Y digo en
guerra contra el fundamentalismo islámico y no sólo en guerra contra Daesh porque nuestros verdaderos enemigos no son sólo los terroristas, sino todos los que apoyan la extensión de la versión más radical del islam en suelo europeo. Los terroristas del Estado Islámico reclutan jóvenes musulmanes de los suburbios de las grandes ciudades europeas. Nuestras corruptas élites político-empresariales hacen negocio con saudíes y cataríes que financian las mezquitas del odio en las que se envenena ideológicamente a las juventudes musulmanas europeas que luego siembran el horror en nuestras familias. Mientras los líderes europeos son agasajados por los sátrapas en Marbella, las organizaciones de caridad saudíes hacen llegar el dinero a los terroristas del Estado Islámico. Vergüenza me da, como español, ver cómo cierta señora promueve entre las grandes fortunas españolas el Fondo Hispano-Saudí.
Y es que a
los sátrapas del golfo se les consiente todo. Mientras la Sudáfrica racista de los ochenta se convirtió en una apestada y fue justamente excluida de todos los foros internacionales, el régimen fundamentalista de Arabia Saudi no recibe la más mínima presión por parte de la comunidad internacional. Es más, de forma absolutamente insultante, Arabia Saudi, con apoyo de Occidente, ocupa un lugar en la oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. No está mal para un país que no reconoce ni la libertad religiosa ni los derechos de las mujeres y que, en estricta aplicación de la sharia, amputa manos a los ladrones, apedrea a las adúlteras y castiga la homosexualidad con la pena capital.
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