Serie : HACIA LA REVOLUCIÓN (Parte I)
ANTECEDENTES.
Con el testimonio de los ojos y la autoridad del sentido común, durante siglos se afirmó que la tierra era plana o que era el Sol el que giraba alrededor de la Tierra. Hay ciertas “verdades” que sólo son tales en apariencia.
Es frecuente escuchar afirmaciones sobre el capitalismo como si fueran verdades evidentes e indiscutibles, sin necesidad de más análisis. Así, se dice que el sistema capitalista es tan eficaz que jamás será derrotado por el marxismo. Que la economía capitalista tiene más recursos que la marxista, etc. Pero la economía capitalista está totalmente desacreditada y está siendo desplazada de muchas de sus bases materiales.
También se proclama que la economía marxista es superior al capitalismo y que irremesiblemente acabará por sustituirlo, tan seguro como que la noche sigue al día. Sin embargo es evidente que dicha economía es un fracaso.
Pese a su economía “científica” y las aseveraciones de Marx y Engels de que los medios de producción bajo la dictadura del proletariado rendirían más y darían felicidad a los pueblos que lo hicieran el resultado y prueba histórica es la contraria.
Es frecuente oír una aparente y evidente verdad: el comunismo y el capitalismo son enemigos mortales. Pero la realidad es que durante décadas han sostenido relaciones cordiales de afectuosa alianza. Se dice que el capitalismo es la antítesis del marxismo pero siempre que éste entra en dificultades acude solícito, sin falta, el capitalismo en su auxilio.
Ante esta y otras muchas contradicciones puede afirmarse que ni el capitalismo ni el marxismo son sistemas monobloque, están compuestos de varios elementos.
Usualmente se define como capitalismo a actividades económicas como:
- producir optimizando los recuros y obteniendo beneficios.
- ahorrar para invertir y lograr utilidades.
- inventar, comercializar y ganar dinero.
- comprar y vender libremente.
- comerciar libremente.
- formarse y ejercer profesionalmente para obtener beneficios.
- trabajar libremente en lo que se quiera y donde se quiera.
- cultivar libremente una tierra, mejorarla y hacerla más productiva, venderla y/o heredarla.
- formar libremente cualquier patrimonio, personal o familiar.
Estas y otras actividades económicas han existido desde siempre a mayor o menor escala según el desarrollo de los pueblos. En todos los casos se busca un beneficio económico. Beneficio que es IMPRESCIDIBLE en toda actividad humana pues de él depende su existencia. Obtener el pan de cada día implica una actividad económica. Toda actividad humana es esencialmente económica. Evidentemente el hombre no existe sólo para lograr beneficios económicos, pero necesita de ellos para subsistir.
Siempre ha sido así y no tiene nada de particular. Es algo lícito, incluso deseable, si no se violan unas normas elementales de moralidad.
El problema surge cuando bajo el nombre de CAPITALISMO se engloban funciones que desprestigian el término y que tienen ciertas peculiaridades.
Cuando el objetivo de la actividad económica desborda unos límites sanos se convierte en un mal. La actividad económica es un fenómeno natural en la lucha del hombre por su supervivencia. Pero cuando del uso se pasa al abuso surgen los problemas.
Ya 800 años antes de Cristo el profeta Amós anunciaba el castigo para los que hacían prácticas y transacciones económicas fraudulentas.
Seis siglos después una secta hacía tales prácticas aunque de forma más ingeniosa e injusta. Y con una característica: no las hacía únicamente movido por la avaricia, sino para aprovechar el poder económico conseguido y trocarlo en poder filosófico y político. Eran los saduceos que más tarde actuarían contra Jesús.
Los saduceos se hicieron expertos en sobornos, coacción y toda clase de trapacerías económicas. Anás pudo obtener, así, el sumo sacerdocio para él y sus cinco hijos. Y para Caifás.
Usaban la economía con malas artes, no como simple base para la subsistencia sino como instrumento para conseguir y ganar poder en otras áreas. Tenían la habilidad de descubrir “oportunidades” especulativas con un frío racionalismo materialista.
Por eso es conveniente, para no confundir, denominar la actividad económica sana y a estas prácticas abusivas de forma diferente.
Buscar una concentración de riqueza con malas artes desborda los límites sanos de la economía, peor aún, buscar dicha concentración con un propósito premeditado de aprovecharla para lograr control político, filosófico, social y antirreligioso debe tener un nombre concreto. Es lo que el autor denomina SUPRACAPITALISMO.
Así, el supracapitalismo no es la esencia de la economía, cuyo objeto es aprovechar los avances de la ciencia y la técnica para optimizar la producción elevando el nivel general de vida vía utilidad. La economía sana busca el beneficio propio pero sin dañar a terceros, ni al productor ni al consumidor, contribuyendo a distribuir, entre todos, los bienes y riquezas de la tierra.
El supracapitalismo no practica esta función económica. Se escuda en el “capitalismo-liberal” para abrir las puertas y burlar la ley de la oferta y la demanda, desplazar a la libre competencia, distorsionando el mercado libre al que toma como botín. Persigue el control económico para IMPONER otros controles.
Los Estados marxistas concentran la riqueza en sus manos mediante la supresión de los derechos individuales y la confiscación. Y lo hacen, no por necesidades económicas de sus súbditos (esclavos), sino para CONTROLAR TOTALMENTE las funciones económicas, y las no económicas, del pueblo. Así acaba controlando las actividades políticas, las relaciones sociales, el modo de pensar y extinguir los sentimientos religiosos.
Es decir, tanto el marxismo como el supracapitalismo son un cáncer de la economía, no la economía en sí.
El origen de ese cáncer económico se remonta a varios milenios atrás. Para abreviar la historia sólo nos remontaremos a unos siglos atrás.
INGLATERRA.
En el año 1066 llegó a Inglaterra un pequeño grupo e exranjeros cosmopolitas con el fin de hacerse ricos. Su sagacidad sorprendió a los nativos de la isla que fueron presa fácil de “habilidosas” transacciones “mercantiles”. En poco tiempo los recién llegados controlaban prácticamente la mitad de las tierras y de la riqueza nacional.
Bajo la astuta dirección de sus jefes, como Jacobo de Orleáns, ganaron un inmenso poder económico y político. En pocos años, unos 20, empezó a surgir una reacción contra ellos con violentas protestas a sus métodos y prácticas.
El Rey Ricardo Corazón de León logró pacificar los ánimos, pero el malestar volvía a surgir una y otra vez, estallando nuevamente bajo el reinado de Eduardo I (Historia de la Economía de Georges d'Avenet).
Con la autorización del Papa Honorius IV se efectuó un sínodo en 1287 y se decidió la expulsión de los extranjeros especuladores. La mayoría, unos 16.500, salieron de Inglaterra en 1290.
Aparentemente fue el punto final del problema pero en realidad quedó planteada una lucha en la que intervenian más cosas que factores económicos: política y religión.
Durante el siglo siguiente (XIV) Inglaterra se vió inquietada por numerosas agitaciones “religiosas” y sociales internas, a la vez que libraba guerras con Francia.
John Wiclef (Wyclif) inició una enconada campaña contra la Iglesia, en especial contra el Papa. Wiclef mantenía contactos secretos con grupos de Praga. Negaban el libre albedrío y pugnaban por proscribir la jerarquía sacerdotal que substituirían por la “asamblea de los elegidos” (según su libro De Iglesia, publicado en 1738).
Wiclef encabezaba al partido antipapal e impulsó a los grupos de “predicadores ambulantes” siendo un precursor de la Reforma con el objeto de dividir y debilitar el catolicismo.
Ya en el XV hubo graves disturbios en Inglaterra. Mediante terribles matanzas el bando de la rosa blanca y el de la rosa roja se alternaban en el poder. Pero pese a las constantes guerras, un pequeño grupo acrecentó sus ya grandes fortunas mediante combinaciones monopólicas y traficando con mercancías de grupos afines de Venecia, Florencia y Pisa.
Al iniciarse el XVI subió al trono Enrique VIII (1509) pero el movimiento anticatólico ya llevaba dos siglos de pugna en Europa mediante numerosas sociedades y sectas secretas: heréticos, cátaros, valdenses, albigenses, esotéricos, cabalistas e incluso magos y alquimistas.
Las guerras “religosas” habían sido frecuentemente fomentadas por organizaciones y sectas secretas y la Iglesia había tratado de frenarlas mediante la Inquisición pero, a finales del XV, el tribunal ya había dejado de tener influencia (excepto en España, según La Cara Oculta de la Historia Moderna, de Jean Lombard).
De las sectas ocultas brotaron movimientos anticatólicos. Las leyes contra la alta traición (de 1535) se usaron para una cruenta persecución contra la Iglesia Católica. El Canciller o primer ministro de Inglaterra: Thomas Cronwell organizó la más vasta red policíaca y de espionaje hasta entonces conocida. Con agentes infiltrados en iglesias, tabernas, comercios, molinos y barcos. Impulsó el terror policíaco. Alentó a Enrique VIII para que se divorciara de su esposa Catalina.
El Papa no concedió el divorcio y el rey declaró el cisma, se autoproclamó jefe de su Iglesia, confiscando todos los bienes y posesiones de la Iglesia, que separó de Roma y formó la Iglesia Anglicana.
Los clérigos fieles a Roma eran encarcelados, torturados y ejecutados. Los que defeccionaban eran restituidos a sus puestos, recompensados y ascendidos.
Se retocó y depuró la liturgia y los dogmas católicos, y se declaró la lucha contra las imágenes, las reliquias y las peregrinaciones.
Enrique VIII casado en segundas nupcias con Ana Bolena la hizo ejecutar para, al día siguiente, casarse con Juana Seymour de la que quedaría viudo. Casaría por cuarta vez con Ana Cleves (protestante alemana) de quien se divorció más adelante para casarse, esta vez con Catalina Howard a la que poco después haría decapitar para contraer nupcias, nuevamente, esta vez con Catalina Parr.
Mantuvo el reinado con el terror, más de 1252 ejecuciones incluyendo 18 obispos, 13 abades y 575 sacerdotes. Y el martirio y ejecución de su ex canciller (santo) Tomás Moro.
En esa misma época estallaba la Reforma “religiosa” encabezada, aparentemente, por Lutero, protegido de sociedades y sectas secretas, especialmente los rosa-cruz, y también surgía la figura de Calvino (en realidad Calvin, Cauin o Cohen) que formaba una ideología “puritana” que arremtía contra la tradición católica de ligar actividad económica y moral, derribaría el concepto del “justo precio” para dejar el campo libre a todos los artilugios de la especulación (El Pensamiento Político de Calvin de Marc Cheneviere).
Contravenía así a los Concilios de Nicea (787), Letrán (1179) y Vienne (1311) que habían procurado mantener las actividades económicas dentro de los límites morales.
Además, en Ginebra establecería una dictadura político, social y económica basada en el terror y las ejecuciones sumarias. Regulando, de forma colectiva, desde las horas y hasta el contenido de los platos del menú de los súbditos.
Calvino enfrentó el AT al Nuevo Testamento. Tomó frases aisladas del AT para darles nuevas interpretaciones, subvirtiendo sus valores e ideas. Indujo la idea de que la riqueza representaba un signo de los “elegidos”, la marca visible de la “bendición de Dios”. El destino se manifestaba mediante la prosperidad económica.
Los rosacruces y cabalistas apoyaron incansablemente a Calvin y los usureros natos formaron dinastías que pefeccionaban sus métodos y argucias acrencentando sus fortunas generación tras generación.
En el XVI estos hombres hábiles y con experiencia de siglos de usura convirtieron a Amsterdamn en una plaza financiera como no se había visto antes.
En 1602 montaron la Compañía de las Indias Orientales que practicaban, en los territorios que se descubrían en todo el mundo, la rapiña, la esclavitud y el comercio forzado.
En 1609 formaron el Banco (privado) de Amsterdam y dos años después la Bolsa de Valores.
Crearon sociedades anónimas y financieras de novedosas características cuyos principales accionistas eran hebreos procedentes de España y Portugal, con descendientes de los expulsados de Inglaterra.
Ambos organismos, Banco de Amsterdam y la Bolsa de Valores hacían especulaciones vertiginosas y con procedimientos opacos e incomprensibles para sus víctimas. Abrían líneas de créditos muy por encima del valor de los depósitos que custodiaban y cobraban intereses de un dinero que nunca existió realmente, sólo en unos libros de contabilidad abstractos, pero que generaban unos beneficos en intereses muy reales que cobraban puntualmente. Era el equivalente a una falsificación masiva que generaba una alta inflación de la que los prestamistas obtenían nuevos beneficios. Los retiros de los créditos y las cancelaciones eran cubiertas con los nuevos depósitos que iban entrando. Todo un ingeniosa estafa de malabarismo piramidal (La Banca a Través de los Años de Dauphin Meunier).
Cuando la inflación era exagerada y ciertos acreedores ya no podían pagar sobrevenía la consabida “depresión” del ciclo que permitía a los financieros aumentar sus beneficios por la ejecución de los avales e hipotecas (bienes reales que actuaban de garantía), en resumen mientras ellos especulaban y obtenían grandes beneficios con dinero ficticio (solo con existencia contable) ellos se aseguraban con garantías de bienes reales, ganando aún más, en las épocas de depresión cuando ejecutaban las hipotecas de dichos bienes.
Así, la economía productiva, de profesionales, trabajadores y comerciantes normales rendía beneficios muy moderados (4-6%) ellos obtenían, sin producir nada beneficios del 200% o más. Además controlaban las alzas y depresiones que causaban a voluntad cuando les convenía.
Por primera vez en la Historia se realizaba de forma técnica y organizada la especulación y el agiotismo a escala continental.
Surgieron teorizantes como Saumaise que en su libro “De Usuris” reiteraba las tesis de Calvin y “demostraba” que en cuestiones económicas o financieras la moral no tiene cabida y mucho menos la moral católica. Inmediatamente fue corroborado por numerosos autores, especialmente los sefarditas José de la Vega y Josef Pinto.
Dinastías financieras surgían con estos métodos, así: Bueno de Mesquito; Francisco Melo; los Pinto; los Belmonte, etc. (Historia de las Doctrinas Monetarias de René Gonnard).
Y las prácticas que habían sido condenadas como ilegales y/o inmorales fueron quedando “justificadas” con argumentos que acallaban conciencias.
Entreverar mercancías de menor calidad (camelote); mermar deliberadamente el peso; vender con pérdida (dumping) para apoderarse del mercado y luego establecer precios altos (monopolio); ventas a plazos con intereses exagerados; etc. fueron generalizándose como prácticas “ingeniosas” y no como formas ilícitas.
Durante 40 años (desde 1619) funcionó un monopolio de financieros que traficó con esclavos negros a unas 20 libras esterlinas por cabeza, este “comercio” fue heredado luego por la Royal African Company of England (en 1764 Benjamín Wright; Jacobo Rodríguez y Abraham Pereira operaron en Jamaica con el “mercado de negros” (llamado madera de ébano), en algunos años, como 1790, vendieron más de 600.000 esclavos).
El concepto de “precio justo” sostenido por la Iglesia fue impugnado y desacreditado. En su voluminoso Talmud encontraban justificación para muy diversas acciones que la moral católica no admitía (El Talmud del Rev. I. B. Pranaitis).
Amsterdam fue llamada la “nueva y grande Jerusalén” y de allí partían los accionistas, instigadores y promotores de los Bancos de Rotterdam y Nuremberg, que luego se extenderían por todas las grandes capitales europeas. El sistema no era malo, pero sí el abuso que de él se hacía.
Estos hombres y dinastías no actuaban por el afán simple de acumular dinero por cualquier medio, su afán estaba movido por una idea trascendente, de mística invertida: el dinero serviría como un medio o palanca para adquirir el poder político con la que lograría la hegemonía universal, requisito necesario para la llegada de su verdadero Mesías. Y estas ideas prevalecieron a través del tiempo y las dinastías. No era un móvil individual, regional o transitorio. Se extendía a toda la tierra y debía prolongarse por los siglos. Este sistema de ideas ha incluido, necesariamente, y de modo muy especial, la lucha contra Cristo.
Y no era algo nuevo que naciera en el Amsterdam del XVII, hundía sus raíces muchos siglos atrás, pero fue en Amstedam dónde se sistematizó la técnica de un arma económica que sirviría para materializar las ideas en los demás campos: político, social, filosófico y anticristiano. Y a ese arma económica se la puede definir como SUPRACAPITALISMO cuyas dos características definitorias son:
1.- buscar la supremacía económica por cualquier medio sin fenos morales y/o religiosos.
2.- que dicho poder económico no sea un fin en sí mismo sino un medio para triunfar en la Revolución total.
De ahí que Supracapitalismo y Marxismo sean hermanos siameses hijos de los mismos padres.
PRIMER TRIUNFO MODERNO.
Estos dos móviles triunfaron en la Revolución de Olivier Cronwell. Este segundo Cronwell acaudilló a los puritanos (calvinistas) y triunfó en 1645 gracias a la ayuda de numerosas logias europeas y los poderosos círuclos económicos de Amsterdam.
El enlace era Antonio Fernández Carvajal (judío expulsado de España) que dirigía en Londres una sinagoga secreta.
El rey inglés, Carlos I, era un estorbo para la revolución por lo que se hizo multitud de propaganda que lo hizo impopular. La acusación la ejecutó el Dr. Isaac Dorislaus, agente de Manasseh ben Israel, quien desde Amsterdam se entendía con Cronwell.
El rey sería ejecutado en 1648 y se precisó un gran despliegue de tropas para sofocar los levantamientos populares. Cronwell estableció una fezoz dictadura, particularmente contra los católicos, realizando matanzas con todo lujo de crueldades, confiscó tierras, deportó prisioneros como esclavos, envió mil mujeres a Jamaica para solaz de los colonos. El vulgo llegó a decir que este judío tenía pacto con el demonio.
Cronwell consiguió dejar sin efecto el edicto que en 1290 había cerrado las puertas de Inglaterra a los judíos y éstos volvieron, sin limitaciones, a partir de 1656, a cambio Manasseh abrió sus grandes mercados mundiales al comercio “inglés” (Misión Olivier Cronwell de Lucian Wolf).
La Revolución de Cronwell seguía dos principios: Lucha contra el catolicismo y uso de la economía para dominar la política, ideología y filosofía. Tras la muerte de Cronwell (1658) su movimiento siguió, se modernizó la Bolsa de Valores, se hicieron grandes especulaciones, incluso difundiendo falsas noticias para provocas bajas o alzas convenientes. También se usaba información secreta militar (procedente del exterior) sobre la abundancia o escasez de determinados bienes, destino de ciertas guerras, etc.
En 1694 surgiría el Banco de “Inglaterra” con sistemas ideados por los expertos de Amsterdam y junto con la Bolsa de Valores fueron la obra culmen del Supracapitalismo.
El centro financiero se fue desplazando a Londres dejando a Amsterdam en segundo plano, y para asegurar esa supremacía se dotó a Inglaterra de una podrosa marina que se apropió de bases en todos los mares sin otro derecho que el de la fuerza.
Gran Bretaña entraba en el XIX con 11 millones de habitantes, pero en 1831 ya eran 16,5.
En la Bolsa de Valores destacaban los hermanos Abraham y Benajamín Goldsmit que lograron el monopolio de la emisión de empréstitos del Estado función muy lucrativa en la que serían relevados por Nathan Rothschild (1819).
En el área ideológica-secreta la masonería inglesa fue reorganizada para convertirse en un centro universal, en la “Madre Gran Logia del Mundo” mediante las logias especulativas. Entre sus dirigentes más conocidos figuran: Antonio Sayer; Jacob Lamball; y John Elliot.
Y aunque aparentemente el régimen político de Inglaterra variaría, adoptando diversas formas, habría de conservarse como un discreto bastión de los planes revolucionarios mundiales (Jean Lombard en Cara Oculta de la Historia Moderna).
NUEVO GOLPE : AHORA EN FRANCIA.
La situación en la Francia del XVIII se iba volviendo cada vez más propicia para un gigantesco estallido. La proliferación de organizaciones y sectas secretas era imparable, maduraban cada vez golpes más audaces y ambiciosos. Las especulaciones financieras provocaron enormes quiebras en Lyon que dejó de ser mercado internacional, la inflación y su carestía consiguiente se hizo patente en 1719.
Mientras Inglaterra se fortalecía, Francia se debilitaba. De Londres llegaba la influencia secreta de los rosacruces, de los Iluminados de Baviera y otros grupos que convergían hacia un mismo fin.
El Papa Clemente XII decretó (1738) la excomunión de los católicos que se afiliaran a la masonería en sus diversos ritos. Pero el poder de la masonería no está en su número sino en los puestos clave que ocupan sus miembros. No es un organismo de masas aunque las mueve y desorienta.
Las organizaciones secretas recibían ríos de financiación de Londres, Venecia, Génova, Rotterdam, mientras el clero, el ejército y la administración era infiltrados. Todo se preparaba para destruir el Estado.
Todo saltó en 1789 en que la Revolución denominada francesa, efectivamente fue hecha por franceses pero era obra de una fuerza cosmopolita internacional (Revolución Mundial de Nesta H. Webster) y dejó ver, tras las matanzas, degüellos, cabezas clavadas en picas y paseadas por las calles parisinas, gran parte de su verdadera esencia.
En 1792 se derogó la Era Cristiana y comenzó a contarse el año primero de la nueva Era Revolucionaria. La semana se convirtió en decena suprimiéndose los domingos. Se decretó la abolición del culto católico. Los templos saqueados, incendiados y cerrados. Se negó a Cristo. Se suprimió la ley divina revelada y con ella la ley moral. Se proclamó el culto a la “Diosa Razón”, ya no había más deberes que los que el hombre se diera a sí mismo. Hace su entrada el término DEMOCRACIA que situaba toda fuente de autoridad en la decisión de un grupo gubernamental que se arrogaba la representación del “pueblo” al decir que actuaba en nombre de éste. En resumen:
1.- guerra a Cristo.
2.- abolición de la propiedad privada.
3.- educación única, laica y estatal.
4.- alimentación igual para todos.
5.- dictadura con el pretexto de redimir al pobre.
6.- trabajo obligatorio.
7.- la niñez bajo control estatal, no familiar.
8.- proletarización general, ataque al burgués.
9.- control natal en nombre del bienestar geneeral.
10.- procesos sumarísimos para los contra revolucionarios.
Hubo 3.000 ejecuciones en París, 17.000 en Francia con proceso. Las sumarísimas subieron la cifra hasta 35-40.000. El 31% eran obreros o artesanos y el 28% campesinos.
Olvidando las bellas proclamas propagandísticas y los eslóganes, la triste y cruel realidad es que en nombre de la justicia se cometieron las más grandes injusticias, en nombre de los pobres se aumentó su número y los hicieron aún más desgraciados. En nombre de la libertad se suprimieron todas las libertades. Murió la libertad de prensa y la de cultos. Los templos, seminarios y conventos quemados, derruidos y cerrados. Cientos de sacerdotes y monjass vejados, martirizados y ejecutados.
Se formaron milicias comandadas por “comisarios” como Anacharsis Klotz; Marat; Almereyda; etc. y también “sociedades populares” con sanguinarias consignas.
Por supuesto se decretó la emancipación de los judíos que no quedaron conformes por aspirar a las ventajas de su doble nacionalidad.
La victoria fue total pero cometieron un gran error de cálculo. Antes de consolidarse se lanzó al extranjero, confiando en la ayuda secreta existente en todos los países de Europa. Era la hora para la “liberación de los pueblos”.
En los países invadidos por las tropas revolucionarias francesas circulaban la desinformación que desorientaba a los patriotas, había sabotajes continuos, pero aún así fracasaron.
Y pese al genio indiscutible de Napoleón algunas de sus batallas no las hubiera ganado sin la ayuda interna y extena (financiera, información, espionaje, etc. de las logias y células secretas de toda Europa).
Desde Portugal a Prusia, de los Países Bajos a Italia la Revolución saqueó, confiscó los bienes de la Iglesia, ocupó conventos, desterró y asesinó religiosos. El Papa fue expulsado de Roma y se proclamó la República Romana. Se enviaban millones de libras a Francia para reclutar más tropas.
Francia moviliza un ejército de 1.600.000 hombres (descomunal para una población de 27 millones).
Napoleón fue apropiándose del movimiento, en 1801 hizo cesar la lucha anticatólica y celebra un Concordato con el Vaticano. En 1804 se proclama Emperador y lo coronará Pío VII, al año siguiente abolió la Era Revolucinaria y restableció la cristiana. Estas decisiones provocan conflicto con los financieros judíos. En 1807 dirá: “sería prueba de debilidad perseguir a los judíos, pero de fuerza corregirlos” (Napoleón y los Judíos, de R. Anchel).
Crea el Banco de Francia y no se lo entrega a la alta finanza reservándose el cargo de presidente vitalicio del mismo y la emisión de dinero no se hacía como préstamo a interés al Gobierno sino según la producción real.
El Imperio Masónico de la Revolución se desmoronaba, por lo que las logias y financieros retiran su apoyo al Emperador e Inglaterra ayuda a cercarlo con la cooperación de Rusia y Prusia hasta que le vencen en Waterloo (1815).
La Revolución de 1789 fue un torrente de infamia tan grande que debería recordarse con vergüenza de no ser por la incesante propaganda sutil que constantemente la barniza como una epopeya del humanitarismo y “derechos del hombre” de “libertad, igualdad y fraternidad” (escondiendo su cuarto término, tras los de libertad, igualdad, fraternidad y hoy no correcto de “o muerte”), hasta el punto que han imbuido a los franceses de que es su fiesta nacional y como tal la celebran.
La fuerza de la propaganda hizo que sólo 90 años después Víctor Hugo pudiera llamar “la gran fiesta de todas las naciones” a lo que fue un aquelarre de asesinos, infamia y latrocinio.
La Revolución perdió parte de sus conquistas en Europa y la ideología revolucionaria se suavizó en la forma presentándose como LIBERALISMO y con los siguientes principios más o menos declarados:
1.- no hay ley divina, solo la humana. (Grerra a Cristo y sus seguidores).
2.- la razón es independiente de todo principio del Bien o Mal.
3.- la moral es relativa.
4.- laicismo obligatorio, gradualmente convertido en agnosticismo y ateísmo.
5.- el número decide la verdad, y quien gobierne a nombre de él es independiente de todo derecho.
6.- tolerancia, en nombre de la libertad, pero sólo hacia todo lo que repudie la civilización cristiana.
7.- decreciente tolerancia para todo lo que se oponga al liberalismo.
8.- acreditar, por todos los medios, los principios revolucionarios que se prestigiarán y denominarán “PROGRESO”.
Así, los amables términos de liberal y liberalismo con su aparente significado de “libertad” y “razonable equilibrio” encierran móviles políticos que llevan a metas de intolerancia total, la Revolución. Muchos marxistas y revolucionarios actuales aún se esconden bajo el disfraz de liberales y progresistas.
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