Los peores sueños de Orwell en "1984" se hacen realidad en España
Eduardo Arroyo
Era un visionario. Es lo que uno piensa de Orwell cada vez que abre un periódico, escucha una radio o ve una televisión. El sopor nos inunda y las alternativas son el aburrimiento o el asco.
15 de septiembre de 2007. Un amable lector me echa en cara emplear insultos en mis artículos. Siento si ofendo a alguien pero el riesgo está calculado. Hoy es necesario más que nunca que las personas se enfaden, griten, analicen, critiquen o aprueben por ellos mismos, sin tener en cuenta la opinión de la mayoría por obvia que pueda parecer.
Domingo por la mañana. Hago un esfuerzo atípico y compro el periódico. El Mundo, para más señas. Leo una entrevista con Bernat Soria, hoy ministro de Sanidad y a quien escuché una conferencia en una sala hasta los topes. Dice: ""La izquierda defiende una Sanidad para todos y la derecha, una sanidad especialmente para los ricos". Como un rayo, me cruza la cabeza la idea de que la inteligencia tiene compartimentos estancos. Nuestro ministro, como el protagonista de Rainman, interpretado genialmente por Dustin Hoffman, demuestra que se puede ser un brillante científico y también ministro border line. Como en el "principio de Peter", ha alcanzado su nivel de incompetencia. Pienso también que nuestro ministro sabrá biología celular pero es un completo patán históricamente hablando. Lamento que nadie haya hecho como cuando un perrito defeca en la alfombra y se le restriegan los hocicos contra la caquita, para recordarle que, al menos en España, prácticamente todas las obras sociales las han hecho ministros conservadores, con nombres y apellidos, al amparo de gobiernos igualmente de ese signo.
Por el contrario, la izquierda se ha perdido en vaguedades como "solidaridad", "revolución", "las conquistas de los trabajadores" y "derechos laborales", mientras por la puerta de atrás te colaban el despido libre, los contratos basura o simplemente el caos de nuestra "gloriosa" II República. Se me ocurre que nuestro ministro, incapaz de salir de facto de la lógica capitalista voraz de los sucesivos gobiernos de PP y PSOE, echa mano de un estereotipo fácil que contribuye a dividir más a un pueblo que –de "izquierdas" o de "derechas"- tiene un enemigo común.
Pero me acuerdo de mi lector. Respiro hondo e intento verle algo positivo a la cosa. Me cuesta. Y me cuesta porque más allá me encuentro con alguien que habla de las medidas del presidente Chaves sobre vivienda o las alabanzas de Carmen Chacón. Ahora todo son planes y medidas fulgurantes. Puro electoralismo barato para dejar incólume lo esencial de un sistema montado contra el pueblo: la ética del dinero y la negación de la trascendencia, el poder financiero aplastando a la política y la hegemonía absoluta del homo economicus soñado en Nueva York y Pekín por igual, la herramienta monetaria como forma de crear esclavitud y el discurso hiper sentimental y pseudohumanitario para traer la inmigración que necesita el gran capital y, en definitiva, el poder. No puedo sentir más que una tristeza de fondo.
Sigo leyendo, ahora a Antonio Gala. Le escuché hará unos meses en un programa de Telecinco poniendo verdes a los Reyes Católicos y a nuestra Reconquista. Tras oírle, uno estaba tentado de escupir sobre sí mismo y sobre la tumba de su padre por pertenecer a una de las razas más despreciables del pasado, como modo de purgar crímenes heredados de generación en generación. Sus memeces me llevan a pensar que los arabescos literarios y el virtuosismo de las letras ocultan en estos tiempos, como en casi ningún otro, una ignorancia proverbial. Don Antonio nos habla de la inmigración. En apenas diez líneas insulta al pueblo que se niega a recibir un millón, o dos o diez o cien, de inmigrantes inasimilables. Dice que "la inmigración siempre ha existido". Claro, como el genocidio o el soborno. Me pregunto si alguno de sus lectores no se sacudirá el halo fatuo de este personaje, encumbrado hasta donde creo que ni mucho menos merece, para preguntarse: "¿Y nosotros qué?".
Pasan algunos días. Oigo a un presidente de la Confederación de Padres Católicos decir que Educación para la Ciudadanía es propia de "fascistas" como "Hitler, Stalin o Franco". Alucinante. O sea que todo el mundo reprueba los crímenes del fascismo, pero cuando los crímenes son comunistas, resulta que son "fascistas" también. De nuevo el sistema más criminal que haya creado mente humana se escapa por la puerta de atrás y, encima, con la complicidad de la derecha. No es de extrañar por tanto que se celebre en España la Fiesta del PCE con total impunidad y tampoco es de extrañar que hasta el Dalai Lama pida ahora, sobre la sangre de más de un millón de tibetanos asesinados en el altar del comunismo, un "estatuto de autonomía" para el Tíbet, como modo de paliar la ocupación asesina que, por cierto, legitiman las potencias occidentales en cada trato económico que hacen con Pekín.
Todos estos ejemplos resultan bastante deprimentes. El discurso está absolutamente trazado y, en mil ocasiones aparentemente dispares, todo conspira hacia el desarme ideológico del pueblo y hacia el sometimiento a un poder que está llegando poco a poco a hacerse con todo. Clamas por una rebelión y por sacudirte ese sopor que impide dar a cada cosa el nombre que merece y únicamente consigues que te llamen la atención en las formas. La zozobra aumenta en todas las facetas de la vida y mientras Cuéntame –digna del mejor servicio de propaganda- te explica como vivimos en el mejor de los mundos posibles a base de caricaturizar el pasado.
Además, crece la insolencia. Mercedes Cabrera –esa chequista disfrazada de ministra- advierte que no quisiera tener que "tomar medidas" frente a los padres que se oponen al mayor intento de lavado de cerebro que registra la historia de España. El fracaso escolar no existe porquen ahora se puede pasar de curso con cuatro suspensos. Y no sucede nada, señora baronesa, porque en la COPE te explican que la alternativa a eso es "el mercado", y cuanto más mejor.
A veces pienso que estamos rodeados de Winstons, el genial personaje de George Orwell en 1984. Abro sus páginas y me da la impresión de estar leyendo a un gran profeta. Cuando a nuestro personaje la evidencia le impedía el menor asomo de duda: "Su cerebro debía lanzar una mancha que tapara cualquier pensamiento peligroso al menor momento de asomarse a la conciencia. Este proceso había de ser automático, instintivo. En neolengua se le llamaba paracrimen. Era el freno de cualquier acto delictivo. Se entrenó en el paracrimen. Se planteaba proposiciones como estas: El Partido dice que la tierra no es redonda, y se ejercitaba en no entender los argumentos que contradecían esta proposición. No era fácil. Había que tener una gran facultad para improvisar y razonar. Por ejemplo, los problemas aritméticos derivados de la afirmación dos y dos son cinco requerían una preparación intelectual de la que él carecía. Además, para ello se necesitaba una mentalidad atlética, por así decirlo. La habilidad de emplear la lógica en un determinado momento y en el siguiente desconocer los más burdos errores lógicos. Era tan precisa la estupidez como la inteligencia y tan difícil de conseguir".
Hoy, como en la cabeza de Bernat Soria, estupidez e inteligencia están intrínsecamente mezcladas. Por eso, quizás sea lo mejor prescindir de todo y atreverse a ir por donde nadie quiere.
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