La segunda parte del articulo. Pongo sólo el enlace porque ya está en otro hilo.
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¿Es posible una geopolítica para España? (I)
7 11 2012 Source: viajejet.com
La geopolítica relaciona la actuación de un Estado, u otro ente con alguna relevancia territorial, con las circunstancias geográficas que lo condicionan. Que la geografía imponga ciertos condicionantes de obligada observancia a la política es una afirmación que debería parecer obvia. Y, sin embargo, quizá por casar incómodamente con una concepción puramente voluntarista de la política, esta obviedad está siendo eludida en la práctica de la política exterior española. La historia demuestra que la geopolítica está más allá de los gobiernos y de las ideologías, que existen unas líneas generales que ―mientras no cambie la geografía, cosa improbable pero no imposible― permanecen constantes en el tiempo. Tanto Richelieu como Napoleón comprendieron que el afianzamiento de Francia como primera potencia continental dependía del fraccionamiento de los pequeños Estados alemanes, a cuya costa podrían ampliar el territorio francés una vez roto el cordón hispánico que abarcaba desde los Países Bajos hasta Milán. El equilibrio europeo, obsesión constante de Inglaterra, era la condición necesaria para que ésta pudiera buscar su prosperidad en el mar: todas sus posesiones coloniales estuvieron orientadas hacia esta vocación marítima. Y Rusia, tanto zarista como soviética, imbuida desde su génesis moscovita de un particular sentido de misión, hizo del “expansionismo mesiánico” ―en palabras de Kissinger― su razón de ser: primero a la sombra de la Ortodoxia, luego de la Internacional. Estamos acostumbrados a oír ―principalmente en la retórica parlamentaria― hablar de España como un “proyecto”, como una página en blanco sobre la que los españoles “hemos de decidir”. Este tipo de lenguaje, más adulador que pragmático, distorsiona sensiblemente nuestra percepción de la realidad política, inflando el papel que en ella tiene la voluntad y silenciando el de los irrefragables límites que impone, como es natural, el objeto sobre el cual se vierte esta voluntad. Esto hace imposible comprender, entre otras cosas, la naturaleza de la geopolítica, que en gran medida se escapa de nuestra capacidad de decisión. ¿Por qué? La Iglesia enseña que las obligaciones hacia la patria están comprendidas en el cuarto mandamiento: «honrarás a tu padre y a tu madre». No se trata de una figura retórica que compara a los padres de cada uno con una gran “madre patria” de todos, sino de la lógica extensión del deber de piedad filial: honrar a los ascendientes, a esa cadena genealógica que se remonta más allá del recuerdo, implica respetar la obra que nos han legado. Aquélla que cada generación, una tras otra, ha recibido de la anterior para beneficiarse de ella, para perfeccionarla, y para a su vez transmitirla a la siguiente. Es la dinámica de la civilización: el progreso que se perpetúa mediante la tradición. Honrar a los padres implica honrar esa tradición acumulada que es, en suma, la patria. El cuarto mandamiento nos recuerda, a través de este solemne deber, una realidad bien evidente: que la patria, cuando nacemos, nos viene dada. El “proyecto” ya existe, y todo el trabajo que pueda hacer una generación tiene que partir de él como realidad. La geopolítica, por tanto, no es algo que pueda ser dictado libremente por cada gobierno o por cada régimen. La continuidad, implícita en la definición de patria, es esencial para la desenvoltura e incluso para la misma existencia de cualquier comunidad política, y por tanto las autoridades que la rigen deben tenerla muy presente en los múltiples niveles de su actuación. Para la geopolítica, que conforma uno de estos niveles, esta necesidad de continuidad se hace aún más palpable por su estrecha unión con el territorio, que cambia muy poco con el tiempo. Del mismo modo que la tienen Francia, el Reino Unido y Rusia ―por citar sólo algunos ejemplos emblemáticos―, ¿tiene España una geopolítica? No toda política exterior es geopolítica Tiene una política exterior, sin duda. Y ésta persigue los “intereses de España”: es decir, el gobernante que la establece juzga que ha de servir para algo. Ahora bien, si esta política exterior no constituye una geopolítica acertada, congruente con nuestras condiciones geográficas, lo más probable es que los “intereses” que se persigan no sean los de España como patria, sino como “proyecto”: esto es, el que tenga el político de turno. Hay tantas políticas exteriores como “proyectos”, pero geopolítica coherente sólo hay una. Estas volubles políticas pueden ser electoralmente rentables, incluso pueden satisfacer intereses particulares legítimos, pero siempre serán inútiles e incluso perjudiciales para el futuro, porque carecen de la indispensable continuidad: no contribuirán al bien común. Es decir, no serán auténtica política. Congraciarse con el poderoso puede asegurar una tranquilidad en el presente, una sensación de subirse al carro del vencedor, pero se destinarán preciosos esfuerzos y recursos para cultivar huertos ajenos, descuidando el propio. Es la política de protectorado. Cabe preguntarse si nuestras recientes aventuras militares, incorporándonos a los tradicionales intereses geopolíticos anglo-estadounidenses, no responden a este espíritu. ¿Cuál debe ser, entonces, la geopolítica de España? Sus líneas generales hay que buscarlas, irremediablemente, en la historia. Porque decir patria es decir historia: en su estudio apreciamos esta continuidad generacional que hace posible la comunidad política con la que, de súbito, nos encontramos al nacer. Pero no en un estudio de museo, sino en la tradición viva que llega hasta nuestros días: es decir, se trata de observar el presente y preguntarse cuáles son los elementos que vertebran la historia de España, articulan su continuidad, y permiten su supervivencia, y cuáles, al contrario, son accidentales y por tanto infructuosos o destructivos. Cuando la patria se convierte en “proyecto” maleable a capricho, rompe el cordón vital con el pasado para depender exclusivamente del presente, para seguir existiendo ―mientras dure― sólo por inercia.
GIN
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¿Es posible una geopolítica para España? (III)
La vigencia de Mella Vázquez de Mella fue recibido por sus adversarios políticos contemporáneos con burla y condescendencia: «Y si me decís que es soñar, que es sueño ideológico buscar la realización de estos ideales, os diré que ese sueño lo están realizando todas las naciones de la tierra. El pangermanismo significa ese dominio de razas sobre el territorio que habitan sus naturales; el panhelenismo significa la tendencia a querer dominar las islas del Mar Egeo y todas aquellas que llevan el sello helénico; aquellos estados Balcánicos que son nada más que naciones incipientes, tratan de completar su nacionalidad sobre porciones de Turquía; lo tiene Finlandia y todos los países que se extienden a lo largo del Báltico, donde, a pesar de los vendavales moscovitas, no se ha podido extinguir el germen y la flora de las nacionalidades indígenas; lo tiene Inglaterra, rama germánica que se asienta y domina por su territorio sobre los países célticos. Todos buscan su autonomía geográfica; todos aspiran a que se complete el dominio del territorio nacional. ¿Y será aquí, como dicen, sueño romántico, vago idealismo, cosa quimérica, lo que pretendo yo?» Los “dogmas nacionales” no fueron un brindis al sol, una idea peregrina que se quedara en el tintero. Pocos años antes los había consignado Carlos VII, perdedor de la tercera guerra carlista, en su testamento político: «Gibraltar español, unión con Portugal, Marruecos para España, confederación con nuestras antiguas colonias, es decir, integridad, honor y grandeza; he aquí el legado que, por medios justos, yo aspiraba a dejar a mi patria.» La restauración del Imperio español, cuyos restos perdieron ―sin mucho interés― los gobiernos de Alfonso XII, estaba en el mismo centro del programa político de Carlos VII. Y no era una consigna oportunista lanzada por alguien que ya nada tenía que perder, pues aquel nuevo Don Carlos que durante varios años comandó ejércitos, acuñó moneda, y reinó efectivamente sobre una porción del norte de España, ya ofreció en 1875, en plena guerra, una “tregua patriótica” a su primo y adversario cuando las rebeliones en Cuba amenazaban ―preludio de 1898― con involucrar a los Estados Unidos en una guerra contra España: «se trata de la integridad de la patria y todos sus hijos deben defenderla, que cuando la patria peligra desaparecen los partidos; sólo quedan españoles.» Los gobiernos de la España actual poco o nada tienen que ver con Carlos VII y Vázquez de Mella. Pero la geopolítica, como muchos otros países han sabido comprender, debe trascender regímenes, ideologías, partidos y “proyectos”. Las proposiciones de Mella serían hoy recibidas con las mismas objeciones que encontraron en su día: «sueño romántico, vago idealismo, cosa quimérica». ¿Pero no será esta actitud disfraz para el miedo a tomar la iniciativa? ¿O quizá no convenga a unos “intereses de España” que sólo son los de unos pocos? Incluso habrá quien grite ¡imperialismo! y rasgue sus vestiduras, sin comprender que la presencia española en América nunca tuvo el carácter de explotación colonial que tuvieron los posteriores imperialismos europeos: el mestizaje, fenómeno único de la América hispana, da fe de la absoluta singularidad de su vocación misionera. Pero aquí no se trata de escrutar el pasado para justificarlo o condenarlo, ni supone la federación de Mella un apego a las formas “virreinales”. Se trata de abrir nuevas vías adecuadas a las circunstancias de cada momento para una mayor cooperación política entre los países que integran la Hispanidad, de dar formas apropiadas a una necesidad latente de aproximación que sentimos todos los hispanos, pero que no acertamos a materializar por recelos pseudo-históricos o porque, todavía apegados a la funesta ideología nacionalista, no concebimos fórmulas políticas de unión que no supongan la dominación imperialista de una nación sobre otra. Las directrices que según Mella deben guiar la geopolítica española no son quiméricas ni anacrónicas, y la coyuntura actual puede proporcionar terreno fértil. Es verdad que ya no vivimos en la época del pangermanismo y el irredentismo de finales del siglo XIX, pero sí en la de la globalización. La crisis del Estado-nación autosuficiente y exclusivista parece estar consumada. Los gobiernos recientes de España han querido sumarse al impulso europeo de integración, pero esto no implica que se deba renunciar a perseguir la integración en otras direcciones, engarzando con estas perennes líneas directrices de nuestra geopolítica que dirigen nuestra mirada hacia países con los que compartimos todavía mayor afinidad que con los de nuestro entorno europeo. Un mísero océano de por medio ―o dos― no fue obstáculo hace quinientos años: hoy debería serlo aún menos. ¿Es posible, pues, una geopolítica para España? Inequívocamente, sí. ¿Es factible llevarla a cabo? También. Pero para hacerlo no basta con cambiar nuestra política exterior. Debemos aprender a afrontarla de otra manera. Alguna vez se ha comparado la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica con la labor del timonel de un portaaviones: el corto plazo de un mandato, incluso de dos, puede a lo sumo aspirar a cambiar muy ligeramente hacia un lado u otro el rumbo que el buque ya lleva impreso. Si España sigue desatendiendo las directrices que deberían inspirar su geopolítica, de acuerdo con su geografía y su historia, y persiste en cambiar su política exterior a capricho del “proyecto” que persiga cada gobierno, o según soplen los vientos de las grandes potencias u organizaciones mundiales, se encontrará ―continuando el símil― capitaneando un pequeño velero que, con un leve toque de timón y una fácil maniobra de botavara, puede trasluchar y cambiar su rumbo en ciento ochenta grados, tantas veces como quiera. Pero mientras navega describiendo un serpenteo inconstante que no lleva a ningún puerto, el portaaviones sigue impasible su travesía. Y si algún día, por azar, el caprichoso manejo del velero lo lleva a interponerse en el rumbo del coloso… no hay duda de cuál de los dos prevalecerá. FIN E.P.C
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Adjunto un interesante comentario que hay en la publicación original, que yo creo merece la pena ponderar y debatir en este glorioso foro:
Iniciado por Dice Bernardo
http://firmusetrusticus.blogspot.com/
"Haciendo no una revolución en sentido contrario, sino lo contrario de la Revolución"
Hola estimado Firmus - se te echaba de menos!
Sobre este asunto, tanto el autor del artículo como mi compatriota Bernardo que lo comenta incurren en error, a saber:
- Juan I de Castilla no era legitimo heredero del trono de Portugal. Asumiendo - y no hay registros de la Iglesia que lo contradigan - que los hijos del El-Rei D. Pedro I de Portugal con la hidalga gallega Doña Inés de Castro no eran legítimos, por no existir matrimonio valido entre ellos - el tratado matrimonial entre la hija única d'El-Rei D. Fernando I de Portugal, D. Beatriz, y D. Juan I de Castilla (Salvaterra de Magos - 1383) disponía que falleciendo D. Fernando sin heredero varón, sucedería un hijo varón de D. Beatriz y D. Juan desde que creado y educado en Portugal. Mientras tanto sería regente la consorte d'El-Rei D. Fernando I, D. Leonor Telles y falleciendo esta, D.Beatriz. D. Juan I de Castilla sólo heredaría el trono si falleciera D. Fernando y su mujer D. Beatriz sin descendiente varón. D. Fernando muere en el mismo año de 1383 sin heredero varón, le sobreviviendo su hija D. Beatriz y su mujer D. Leonor Telles. Luego D. Juan I de Castilla no era, en 1383, heredero del trono portugués. Sin embargo, las disposiciones del tratado no fueron respetadas ni por D. Juan I de Castilla, ni por D. João, el maestro de Aviz (otro hijo bastardo d'El-Rei D. Pedro I) que protagonizaron una violenta guerra que, por lo que me parece, también ha sido una guerra civil, pues muchos castillos tomaron partido por D. Beatriz y D. Juan de Castilla, algunos otros por D. Leonor Telles y la mayoría de los concejos villanos (el pueblo y baja burguesía) por el maestro de Aviz. Acaba por vencer la contienda el maestro de Aviz, que ha sido aclamado rey como D. João I y reconocido como tal por el rey D. Juan II de Castilla por el tratado de Ayllón-Segovia en 1411.
- D. Catarina de Bragança no era, en 1580, la legitima heredera del trono de Portugal, pero sí su sobrino, D. Rainuncio Farnese, Duque de Parma. D. Rainuncio era bisnieto d'El-Rei D. Manuel I (hijo de la hija mayor de un hijo varón menor de aquél rey). Él y sus hermanos tenían precedencia sobre D. Catarina y sus hijos, que por sua vez, tenían precedencia sobre D. Felipe II de España y sus hijos. Todas las pretensiones tenían una lejana y fragil sustentación de sangre (eran parientes en 5.º grado); lo que ha originado una disputa sucesoria a la cuál se ha juntado D. Antonio, el Prior de de la Orden de Crato (hijo bastardo del Infante D. Luis, hijo d'El-Rei D. Manuel I) y hasta D. Catalina de Medici, reina de Francia, va uno saber por qué. El Duque de Parma era vasallo de D. Felipe II por lo que no ha reclamado el trono que le cabía de juris; D. Catarina jamás tuvo el apoyo de ninguno de los estados del país (ni pueblo, ni burguesía, ni hidalguía, ni clero) y, al final, después de alguna por otra rebelión popular de apoyo al Prior de Crato, D. Felipe II ha impuesto militarmente su pretensión al trono.
Un apunte hay que añadir para definir el concepto de legitimidad monárquica tradicional en Portugal: amén de la legitimidad de sangre, hay que sumarse la aclamación en cortes, una herencia de la aclamatio de la monarquía visigoda. En caso de disputa dinástica o falta de claridad en la sucesión cabía a las cortes decidir la contienda, aclamando y, por tanto, legitimando el rey. En los dos casos, los que han sido aclamados como reyes fueron D. João de Aviz (Cortes de Coimbra, 1385) y D. Felipe II de España (Cortes de Tomar, 1581). Así, y para todos los efectos, estos fueron los legítimos reyes de Portugal.
Buenas,
Esta es mi estrena en este foro. He sido yo que he hecho el comentario en la página de “GIN”.
Respecto a las observaciones que he hecho, seguramente que han sido muy breves. La idea era refutar la visión que me parece que algunos españoles tienen de que la legitimidad de Felipe II a la corona de Portugal era evidente. Es de tal manera que ya he visto escribir que D. João IV de Portugal, duque de Bragança aclamado rey en 1640, era solamente un descendiente por vía bastarda, lo que no es correcto porque su antepasada Catarina de Bragança reclamaba el derecho a la corona como nieta de D. Manuel I (por vía masculina) tal como Felipe II (que era nieto de D. Manuel I por vía femenina).
Es verdad que no mencioné D. Rainuncio, pero una vez que no ha reclamado sus derechos no me pareció que mereciera la pena, pues quería hacer un comentario breve, pero bueno, una vez que en este foro se prima la exactitud, lo que me parece muy bien, mea culpa…
No he siquiera mencionado la situación de 1383-85 porque era bastante complicada… La misma legitimidad de D. Beatriz fue puesta en causa en las Cortes por los defensores del Mestre de Aviz, una vez que el matrimonio de D. Fernando I con D. Leonor Telles había sido un poco problemático (su marido todavía era vivo y creo que se refugió en Castilla). De cualquier modo, como dice muy bien Irmão de Cá, tampoco se podía considerar D. Juan I de Castilla como rey legítimo de Portugal.
Un cordial saludo a todos,
Bernardo
Me descubro, Irmão. Muchas gracias.
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"Haciendo no una revolución en sentido contrario, sino lo contrario de la Revolución"
No tienes por qué agradecer estimado Firmus.
En lo que concierne a los artículos de la web GIN que apuntan una geopolitica para España, quería dejar aquí algún que otro matiz:
Los vectores señalados por la geopolitica propuesta corresponden a los ejes fundamentales del testamento político de S.M.C. D. Carlos VII, proclamados en el legado tribuno de Vásquez de Mella y que vertebran, desde el punto de vista estratégico, el pensamiento político del carlismo. Como tradicionalista portugués, no podría estar más de acuerdo con esos ejes; sin embargo, también como tradicionalista portugués, no me parece que la interpretación que ha sido dada, en el segundo articulo, al designio de "federación con Portugal", haya sido la que mejor refleje las intenciones del muy excelente rey D. Carlos VII - de los más virtuosos que la casa de Borbón ha dado a España - y del brillante maestro Mella, muy justamente apodado de "Verbo de la Tradición".
La monarquía tradicional asienta, en España como en Portugal, en la legitimidad dinástica y de ejercicio como fuente del poder. Esto significa que el mismo respeto que un soberano de España exige guardar sobre esta dúplice legitimidad de la corona que le cinge la cabeza, lo guarda él sobre la legitimidad que asiste a las coronas ajenas. El trono de Portugal, al tiempo de D. Carlos VII, tenía sucesión legitima (y proscrita como él mismo) en la persona de su primo D. Miguel (S.M.F. D. Miguel II para los miguelistas); la sigue teniendo y está asegurada para la próxima generación, aunque de dudosa legitimidad de ejercicio. Además, las leyes de sucesión en vigor en Portugal desde la restauración de la independencia exigen un heredero nacido, educado y residente en Portugal, lo que hará bien difícil de concretizar una futura unión personal de las dos coronas sin que exista un largo consenso, manifestado en cortes, que revoque esas leyes y permita una tal sucesión al trono portugués sin pérdida de legitimidad de ejercicio.
Más que una unión personal de las dos coronas, a la luz del pensamiento político del carlismo y del tradicionalismo político portugués (enarbolado por primera vez por el movimiento Integralismo Lusitano de António Sardinha), la federación futura de España con Portugal debe ser entendida, antes de más, como la progresiva construcción de una meta-política común, sustanciada en una alianza peninsular que abandere la movilización de la Hispanidad global en defensa de su modelo civilizacional propio, radicado en la comunión histórica y cultural que a todos los pueblos hispanos reconoce como hermanos. Lo que resulte necesario y deseable, a partir de la construcción de esa alianza, para la cementar y perpetuar, no debe dejar de ser considerado; sin embargo no se puede empezar a construir una casa por el tejado. Infelizmente, ahora mismo estamos bien más cerca de arruinar los pilares de esa casa que de erigir sus paredes.
Una ultima nota de opinión: el segundo articulo señala a Inglaterra como el agente obstructor de la unión política peninsular, particularmente en las crisis sucesorias de 1383 y 1580 y en la restauración de la independencia de 1640. Creo que es excesivo y incorrecto. La contienda de 1383-1385 quedó prácticamente decidida en la grande batalla de Aljubarrota; en esa batalla las huestes del Maestre de Aviz contaron con no más que 300 arqueros ingleses; que comparan con los 2000 lanceros y 1000 arqueros italianos, así como los 2000 caballeros franceses que lucharon por D. Juan I de Castilla en la misma batalla. En 1580 no existió ninguna asistencia militar inglesa; y en 1640-1666 apenas apoyo al entrenamiento de tropas. Seamos francos: la unión peninsular no se ha dado porque España y Portugal no lo quisieron lo suficiente y eso es todo. Unas veces no lo quiso España (en este caso Castilla y Aragón), como en la Batalla de Toro en 1476, en 1383 y 1640 no lo quiso Portugal. Que Portugal ha sido, como refiere Oliveira Martins, un protectorado de Inglaterra por largas décadas eso es innegable. Pero un protectorado esencialmente económico que, con la excepción de la Guerra Peninsular contra Napoleón y hasta 1821, no ha tenido expresión militar significativa, mucho menos una que pudiera inhibir una unión peninsular si ese fuese el deseo de ambos pueblos, en respeto por la identidad y legalidad de España y Portugal.
Última edición por Irmão de Cá; 04/12/2012 a las 17:34
Estimado Irmão:
Lamento que la parte del artículo relativa a Portugal haya dado lugar a que se interprete como una llamada a la reunión forzosa, desconociendo la legitimidad dinástica y la realidad de nuestra ya larga historia separada. Tanto don Bernardo (¡bienvenido al foro!) como tú habéis tenido la amabilidad de poner coto a esta (desviada) interpretación, así que no puedo dejar de hacer un examen de conciencia sobre la pobreza de mi expresión. Lamento aún más que por culpa de esta pobreza mía alguien pudiera asociar esta interpretación con el pensamiento de Don Carlos VII y de Vázquez de Mella. Nada más lejos de la verdad.
No creo que en ningún momento el tradicionalismo español entendiera la unión o federación con Portugal como una justificación para violentar la legitimidad, sino como un vector de nuestra geopolítica que habría que concretar en cada momento histórico con las herramientas apropiadas. Las buenas relaciones entre los reyes legítimos españoles y portugueses en el exilio creo que dan fe de esto. Y Vázquez de Mella utiliza términos como “federación” o “confederación tácita” (términos que, sacados del esquema del constitucionalismo, resultan bien amplios) precisamente para no constreñir los “dogmas nacionales” con sus particulares concreciones históricas. Si no, habría dicho: establézcase al rey de Castilla en Portugal y vuelvan los virreinatos y capitanías generales de América. Su pensamiento, entonces, sería nostalgia y en el mejor de los casos válido para una época, pero poco digno de recordarse como lo recordamos hoy.«Gibraltar español, unión con Portugal, Marruecos para España, confederación con nuestras antiguas colonias, es decir, integridad, honor y grandeza; he aquí el legado que, por medios justos, yo aspiraba a dejar a mi patria.»
Yo me adhiero a este pensamiento y por tanto a tus brillantes párrafos:
Sobre Inglaterra, no he querido sugerir que fuese el único ni el principal agente de separación ibérica. Sí que la geopolítica inglesa haya considerado Gibraltar y Portugal como dos piezas del mismo juego. Pero esto no lo digo yo, lo dice Mella. Hasta qué punto es responsable de la separación la acción inglesa y hasta qué punto lo son las causas autóctonas es un juicio que yo no puedo ni me atrevería a hacer. El tuyo me parece convincente. Pero el caso es ilustrativo del antagonismo entre la geopolítica española y la inglesa en la edad moderna, por lo que tampoco debemos expulsar a Inglaterra totalmente a la hora de abordar las relaciones luso-castellanas.
Creo que debo copiar mi comentario en el original en GIN, que sigue al de don Bernardo, que a lo mejor despeja algún malentendido sobre las intenciones del artículo:
Estimado Bernardo,
Gracias por los interesantes apuntes. Contestaré lo mejor que pueda, aunque no estoy lo suficientemente informado para pronunciarme sobre alguno de los puntos.
Pacíficamente recayó en Felipe II el derecho al trono. Lo hizo valer con las armas, sí. Pero la actuación armada no habría ocurrido de no haber propiciado la circunstancia la política de matrimonios entre Castilla y Portugal de aquel siglo. Yo tengo entendido que Don Felipe tenía el mejor derecho de todos los pretendientes, pero no conozco en profundidad el derecho sucesorio portugués para afirmarlo rotundamente. En cualquier caso, independientemente de que Catalina de Braganza tuviera mejor derecho, fue contra el Prior de Crato que Felipe II tomó las armas, y de no haberlo hecho esta otra usurpación habría ocurrido de todas maneras (suponiendo que la de Felipe II también fuera tal). Y además, las Cortes de Tomar lo reconocieron como Felipe I de Portugal (aunque, de nuevo, desconozco si en derecho portugués este pronunciamiento podría tener valor, en su caso, contra el mejor derecho dinástico, o sólo confirmándolo).
Es verdad que es una simpleza contentarse con echar la culpa de todo a Inglaterra. No fue mi intención hacerlo. Ni mucho menos negar la distintiva identidad e historia portuguesa, lamentando que no fuera asimilada a la uniformidad ibérica, como fueron asimilados los reinos de las coronas de Castilla y Aragón en lo que hoy conocemos como España. ¡Todo lo contario! Lamento precisamente que estos se asimilaran, tanto o más que lamento la separación con Portugal. Y lamento que se perdiera (germinalmente en los siglos XVI y XVII, con más vigor entrado el XVIII y definitivamente con el triunfo de la Revolución) la idea de que la unión política y religiosa podía florecer junto la diversidad regional jurídica e identitaria. Nada más lejos, por tanto, del nacionalismo, que querría asimilar a Portugal a una comunidad autónoma del “Reino de España”.
Por ello, no puedo compartir que la unidad peninsular sea un concepto artificial. En todo caso es una realidad (porque realidad lo fue en nuestra primera herencia constitutiva, la romano-visigoda, y lo fue en la segunda, la Reconquista, antes de la independencia portuguesa en el s. XII y luego durante los dos referidos períodos de unión) truncada por los azares de la política y frustrada, quizá para siempre, por una larga historia de existencia paralela, durante la cual cada uno afrontó por su lado los cambios históricos y filosóficos que produjeron la transición de la Cristiandad medieval al mundo moderno de estados-nación.
Lo artificial es, al contrario, la separación de la Península en dos estados-nación, cuando bien podría haberse visto separada en muchos, o sólo en uno, de haber advenido esta transición al mundo moderno en una coyuntura histórica ligeramente diferente (p.e. de haber tenido un hijo Fernando el Católico en su segundo matrimonio, de no haber muerto Don Miguel de la Paz en 1500, que habría heredado las tres coronas de la Península, precediendo genealógicamente a su tía Juana “la loca”, etc). Pero no por artificial es menos real hoy, desde luego.
Finalmente, sobre si la unión dejó las posesiones portuguesas más vulnerables de lo que habrían estado sin unión, nada sé, y nada puedo decir.
Última edición por Firmus; 04/12/2012 a las 23:57
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"Haciendo no una revolución en sentido contrario, sino lo contrario de la Revolución"
Antes de mais, quero dar as boas-vindas ao Bernardo. Espero que participe muito, pode fazê-lo em castelhano ou em português (há inclusivamente fóruns em inglês, italiano e francês). Aproveite para dar uma vista de olhos às regras do hispanismo.org para ver do que tratamos aqui e, se possível, passar pelo fio de apresentações no fórum de tertúlia, para que o possamos conhecer melhor. Já tivemos alguns portugueses por aqui mas, infelizmente, só eu tenho uma participação regular. Espero que se junte à festa!
Contestando ahora a mi estimado Firmus:
Caro Firmus, quizás haya sido yo lo que se ha expresado mal (lo que no sería improbable, ya que mi castellano aún queda lejos de la perfección). De tu ultimo mensaje puedo percibir que has sido tu el autor del artículo en la web de GIS; y permíteme elogiarte por tu trabajo, pues está muy bien escrito y es un documento que sintetiza fielmente el pensamiento estratégico del carlismo, al cual confieres una consistencia, un ajuste a la actualidad y un detalle de interpretación que hacen de tu texto una herramienta muy importante para entender la proyección del tradicionalismo hispano (que no sólo español) en la óptica geoestratégica. En el punto que he matizado en mi mensaje anterior, referente al designio de federación con Portugal, en ninguna parte se puede entender - y lo quería dejar muy claro esta vez - que tanto el pensamiento de S.M.C. D. Carlos VII y Vásquez de Mella, como la interpretación que haces de ese pensamiento apelan a una unión dinástica forzada de las dos coronas. Lo que yo he querido matizar, y quizás no lo haya logrado, es que tanto D. Carlos VII y D. Vásquez de Mella estarían bien conscientes de la remota que es la posibilidad de que se vengan a reunir las condiciones para que una tal unión se concretice otra vez; por lo que el mencionado designio de federación (como se puede entender de la dialéctica Mella-Sardinha) apunta antes para la construcción de una metapolítica - centrada, como bien refieres, en el dominio del estrecho y en el refuerzo de los lazos que unen a la Hispanidad - que produzca un hermanamiento creciente de los pueblos hispanos. Un hermanamiento que podrá, en el futuro, exigir que la propia institución monárquica, dentro de la legitimidad que le asiste, refleje la comunión de los pueblos peninsulares y derribe las barreras que la nación portuguesa ha erigido a separarla de sus hermanos de sangre; pero un hermanamiento que no prosigue la unión personal de los dos reinos como un fin en si mismo.
Infelizmente, es bien posible que la actual degeneración y ruina del Reino de España y de la república Portuguesa, reducidas a meras regiones fallidas del espacio económico europeo, dependientes de potencias extranjeras y a camino de un federalismo disolvente, puedan combinar un casamiento de conveniencia que sería bien más fácil de lograr que el noviazgo de amor que nos ha propuesto Mella y Sardinha... pero si se logra tal casamiento, sin amor luego faltará el respeto y sin respeto luego vendrá el divorcio. Y quedaremos más cinco siglos divididos y dándonos las espaldas, lamiendo las heridas y ignorándonos, para alegría de los que procuran dominarnos o aprovecharse de nuestra desgracia. Y esos ya no son Inglaterra ni Estados Unidos ni Francia ni Alemania: son los que ven como amenaza todo lo que confiera al hombre una condición va para allá de la de un simple agente económico en mercado, con decisiones y comportamientos que la lógica económica y materialista no pueda explicar, prever y controlar. Para esos, los valores patrios y las identidades culturales son enemigos; mucho más cuando se trata de patrias que fueron (y quiera Dios que vuelvan a ser) las de los mejores soldados y marinos de Cristo.
Última edición por Irmão de Cá; 05/12/2012 a las 14:27
Estoy plenamente de acuerdo, y no podría haberlo expresado mejor que como lo acabas de hacer. Aplaudo tu intuición final sobre los enemigos hoy. Merece la pena meditarlo.
Un cordial abrazo.
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