios para definir a los conspiradores y la forma en la que debían ser ejecutados. A partir de este decreto, podían ser llevados ante el tribunal revolucionario aquellos acusados de «calumniar el patriotismo», «tratar de provocar el desánimo», «difundir falsas noticias» o «depravar la moral, corromper la conciencia pública y menoscabar la pureza y energía del gobierno».

    La acusación de traidor estaba sujeta a criterios totalmente arbitrarios, pero es que, además, el decreto quebraba las garantías procesales más básicas durante el juicio. Cuenta Simon Schama en su obra que el Tribunal solo podía tomar dos sentencias: la absolución o la muerte, no había penas intermedias. Aparte, no se permitía al acusado que tuviera abogado defensor y para acortar el juicio no se permitía llamar a testigos. Cuando algunos diputados reclamaron más tiempo para debatir sobre el decreto, Robespierre insinuó que los que se oponían era porque tenían algo que ocultar y que «aquí no hay nadie que no pueda decidir sobre esta ley con la misma facilidad con que se decidió sobre tantas otras de mayor importancia».


    Podían ser llevados ante el tribunal revolucionario aquellos acusados de «calumniar el patriotismo», «tratar de provocar el desánimo» o «difundir falsas noticias»


    La llamada ley de prarial aceleró el ritmo de ejecuciones en París, que centralizó los procesos que hasta entonces se llevaron a cabo en las distintas provincias. Si bien en las semanas previas ya se percibió un aumento de ejecuciones políticas, incluidos miembros de la Convención que perdieron por completo su inmunidad parlamentaria, fue a partir de prarial (el mes en el que se aprobó según el calendario impuesto por la Convención) cuando se pasó de cinco ejecuciones diarias un mes antes a diecisiete y más tarde 26 en el último mes del Terror.

    Solo una pequeña parte de las personas procesadas eran absueltas, mientras que los demás eran enviados a la guillotina, un instrumento de ejecución que no distinguía nobles de plebeyos...


    La guillotina para los verdugos

    Tradicionalmente se ha dado por válida la cifra de 40.000 personas ejecutadas durante todo el periodo de El Terror, pero Simon Schama sostiene que ese número solo es la punta del iceberg y no tiene en cuenta la catástrofe de dimensiones colosales que se vivió en la Vendée y en otras regiones periféricas que se opusieron a la Revolución. El historiador Jean-Clément Martin estima para la Vendée, Loire-Inférieure y Maine-et-Loire, regiones que vivieron una auténtica guerra civil, una cifra total de un cuarto de millón de muertos. En la Vendée incluso se estudió la posibilidad de utilizar «minas, gases u otros medios que permitiesen destruir, adormecer o asfixiar al enemigo», un antecedente directo de las cámaras de gas nazis.




    Maximilien Robespierre en 1785. Óleo de Pierre Roch Vigneron.


    En las últimas semanas de julio, el temor a que tarde o temprano a todo el mundo le llegara la hora de un juicio político hizo que un grupo amplio de revolucionarios se aliara para terminar con el periodo infernal de Robespierre, al que ni siquiera las victorias militares le sirvieron para bajar el ritmo de ejecuciones. Frente al temor a que Robespierre iniciara una nueva remesa de denuncias, algunos diputados comenzaron a dar gritos el 27 de julio para impedir el discurso del jacobino en la Convención. Las risas y las burlas paralizaron al rígido Robespierre, que en un rápido golpe de mano fue acusado de dictador y detenido junto con otros dos miembros del Comité de Salvación, entre ellos Saint-Just y Georges Couthon.

    Aunque fueron liberados de la cárcel por la comuna de París, finalmente el grupo más fiel a Robespierre fue de nuevo arrestado, condenado y conducido a la plaza de la Revolución (hoy plaza de la Concordia), en la que cientos de personas habían muerto durante los meses anteriores. Allí fue guillotinado. Bajo la máquina, el verdugo arrancó a Robespierre las vendas que tapaban una horrible herida en la mandíbula, huella de su intento de suicidarse antes de dejarse coger vivio, y dio lugar a un grito animal de dolor que solo pudo silenciar la caída de la hoja afilada.




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    Fuente

    https://www.abc.es/historia/abci-san...1_noticia.html

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