Fuente: Boletín “FAL CONDE”, Febrero 1992, páginas 3 – 4.

[Los subryados en el texto no son míos, sino del documento original]




EL TRADICIONALISMO ANTE LAS CRUDAS REALIDADES DE LA ESPAÑA DE 1984 (I)

(El ilustre carlista asturiano don Jesús-Evaristo Casariego (1913 – 1990), bajo el pseudónimo «Juan de Onís», había preparado el siguiente artículo para «Tradición Astur» en 1984. Circunstancias adversas impidieron su aparición en el boletín gijonés. Hoy lo publicamos en el Boletín «Fal Conde», seguros de que no ha perdido actualidad).


El tremendo y contumaz fracaso del demoliberalimo español a lo largo de más de siglo y medio

Y después del paro obrero, la subida imparable de precios, el terrorismo, el separatismo y la bancarrota económica, ¿qué va a venir?

¿Llegará España a dividirse en una serie de Repúblicas taifas?



Creo que una de las denominaciones que mejor le caben al tradicionalismo carlista español es el de «El gran calumniado». Todos los poderosos recursos propagandísticos del liberalismo fueron utilizados para calumniarle a lo largo de más de siglo y medio. El tradicionalismo carlista era el estancamiento y por tanto la negación de todo progreso; era el «obscurantismo», la barbarie cerril, el mantenimiento de todas las injusticias, la opresión y la ignorancia, la negación de la libertad y la imposibilidad de cultivar la inteligencia y desarrollar la cultura. Era el fanatismo, el odio a las reformas, la intransigencia y la crueldad ciega; la incapacidad para la comprensión y la convivencia. Era, en fin, cuanto de malo y torpe podía darse en la humana política.

Desde la extrema y más egoísta derecha conservadora hasta el más delirante anarquismo, todos los periódicos, todos los oradores coincidieron en atacar, calumniar y desprestigiar al carlismo. Fue un machaqueo constante de propaganda calumniadora. Claro está que como todas las reglas generales tuvo también sus excepciones, muy pocas pero ilustres y expresivas. Recordemos tan sólo la de D. Miguel de Unamuno, quien quizás como ninguno de los no carlistas comprendió la auténtica realidad y significación histórica del carlismo. Véanse estos párrafos suyos:

«No faltó quien me llamara carlista porque en lugar de estrumpir en imprecaciones y maldiciones contra los partidarios de Carlos VII y hablar de los crímenes del carlismo y otras majaderías de la misma frasca, me propuse ver y hacer ver serenamente lo que el carlismo encierra en sus redaños y la útil y poderosa fuerza que es» [1].

«Ha fracasado el liberalismo español con su libertad y democracia abstractas, vastas fórmulas vacías de contenido ya» [2].

Según Unamuno el carlismo fue «un movimiento más europeo, un irrumpir de lo subconsciente en la conciencia, de la intra-historia en la Historia» [3].

Hoy día, después de ese más de siglo y medio de continuados fracasos del liberalismo, es ya hora de afirmar rotundamente QUE EL CARLISMO TENÍA Y SIGUE TENIENDO TODA LA RAZÓN Y QUE ES LA ÚNICA SOLUCIÓN ESPAÑOLA PARA ESPAÑA.

Que España estuvo pésimamente gobernada durante ese siglo y medio es algo tan evidente, que está tan a la vista, que nadie puede ni se atreve a negarlo. La historia de esos ciento cincuenta años es una historia de decadencia, de luchas internas y de desprestigio exterior continuo, de sangre. LA HISTORIA DE LOS REGÍMENES DEMOLIBERALES EN ESPAÑA ES UNA HISTORIA DE FRUSTRACIONES Y FRACASOS.

El régimen demo-liberal engendra en España la verborrea retórica, la demagogia, la ineficacia y el caos. Y todo esto (por la inexcusable necesidad que tienen los pueblos de un orden y unas garantías mínimas para poder seguir existiendo), da lugar a las dictaduras. Así España lleva siglo y medio mal viviendo entre los caos democráticos y las imposiciones dictatoriales. Nadie puede desmentir un hecho histórico tan rotundamente cierto. Así vamos a bandazos desde que España abandonó los cauces de su tradición para intentar gobernarse con regímenes de leyes e instituciones copiadas del extranjero. Pongamos como punto de partida aquella retórica y desastrosa Constitución de 1812, que era una mala traducción de la francesa de 1791. Desde entonces España no tuvo ni paz ni reposo ni grandeza. Véanlo dentro de este mismo siglo XX, a donde puede alcanzar la experiencia viva de los más viejos: el caos a que llegó la Monarquía liberal alfonsina 1909-1917-1921, trajo la dictadura de Primo de Rivera en 1923; el cansancio de esa dictadura nos llevó a la República en 1931; el caos sangriento y la incapacidad republicano-socialista, o del centro lerrouxista, o la derecha de Gil Robles, desembocó en la guerra civil de 1936-39 y los casi cuarenta años de franquismo. Del franquismo saltamos a «esto» que tenemos ahora, y ahora estamos todos los españoles esperando a ver en qué termina «esto», qué es lo que va a venir después de «esto», pues en la Historia siempre viene algo. Durante «esto» hemos visto cómo la Historia con enorme voracidad se devoró la optimista y artificial solución del centrismo «europeo y civilizado»; presenciamos actualmente como día a día se va devorando este pseudosocialismo no menos «europeizante» que ocupa el poder, pero que no gobierna; quizás vengan después esas derechas igualmente «civilizadas y europeas» formadas por residuos oportunistas del franquismo, totalmente entregadas a intereses extranjeros (como lo estuvieran los centristas y lo están los socialistas), derechas pancistas fatalmente condenadas al más total y estrepitoso de los fracasos. El régimen se irá devorando así a todos sus hijos, y después, ¿qué? ¿Otra dictadura? ¿Otra guerra civil? ¿La disolución de España en un salto atrás hacia los reinos taifas y las tribus celtibéricas?

No se considere imposible esto último. Tal vez sea una «buena solución» para los grandes poderes que igual con Franco que con «esto» fueron y son los verdaderos amos, tanto del dictador difunto, como de las oligarquías y camarillas «democráticas» que ahora mandan en España y disponen en ella de bases militares y otros apetitosos obsequios de gringos (Gibraltar multiplicado) para instalar «misiles» y aeropuertos que atraerán la guerra sobre el pueblo español. Una España de Republiquetas taifas manejadas por la gringuería, tal vez sea el ideal de esos poderosos monstruos que hoy se reparten y disponen del mundo (¡En lo que acabaron las promesas de la postguerra sobre el mundo democrático y vencedor de la «barbarie fascista»!).

Antes estas ciertísimas realidades tan crudamente expuestas (no es costumbre escribir así ahora, pese a la “libertad” que dicen que hay), se llega a una consecuencia, también realísima, y que es, en 1984, la manifiesta incapacidad de las ideologías demo-liberales para gobernar a España, para sacar a su pueblo de la decadencia y del colonialismo a que ellas mismas le han sometido. Esto es algo evidente y claro.

España no puede esperar del demoliberalismo otra cosa que no sea lo que ya está bien probado: decadencia, pobreza, luchas civiles, desprestigio exterior, demagogia, palabrería de políticos vividores y entrega a poderes extranjeros. Y todo eso produce esos males inmediatos que hoy flagelan al desventurado pueblo español: paro obrero cada vez mayor, imparable (¿dónde están los ochocientos mil puestos de trabajo que iban a crearse según una irresponsable propaganda electoral?; por el contrario, en los quince meses que llevan desgobernando los que tal prometieron, se aumentaron los parados en por lo menos medio millón). Subida de precios igualmente imparable que acosa cada día más a las gentes modestas; terrorismo que asesina y secuestra con impunidad e impone contribuciones, y es como un Estado invencible dentro de otro Estado impotente. Inmoralidad creciente en todos los tonos y los órdenes y, sobre todo esto, palabrería e ineficacia y un derrochar dineros en cargos y viajes y mil sinecuras que se inventan todos los días.

Conste que no queremos atacar a los hombres, a las personas físicas. Lo que atacamos son las ideologías, los sistemas; y no los atacamos sólo por teorías doctrinarias, sino haciendo ver la tremenda e insoslayable realidad de sus fallos y quiebras y los peligros que todo eso supone para el pueblo español. De seguir así, repetimos, España puede disolverse en un caos de Republiquetas ibéricas manejadas por los gringos capitalistas de Occidente o por los gringos rojos de Oriente.

Queremos hacer ver que, fracasadas tantas veces las soluciones del demoliberalismo y fracasadas ahora una vez más con estrépito, todo lo que sea insistir en ellas, recurrir a ellas, igual sea a sus fórmulas de «derechas», que de «centro», que de «izquierdas», es insistir en el fracaso. Igual con demagógicas «democracias» que con arbitrarias «dictaduras», los males de España no tendrán remedio hasta que ésta vuelva a los cauces de su auténtica tradición, de su verdadero ser. Hasta que no haga su auténtica revolución o transformación nacional de toda su sociedad; hasta que no sea gobernada con mente española y pensando únicamente en las realidades y necesidades del pueblo español y no dentro de ideologías extranjeras y recibiendo consignas de Internacionales marxistas (como actúan los comunistas) o de Internacionales multicapitalistas o plutocráticas como hacen las «derechas», el «centro» y los socialistas. O ser del Pacto de Varsovia o ser de la OTAN. Y nadie de ellos piensa ¡¡EN SER DE ESPAÑA!!

Por ser precisamente DE ESPAÑA, ÚNICAMENTE DE ESPAÑA, DEL PUEBLO DE ESPAÑA, el tradicionalismo español estuvo y está fuera de estas charcas o farsas políticas. Jamás ha gobernado ni es responsable de todo lo ocurrido en España en siglo y medio. Su voz terminó siempre ahogada por los poderes extranjeros y sus cipayos.

Ahora una vez más, el tradicionalismo español, que ES LA CAUSA DE ESPAÑA, levanta su voz y su bandera. Estamos ya hartos de oír a «los otros» y ver sus fracasos, con la llamada DICTADURA y con la llamada DEMOCRACIA, que al fin y al cabo sólo son distintas formas en distintas oportunidades para servir al mismo amo extranjero.

El tinglado que mantuvo el régimen franquista era un artificio que se sostuvo en su largo último periodo, más por la inercia que por la fuerza y que sólo sirvió para malograr un momento de nuestra historia que pudo ser decisivo; lo que vino después, o sea «esto» que tenemos ahora, es sólo uno de los negativos barullos políticos pseudodemocráticos que España viene padeciendo a temporadas desde 1812. Ni de la una o la otra situación podía ni puede esperar nada el pueblo de España. Repetimos: las políticas que se ofrecen y se siguen hoy son, en última instancia, la OTAN o el Pacto de Varsovia. Y nosotros no somos ni de la una ni del otro: SOMOS DE ESPAÑA.

Mientras España no reaccione hacia sí misma, nada podrá esperar de los amos que desde fuera mandan a sus «serviciales» políticos.

El pueblo español está hoy muy gravemente situado ante un dilema decisivo: o se hunde y se descompone como nación entre la demagogia, la ineficacia, el terrorismo, el separatismo y la bancarrota, o reacciona hacia sus grandes valores de su tradición con AUSTERIDAD Y RIGUROSO ESPÍRITU DE JUSTICIA en un intento de salvarse para reanudar su propia Historia, que fue una de las Historias más ilustres de la humanidad. Ése es el dilema.

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[1] Unamuno: «Obras completas»: «En torno al casticismo». Tomo III, págs 167 y sigs.

[2] Unamuno: «Obras completas»: «Conferencia». Tomo VIII, pág. 52.

[3] Unamuno: «Obras completas»: «En torno al casticismo». Tomo III, págs. 301 y sigs.