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Tema: Política y caridad

  1. #1
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    Política y caridad

    Política y caridad (I)




    Oí decir en cierta ocasión que el correcto ejercicio de la actividad política es, desde el punto de vista cristiano, una obra de caridad. Aquello que en un principio me desconcertó, (a primera vista no entendí qué tenía que ver una cosa con la otra), con el paso del tiempo se fue consolidando hasta llegar a ser una premisa fundamental y básica en mi modo de entender la política.
    Si partimos de la premisa de que la Caridad, como virtud teologal, es la viva expresión del amor del hombre para con sus semejantes como respuesta al Amor Divino, llegamos a la conclusión de que los cristianos tenemos la obligación de poner el amor en el centro de nuestras vidas. No es posible, por tanto, el ejercicio de la Caridad ni la vivencia del amor en un ámbito individualizado donde el hombre se auto contemple su propio ombligo. El Amor requiere un compromiso personal que demanda una entrega generosa tendente a paliar ó incluso a resolver las carencias del destinatario de nuestra caridad sin aguardar contraprestación alguna.
    Si, paralelamente, entendemos el término Política, (del griego politikós: relativo al ordenamiento de la ciudad), como aquella actividad humana que tiende a gobernar ó dirigir la acción del poder establecido en beneficio de toda la sociedad, es lógico pensar que ese beneficio implica la búsqueda del bien común de la sociedad gobernada. Es un proceso, por tanto, orientado ideológicamente por una minoría hacia la toma de decisiones para la consecución de los objetivos de la totalidad. Ya en la antigua Grecia, Aristóteles definía al ser humano como un animal político porque política es, en definitiva, todo lo que rodea al hombre en la búsqueda del bien común de la sociedad en la que habita.
    El problema nace cuando se mezcla el concepto de “política” con el de “poder político”. Mientras que la política es algo que está virgen de intereses individuales, el poder político es el epicentro de esos intereses. Mientras que la política es el ejercicio de una actividad de renuncia propia en bien de la comunidad, el poder político es la ostentación viciada de esa actividad que, generalmente, deriva en la corrupción relegando el bien común a segundo plano y anteponiendo el bien propio por encima de todo. Ambos conceptos, política y poder político, existen y conviven desde que en el Neolítico el hombre empezó a organizarse de manera jerarquizada. Desde entonces han sido muchas las formas de ejercer la política y muchos, consecuentemente, los modos de ejercer el poder político. Generalmente, el modo de ejercer el poder político ha venido a prostituir la forma de ejercer la política. Son los casos del totalitarismo, el capitalismo, el socialismo y el liberalismo.
    En la época actual, tras la Revolución Francesa y la aparición de los Estados Unidos de América como nación, se nos quiere dar a entender, (precisamente desde el poder político), que los límites entre las formas de política y los modos de poder político confluyen en un mismo punto diríase que mágico, ideal y perfecto. Es lo que hoy entendemos por democracia. Pero, ¡ojo!, no una democracia cualquiera, sino una “democracia moderna al estilo occidental”.
    Esta nueva “democracia moderna al estilo occidental” no es más que una forma sibilina de adulterar el concepto de política tras la apariencia de que el pueblo es quien verdaderamente rige su presente y su futuro, cuando en realidad es de nuevo otro estilo de poder político quien maneja al pueblo a su antojo sin que él se dé cuenta y con su expreso consentimiento. Esta “democracia moderna al estilo occidental” es una forma de ostentar el poder político concebida y ejercida de manera ajena al pueblo, pero necesitada del propio pueblo para su subsistencia. Desde el poder político se intenta convencer al pueblo a diario y desde todos los medios de comunicación habidos y por haber, de las excelencias de esta forma de hacer política, de la necesidad de su subsistencia y de la conveniencia de estigmatizar a todo aquél que difiera de ella cuando en realidad los políticos demócratas modernos al estilo occidental no defienden una forma de política, sino una forma de poder político; es decir, se defienden a ellos mismos y buscan constantemente el apoyo del pueblo en el ejercicio de ese poder. Por eso, a los que difieren de su ejercicio se les dice que “no son políticamente correctos” y el pueblo, para no ser políticamente incorrecto, apoya al Sistema y lo alaba sin caer en la cuenta de que quienes ostentan el poder político sólo se representan a ellos mismos.
    Desde el poder político se controla a la economía, a la banca y a los medios de comunicación hasta el punto de que una mera gestión temporal de gobierno se llega a convertir en una forma de absolutismo que puede llegar a modificar las raíces más genuinas de cada pueblo. Es algo así como aquello de que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad…”. Un mal ejercicio de la actividad política, debidamente asumido por el pueblo, refrendado por éste y administrado maquiavélicamente por el poder político llega a convertirse en una única manera de hacer política hasta el punto de que el pueblo no llega a concebir otra forma alternativa de política.
    Esto es lo que tenemos actualmente en España y lo que impera en la práctica totalidad de países occidentales. (Sigue…)

    Manuel Nieto de Nevares

    Política y caridad (I) – Blog de la Comunión Tradicionalista Carlista de Andalucia

  2. #2
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    Re: Política y caridad

    Política y caridad (II)




    Desde que el nacimiento del liberalismo como forma “democrática” de lucha contra los absolutismos imperantes en la vieja Europa acabara con las formas propias de hacer política de cada nación, todas ellas volvieron su mirada a esa nueva panacea de forma de ejercer el poder político. Para ello, gran parte de los intelectuales de la época se sirvieron de la profunda incultura y el analfabetismo de un populacho ávido de modernidades y, en algunos casos (es el caso de la Francia revolucionaria), cansados de un modo de vida donde el Despotismo Ilustrado había relegado al ostracismo a la propia voluntad popular. Era aquello de “todo por el pueblo pero sin el pueblo”.
    Alimentados de ese veneno revolucionario donde se exaltaba el individualismo del hombre sobre el bien común de la sociedad, los llamados “representantes del pueblo” comenzaron a ejercer un tipo de poder político que, poco a poco, se fue alejando del propio sentir público. Con el disfraz de la soberanía popular, de la defensa de las libertades y de los derechos individuales de pensamiento, conciencia y asociación, de la división de poderes, de la libertad de prensa y opinión y de la ordenación del régimen político mediante una Constitución que encarnase a la soberanía nacional; el propio pueblo se fue auto sometiendo a un modo de ejercer la política donde el más mínimo atisbo de caridad comenzó a brillar por su ausencia.
    El mal ejercicio de la política por parte de muchos reyes de antaño, había puesto en bandeja a la masonería la maquinaria suficiente y necesaria para envenenar al pueblo con las ideas libertarias que en nada beneficiaban al propio pueblo. Para ello, y al amparo de eufemismos de toda índole, se dio modo y traza de inculcar en las volubles mentes de la masa toda clase de “derechos” habidos y por haber, creados y por crear e inventados y por inventar. El principio de igualdad social giró sobre sí mismo. Si el principio de la caridad cristiana nos hace a todos iguales a los ojos de Dios, el principio de la igualdad socio-político-masónica nos hizo a todos iguales a la hora de ejercer la actividad política. Esto llevó a que una auténtica legión de patanes pudiese elegir democráticamente a otro patán para que gobernase a dicha legión y, por añadidura, al resto del pueblo sin que éste pudiese hacer nada pacíficamente para impedirlo. Tan es así, que en numerosísimas ocasiones la avalancha revolucionaria asaltó el poder político de manera violenta derrocando a las bravas los antiguos sistemas de gobierno. Curioso modo de ejercer la democracia…
    Este es el origen de la política de partidos: La tergiversación de la caridad ó la caridad mal aplicada a la política en beneficio de pocos para el mal gobierno de otros muchos. La prostitución del amor en el ejercicio de la política lleva a la aparición de un sistema de ejercicio del poder político donde la disgregación, la separación de ideales, la aparición de ideologías y la confrontación de posturas son las que marcan el paso en la manera de gobernar. La propia palabra PARTIDO implica una ruptura, una separación, una rivalidad, una confrontación, una victoria y una derrota. ¿Cómo es posible ejercer la política de una forma honesta, real, verdadera y activa cuando la premisa para ejercerla es la victoria sobre un adversario?. ¿Es que acaso el adversario admite su derrota sin más y contribuye al ejercicio del poder político por parte del vencedor?. Todos sabemos que no. De hecho, al perdedor se le cataloga como “oposición”; es decir, la negativa frontal al modo de gobierno de quien ostenta el poder. Esto, consecuentemente, lleva al fomento de las envidias y las inquinas, al abuso de poder cuando se ostenta éste, a las zancadillas políticas, al cohecho, a la prevaricación y a un modo de absolutismo aún más feroz y despiadado que el sufrido en épocas anteriores. En definitiva; no existe lugar para la Caridad en la “democracia moderna al estilo occidental” de la que hablábamos en la primera parte de este artículo.
    Atrás quedaron los sistemas de gobierno tradicionales. Atrás quedaron las Monarquías con mayúsculas limitadas por Dios por encima y por el pueblo por abajo, los sentimientos y los orgullos patrios, los juicios de residencia, la representación real de todos los estamentos, los fueros y la costumbre de cada región y de cada país. Atrás quedó el honor y la honestidad, la legitimidad, la hombría de bien al gobernar, la búsqueda verdadera del bien común y el amor al prójimo aplicado a la política a la hora de ejercer del poder. Atrás quedó la Caridad a la hora de ejercer la política y, por ende, atrás quedó también la presencia de Dios en quienes ostentan el poder político. Por eso, entre otras cosas, es por lo que la Iglesia Católica condena al Liberalismo. Porque, a través de él, el hombre se emancipa parcial ó totalmente del orden sobrenatural, moral y divino y de cualquier clase de autoridad derivada de Dios relegando a la religión al dominio privado de la conciencia individual de cada uno. Porque el Liberalismo supone poner en práctica una absoluta autonomía de cada hombre en todo tipo de actividades humanas y una concentración de toda autoridad pública en una “soberanía del pueblo” que no es tal. Porque los principios liberales están basados sobre una noción errada de la libertad humana y son siempre contradictorios e indefinidos en sí mismos, siendo imposible su práctica. Porque el Liberalismo busca, en todo momento, la técnica de dirigir a la opinión pública y el aprovechamiento de ésta en el momento preciso en beneficio de una casta que casi siempre está alejada de la realidad del pueblo y porque el modo de ejercer el poder político según el sistema liberal es contradictorio e incompatible con el ejercicio de la Caridad cristiana en el correcto ejercicio de la política.
    (Sigue…)
    Manuel Nieto de Nevares

    Política y caridad (II) – Blog de la Comunión Tradicionalista Carlista de Andalucia

  3. #3
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    Re: Política y caridad

    Política y caridad (III)




    Ese liberalismo de Rousseau, de Madame Staël, de Montesquieu, de Cavour e incluso de Robespierre es el mismo que el de Marx y de Hegel. El mismo de Lenin y de Stalin. El mismo de Cánovas y Sagasta. El de Churchill y Margaret Thatcher. El de Felipe González, Zapatero y Rubalcaba. El mismo de Suárez, Fraga, Aznar y Rajoy… Todos, absolutamente todos, se mueven como peces en el agua en esa corriente liberaloide que nació en los más sórdidos salones y logias de la masonería y que, con mayor ó menor virulencia tomó las calles del continente europeo al grito de ¡libertad!. Un modo de ejercer la política cuya forma ideal de gobierno es la República en los Estados pequeños y la Monarquía parlamentaria en los más grandes, que ya desde sus inicios mantuvo una sistemática persecución del Cristianismo y, en especial, de la Iglesia Católica con sus instituciones con una frívola desconsideración e incluso una imitación burlesca del orden moral divino.
    Este liberalismo es hijo de la Masonería y padre, a su vez, de otros muchos movimientos derivados de él como el Socialismo, el Comunismo, el Anarquismo, la Social Democracia Radical de Marx, la Monarquía Parlamentaria ó Constitucional y la “democracia moderna al estilo occidental”. De todos ellos, el Anarquismo es el más genuino exponente, mientras que todos los demás no son sino máscaras más o menos adulteradas y agradables en cuyo reverso late un fondo visceral y revolucionario. Ni que decir tiene que en ninguno de ellos existe la más mínima expresión de Caridad en el ejercicio del poder político en tanto en cuanto niegan la presencia de Dios en el ejercicio de la política. Para sustituir el concepto de Caridad, los gobiernos liberales inventaron otros conceptos como el de filantropía y el de solidaridad. Cualquier cosa antes de tener a Dios presente en las instituciones y en la forma de ejercer la política.
    Evidentemente, la maquinaria propagandística de estos nuevos modelos políticos hicieron mella en gran parte del pueblo que aún conservaba vivo en su ser el concepto político del antiguo régimen. Para no ser considerados como “políticamente incorrectos”, surgió un nuevo concepto almibarado, adulterado y viciado desde su origen mucho más peligroso que la radicalidad revolucionaria: el Catolicismo Liberal. Esta corriente, que después derivaría en la Democracia Cristiana, tiende a ciertas reformas en la doctrina eclesiástica y en la disciplina de acuerdo con la teoría anti-eclesiástica protestante liberal y la “ilustración” atea de este tiempo. Defiende una amplitud en la interpretación de los dogmas, descuido en las normas doctrinales de la Iglesia Católica y simpatía hacia el Estado aún en sus decretos contra la libertad de la familia y de los individuos para el libre ejercicio de la religión. El Catolicismo Liberal es, como decimos, la más peligrosa y dañina forma de hacer política y el estilo más nauseabundo de adulteración de las verdades dogmáticas en beneficio de la revolución “modernista”.
    Como vemos, el abanico liberal es amplísimo: desde el anarquismo más visceral pasando por el bolchevismo hasta llegar al comunismo, socialismo, marxismo, república, monarquía parlamentaria, social democracia y democracia cristiana. Hay para todos los gustos, desde la ausencia de poder político que proclama la anarquía hasta los totalitarismos más furibundos de la Rusia comunista pasando por la adulteración católico-liberal. Todas estas tendencias políticas provienen del liberalismo y, por tanto, descienden por línea directa de la acción masónica. En todas ellas, la ausencia de Dios a la hora de ejercer el poder político es manifiesta, por lo que la Caridad en el ejercicio de estas actividades políticas es algo totalmente inexistente.
    Es por ello que numerosos Papas de la Iglesia Católica han condenado al Liberalismo. Ya Gregorio XVI, en su Encíclica “Mirari vos”, de 1.832 condenaba al Catolicismo Liberal. Pio IX en su Encíclica “Quanta cura” y el Sillabus adjunto de 1.864, denunciaba igualmente esta forma de hacer política. La Constitución “De fide” del Concilio Vaticano I condenaba al Racionalismo y al Naturalismo (1.870). La definición de la infalibilidad papal por el Concilio Vaticano I fue, virtualmente, una condenación expresa del liberalismo. Las Encíclicas de León XIII (“Sobre los males de la sociedad moderna” y “Sobre las sectas del Socialismo, Comunismo y Nihilismo” de 1.878, “Sobre la filosofía cristiana” de 1.879, “Sobre el matrimonio” de 1.880, “Sobre el origen del poder civil” de 1.881, “Sobre la Masonería” de 1.884, “Sobre el Estado Cristiano” de 1.885, “Sobre la libertad humana” de 1.888, “Sobre los principales deberes de un ciudadano cristiano” de 1.890, “Sobre la cuestión social” de 1.891, “Sobre la importancia de la unidad de la fe y la unión con la Iglesia para la preservación de los fundamentos morales del Estado” de 1.894, “Sobre la persecución de la Iglesia en todo el Mundo” de 1.902) condenaban todo tipo de liberalismo político. Pio X volvía a condenar al liberalismo en Decreto de la Congregación de la Inquisición, de 1.907.
    Evidentemente, quien niega la mayor, está negando a su vez la menor. Por tanto, quien condena al Liberalismo, está condenando implícitamente y por analogía, todo tipo de política derivada de las tendencias liberales en cuanto hijas bastardas de una propia ideología bastarda. No nos cabe duda, por tanto, que el Sistema Político basado en la “democracia moderna al estilo occidental” no es la mejor de las formas de política si de verdad se tiene uno por católico convencido. (Sigue…)
    Manuel Nieto de Nevares

    Política y caridad (III) – Blog de la Comunión Tradicionalista Carlista de Andalucia

  4. #4
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    Re: Política y caridad

    Política y caridad (IV)




    Que la Iglesia Católica condene el Liberalismo y todas sus secuelas no quiere decir que, de igual forma, condene a la política y a los encargados de ejercer el poder político. Generalmente, cuando la Iglesia, mediante su Magisterio, opina sobre cuestiones de índole social siempre se la suele acusar de “inmiscuirse en cuestiones políticas” cuando la realidad es precisamente la contraria. Son los propios ejercientes del poder político quienes se inmiscuyen en cuestiones de índole moral para legislar y legalizar cuestiones completamente amorales e inmorales. De ahí que no todo lo legal tenga que ser necesariamente moral.
    Si, como decíamos en la primera parte de este artículo, la política es aquella actividad humana que tiende a gobernar en beneficio de toda la sociedad buscando para ello el bien común de la misma como expresión del amor del hombre con sus semejantes correspondiendo así al Amor Divino; es claro que el correcto ejercicio de la política conlleva unas dosis de Caridad que deben ser inherentes a la propia política. La ausencia de Caridad en la política liberal es precisamente el factor que lleva a los liberales a condenar a la Iglesia Católica cuando ésta ejerce su Magisterio al opinar sobre las cuestiones sociales. Y eso es lo que les duele porque, si bien necesitan de esas dosis de caridad, son incapaces de encontrarla dentro de su propio pensamiento.
    Hace unos días oí por la radio el siguiente comentario: “La incompetencia de los políticos actuales ha provocado la aparición de grupos anti-sistemas que cuestionan el Sistema Democrático, cuando en realidad, la desaparición de este Sistema nos llevaría inexorablemente al Totalitarismo, al Autoritarismo ó a la Anarquía”. ¡¡Falso!! . ¡Esa es la eterna cantinela de los que ostentan el poder político y de los que recogen las migajas de las mesas donde los liberales se ponen “hasta las trancas” a costa del pueblo!. Es el eterno discurso del paniaguado y del ignorante, del déspota y del tibio, del “listo” y del torpe. Es la eterna postura del que tiene la sartén por el mango y teme que puedan arrebatársela. Es la cultura del miedo…
    Que el Sistema está exprimido y agotado es algo que hasta los más “demócratas” se están viendo venir a pasos agigantados. Que la “democracia moderna al estilo occidental” es nido y cantera de políticos mangantes es algo que, a estas alturas, está ya fuera de toda duda. Que los liberales de izquierdas son lobos revolucionarios con piel de cordero tolerante es algo archisabido. Que los liberales de derechas son una caterva de engañabobos acomplejados sin programa político alternativo es algo que ya no merece comentario. Que el “ciudadanito de a pié” vota siempre “al menos malo” porque ninguno de los partidos con representación los representa realmente es algo que ya se está viendo en nuestras calles. Que la gente ha perdido su confianza en la casta política es algo que se sabe en todos los rincones de la Zarzuela, la Moncloa y el Congreso de los Diputados. Y que el político de hoy está empezando a tener miedo porque peligra su “mamela” es algo que ya se habla en las todas las barras de nuestros bares. Hasta ahora, en España la reacción anti sistema ha sido medianamente “pacífica” porque quien figura en vanguardia de esa reacción no son más que “perroflautas, okupas y piojosos”. En Inglaterra, la reacción ha sido muchísimo más dura. No vamos a entrar ahora en dilucidar quién ó qué cosa está detrás de estos movimientos anti sistemas, pero el fenómeno está ahí. Y todo es producto de la falta de Caridad en la política. Es consecuencia de haber apartado a Dios en el ejercicio del poder político.
    Estamos en el borde del precipicio. En el final de una “era política” donde los actuales sistemas de gobierno, y en particular la “democracia moderna al estilo occidental” está dando las boqueadas. Tal vez esto también esté dirigido desde algunas esferas de poder… ¿Y después de esto, qué?. ¿El Totalitarismo, el Autoritarismo y la Anarquía?. Puede ser sí, si continuamos dejando a Dios fuera de nuestro proyecto político y dejando que la Caridad no se asiente en la futura forma de actuar en Política. Si por el contrario, el católico da un paso al frente y, actuando como católico, se implica en los futuros proyectos políticos es posible que todavía no esté todo perdido.
    Ya el Papa Juan XXIII en la Encíclica “Pacem in Terris” exhortaba a los católicos a participar activamente en la vida pública y a colaborar en el progreso del bien común de todo género humano y en el de nuestra propia nación. Por ello, el católico está llamado a dar a la política un estatuto auténticamente humano buscando una política que, teniendo a Dios como fundamento, ponga a la persona humana en el eje de sus esfuerzos; respetando los derechos fundamentales, especialmente el de la vida; una política que sirva al bien común, inspirada en un humanismo integral y solidario, que sea subsidiaria de los cuerpos sociales intermedios, especialmente de la familia. Es necesaria una política que se detenga cuando encuentre valores anteriores a ella, que sea transcendente y que esté enriquecida por los valores de la verdad, de la justicia, de la libertad y de la Caridad. Es necesaria una mirada al pasado porque el presente nos está llevando a un futuro sin salida. Es necesario un proceso de regeneración y reciclaje político que nos devuelva los valores tradicionales que la revolución liberal se está encargando de aniquilar. Mirar al pasado no significa retroceder, sino hacer que la sociedad asuma y sea consciente del fracaso de una forma de ejercer la política ajena a Dios y al propio hombre. (Sigue…)
    Manuel Nieto de Nevares

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  5. #5
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    Re: Política y caridad

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    Política y caridad (y V)




    Desde la aparición del “fenómeno liberal”, todos los Papas han querido orientar a los fieles católicos sobre la idoneidad del correcto ejercicio de la política y del poder político. Ya hemos visto los argumentos de Papas como Gregorio XVI, Pío IX, León XII, Pío X y Juan XXIII. El propio Pablo VI, en su “Octogésima adveniens” manifestaba que la política es una actividad en la que se exige vivir el compromiso cristiano al servicio de los demás.
    Por su parte, el Beato Juan Pablo II a propósito del Jubileo de los Gobernantes, Parlamentarios y Políticos mantenido en Roma los días 4 y 5 de Noviembre del año 2.000 ante 17.000 parlamentarios y gobernantes provenientes de 94 países no dudaba en afirmar que el cristiano que actúa en política, (y quiere hacerlo como cristiano), ha de trabajar desinteresadamente, no buscando su propia utilidad ni la de su propio grupo ó partido, sino el bien de todos y cada uno de los gobernados utilizando para ello la justicia como preocupación esencial. El espíritu de solidaridad, (que no es otro que el propio concepto de Caridad), es el único freno a la búsqueda de poder político y riqueza económica en un mundo globalizado que tiende a desentenderse de toda consideración moral, asumiendo como única norma la ley del máximo beneficio. Para ello es fundamental que la ley positiva, (la del llamado poder “legislativo” del Estado) no contradiga nunca a la Ley Natural, al ser ésta una indicación de las normas primeras y esenciales que regulan la vida moral. En la base de los valores no pueden estar provisionales y volubles “mayorías” de opinión, sino sólo el reconocimiento de una Ley Moral Objetiva que, en cuanto “ley natural” inscrita en el corazón del hombre, es punto de referencia normativa de la misma ley civil (Encíclica “Evangelium Vitae”).

    Esto es importantísimo para el político católico ya que un legislador cristiano no puede contribuir a formular ni a aprobar en sede parlamentaria ningún tipo de ley contraria al designio divino. Pongamos como ejemplo las leyes del aborto, del divorcio, de uniones homosexuales, las que atentan a la familia, las del suicidio asistido, la eutanasia, el adoctrinamiento infantil en las escuelas, y tantas otras que estamos padeciendo en las últimas décadas. Toda persona recta encuentra, pues, en los dictámenes de la Ley Natural, que resuenan en su conciencia, la orientación para las opciones que le exige la función política que se le ha confiado. El político católico cuenta, además, con las orientaciones de la Doctrina Social de la Iglesia, que no constituyen una “ideología” y menos un “programa político”, sino que ofrecen las líneas fundamentales para una comprensión del hombre y de la sociedad a la luz de la ley ética universal presente en el corazón de todo hombre e iluminada por la revelación evangélica. El compromiso social y político ha de ser por tanto, necesariamente y por propia definición, un ejercicio de Caridad. Un compromiso fundado no sobre ideologías ó intereses de parte, (eso son los “partidos”), sino sobre la elección de servir al hombre y al bien común a la luz del Evangelio. Los católicos tenemos que meternos en política. No ser partidistas, sino políticos, ya que cuando reflexionamos sobre la justicia social y los derechos humanos, estamos metiéndonos en política. Y la obligación de incidir en la sociedad es cosa de todos los cristianos.
    El día 30 de Marzo de 2.006, Su Santidad Benedicto XVI fomentaba la iniciativa y participación de los católicos en política sobre la base de una serie de Principios “No Negociables” que se fundamentan en la protección de la vida en todas sus fases, el reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia como unión basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer y su defensa ante otras formas radicalmente diferentes de unión, la protección del derecho de los padres a educar a los hijos y la búsqueda del bien común en la sociedad basada en la tradición de las raíces cristianas. El 27 de Mayo del presente año 2.011, el Papa instaba igualmente a los obispos a promover la participación activa de los laicos en la vida pública y política exhortándoles a “estimular a los fieles laicos a vencer todo espíritu de cerrazón, distracción e indiferencia y a participar en primera persona en la vida pública y a animar las iniciativas de formación inspiradas en la Doctrina Social de la Iglesia para quien está llamado a la responsabilidad política y administrativa” y resaltando, igualmente, que “la Iglesia no persigue privilegios ni quiere intervenir en la responsabilidad de las instituciones políticas” pero ofreciendo la propia Doctrina Social de la Iglesia como base de formación para los laicos católicos que den el paso de participar en la política.
    Dicho esto, como dijo aquél: “blanco y en botella”. Condenando el Liberalismo y sus derivaciones bastardas, buscando el bien común de la sociedad, inspirándose en la Doctrina Social de la Iglesia, esperando el regreso de un poder legítimo que vertebre el ejercicio real de la Caridad en la forma de hacer política con participación verdadera y representación auténtica de los estamentos sociales, compartiendo los principios no negociables recomendados por el Papa, fomentando la realidad legislativo-foral de cada región buscando la unidad en su pluralidad y teniendo a Dios como punto de partida y eje sobre el que se base la convivencia armónica de los hombres respetando la Tradición de la Patria, sólo hay una formación política en España aunque no tenga “representación parlamentaria”. De nosotros depende volver a fomentarla en todos nuestros círculos familiares, sociales y laborales y quitarle la venda de los ojos a los que sólo piensan en el “mal menor” de una política mal entendida ausente de Caridad.
    Manuel Nieto de Nevares.

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