El último error, que deseo resaltar, nace de lo que podría describirse como la disolución del deber patriótico entre los católicos. Según mi interpretación ese deber se extiende a todas las sociedades a que pertenecemos, y culmina en la más elevada de esas sociedades, cuyo gobierno tenga poder real, legítimo o no, sobre nosotros. Tenemos respecto de esas sociedades la obligación ordinaria de contribuir al verdadero bien común y el deber accidental de atender a sus necesidades extraordinarias. En nuestro caso, eso se concreta, a mi parecer, en el deber extraordinario de enfrentarnos, por los medios que tengamos a nuestro alcance y con la debida prudencia, a esos gobiernos, regionales, nacionales o supranacionales ilegítimos que están sobre nosotros. Tenemos que oponernos a ellos, con no menos entusiasmo que a un enemigo exterior, que hostigara o conquistara nuestra patria desde fuera.
Sin embargo, vemos hoy que el deber patriótico no sólo no es cumplido por los católicos, sino que niegan tenerlo. Dos errores distintos han contribuido, según entiendo, a que la mayor parte de los católicos no perciban la obligación patriótica extraordinaria de enfrentarse a esos enemigos interiores, que apartan a nuestra sociedad del fin al que debe dirigirse. La primera procede del contagio modernista que padecen las autoridades eclesiásticas, y de la consiguiente doctrina sobre la independencia del orden temporal respecto del espiritual. La sesgada interpretación
maritainiana de la separación de poderes, admitida por muchas jerarquías eclesiásticas; el decidido apoyo teórico de estas últimas a la democracia; su posterior negativa a enmendarse ante los desastrosos resultados de esa enseñanza; el recurso a enmascarar la misma postura con la vacía retórica de la laicidad positiva; todo eso ha vaciado de huestes cualquier organización que pretenda cumplir con el deber patriótico. Y así, cuando, entre los católicos, cunde la alarma por el futuro de nuestra patria, la única reacción que se ha dado, de manera común, ha sido votar al PP, con gran satisfacción por parte de los mejores obispos.
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