¿PERO QUÉ CELEBRAN ESTOS?
José I Napoleón Bonaparte, el Rey Intruso
AFRANCESADOS DE AYER Y HOY
Mucho afrancesado de tapadillo es lo que hay en nuestra actual España. Y así nos luce el pelo. Hoy se dan cita en San Fernando (Cádiz) un buen plantel de ellos. Han ido allí, con sus sonrisas de anuncio dentrífico, para conmemorar -dicen- el 200 aniversario de la primera reunión de las Cortes de Cádiz. Están felices, o al menos lo fingen muy bien, por sentirse herederos de algo que nos quieren hacer pasar como nuestro, cuando ni las funestas Cortes de 1810 ni la perniciosa Constitución de 1812 pueden ser, bajo ningún concepto, reconocidas como un producto genuinamente español. Todo lo contrario, fue el principio del final: los preliminares del procesual desmantelamiento de España.
En una España asaltada por Napoleón, se ve que estos liberales no tenían mejor cosa que hacer que reunirse para, aprovechando el caos de la guerra, afanarse en destruir el orden tradicional e imponer su desorden moderno. Siguiendo su estela, los que hoy han ido a festejar el II centenario de tal desaguisado, no tienen tampoco mejor cosa que ir a pavonearse de algo que, más que un título, es una infamia. En medio de la crisis económica, social, política, nacional e internacional estos inútiles que no tienen el decoro de defender Ceuta y Melilla, se van a Cádiz y allí se invisten de lo que, en su ignorancia y su incultura, no saben ni lo que fue: las Cortes y la Constitución. La multitud de los ignorantes los aplaudirá, celebrando cual inconscientes suicidas el fabuloso hallazgo de la soga corrediza con la que ahorcarse.
Alegoría de la Constitución de 1812
La Constitución -la de Bayona- fue el principal instrumento de propaganda demagógica de que se sirvió Napoleón. Veámoslo:
"La Constitución es la protección de los pobres y oprimidos; concede a pequeños y grandes el mismo derecho para la libertad civil y la seguridad de la propiedad" -dice Mazarredo en una proclama del 15 de mayo de 1809.
¿Y quién era Mazarredo? José de Mazarredo y Salazar (1745-1812) fue uno de los ministros del gobierno colaboracionista y traidor que lamía las botas de José I Napoleón Bonaparte, Pepe Botella. Esto es, Mazarredo fue uno de los muchos afrancesados que tuvimos.
Claro, se refería a la Constitución de Bayona (que no es la de Cádiz) -pudiera aducirse. Sí, bien. Pero, la misma cantinela era la que se traían los liberales de Cádiz, pregonando las intangibles virtudes de la Constitución de 1812. Se suponía que, con una Constitución, el pueblo sería feliz.
El afrancesado josefino José de Mazarredo, ministro español del gobierno de ocupación napoleónico.
El parentesco entre afrancesados declarados y liberales de Cádiz está en el mismo vocablo con que se identificaban unos y otros: liberales.
Cunde la falsa leyenda de que el término "liberal" fue acuñado ahí, en Cádiz, en los años que van de 1810 a 1812. Pero es una falsedad histórica que se encarga de denunciar magistralmente el hispanista alemán Hans Juretschke:
"El término liberal, en el sentido moderno de la palabra, es, pues, con respecto a España, de indiscutible ascendencia francesa y aparece por primera vez en el lenguaje oficial español con los decretos de Napoleón. El que se lo apropiase posteriormente el partido progresista de Cádiz y que se creyese por momentos que la expresión había nacido en Cádiz, carece de significación".
Y Juretschke recurre a la autoridad del P. Alvarado -El Filósofo Rancio- que cita, para explicar el significado de la palabra "liberal", la carta del general Sebastiani a Jovellanos, así como una serie de decretos napoleónicos donde emerge de sus renglones la palabra "liberal". La carta del general Sebastiani a Jovellanos es de 1809: las Cortes se convocaron en 1810.
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José Manuel Romero, pintado por Goya, afrancesado josefino. Luce en su recargada y pomposa casaca algunas condecoraciones estrelladas que dan buena cuenta del signo masónico para el que servía.
Uno de los momentos más brillantes de aquellas Cortes fue la elocuente intervención del diputado Blas de Ostolaza. Ostolaza había nacido en Trujillo (Perú) y era clérigo. El hecho de ser diputado americano levantaba suspicacias tanto entre la bandería liberal como entre los absolutistas. Pero, con mucha seguridad, el hecho de ser español del Perú dotara a Ostolaza de la perfecta sindéresis para captar el absurdo de las discusiones que fomentaban aquellos burguesotes liberalones. Así dijo el gran Blas de Ostolaza.
"Esta manía de parecernos a los franceses, de que habla un poeta español, es la que ha producido tantos eruditos a la violeta, tantos traidores a la patria y tantos débiles que se han mantenido en países ocupados, y acaso al lado del rey intruso, hasta un mes antes de la instalación de vuestra majestad, y de los que puede ser que alguno esté aplaudiendo en secreto el apoyo de las ideas de Napoleón, manifestadas en el decreto que fulminó a la vista de Madrid, suprimiendo los señoríos; decreto muy parecido a la proposición materia de estos debates, ciertamente muy impolíticos y extemporáneos en las circunstancias tan críticas en que se halla la nación, y en los que sólo se debe tratar de proporcionar fondos para arrojar a los franceses, único voto de los pueblos, cuya felicidad consiste en esto y no en providencias, que con el prestigio de ideas liberales coinciden con las revolucionarias de Robespierre, el mayor enemigo del pueblo a quien halagaba".
Manía... Así califica Ostolaza la actitud de los liberales, tan afanados en asemejarse a los franceses (si no a los de Napoleón, a los de Robespierre). Impolítica... Una reunión que, en vez de resolver la financiación de la guerra contra el invasor, se dedicaba a desbaratar el orden estamental. Extemporánea... Una asamblea que se proponía redactar una Constitución, como si España no estuviera constituída desde los tiempos de Recaredo.
Y así fueron las cosas. Las Cortes de Cádiz y la Constitución de Cádiz fueron, a otra escala, la misma traición de los afrancesados cooperadores del gobierno josefino-napoleónico. Pero, si cabe, la traición de los afrancesados de Cádiz fue todavía peor. Si Urquijo, Mazarredo, Llorente, Fernández de Moratín tomaron el partido del colaboracionismo más declarado, los liberales de Cádiz, proclamando su presunto "patriotismo español", hacían por debajo mayor y peor daño. Los liberales colaboracionistas eran despreciados por su declarada postura; pero los afrancesados de Cádiz eran unos hipócritas que, aparentando patriotismo, implantaban por servil mimetismo las aberrantes perversiones doctrinales, ideológicas, políticas, sociales y culturales, antieclesiales, de la Revolución Francesa.
El "patriotismo" de los liberales de Cádiz era idéntico al patriotismo de los afrancesados josefinos. Unos y otros compartían la misma interpretación negativa de la Historia de España, despreciando y renegando de todo cuanto nos hizo poderosos y grandes. La opinión de estos dos grupos afrancesados (que, muchas veces y pese a la separación por la guerra, parecen ser uno e ir de consuno) sobre la Historia de España estaba mediatizada por la ilustración inglesa y francesa. Y en eso, los liberales de Cádiz y los liberales de José I Bonaparte, eran hijos de la misma madre, aunque el padre fuese distinto. La opinión de Juretschke nos merece mucho respeto:
"Los afrancesados poseían patriotismo, querían lo mejor de su país, ciertamente, pero no creían en él. Espiritualmente minados por una ideología extranjera, justamente aquella ideología, según la cual España vivía ya durante tres siglos, o más exactamente, a partir del desposeimiento político de las Cortes por Carlos V, bajo un poderío despótico, y se encontraba, por decirlo así, en decadencia continua, tal y como lo habían asegurado la ilustración francesa e inglesa, los Robertson, Voltaire...".
El actual Jefe del Estado "español" (lo de "español", tratándose del actual Estado es un decir), Juan Carlos; uno de los que -con otros como Pepe Bono- ha ido a celebrar el II Centenario de la Cortes de Cádiz, aquí ataviado según otra tradición que no es la nuestra
A primera vista, tendríamos así que todos los españoles que vivieron y se vieron envueltos en las convulsiones de 1808-1814, serían patriotas. Todos: tanto los colaboracionistas napoleónicos, como los liberales gaditanos, como los absolutistas. Todos eran patriotas. Y cuando pensamos esto, sentimos como operarse una consoladora absolución histórica concedida a todos cuantos vivieron aquella época. Nada tenemos que oponer nosotros a ello. Pero sí queremos extraer de aquí, la consecuencia para nuestro presente y para nuestro futuro:
La verdadera cuestión no es determinar si los colaboracionistas y los liberales gaditanos fueron tan patriotas como los tradicionalistas. La cuestión es otra. Y sólo se puede resolver cuando se conteste a estas preguntas:
- ¿Se puede ser patriota si no se cree absolutamente en la inextinguible fuerza de la propia Tradición patria?
- ¿Se puede ser patriota, cuando se admira sumisamente otros modos de ser, de organizarse, de vivir, propios de otras naciones?
- ¿Se puede ser patriota cuando se admira a naciones que rechazan nuestro propio modo de ser, de organizarnos, de vivir tal como somos?
Respuestas:
Se será, en el mejor de los casos, mal patriota si no se cree en la Patria. Y en la Patria hay que creer como creyeron aquellos guerrilleros antinapoleónicos, que combatieron al invasor contra todos los cálculos humanos y arriesgando la vida entera. La Historia demuestra que el escepticismo patriótico es infidencia.
No se puede ser patriota si se considera que otras tradiciones ajenas (de otras naciones) son mejores, que otras tradiciones son mejores, que otras formas de ser -hasta de vestir- son mejores que la propia. Si así piensa alguien, pues que haga las maletas y se vaya a vivir con aquellos que, según su opinión, siguen una mejor forma de vida que los compatriotas. La Historia demuestra que el servilismo extranjerista es infidencia.
No se puede ser patriota, bajo ningún concepto, cuando -por si fuera poco- las tradiciones que se admiran son tradiciones que nos rechazan, por motivos religiosos sobre todo, aunque también por envidia multisecular y odios atávicos.
Así que, sabiendo todo esto, tres clases de afrancesados hay:
1. Los afrancesados josefinos, colaboracionistas a cara de perro con el invasor. Su traición es manifiesta: muchos de ellos la pagaron siendo ejecutados por las fuerzas patrióticas, linchados por el pueblo enardecido, purificados de la administración pública, la mayoría de ellos conoció el exilio.
2. Los afrancesados gaditanos; no se piense que eran todos de Cádiz, claro que no. Les llamamos "gaditanos" por ser en Cádiz donde se manifestaron como lo que eran: unos auténticos imitadores de los jacobinos. Pasaron por ser patriotas intachables, pero sus veleidades políticias sumieron a España en grandes trastornos que costaron mucho dolor. Estuvieron al servicio de la masonería y de los intereses británicos -y, a veces, franceses. Su traición es de peor grado que la de los josefinos, pues actuaron contra España de modo más oculto.
3. Los afrancesados actuales: no tienen ni idea de lo que hablan, ni de lo que dicen, ni de lo que celebran, pero -eso sí- irán a los fastos y pompas que celebren todo cuanto haya servido al rebajamiento y humillación de España. Su traición es actual: se reclutan entre la clase política, pero también los hay entre la grey periodística. Por la vida van dándoselas de intelectuales y gustan alardear de lo que llaman "progreso". Algunos son apátridas y cosmopolitas declarados. Otros todavía tienen la poca vergüenza de llamarse "patriotas constitucionalistas", como si la Patria pudiera ser reducida a un cuadernillo constitucional. Por mucho llamarse "afrancesados", lamentablemente no aplican nada positivo a España de cuanto hoy puede verse hacer en la Francia actual.
Ergo, el afrancesado es un traidor. Y siempre lo será.
Maestro Gelimer
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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