Carta de Ignacio Romero Raizábal al Rey Javier
12 de febrero de 1967
Señor
Recibí la semana pasada, en su día, la cariñosa carta de V.M. desde Lausana, y agradezco de veras las cosas que me dice, y otras que no me dice pero que adivino entre líneas y son las que me afectan más.
Entristece pensar cómo se quiere hacer tabla rasa de tantos principios eternos, y la labor astuta de la Masonería. Lo que el Señor me comenta de “la matanza inútil y sangrienta de turcos” en Viena y Lepanto, es una conquista horrorosa de las Fuerzas del Mal. ¿Quién, hace poco, se hubiera atrevido a decir eso? Ni siquiera a raíz de regalar el Papa la enseña de D. Juan de Austria a Turquía…
Pero bendito sea Dios, una y mil veces, que Él solo sabe por qué permite ciertas cosas. Todavía nos queda mucho malo que ver y lamentar, por poco que vivamos. Pero esa “sabiduría de los siglos” de que me habla V.M. como de un depósito sagrado que tenemos que transmitir a las nuevas generaciones, nos obliga a seguir la lucha sin desmayar y hasta con ilusión. A mí no me dan lástima los que caen en la brecha. ¿Por qué? En todo caso serán dignos de envidia. Los que sí me dan pena, y mucha, “son todos los movimientos llamados progresistas, que son izquierdistas disfrazados”, como dice muy acertadamente V.M. y no porque “serán las primeras víctimas del incendio que habrán fomentado”, que es una consecuencia lógica en todas las Revoluciones, sino porque esos revolucionarios a fortiori, tantos de ellos inconscientes y hasta de buena fe, debieran estar en nuestro campo y si lo hubieran hecho así, si no hubieran abandonado nuestras filas o si se hubieran venido con nosotros, podríamos sentirnos optimistas, por lo menos en España.
Lo que me da pena también –y verdadero horror– “es que el mundo que nace ahora (hago mías las palabras de V.M.) será muy distinto del nuestro, y los pródromos los sentimos aún en lo religioso y más aún en lo político”. ¿Iremos a mejor o a peor? ¿Qué mundo espera a nuestros hijos? Nos estamos acercando a vivir el terrible monólogo de Hamlet a escala universal, y acaso a escala apocalíptica. Será el “Ser o no Ser”, sencillamente. Porque el Liberalismo está ganando terreno día a día, pero no paso a paso, sino en tromba, en plan de catarata, y no sólo con la poderosa y casi omnipotente hipocresía capitalista que pervierte los valores morales… sino perfectamente sin careta entronizando el ateismo y la herejía como algo respetable, y sin respeto alguno a la Presencia Real de Jesucristo en la Sagrada Forma, y a las prerrogativas de la Virgen.
Y esto, Señor, ¿puede Dios bendecirlo? Debo al Concilio Vaticano II un concepto nuevo y urgente de la humildad, que me cuesta poco seguir. Por otra parte, es muy fácil obedecer. Como español soy orgulloso; más orgulloso cuanto más pena me de España. Por eso soy carlista. Pero como católico cada vez seré más humilde. ¿Cómo entender sino el Evangelio de hoy de las tres tentaciones? O rezar el Magníficat en el Oficio Parvo. Pero como católico y español a la vez, y en una pieza inseparable, se me ocurre pensar si no es un sacrificio estéril, por ejemplo, que renunciemos a defender nuestra Unidad Católica, sin la cual el Carlismo no es fácil concebirle. Franco ha callado, los Obispos también, V.M. misma nos echó un jarro de agua fría en el Cerro de los Ángeles y en la Declaración de octubre… Bendito sea Dios, y bendito sea V.M., que tiene el deber de tener la Gracia de Estado. A mí solo me toca obedecer y lo hago satisfecho, porque la práctica de una virtud (en éste caso mi recién nacida humildad) lleva en sí un premio de alegría pero me duele a la vez –enormemente– imaginarme que esta concesión nuestra no sea generosa y espontánea para atraernos la gratitud y el corazón del enemigo, o del “amigo separado” aunque no creo que la frase quepa en el léxico reciente, sino una imposición de vida o muerte de la influencia y el poder de las Logias. Y recuerdo, sin querer, como la Vizcondesa de Jorbalán dijo a Doña Isabel, y lo cumplió, que no volvería a Palacio si reconocía el Reino de Italia, así como la profecía del bendito San Juan Bosco que predijo que los Saboyas no llegarían en el Trono a la cuarta generación, ni las monarquías que le reconociera.
Lejos, Señor, andaba, al comenzar a escribir éstas líneas, el sospechar que iría a derivar por tales derroteros. Mi propósito era enviar a V.M. el recorte que adjunto de “El Diario Montañés”, con un artículo que he mandado también a “El Pensamiento Navarro”, aunque a Javier Mª Pascual se lo mandé partido en dos, por su extensión, y con una foto de Gae en Lácar, junto al Cornetín de Ordenes de vuestro padre el Duque de Parma. En el recorte adjunto se han comido el renglón que escribo al margen, con bolígrafo, pero supongo que no lo omitan en “El Pensamiento”. Y como en “Montejurra” han copiado mi artículo sobre el Comandante Velarde, como han hecho en alguna otra ocasión con otros míos, ésta vez voy a enviarle un original especificando más todavía la intervención de Alfonso XII en la batalla, que es lo que más importa destacar con proyección al momento actual. Las cartas de vuestro tío Bardi y del marqués son ejemplares magníficos, además de inéditas.
Hoy hemos tenido un acto en un pueblo de la provincia a la mañana. No creo que Santander se quede a la zaga de la nueva organización. Hay entusiasmo. Hemos abierto un Círculo modesto, no como el de Sevilla, pero la gente viene, se reúne y se anima. Los cuatro años últimos de parálisis en lo político, y lo mal hecho, nos han dejado un lastre pegajoso y difícil de eliminar. Cuando menos, de golpe. Muchos han perdido la fe o se les ha debilitado. Pero soy relativamente optimista, por lo menos en esta zona, si en unos pocos meses logramos reorganizarnos y alcanzamos las metas que nos hemos propuesto. Dios lo haga.
El momento es magnífico. Uno de los muchachos –o exmuchachos, porque ya se casó y tiene dos hijos– que andaban alejados y vuelve ahora a trabajar, estuvo la semana pasada dos días en Madrid de lo que quieren a Don Carlos unos obreros con los que estuvo hablando en el local de la M.O.T. Me agradó oirle. Porque se me ocurre, Señor, que el Príncipe nos puede hacer una obra enorme de atracción, y no sólo entre los obreros que llegan al carlismo, sino también, y muy principalmente, entre los viejos correligionarios que andan a la deriva despistados o descontentos. Y esto sí que interesa hoy, más que nunca, por todos los conceptos, entre los que podría ser definitivo el impacto que causara en El Pardo. Pero ésta es una labor que solo puede realizarla con eficacia y con urgencia V.M. o Don Carlos.
Pudiera haber otra circunstancia estupenda. Corre el rumor de la ingravidez de nuestra Princesa de Asturias, que ha entrado tan a fondo en los corazones carlistas, y si esto fuera cierto –y Dios quiera que sea así– el optimismo alcanzaría un nivel máximo. Puede creerme V.M. si le aseguro que me preocupa, por lo que entraña de responsabilidad, el excesivo número de bazas excelentes que nos pone en las manos al Carlismo la Providencia en los momentos más difíciles. Y este es uno, Señor.
En el principio de vuestra reciente carta última, me recuerda V.M. “los tiempos heroicos y tan esperanzadores que hemos vivido juntos”. Yo también los recuerdo –¿cómo no? – y cada día más agradablemente, porque ciertas memorias, como los buenos vinos, ganan categoría con los años. Pero estos tiempos de ahora son, en cierta manera, mejores todavía que aquellos en lo que se refiere a la esperanza. ¿Quién pudo entonces, con Doña María de las Nieves recién venida al mundo en circunstancias tan poco favorables, imaginarse que a los 30 años, cuando más lo necesitásemos, íbamos a tener una Familia Real como la que hoy rodea a V.M., que puede y debe ser la mejor propaganda y garantía de esa otra Gran Familia que componemos los carlistas, con el Rey a la cabeza y corazón?
En nuestra situación de ahora, tan inesperada y tan crítica, y tan fuera de lo tradicional entre nosotros por la falta de personalidades y de ambiente que padecemos, pero con unos pocos años por delante para ir creando nuestro clima político favorable, una Familia Real como la nuestra, inteligentemente dirigida por V.M., es seguro que sea el más fuerte argumento monárquico, y de alcance sencillamente nacional. Y no quiero pensar lo que sería si este verano o esta otoño se aumentase la Real Familia con un pequeño Borbón Parma…
Señores
Con mi cariño y lealtad de 30 años, que se acrecienta cada día,
A L.R.P. de V.M.
Ignacio [firmado]
A S.M. Don Francisco Javier de Borbón Parma y de Braganza
Fuente: ARCHIVO FAMILIA BORBÓN PARMA
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