Seguridad: Institucional y Personal

Por C. H. Douglas

Discurso pronunciado en el Ayuntamiento de Newcastle-sobre-el-Tyne, el 9 de Marzo de 1937.

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LIVERPOOL: JOHN RICHARDSON & SONS, PRINTERS, PALL MALL



Las materias sobre las cuales me propongo hablarles a ustedes esta noche son tan simples que, si no fuera por un dato de la experiencia humana, vacilaría en molestarles a ustedes con ellas. Este dato consiste en que son precisamente las materias más simples las que siempre son objeto del más profundo malentendido, y respecto a las cuales resulta más difícil convencer al individuo medio de cualquier error en su creencia. Ustedes recordarán que fue una materia de certeza común durante muchos miles de años que el sol girara alrededor de la tierra, y cuando el astrónomo Galileo produjo pruebas inquebrantables para mostrar que, al contrario, la tierra giraba alrededor del sol, él fue considerado como un hereje blasfemo y fue severamente castigado.

Ahora bien, la primera de estas materias muy simples que propongo traer a vuestra atención es la diferencia entre política y administración, en conjunción con la importancia primaria de la política. Si un hombre se encuentra en el andén de la Estación Central de Newcastle, obviamente será de importancia primaria el que él decida ir a Edimburgo o a Darlington. La cuestión acerca de si él viaja con un tren rápido o lento; de si él encuentra que al ferrocarril se le hace funcionar bien o mal; o de si él decide finalmente viajar con un coche de motor, es algo de importancia secundaria en relación a la cuestión de su decisión de a dónde quiere ir.

Una Política de Trabajo

En todas las discusiones a las que se les permite obtener una amplia publicidad acerca de los asuntos del mundo en la actualidad, todo esfuerzo se hace en concentrar la atención en las cuestiones de administración, en cómo hacer –siguiendo mi alegoría– mejor el ferrocarril, o en cómo mejorar la carretera o el coche de motor.

El punto que yo quiero dejar impreso en ustedes desde el principio es que estamos teniendo una política impuesta sobre nosotros, y que esa política constituye la causa de nuestros problemas. Cualquier discusión acerca de cómo esa política deberá administrarse –si mediante una dictadura, mediante la autodenominada democracia, mediante el Fascismo, el Bolchevismo, el Nazismo, o de cualquier otra manera– es algo meramente irrelevante.

Esta política, que es prácticamente idéntica en todas partes –ya sea en Rusia, Italia o Alemania– consiste en el evangelio del trabajo. “Si un hombre no quiere trabajar tampoco comerá.” No es casual que Pablo, el Judío Romano, sea el santo patrono de la Ciudad de Londres.
Debo enfatizar el punto de que la política no es “Si un hombre no trabaja no habrá nada para comer.” En la medida en que esta afirmación sea cierta, resultará razonable la otra afirmación. Pero decir que todos los hombres han de trabajar en la industria a tasas sindicales por horas sindicales antes de que a todos los hombres les sea posible comer, constituye una flagrante mentira, y cada día viene a ser menos cierto, excepto como política.

Propongo traer lo más enérgicamente posible a vuestra atención el hecho de que el objetivo primario de la existencia no consiste en encontrar empleo. No tengo ninguna intención en ser dogmático en relación a cuál es el objetivo primario de la existencia, pero estoy completamente seguro de que éste no consiste en la interminable acción de convertir este originalmente bello mundo en escombreras, altos hornos, armas y acorazados. Es justo en este punto en donde la extrema simplicidad del dilema en que el mundo mismo se encuentra se hace evidente, y es en este punto en donde resulta tan dificultoso para la mayoría de nosotros captar aquello que es igualmente simple, a saber, que el mero hecho de que algunos de nosotros podamos ganarnos la vida construyendo un acorazado no significa en sí mismo que no sea posible para nosotros vivir mucho mejor, más confortablemente, y de manera más segura, en el caso de que ese acorazado no sea construido.

No me malinterpreten. Éste no es un discurso sobre pacifismo. Al contrario; pienso que la determinante oposición, por parte de la oligarquía que nos controla, a cualquier efectiva reforma financiera, ha hecho que la guerra sea algo casi inevitable y que el rearme sea algo imperativo. Lo que me estoy esforzando en explicar es que el hecho de que a vosotros se os pague sueldos por diseñar y construir un acorazado, y que con esos sueldos, salarios (o dividendos, si sois accionistas de las compañías que los construyen) vosotros mismos compréis las comodidades de la vida, ello no significa que aparezca escrito en la ley de la naturaleza que vosotros no podáis obtener esas comodidades a menos que construyáis un acorazado. Si, además de tener vuestras energías desviadas en la construcción de una herramienta de destrucción en lugar de en una herramienta de construcción, se os va a gravar fiscalmente para el pago del mismo así como del dinero que los bancos crean con papel y tinta para pagar vuestros sueldos, entonces perderéis por partida triple.

Pasaportes para la Prosperidad

Pero ustedes, sin duda, han notado –aunque quizás ustedes no lo hayan notado tanto en la Costa Noreste como nosotros lo hemos notado en el Sur– que la puesta en trabajo de una gran proporción de la población industrial de este país en la fabricación de cosas pensadas para matar o herir o de cualquier otra forma infligir daño y miseria sobre otros seres humanos, ha venido acompañada por lo que nuestros señores y amos señalan como una reavivación de la prosperidad. Y ahora ya están explicando que sus mejores esfuerzos se están dedicando a encontrar métodos mediante los cuales podamos permanecer ocupados para el día en que, si éste llega, tengamos suficientes acorazados. La vía más esperanzadora, consideran ellos, consiste en capturar más mercados de exportación. Pero ellos no explican que otros países –con arreglo a este mismo singular sistema nuestro– también desean capturar mercados de exportación; que, por tanto, este esfuerzo por capturar más mercados de exportación requerirá la construcción de más acorazados para así poder mantener a otra gente en lo que consideramos que es su lugar adecuado.

Si uno dijera a un niño inteligente que el fin u objetivo del ser humano medio es vivir en una casa agradable, tener suficiente para comer, y estar bien vestido, pienso que ese niño diría en seguida que lo que se debería hacer sería construir suficientes casas agradables, cosechar suficiente comida y tejer todas las ropas que se necesitaran, y entonces parar y disfrutar uno mismo. Pero la mayoría de nosotros, me temo, no somos niños inteligentes. ¡Algunos de nosotros somos incluso economistas! Y para un economista resulta imposible, en apariencia, imaginar un estado de cosas en el que, si uno quiere algo, se procede a hacerlo. El economista dice que no se puede hacer de esa forma. Si uno quiere una barra de pan entonces debe antes obtener un empleo realizando equipos de radio, o ametralladoras, o cualquier otra cosa.

De nuevo otra vez, no me malinterpreten. No estoy diciendo que no se debiera realizar equipos de radio o ametralladoras. Lo que quiero decir es que no es esencialmente necesario realizar equipos de radio o ametralladoras con el fin de obtener una barra de pan. Una vía más fácil y más rápida es cosechar y moler el trigo y a continuación hornear el pan. El equipo de radio que realizas probablemente sea usado con el propósito de desinformarte en relación con el verdadero precio del pan, y la ametralladora probablemente sea usada para abatirte. Pero esto es enteramente asunto de cada uno.

Ahora bien, si este tipo de cosas se las dices a un economista ortodoxo o al director de tu banco, probablemente te mirará con compasión a causa de tu simplicidad y dirá, “Ah, pero es que este país no puede sostener a su propia población.” La primera réplica que creo que la mayoría de nosotros haría a esta afirmación sería que a día de hoy no sostiene muy bien a su propia población; y el segundo comentario que uno haría sería que, si se trata de una cuestión de alimentación de la población, ¿cómo es que la cantidad de comida cosechada nacionalmente que se produce está continuamente decreciendo, en lugar de hacerse esfuerzos para incrementarla?

El punto que estoy intentando hacerles comprender a ustedes es que aquello que se denomina pleno empleo siempre se presenta como el fin de nuestra sociedad moderna, y se asume –y nunca es contradicho en los círculos oficiales– que sin pleno empleo resultaría imposible, para la población de un país, mantener completamente su suministro de comida, cobijo y ropa, y que resulta mejor tener pleno empleo fabricando gas venenoso que tener cualquier tipo de desempleo.

Instituciones que Hurtan la Seguridad

No me propongo esta noche hacer referencia al bien conocido hecho del asombroso incremento en productividad por unidad de trabajo humano durante los últimos 150 años. Voy a pedirles que me tomen la idea de que es únicamente la desviación de un muy gran porcentaje de actividad humana hacia fines que, o bien no conducen a su salud y felicidad, o bien incluso constituyen una amenaza directa con respecto a fines deseables, lo que nos impide sostenernos a nosotros mismos en un gran confort y seguridad, con el acompañamiento de una cantidad de ocio que nos permitiría hacer el más completo uso de nuestras facultades.

El empleo como un fin en sí mismo constituye una política concertada que puede encontrarse en prácticamente cualquier país. Constituye una política internacional; y procede del gran poder internacional en el mundo: el poder de la finanza. Es una política consciente, y es apoyada a través de cualquier argumento o fuerza a disposición de ese gran poder internacional, puesto que es el medio mediante el cual la humanidad es mantenida en una continua, si bien disimulada, esclavitud.

¿Me permiten pedirles que despojen sus mentes, lo mejor posible, de todo prejuicio político y que consideren si la política fundamental de la Italia Fascista, la Rusia llamada Comunista, los Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña no es idéntica, y que ésta consiste –a través de variados métodos, pero con idénticos objetivos– en forzar a la población a que se subordine ella misma –por un número de horas al día muy en exceso de las realmente necesarias– a un sistema de trabajo?

Es un asunto de común observancia que este pleno empleo se hace crecientemente más difícil de asegurar en relación con lo que se denomina el mercado doméstico; por tanto, los mercados extranjeros, –que, como se recordará que dijimos, bajo este sistema insano, son igualmente deseados por todos los países y, por tanto, constituyen materias para una feroz competencia–, nos dicen nuestros presidentes de bancos que son esenciales para nuestra prosperidad.

Puesto que estos mercados extranjeros son igualmente materias para la competencia de todo país, tarde o temprano esta competencia conduce a fricciones, y de la fricción a la amenaza de guerra, con el resultado –que redunda muchísimo en ventaja de nuestros señores y amos– de que tenemos que construir grandes y caros navíos y fuerzas aéreas para tratar con la situación que nuestra competencia por los mercados extranjeros nos ha traído. Por supuesto, la construcción de estas flotas proporciona más empleo y, por tanto, el sistema es conducido un poco más hacia la inevitable catástrofe.

Si me han seguido hasta aquí, podrán empezar a ver que todos los esfuerzos que hacemos hacia la llamada seguridad a día de hoy, son simplemente acciones tomadas para preservar, durante un poco de tiempo más, instituciones, y especialmente las instituciones industrial y financiera, y que por el hecho de trabajar en preservarlas únicamente nos estamos asegurando, como individuos, un mayor infortunio y ansiedad y una mayor eventual catástrofe.

Acción Correcta, el Único Salvador

No sería exagerar el decir que todo el futuro de la raza humana depende, si bien no de un entendimiento del problema que estoy tratando de presentarles a ustedes esta noche, sí en todo caso de una correcta acción en relación con él.

Puedo imaginarme en seguida que ustedes dirán, “¿Cómo es posible obtener una correcta acción en relación con este problema hasta que una muy grande proporción de la gente involucrada entienda cuál es el problema?”. Bueno, la respuesta a esto es realmente muy simple también.

Si uno pudiera solamente persuadir a la población para que reclamara aquello que quiere, en lugar de reclamar algún método a través del cual ella piense que lo que quiere se le podrá dar, entonces el problema quedaría medio resuelto.

No hay nada más peligroso que un conocimiento inexacto. Es precisamente el hombre que piensa que puede hacer navegar un barco el que hunde el barco, no el hombre que sabe que él no puede ni intenta hacerlo navegar, sino que simplemente dice “Déjenme salir de esto”. A día de hoy, los asuntos de prácticamente cualquier país están a merced de un pequeño grupo de gente que sabe exactamente lo que quiere, que no es lo que quieres. Este pequeño grupo manipula a grupos más grandes, que no saben lo que quieren, pero que creen que saben cómo conseguirlo.

Al trabajador de este país se le ha enseñado, a través de propaganda de todos los tipos, que constituye algo meritorio para él decir “Yo quiero trabajar”, pero constituye una cosa despreciable el decir “Yo quiero dinero”. Otra vez de nuevo, por favor no piensen ustedes que estoy sugiriendo que haya algo de virtuoso en la pereza. Lejos de ello. Pero tampoco hay nada especialmente virtuoso en el trabajo. Yo he trabajado como mínimo igual de duro que la mayoría de la gente, y la mayoría del tiempo lo hice porque me gustaba. El individuo humano saludable requiere trabajo de algún tipo, del mismo modo que necesita comida; pero no será un individuo saludable –en todo caso mentalmente– si no es capaz de encontrar trabajo para él mismo, y probablemente encuentre trabajos que él pueda hacer mucho mejor que aquéllos que algún otro le organice para él. Si él no pudiera, debería ir a una institución mental, que es en donde, de hecho, estamos la mayoría de nosotros, siendo la oficina central el Banco de Inglaterra.

Ha habido en política en este país una expresión hipócrita desde los tiempos de Mr. Asquith en la que se decía que la voluntad del pueblo debe prevalecer. Mr. Asquith fue probablemente uno de los más grandes expertos de la historia moderna en conseguir organizar que la voluntad del pueblo no prevaleciera. Y el método que se siguió, si bien no fue empezado por él –un método que todavía parece ser exitoso–, consistía en dividir a la población en sectas beligerantes, cada una de las cuales imagina que posee un conjunto completo de proyectos para la construcción de una inmediata Utopía. Puesto que prácticamente todas estas Utopías son esquemas o proyectos que penalizan a algún otro, uno simplemente ha de adoptar cada una de ellas de manera sucesiva y eventualmente se habrá conseguido reducir a todos a una esclavitud uniforme, que es lo que está pasando.

Huida de la Utopía

Ahora bien, una vez más, puedo imaginarme a un buen número de personas en este auditorio diciendo que yo soy una de esas personas que posee un conjunto completo de proyectos para la construcción de una Utopía y, por tanto, quizás me permitirán ustedes explicar exactamente por qué yo no podría estar de acuerdo con esa acusación. No tengo ninguna opinión acerca de cómo mi vecino debería gastar su tiempo, siempre que su método de gastarlo no vulnere mis propias libertades.

Para mí no tiene relevancia ninguna el que mucha o la mayoría de la gente sea muchísimo más rica de lo que yo lo soy. El único asunto financiero que tiene importancia para mí es que yo sea lo suficientemente adinerado como para poder satisfacer mis propias necesidades, que son bastante modestas, como creo que lo son también las de la mayoría de la gente. Las propuestas técnicas que yo he presentado de tiempo en tiempo han de considerarse como diferentes de, digamos, las creencias bien conocidas del Utopismo, tales como el Fascismo, el Comunismo, el Socialismo Estatal, etcétera, en el hecho de que, lejos de ejercer más coacción sobre los individuos con el fin de que puedan ajustarse a alguna concepción mecánica de un estado perfecto, por el contrario me gustaría, a través de los métodos más simples posibles, proporcionar a la población los medios con los que poder hacer que sus propias vidas individuales se aproximen a sus propias ideas, y no a las mías.

Cuantas más cosas veo de los Gobiernos, más baja es mi opinión de ellos y estoy convencido de que lo que el mundo quiere a día de hoy es mucho menos gobierno, y no mucho más.

Ahora bien, quisiera dejar una idea mucho más perfectamente simple en vuestras mentes. Y ésta es que los Gobiernos son propiedad vuestra y vosotros no sois propiedad de los Gobiernos. No hay un sinsentido más pernicioso y blasfemo existente en el mundo hoy en día que la declaración que se ha incorporado en la constitución de las dictaduras modernas, la cual afirma que el Estado –con cuyo término se está indicando al Gobierno– lo es todo y el individuo no es nada. Por el contrario, el individuo lo es todo y el estado es una mera conveniencia que le permite a aquél cooperar para su propia ventaja. Es ésta idea del Estado supremo en sus varias formas lo que ha hecho del Estado una herramienta del financiero internacional, quien ha hipotecado a todos los estados en favor suyo.

El primer paso hacia la seguridad del individuo es en insistir en la seguridad del individuo. Espero que no sea algo demasiado difícil de entender. Si uno coloca la seguridad de cualquier institución por delante de la seguridad del individuo, se podrá prolongar la vida de esa institución, pero ciertamente se acortarán las vidas de muchos individuos. Las instituciones son medios para un fin, y no creo que exagere mucho al decir que la elevación de unos medios a la categoría de fines, la elevación de instituciones por encima de la humanidad, constituye un pecado imperdonable, en el sentido pragmático de que trae sobre sí las más tremendas penas que la vida contiene.

Una gran parte de nuestro problema en este país proviene del hecho de que, mientras ponemos una gran fe en el ideal aristocrático (si prefieren denominarlo principio de liderazgo no pondré objeción alguna), sin embargo hemos permitido que todas aquellas influencias que hacen razonable y funcional al ideal aristocrático se minaran y destruyeran a consecuencia de la exaltación del dinero como el único certificado de grandeza, y hemos permitido que financieros extranjeros y cosmopolitas obtuvieran un monopolio del dinero. Hemos retenido ese ideal y hemos permitido que el material del cual se construye se degradara irremediablemente. En consecuencia, estamos gobernados en la tradición aristocrática por una oligarquía hipócrita y egoísta que tiene una sola idea, y solamente una idea fundamental: el ascendiente del dinero, y el monopolio esencial del mismo.

La esencia de la tradición aristocrática está en el desapego: el hacer las cosas de la mejor manera porque constituye la mejor manera, y no porque se obtenga algo de ello. Esto requiere que el líder se encuentre seguro. Hoy en día nadie está seguro. En la raíz del creciente peligro del Gobierno y de otras encarnaciones ejecutivas se encuentra la idea de que los seres humanos son todos iguales. Lejos de ser ése el caso, yo creo que a medida que los seres humanos se desarrollan se van haciendo diferentes de manera creciente. Pero poseen factores comunes, y esos factores comunes son la única parte de la constitución humana que pueden ser tratados mediante un sistema democrático, y deberían ser tratados mediante un sistema democrático.

Fue, me parece, Emerson quien dijo que “descendemos para encontrarnos”. Sea quien sea el que lo dijo, resulta algo profundamente verdadero. Todos necesitamos comida, ropa y cobijo; y podemos reunirnos, y deberíamos reunirnos, para poder obtener esas necesidades como condición necesaria para nuestra ulterior aquiescencia para reunirnos para cualquier otro objetivo acordado. La práctica principal de un Gobierno en un mundo sano sería cerciorarse de que la más grande medida común de la voluntad de la población –de la cual deriva, o debería derivar, su autoridad–, consiste en dinero suficiente para el sostenimiento decente.

La Amenaza del Utopismo

Ahora bien, una gran parte de lo que he estado diciendo puede reducirse al buen antiguo consejo inglés de “Métete en tus asuntos”. Pero me gustaría ampliarlo a “No te mezcles en los asuntos de tu vecino, sino ayúdale a que se ocupe de sus propios asuntos”. La diferencia está en la diferencia entre decir, por un lado, a un amigo indigente, “Te llevaré a una institución de la Ley de Pobres en donde se te dará tres comidas al día si haces exactamente lo que te dicen”, y en decirle, por otro lado, “Estableceré a tu favor un pago de ₤ 50 al año para toda tu vida, que en todo caso te permitirá cubrir los artículos de primera necesidad; qué tipo de artículos de primera necesidad obtengas es algo que puedes juzgar o elegir por ti mismo.”

No existe en el mundo individuo más peligroso hoy en día que el Utopista. Mr. Montagu Norman, Gobernador del Banco de Inglaterra, es un Utopista. Mr. Chamberlain es un Utopista. Lenin fue un Utopista, Hitler es un Utopista. Véase simplemente a dónde nos ha hecho desembarcar el Utopismo. Es el Utopista el que proporciona la excusa pública para casi todos los robos de propiedad pública que se han cometido.

Permítaseme dar un simple ejemplo de lo que quiero decir. Todos hemos oído acerca de la agitación que ha habido por la nacionalización de la industria del carbón y, en particular, de la materia prima, del carbón mismo. Ahora la cantidad real que obtiene el propietario de los derechos (royalties) promedia alrededor de tres peniques la tonelada, de tal forma que, cualquiera que pudiera ser el aspecto ético de esto, el efecto práctico sobre el precio del carbón es bastante trivial. Pero los banqueros internacionales que poseen este país en prenda consideran que su hipoteca sobre él quedaría mejor asegurada si se encontrara respaldado por depósitos de carbón, y puedo asegurarles que el resultado de nacionalizar el carbón sería simplemente el de incrementar la garantía de la deuda que debemos a ciertas casas financieras internacionales, y no afectaría al bienestar ni de los mineros ni de los consumidores de carbón en ningún grado perceptible.

Libertad: la Única Política

No es mi intención, al hablarles a ustedes esta noche, adentrarme en medida alguna en detalles técnicos, ni quisiera explicarles el colosal fraude de los impuestos. Pero el mecanismo de tributación arbitraria, para la cual se obtiene la justificación pública a partir de una cuidadosamente trabajada opinión “popular”, es una de las armas más poderosas mediante la cual las varias secciones de la población son mantenidas en antagonismo las unas con las otras, y mediante la cual al mismo tiempo el poder y la independencia de cada una de ellas se reduce.

Una de las mayores dificultades con la que nosotros, en el Movimiento del Crédito Social, nos hemos enfrentado ha sido la astuta explotación de la fragilidad humana por parte de nuestros oponentes, los financieros, de tal forma que la comunidad, e incluso el propio Movimiento del Crédito Social, ha sido dividido y alejado de una acción efectiva. Otra dificultad ha sido la de persuadir a los industrialistas de que el financiero es igual de enemigo suyo, como lo es de cualquier otra sección de la comunidad a día de hoy.

Sólo existe una política que obtendrá la incuestionable aceptación de todos en favor suyo, y ésta está comprendida en la palabra “libertad”. Y es exactamente esa política la que, en mi opinión en todo caso, se requiere que se haga universal. La oligarquía que nos domina es, por supuesto, favorable a la libertad en favor de sus propios miembros, pero es implacablemente opuesta a la libertad en favor del público en general. Puesto que la llave para la libertad económica, tal y como el mundo está hoy en día organizado, está en el dominio del dinero, de ahí se sigue que la tributación diferencial y arbitraria constituye el más grande enemigo de la libertad que la autoridad legislativa tiene a su disposición.

Los impuestos son un dividendo negativo. Existe un atajo, directo y simple, de pasar del sistema actual de esclavitud modificada a otro de confort, seguridad y libertad, y éste es la abolición de un dividendo negativo y su sustitución por un dividendo positivo.

Tal y como muchos de los que estáis aquí sois conscientes, el sistema monetario es un sistema enteramente artificial, y la fabricación de dinero en el mundo moderno cuesta poco más que el coste del papel y de la tinta. Al decir esto, no quiero decir que un sistema monetario pueda funcionar satisfactoriamente sin alguna teoría subyacente que en última instancia gobierne la cantidad de dinero que sea deseable tener a nuestra disposición. Pero no tengo ninguna vacilación en afirmar categóricamente que el presente sistema tributario es completamente innecesario, es derrochador, irritante y predatorio; y, más aún, que en lugar de él, sería posible emitir un dividendo a todo hombre, mujer y niño de este país sin tener que privar a ningún individuo de los privilegios que pueda poseer ahora, sino, por el contrario, incrementando los privilegios de todos.

Pero semejante política privaría a ciertos individuos de un poder injustificable y antisocial sobre otros y que ellos ahora poseen, y puesto que, desafortunadamente, esas personas han tomado el control de las sanciones del gobierno, el problema no es tanto de carácter técnico sino más bien de carácter político.

Ahora bien, estoy enteramente convencido a raíz de mi propia investigación y experiencias, no solamente en este país sino en muchas otras partes del mundo, de que si bien la democracia en política es absolutamente esencial para el funcionamiento del mundo moderno, no existe en la actualidad nada semejante a una genuina democracia en ninguna parte del mundo, y probablemente menos en este país que en cualquier otro.

En este país los dos principales obstáculos para una genuina democracia son el sistema de partidos, con su retoño, la oligarquía de los Bancos Azules del Parlamento, y, en segundo lugar, la errónea idea de parte del Miembro del Parlamento de que supuestamente él ha de entender los métodos mediante los cuales deberían conseguirse los resultados deseados por el público en general, y que ha de aprobar leyes que especifiquen las acciones de cuerpos ejecutivos e interfieran en tareas técnicas. Nada de eso es correcto.

Un Miembro del Parlamento debería ser un representante, no un delegado. Es su misión la de aprender qué es aquello que sus representados quieren y asegurarse de que lo obtienen; no consiste en decirles qué es lo que deberían tener, o hacerse él mismo responsable de su producción. Política y administración son dos cosas enteramente separadas, y la administración en este país está admirablemente conducida por un Funcionariado preparado. Incluyo dentro de la palabra “Funcionariado” a los equipos de grandes empresas productivas así como a los oficiales de los Departamentos Gubernamentales. Todos ellos son técnicos, y en su conjunto son admirables. Lo que les falta es una clara instrucción en relación a la política, y es vuestra misión darles esa instrucción a través de vuestro representante, vuestro Miembro del Parlamento.

Acción

Ahora ya hemos ideado un mecanismo que, si pudiéramos induciros a llevarlo a cabo, impondría vuestra política sobre vuestros Miembros del Parlamento de manera bastante infalible, y si vosotros impusierais esa misma política sobre una mayoría de Miembros del Parlamento, esa política pasaría a ser una realidad. Lo primero de todo es que vosotros tenéis que poneros de acuerdo sobre esa política y, en segundo lugar, tenéis que tomar una acción muy simple.

Para ponerse de acuerdo sobre una política, solamente es necesario encontrar un factor común de la experiencia humana. Existen ciertas gentes que tontamente dicen que es imposible ponerse de acuerdo en una política. Pienso que eso es ridículo. A veces resulta difícil conseguir un acuerdo sobre una política en favor del otro compañero, pero no existe dificultad alguna en conseguir un acuerdo sobre una política en favor de uno mismo. La primera cosa que todos queremos es al menos un mínimo suministro de dinero. Podemos querer más, pero ninguno de nosotros, creo yo, quiere menos. Si existe esa persona en esta habitación y me da a mí lo que ella no quiere, me aseguraré de hacer un buen uso de ello.

Lo que resulta cierto, sin embargo, es que el mecanismo de la democracia nunca puede ser aplicado con éxito a métodos de realización de una política. El entendimiento de esto ha permitido a nuestros señores y amos dividir o partir a la llamada democracia de este país en cada ocasión en que les resultaba deseable para el mantenimiento de su poder.

El hecho de someter a una democracia una cuestión altamente técnica tal como el Libre Comercio o una Reforma Tarifaria, con sus interminables implicaciones, es tan absurdo como el hecho de someter a una democracia las ventajas relativas de hacer funcionar un acorazado mediante turbinas de vapor o motores diesel. Cualquier decisión obtenida sobre una cuestión como ésa a través de una votación popular, puede demostrarse matemáticamente que siempre será errónea. Cuanto más complejo es un asunto, más seguro es que un entendimiento del mismo quedará confinado a pocas personas, las cuales, por supuesto, siempre serán vencidas en unas elecciones por la mayoría no entendida en el asunto.

Esto, sin embargo, no es verdad en el ámbito de la política. Cualquier hombre que no sea un idiota congénito puede decidir por sí mismo si él quiere morirse de hambre, vivir en la miseria, o vivir en confort; y puedo asegurarles de que ustedes únicamente tienen que unirse de manera implacable en torno a una política común, y seguirla, y los medios apropiados para la realización de esa política serán encontrados para ustedes.



Fuente texto original: THE DOUGLAS INTERNET ARCHIVE

Visto en: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE