La Sátira es un género literario que, aunque no lo asegure, pienso que tiene sus inicios casi en los albores de la Humanidad, cuando los seres humanos descubrieron las carencias y defectos de los que convivían con ellos y decidieron ponerlos de manifiesto ante los demás, con un humor más o menos ácido. No quiero hacer mención de los grandes satíricos que, en todas las culturas, han dejado constancia de su ingenio, exponiendo ante los demás lo que, a ojos vistas, era un defecto o una deficiencia de cualquier conciudadano, sobre todo si se trataba de un poderoso. Era la única arma que tenían para criticarlo sin que les fuese la vida en ello.
Por lo tanto, lo que a continuación manifiesto, considero que se encuentra dentro de este género literario y, como una expresión más del mismo, hay que tomarlo.
Desde los tiempos más remotos de la Humanidad y todavía en algunas culturas se ha considerado que el nombre con el que se designaba una persona o una cosa contenía la esencia del mismo. De forma que había una correspondencia tal entre el nombre y la cosa nombrada que hacía que ambos constituyesen un todo inseparable. Por eso, en muchos pueblos, las personas tenían un nombre con el que eran conocidos por los componentes de la tribu y otro, el que contenía la esencia del que lo poseía, reservado sólo para la familia íntima y el clan.
El motivo primigenio de esta dualidad nominal tenía su razón de ser en que si alguien conocía el nombre íntimo de una persona podría apoderarse de su esencia, es decir, llegaría a tener ascendencia sobre la misma y, por lo tanto, un poder con el que podría dominarla, puesto que lograría penetrar en la naturaleza misma del nominado.
Podemos colegir, por tanto que, para los pueblos primitivos, los nombres no eran meras etiquetas para designar personas o cosas, sino que estaban impregnados de su esencia, de tal suerte que significante y significado estaban íntimamente unidos por una relación necesaria, no de arbitrariedad.
Una cosa semejante ocurría con los seres inanimados y animados. Ambos solamente tenían un nombre que designaba su naturaleza. En el Génesis se nos dice que Dios, después de haber creado a Adán, hizo desfilar ante él a todas las criaturas vivientes para que les diese nombre. Éste debería de corresponderse con las cualidades generales y particulares de cada creatura irracional y, por lo tanto, contener su esencia.
Posiblemente sea una hipótesis muy aventurada considerar que este fue el origen del nacimiento de los motes que, en principio eran los sobrenombres con los que se designaban a determinadas personas y que significaban un oficio, peculiaridad, cualidad o condición de las mismas, es decir, una característica accesoria de ellas y, el nombre que contenía su esencia, quedaba para uso restringido de la familia.
Estos motes o sobrenombres, en muchos casos, han pasado a ser apellidos, tras haber sido asignados al paterfamilias que dio origen al linaje porque era profesional de un determinado oficio.
Así ocurre con los apellidos Carnicero, Panadero, Herrero, Carpintero, Zapatero y otros muchos más.
Prestemos atención a este último. No sólo se corresponde con un oficio determinado sino que también puede designar otras muchas cosas.
Por ejemplo, se conoce como zapatero a un determinado árbol de madera no muy apreciada que se expande por el sureste de Méjico y de América central.
Yo conozco a una persona llamada Zapatero que pienso que su madera tampoco es muy apreciada, por lo menos esa es la impresión que me dan los que lo mencionan, cuando se refieren a su inconsistencia, volubilidad e inconstancia en mantener su palabra y sus promesas.
Hay un insecto muy común llamado zapatero que se encuentra en la superficie de las aguas dulces europeas y que hemos podido contemplar en cualquier lago, charca o fuente con sus largas extremidades posadas sobre el líquido elemento sin hundirse y desplazándose como si patinara.
Es un curioso animalejo con el que yo, en mi infancia, me he distraído mucho y que para mí era un misterio que caminase sobre el agua sin hundirse.
También el Zapatero que yo conozco tiene cierta similitud con dicho bichejo. Ya hemos dicho que éste se traslada como si patinase por la superficie del agua y sin jamás hundirse. Pues bien el Zapatero al que me refiero tiene también esas cualidades. Desde luego yo aún no lo he visto caminar sobre las aguas, pero para él no hay nada imposible, todo se andará.
Sí estamos saciados de contemplar como sobrenada, sin ninguna vez sumergirse, por los arduos problemas y las ocasiones peliagudas que cada día se le presentan. Posee la rara facultad de estar sobre el bien y el mal. Su palabra es infalible y todos están equivocados menos él. La verdad absoluta está solamente reservada para él.
Posee la rara habilidad de efectuar un aserto y a continuación el contrario, sin sonrojarse y manteniendo que los dos son verdaderos, pero él nunca se equivoca, los errados son lo demás. Se asemeja en su esencia al referido animalito porque sale indemne de todos los charcos en los que se mete, aunque bajo la superficie acuática se encuentren todas las tropelías, contradicciones, errores de bulto y un largo etcétera que él en su, a veces, atrevida ignorancia, se haya podido ver involucrado.
Otro animal al que se la aplica dicho nombre es al que comúnmente conocemos con japuta, palometa negra, castañola o castañeta. Éste se extiende desde las aguas frías de Atlántico Norte hasta Marruecos y también tiene su hábitat en el Mediterráneo. Es, como todos los peces, frío y escurridizo, difícil de coger con la mano por la viscosidad de sus escamas.
Su carne es muy sabrosa y se puede preparar de distintas maneras, para mí, todas agradables.
El Zapatero al que me refiero también tiene semejanza con dicho pez marino. Ha nacido más cerca del Atlántico que del Mediterráneo. Es frío y escurridizo como él. Si alguien le demuestra que ha caído en una contradicción de sus mismas palabras, tiene la curiosa maña de no darse por aludido y evadirse de la cuestión que le planteen como si tal cosa.
En lo que creo que no tiene concomitancia con el mencionado pez es en lo sabroso de la carne de éste. No creo que el Zapatero que conozco sea comestible. Además la antropofagia está penada por la Ley y no le recomiendo a nadie que se atreva a hincarle el diente, pues quizá pudiese inficionarse.
Otra acepción de la palabra zapatero es la que empleamos para designar el mueble en el que guardamos ordenadamente los zapatos.
No creo que exista mucha coincidencia entre la persona a la que aludo y el fin para el que se emplea dicho mueble. Éste sirve, como he dicho, para tener en organización el calzado que poseemos.
Me da la impresión de que el otro Zapatero, por la forma en la que hace sus aseveraciones y, a renglón seguido, dice lo contrario de lo que anteriormente ha postulado, no tiene sus ideas bien estructuradas ni la cabeza amueblada adecuadamente, por lo que considero que no sirve para este uso.
Pero para mí gusto particular la palabra zapatero que evoca tiempos de mi niñez es la del artífice en el sentido prístino de la palabra latina de artista o artesano.
Un tío mío era de este gremio de artistas. Yo, de niño, me maravillaba cuando lo contemplaba tomar medidas de los pies de los clientes y confeccionar, a partir de unos trozos de cuero, magníficos zapatos de hombre o de mujer.
¡Con qué habilidad dibujaba, trazaba, cortaba, cosía, ahormaba y finalmente presentaba una verdadera obra de arte!
Este Zapatero al que me refiero ha mal vertido o degradado su apellido porque no es el artífice que todos esperaban que fuese. Es una persona que puede defender dos cosas contrarias a la vez. Cambia de opinión según sopla el viento o le dictan otros individuos. Tiene el peor defecto que un ser humano puede poseer: el de querer complacer a todos. Hay un dicho que reza: “Quien a todos quiere agradar a ninguno satisface”.
Es una desgracia para su país, pero continúa en su torre de marfil y considera que los equivocados son los demás, que él solo posee la verdad.
¡Líbrenos Dios de los que se consideran depositarios únicos de la verdad absoluta!
Hay otra palabra que no debemos confundir con zapatero y es la de tuercebotas.
El significado de la misma es bastante peyorativo ya que en el diccionario de la Lengua Española de Espasa Calpe del 2005 significa persona sin importancia, pelanas o ser que no tiene significación alguna.
También se denomina así al jugador de fútbol que destaca por ser un estorbo para su equipo.
Se emplea para designar a aquellos a quien nadie toma en consideración y que carecen de relevancia, es decir que son insignificantes, que no tienen importancia, o trascendencia.
Creo que la persona que conozco es más bien un tuercebotas que un zapatero.
Manuel Villegas Ruiz, Doctor en Filosofía y Letras (Gª e Hª)
¡ Magnífico texto, Manuel !
...Nosotros, los hijos de los Celtíberos, no nos avergonzamos de cantar en nuestros versos los nombres, aunque bárbaros, de Bílbilis, donde se prepara el metal que conviene a las armas ; de Salon (Jalón), cuyas aguas templan el acero ; de Rixancar ; de Choros ; de Retron, famoso por sus jardines y sus flores ; de Molana (Molina), cuyos moradores manejan con tanta destreza la lanza...
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