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Tema: Artículos de Fal Conde

  1. #1
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Artículos de Fal Conde

    Los Requetés no pasan factura

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    El léxico popular de la guerra -y en tan apretado trance el que habla es el pueblo- pe­caba de desgarrado. La literatura épica no abun­da en madrigales. Y no solamente en denuestos para el enemigo: ideas, signos, personas, sino que la propia abnegación, el heroísmo escalofriante, eran denotados con motes, humorísticos o expresiones vulgares, cuando no groseras. Así, el desinterés y la abnegación ejemplares del Re­queté, de los carlistas todos, de las madres in­signes -loor a todas y mención especial de las de Artajona- merecieron este slogan: "los re­quetés no cobran factura”.

    Y los requetés no han cobrado factura. Por­que ni la han pasado ni la pagaduría hubiera podido pagarla por haber otros dejado exhausta su tesorería.


    ¿Vamos a inventariar los sacrificios, la san­gre y las vidas; los medios económicos, los desvelos de las margaritas y enfermeras, las armas, la Prensa? Los sacrificios por la madre no se mi­den ni se pesan porque es mayor el amor.

    Pero sí podremos, sin mezquindad ni egoís­mo, clasificarlos en estos cuatro géneros: servi­cio de guerra de nuestros heroicos o Incompren­didos requetés; preparación para la misma de la que gran parte, la de las regiones carlistísimas de Cataluña y Reino de Valencia, se malograron por infidelidad con la Patria de los jefes mi­litares, cobardes o claudicantes, en cuyos cuar­teles fueron inmolados nuestros muchachos pre­sentados. Allí, según consigna que habíamos da­do Don Javier, Príncipe Regente, y yo, Delegado del Rey; el aporte doctrinal conservado por la Comunión en la propaganda y en las luchas con­tra los poderes constituidos serviles a la revolu­ción liberal, de cuyo rico acervo doctrinal parte se ha incorporado al Estado surgido de la Victo­ria, parte flota en verbalismos irreales y parte ha quedado menospreciada o desconocida. Y la cuarta clase de aportaciones meritísimas es la conservación del principio monárquico.


    Porque la Monarquía no se improvisa. Ninguna generación, por dinámica y fecunda que sea, puede crear lo que por su naturaleza, por su esencia misma, es creación de los siglos: Obra de los siglos, que quiere decir resultado del consenso sucesivo de varias generaciones. (En la condición de lo sucesivo, de lo transmitido, está el valor vinculante de la Tradición).


    Balmes dirá en sus escritos políticos que tampoco las familias reales se improvisan. En su orden sucesorio, en su transmisión por ley de herencia está, correlativamente, el valor vinculante de los reyes al bien común del pueblo.


    Este concurso moral del Carlismo, concretamente de la dinastía legítima, a la Cruzada consta de dos puntos de rica vitalidad jurídica: la propia legitimidad sucesoria y la Regencia.


    En el anterior artículo decíamos que no habiendo existido en el alzamiento nacional expresión alguna, condición o nota monárquica explícita, la había puesto, y solo la Comunión, implícita en su exigencia al concurso de sus cuadros y de sus medios militares. Esta era, que en vez de los partidos políticos del régimen liberal, se incorporara todo nuestro pueblo, sin distingos ni diferencias partidistas, al nuevo orden mediante sus representaciones or­gánicas, forales y representativas.

    Y para suplir un concepto que la voracidad de la linotipia se “comió”, repitamos este párra­fo: “esa naturaleza orgánica DE LA SOCIEDAD POLÍTICA, EN BUENOS PRINCIPIOS IMPLICABA LA MONARQUÍA". Lo subrayado es lo omitido y se consigna aquí porque en el concurso de la Comunión al alzamiento, aún sin forzar el argu­mento con la exigencia de la bandera, estuvo presente el ideal constructivo monárquico.

    Pero monárquico tradicionalista, porque régi­men de partidos, en tanto les compete la participación en las tareas de gobierno, es indife­rentemente monárquico-liberal o republicano. Más aún, en la literatura política, el rey que rei­na y no gobierna, salta las barreras de lo ma­yestático y cae pronto en la bufonada.

    Régimen, por el contrario, de estructuras or­gánicas cuyas libertades públicas y cuyas representaciones anta la soberanía política se fraguan orgánicamente, es, por la sabiduría de los siglos y por la fidelidad de la herencia, Mo­narquía Tradicional.

    Pero la “bufonada” acabó en tragedia. Por boca de Jesucristo sabemos cómo acaban los pudores ilegítimos: huída y abandono.


    En el contraste de procederes que explica la divina parábola, la dinastía legítima, por el contrario, conservó fiel su derecho. Enseñó León XIII el derecho de los pueblos a darse la forma de gobierno o a elegir el príncipe que ha de ejercer la autoridad que sólo viene de Dios, pero condiciona la sabiduría del Papa: con tal que sea justa y tienda a la común utilidad. Por lo cual, salva la justicia, no se prohíbe a los pueblos el que adopten aquel sistema de gobierno que sea más apto y conveniente a su natural o a las instituciones y costumbres de sus antepasados.

    Mas esa dinastía legítima conservada por un maravilloso ejemplo de virtud cívica y de patriotismo inigualado, quebraba en su línea directa. Si los estragos que la ilegitimidad había causado en sus líneas genealógicas, indignificando a muchos, no tenían subsanación condenándose las causas de exclusión, la Regencia ejercería su función discriminatoria, potestad de albaceazgo, operación procesal sucesoria, para declarar quien fuera EL PRÍNCIPE DE MEJOR DERECHO.


    El Carlismo –puestas a prueba de Dios sus virtudes características: la fortaleza en la esperanza- pasó varios lustros pendiente de este designio soberano: “el Príncipe de mejor derecho”.


    No es esa una regencia en la que tome parte mediata o inmediata la elección. La elección, vístasela como se la quiera vestir, asemeja lo monárquico a lo republicano presidencialista.


    Tampoco es una Regencia institucional. Con­servan para España validez las palabras de Cas­telar en las Cortes del 69, cuando nuestros le­gisladores, entremezclados de masonería y am­biciones extranjeras, buscaban rey de alquiler por las Cortes europeas: «La regencia, dictami­naba Castelar, durará hasta que la república lle­gue a la mayor edad». Y llegó.


    Esta Regencia, propia de la previsión del Rey Alfonso Carlos, revestía estos caracteres dignos de la nobilísima Dinastía de la realeza espa­ñola:


    Aseguramiento de la continuidad dinástica como principio fundamental de la Monarquía.


    Subordinación del orden genealógico a la legitimidad en el ejercicio.



    Los fundamentos de esa legitimidad en el ejercicio son: la Religión y su Unidad Católica; la constitución orgánica de los Estados y cuer­pos de la sociedad; la federación histórica de las regiones y sus fueros y libertades que son las integrantes de la unidad nacional; la autentici­dad de la Monarquía española a la que repug­nan tanto las innovaciones sucesorias como los plagios extranjerizantes.


    (Las facultades conferidas al Regente eran fidedignamente monárquicas y genuinamente legitimistas).


    Por eso, contenían los dos documentos providentísimos de Don Alfonso Carlos, 23 de enero y 10 de marzo de 1936, las claras y concluyentes razones de exclusión de los príncipes de la rama liberal y los que la reconocieron y sirvieron.


    Y contiene, finalmente, la reiterada salvedad de los derechos de don Javier a la sucesión a la que agrega que eso sería su deseo por LA PLENA CONFIANZA QUE TENGO, decía, EN TI, MI QUERIDO JAVIER, QUE SERÁS EL SALVADOR DE ESPAÑA.


    Una nota más caracterizaba la institución de la Regencia carlista en tan benemérito Príncipe: la oportunidad histórica. Determinada por la extinción de la línea de Don Carlos María Isidro, en ocasión de haberse extinguido el régimen constitucional por abandono del trono que hacía necesaria una guerra, que bien fácilmente se preveía de hondísima y tremenda aflicción, se requería una restauración al par de la sociedad maltrecha y de la dinastía rota, volviendo tal vez al tronco de Felipe V, para renovar sus fundamentos y designios.


    Oportunidad elegida por la sabiduría política del Rey Carlista en 1936. Oportunidad de 1939. Hace treinta años.



    Fuente: CARLISME CATALA
    Hyeronimus dio el Víctor.

  2. #2
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    Re: Artículos de Fal Conde

    APUNTES PARA LA HISTORIA (III) por Manuel Fal Conde

    Revista Montejurra

    - En 1936 nos preparábamos para una guerra carlista.
    - Mola defendía una dictadura republicana.


    El 18 de Julio, señalamos, no fue explícitametne monárquico. Siendo la Monarquía consustancial a España, se había producido el 14 de Abril -y ahí su gravedad- ese desgarro entrañable entre sociedad civil y sociedad política. Hasta que volvieran a fundirse en un mismo ser, solo Dios sabía cuantos y cuán tremendos dolores nacionales habrían de suceder.

    Siendo tan sustancial el régimen perfeccionado en los siglos y en la gloria, de no ser criminal contra la Patria el alzamiento, había que considerar la consecución de la Monarquía como condición implícita, como intención subyacente, como aspiración oculta.


    Y así sucedió y así en efecto, lo ha demostrado la experiencia política, que al albor de la paz feliz y sosegada, bien pronto se declaró España Reino, bien pronto se legisló su estatuto monárquico, bien pronto se previó la sucesión de la Jefatura del Estado. Y contra cualquier tendenciosa interpretación de esta legalidad del régimen, cuyo pormenor y fundamentos no interesan en esta ocasión, a ese régimen constitucionalizado en España se le ha apellidado tradicional.


    Exclusivamente a la Comunión Tradicionalista, y lo va reconociendo la Historia, se debe esta implicación intencional, finalista, previsora del monarquismo del alzamiento que ella -la Comunión- fue la primera en el tiempo de iniciar, comprometer y conspirar. Y con el mérito que a honor de esa vocación de los mejores españoles, yo puedo testimoniar de que navegó con los vientos de proa y a todo evento.



    Las condiciones de Mola no eran admisibles


    Porque el programa, digamos oficial, el plan de Mola, que noblemente nos manifestaba que cedía a exigencias de dos Generales que él consideraba necesarios y que se profesaban republicanos, contenía estas desconcertantes condiciones:

    Los primeros decretos-leyes que se dicten serán los siguientes:

    D) Defensa de la Dictadura republicana. Las sanciones de carácter dictatorial serán aplicadas por el Directorio sin intervención de los Tribunales de Justicia.


    J) Separación de la Iglesia y el Estado; libertad de cultos y respeto para todas las religiones.


    El Directorio se comprometerá, durante su gestión, a no cambiar en la Nación el régimen republicano.



    Así se consigna en la nota de fecha 5 de Junio que me entregó personalmente el General Mola el 15, durante nuestra entrevista en el Monasterio de Irache.

    Ya en esa histórica conversación, rechazadas por mi tales condiciones, saltó a la superficie el problema de la bandera. La bandera tricolor con todo su significado republicano.

    Republicano por el sentido general liberal de la revolución francesa de todas las tricolores, y por el nefando y repugnante sentido que le había dado la gente del pacto de San Sebastián.

    Por contraposición, y sin que pretendiéramos con esa imposición predeterminar el régimen monárquico, exigimos la bandera bicolor de la que Sanjurjo, fallando la cuestión diría:


    "Esto de la bandera, como Vd. comprende, es cosa sentimental y simbólica, debido a que con aquella dimos muchos nuestra sangre, y envuelto en ella fue enterrado lo más florido de nuestro Ejército y se dio el caso de que en nuestra guerra civil, entre tradicionalistas y liberales, unos y otros llevaron la misma enseña. En cambio, la tricolor preside el desastre que está atravesando España".


    Clara quedó nuestra condición al régimen republicano que dos Generales exigían. Los mismos que luego concurrieron noblemente, y uno de ellos eficaz y gloriosamente, al Alzamiento.


    Pero había otras condiciones, de más fondo que esa de la bandera, por muy eficiente y como símbolo, esta cuestión de la enseña pudiera ser.



    Pedíamos la reconstrucción orgánica de la sociedad


    Por escrito, como exigía la gravedad del tema, habíamos puesto al General Mola nuestras condiciones. Júzgueselas como aplicables a una concurrencia armada de los Requetés al golpe militar, con todo nuestro potencial humano, nuestras conquistas diplomáticas con Mussolini y Salazar y -esto es lo más trascendental- habida cuenta que nos prepárabamos para producir una guerra carlista, con todo nuestro ideario, nuestro Rey y nuestras garantías de bien común social, porque si fallaba el Ejército, era inminente la amenaza de una revolución soviética que seguíamos paso a paso por informes confidenciales.

    Esa nota a Mola es del 11 de junio y de ella, a este efecto del artículo señalamos:

    "3º Disolución de todos los partidos políticos incluso de los que hayan cooperado.

    5º Proclamación de una Dictadura de duración temporal con anuncio de la reconstrucción social orgánica o corporativa hata llegar a unas Cortes de esa naturaleza".


    Dos observaciones importantes:

    Se lee con frecuencia que la política rectamente monárquica tradicionalista contiene la prohibición de los partidos políticos. Y se especula demasiado con la concesión que ya se encuentra en Mella de los partidos políticos ocasionales. Nada de eso centra la doctrina en su verdadero sentido.

    Pedíamos la disolución de los partídos políticos entonces existentes. Para el futuro no nos preocupábamos de ese menester del orden público.

    Porque, y esta es la segunda advertencia, si se reconstruía una sociedad orgánicamente, sobraban, estorbaban los partídos políticos como órganos artificiosos de opinión y representación. Igual que en la última noche del Carnaval, cuando lo había o en la madrugada del baile de disfraces, que sigue habiéndolos, en la careta o el pierrot no sirven para la oficina.

    Pedíamos la reconstrucción social orgánicamente, y no se ha discurrido debidametne que en esa exigencia iba, implícito el germen de la Monarquía tradicional.

    Porque no se concibe en la actual construcción política República sin partidos; si bien las que han logrado un nivel alto de firmeza, tengan que refugiarse en el sistema de plenos poderes y votos de confianza. Como a la Monarquía -si es de alma verdaderamente española- no le caben los partidos si no es para conducirla, tras destronamientos, cantonales, regencias funestas, a caídas vergonzosas.

    Pedíamos la estructuración orgánica de la sociedad. Y entonces, como ahora, como siempre, la coronación -en todo rigor del simil- de una estructuración orgánica, que es la Realeza.

    Porque los órganos de la vida social tienen una proyección congénita de naturaleza política, que se traba entre sí por el ascenso de la representación y la solicitud del poder. Con supremo poder, estable como la sociedad, sucesivo con ella misma y ordenado al bien de la Comunidad.

    Y ésta es la enorme diferencia entre las dos líneas familiares de la Casa de Borbón de España: liberal con sus partidos políticos y sus libertades a modo. Y la que resulte de la coronación de la estructuración orgánica.

    Cada una con sus genuinos representantes, con sus respectivos partidarios y sus contrapuestos designios políticos.

    Gran pena que a estas alturas, del proceso abierto el 18 de Julio, esté pendiente de fallo el hondo pleito histórico.


    Fuente: CARLISME CATALA
    Hyeronimus dio el Víctor.

  3. #3
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    Re: Artículos de Fal Conde

    Fuente: Tradición, Número 14, 15 de Julio de 1933, páginas 325 – 326.



    Como la brújula busca el Norte…


    Me pide «TRADICIÓN» unas cuartillas, un pensamiento, una síntesis de impresiones sobre el viaje de los andaluces al Norte español. Como si a la aguja imantada le pidieran las razones por las que constantemente, inquietamente, al Norte busca.

    ¿Qué podré yo decir de nuestras impresiones de viaje? Si me dijeran que lo condensara en una sola palabra, ésta escogería: descanso. Descanso, no corporal, sino espiritual. Descanso fruto de la satisfacción de un anhelo hacía mucho tiempo sentido: visitar a nuestros hermanos del Norte; llevarles un abrazo; decirles al oído nuestros deseos.

    Pero si quieren que me eleve algo más, olvidando lo que es pura impresión de corazones anhelantes, les diré que el viaje de los andaluces al Norte ha sido una lección vivida de Tradicionalismo. Una lección de Catolicismo político español. En dos palabras:

    El Tradicionalismo bebe sus postulados inmortales en las fuentes puras de lo sobrenatural. Dios, último fin; Dios, última Causa; Dios Señor; Dios, sostén y guía. Es que no se concibe acción política católica, ni cabe imaginar lucha bien orientada, ni empresa ardua sin desaliento, sin que los apóstoles de la nueva cruzada en Dios busquen las fuerzas, la luz y la gracia.

    Por eso los Tradicionalistas sevillanos dimos comienzo a la expedición ante el Sagrario, y, confesando, celebramos la primera Comunión después ante la Virgen de Guadalupe, la Morena de las Villuercas, cuyo santuario tanta parte tomó en la colonización americana; arribamos al poco a comulgar todos segunda vez, en el Pilar, junto al Ebro, la gran pila bautismal de España, donde el hijo del trueno bautizara a nuestra Nación siendo madrina la Virgen Santísima en carne mortal; tercera comunión general en Lourdes; cuarta en San Sebastián, en confraternidad con los tradicionalistas vascos; y la quinta, en la madrugada (a la una) del día del Sagrado Corazón, en el Cerro de los Ángeles… sin contar las diarias comuniones de los que a diario reciben al Señor.

    Rosario en común todos los días; conversaciones piadosas; absoluta, total prescripción de palabras que manchan los labios cristianos; y… mucha caridad, mucha alegría y muchas ganas, deseos ardientes de oír pronto el grito guerrero: «¡A la Cruzada!».

    ¡Hermanos montañeses! ¡Revista «TRADICIÓN», la gallarda floración de nuestra Prensa! Promoved la tenaz campaña de levantar los corazones a Dios como vasos puros de desagravio, como vasos puros de expiación, como vasos puros de sangre moza, que hierve y se derrama, gota a gota, en sacrificios, en heroísmos de la nueva gesta; la que, no tardando, levante a España del lodazal laico y la ponga a los pies de Cristo Rey, porque convierta en verdad aquella gran mentira que el liberalismo puso debajo del Sagrado Corazón en el monumento del Cerro de los Ángeles: «Reino en España».


    MANUEL FAL


    Sevilla, y Julio 1933

  4. #4
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    Re: Artículos de Fal Conde

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Fuente: Tradición, Número 23, 1 de Diciembre de 1933, páginas 561 – 562.



    La Tradición es una… e indivisible


    Lloraba la Reina María Teresa mientras firmaba la desmembración de Polonia.

    Más lágrimas derramaba la Polonia desmembrada.

    ¡Cuántos hoy día lamentan la infecundidad del Tradicionalismo mientras se reparten a pedazos su doctrina y sus postulados inmortales!


    * * *


    Estamos en los momentos del reparto de la Tradición. Quienes cosechan en el campo de sus principios, quienes adoptan sus procedimientos seculares.

    Hasta aquí todo fue menosprecio para nuestra Bandera, ya por retrógrada, ya por inaplicable. Éramos los intransigentes y los inadaptables.

    Pero cuando la revolución dio sus frutos y mostró toda su intransigencia, todos –Renovación, Nacionalistas, Primo de Rivera, Gil Robles últimamente– miran a la Tradición como el único remedio, como la solución del porvenir única aplicable.

    ¿Transigirán con la Jerarquía del Tradicionalismo para encuadrar en ella en el puesto que les corresponda por merecimientos?

    Es el error de la época el concebir programas al gusto del sector de la opinión pública. Es el culto a la diosa frivolidad, y, para servirla, fácil es a cada cual presentarle aquel pedazo de la Tradición que más complazca al sector de frívolos elegido.


    * * *


    «Mirad, decía un querido amigo, cómo todos se apropian una parte de la Tradición».

    Más compasivos los judíos, o más egoístas, reconocieron que la túnica del Señor no era divisible. Y la echaron a suerte.

    Inconsútil, como la túnica del Señor, es la Tradición gloriosa Española. Aquélla tejida por la Providencia de Dios, como el alma colectiva de esta Su predilecta Nación, también la Tradición se fue formando mientras se formaba la Patria: ¡Inconsútil!

    ¿Por qué no piensan que mejor que repartirla sería echarla a suerte?

    Quien, como yo, conoce la generosidad y el desinterés de nuestros Jefes, no tiene inconveniente en afirmar que, si el caso español es todo cuestión de ver quién puede decir: «la Tradición para mí», en vez de declarar: «yo para la Tradición»…, que sean los dados los que lo resuelvan.


    * * *


    Pero más repartos no, porque más que la Reina usurpadora que lloraba, lloraba la Polonia indivisible repartida.



    MANUEL FAL

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