Tras la I GM y el hundimiento de la II Internacional Socialista, una corriente doctrinal del marxismo, a partir de 1945, da por periclitada la teoría leninista de la conquista violenta del poder por los proletarios. En lugar de asaltar el Estado y luego cambiar la mentalidad de la sociedad, los izquierdistas acomodados en las sociedades del bienestar (socialdemócratas) adoptan la tesis contraria: cambiar radicalmente el alma humana y de esta forma hacer que el poder caiga en manos de la izquierda según Gramsci, como "fruta madura".

El gusto por la contracultura, el antiamericanismo primario, el ecologismo furibundo, el pacifismo a lo violeta y, en general, la predilección de la progresía contemporánea por todos los enemigos del sistema occidental, tiene su origen en este reviosinismo marxista de inicios del XX.

A inicios del XX los teóricos de la II Internacional consideraban que los conflictos sociales acabarían lanzando violentamente a un proletariado, cada vez más depauperado y numeroso, contra la minoritaria clase burguesa, y como resultado el triunfo de la revolución socialista.
En la verborrea marxista clásica, a un cambio sustancia en las condiciones económicas de la sociedad (infraestructura) seguiría, de forma inexorable, una mutación del pensamiento y la moral colectivas (superestructura), naciendo el hombre nuevo que cumpliría, al fin, el ideal socialista anunciado por sus profetas. Convencidos de que el futuro estaba predeterminado por el materialismo histórico, enarbolado por los intelectuales marxistas pretendidamente "científicos" la implosión definitiva del capitalismo y la llegada de la revolución proletaria, eran una mera cuestión de tiempo.

Junto a esta corriente marxista "contemplativa" coexistían enérgicos líderes partidarios de "ayudar" a la historia a cumplir sus designios.

La mentira es la musa de las revoluciones: inspira sus programas, sus proclamaciones, sus panegíricos. Pero olvida amordazar a sus testigos.

La tremenda crisis abierta por una guerra dentro del sistema capitalista, no podía tener más que una salida: La Revolución. La famosa moción de Stuttgart de la II Internacional (1907) era suficientemente explícita: "en caso de que la guerra llegase a estallar, los socialistas tienen el deber de intervenir para hacerla cesar inmediatamente y usar con todas sus fuerzas la crisis económica y política creada por la guerra, para hacer agitación entre las capas populares más amplias y precipitar la caída de la dominación capitalista"

Sin embargo estas optimistas previsiones de la Internacional acabarían en completo desastre, y supondrían el fin de dicha organización, pues a excepción de Rusia y Serbia (por motivos concretos) los socialistas, junto con los sindicalistas y anarquistas, participaron mayoritaria y entusiásticamente en la Unión Sagrada con sus clases dirigentes para defender a sus respectivas naciones.
En todos los países involucrados en el conflicto bélico, los obreros, dirigidos por sus partidos socialistas, fueron alegremente a la lucha en defensa de sus respectivas naciones (no de sus supuestos intereses de clase) dejando "la revolución" para mejor ocasión. Los dirigentes marxistas, seguros de la infabilidad de sus análisis científico-materialistas, quedaron petrificados por esta orgía obscena de patriotismo proletario.
Los trabajadores del mundo se unían, sí pero no para acabar con el capitalismo, sino para moler a palos a quienes trataban de organizar la revolución marxista en su nombre.
Increíble, pues las previsiones de la dialéctica marxista, con su cientificismo histórico, vaticinaban el fin del sistema burgués capitalista y el advenimiento inexorable de la dictadura del proletariado tras el cataclismo bélico, el resultado fue, exactamente, el contrario.

Era imperativo un cambio radical de estrategia. Si la imposición violenta del paradigma marxista resultaba un fracaso evidente, aún en las condiciones más favorables para la agitación revolucionaria, la clave era modificar las consciencias (superestructura) a través de la cultura, los medios de comunicación, las universidades y cualquier centro del pensamiento, hasta que el poder cayera en el regazo marxista como "fruta madura".

Antonio Gramsci fue el primer intelectual marxista que comprendió la necesidad de trasladar la lucha de clases al terreno de la cultura de masas. Junto a Lukacs otro teórico del "terrorismo cultural" (según su autodefinición) sentarían las bases para el acceso al poder mediante la demolición de los pilares morales de la tradición cristiana.

Así la propiedad privada como pilar del sistema económico, la familia como forma de organización social y una determinada tradición moral ampliamente compartida, impedían que la historia fluyera en la dirección deseada por los "científicos" del marxismo.

El comunista Gramsci teorizó, brillantemente, sobre la necesidad de subvertir el sistema de valores occidental como elemento previo e imprescindible para el éxito del ideal comunista. Para ello era requisito imprescindible ganar para la causa marxista a los intelectuales, el mundo de la cultura, de la religión, de la educación,en definitiva los sectores más dinámicos en el mundo de las ideas con la seguridad de que en unas cuantas generaciones cambiarían, radicalmente, el paradigma dominante en occidente. Sus Cuadernos de Cárcel son el compendio indispensable para comprender las claves de este cambio de estrategia.

Por su parte el húngaro Gregory Lukacs, otro brillante teórico totalitario, llegaba con su análisis a las mismas conclusiones que su colega italiano y tuvo la oportunidad de poner en práctica sus teorías durante la breve pero sanguinaria dictadura de Bela Kum bajo la que fue comisario de la cultura. En esta breve dictadura Lukacs (¿Quién Nos Librará de la Civilización Occidental?) instauró como parte de su proyectado terrorismo cultural, un radical programa de educación sexual en los colegios en los que los niños eran instruidos en las bondades del amor libre y los intercambios sexuales, así como en la naturaleza irracional y opresora de la familia tradicional, la monogamia y la religión que privaban al ser humano del goce de placeres ilimitados.

Se comprueba así que los patrones intelectuales de la generación del baby boom tiene su origen en el programa ideológico diseñado por los comunistas italiano y húngaro medio siglo antes y que los progres tratan de meter con calzador en su Educación para la Ciudadanía.

Gramsci y Lukacs coincidían totalmente con los objetivos finales del marxismo clásico y su diseño de una sociedad nueva, modulada bajo los parámetros de la INGENIERÍA SOCIAL comunista. En lo que diferían con sus antecesores era en los medios para alcanzar dichos fines.

Aunque los progres actuales lo ignoren (como tantas otras cosas) éste es el origen doctrinal del progresismo contemporáneo. De hecho, Gramsci y Lukacs son los padres intelectuales de los progres del XXI. Si la izquierda de a pie prefiriera la lectura sosegada a la deglución acrítica de mantras prefabricados, los institutos de la LOGSE y las aulas universitarias estarían llenas de camisetas de la imagen de estos dos precursores de la revolución cultrual en lugar del sempiterno Ché (el asesino en serie judío).
Ambos pusieron las bases de la CONTRACULTURA que nuestros progres adoptaron como propia a partir de los '60, y cuyo fin es erosionar las bases del sistema de vida en occidente y hacer posible el sueño marxista de una sociedad en la que la propiedad privada, la familia tradicional y la moral cristiana sean una reliquia olvidada del pasado.

Si bien estas brillantes teorías no hubieran tenido apenas virtualidad en la vida occidental sin la más formidable maquinaria de propaganda marxista y sus casi inagotables fuentes de financiación capitalista.
La Kommitern o Internacional Comunista, dirigida por un genio de la infiltración y el agit-prop: Willi Münzenberg.
Willi, compañero de Lenin ya desde antes de la revolución bolchevique, y que fue designado por éste para trabajar con Karl Radek, un radical dedicado a "racionalizar" las ideas revolucionarias, y Félix Dzerzhinsky (creador de la Cheka e inventor de la policía secreta como instrumento de terror revolucionario) se convirtió en el responsable de la propaganda en occidente.

Münzenberg usó la Kommitern para conseguir un objetivo fácil de definir, pero harto difícil de conseguir: inocular en la conciencia de occidente, como una segunda naturaleza, la idea de que cualquier crítica o reproche al sistema soviético sólo podía provenir de personas fanáticas, fascistas y/o estúpidas; mientras que los partidarios del comunismo siempre eran gente con una mente avanzada, progresistas, partidarios de la humanidad y tocados de un halo especial de refinamiento intelectual y moral.
Münzenberg contaba con una pléyade de escritores, profesores, periodistas, artistas, actores, directores de cine, científicos y publicistas. De Ernest Hemingway a John Dos Passos, y de Bertold Brecht a Dorothy Parker, pasando por Sartre, etc. siempre dispuestos a defender una imagen idealizada del sistema comunista y a esparcir por el mundo las bondades del régimen soviético.
Bajo su dirección la Kommitern se convirtió en el primer "multimedia" de la historia, con decenas de periódicos, revistas, editoriales, estaciones de radio o productoras de cine formando un complejo entramado dispuesto para la difusión de los mensajes que interesara a la dirección comunista. El éxito de la estrategia influyó en su posterior reproducción a escala nacional por corporaciones empresariales privadas (e "independientes") cercanas a los centros de poder socialista si bien con una condición empresarial rabiosamente capitalista que no entorpece su particular empeño en la difusión de los dogmas típicos de la vulgata marxista en contra de la globalización, el libre mercado, los EEUU, la moral cristiana, etc. de los que se nutre, dariamente, a su parroquia.
Münzenberg también fue el artífice creador de las "agencias de noticias" que servía tanto para intoxicar informativamente como para ocultar a los espías en los países anfitriones.

A inicios de 1920 Lukacs y otros comunistas alemanes crean el Instituto de Investigación Social (IIS) ligado a la Universidad de Francfort y producían una esoclástica marxista con la que emprender el "largo camino a través de las instituciones". Las figuras más conocidas fueron: el crítico musical Theodor Adorno, el psicólogo Erich Fromm y herbert Marcuse que emigraron a la Universidad de Columbia de NY huyendo de los nazis.
Fueron los creadores de la Teoría Crítica dirigida, obviamente, a la sociedad occidental que declararon férreamente oprimida por una mentalidad tradicional cristiana a la vez que manipulada por los medios de comunicación que producen una "falsa" cultura para apaciguar, reprimir y entontecer a las masas mediante la imposición de aberraciones conceptuales como el cristianismo, la autoridad, la familia, la jerarquía, la moralidad, el patriotismo, la tradición, la lealtad, el conservadurismo o la continencia sexual.

Bajo esta teoría el sistema occidental es acusado de cometer toda clase de genocidio contra el resto de las civilizaciones (mito rousseauniano del buen salvaje), de mantener sojuzgados a sectores enteros de población (mujeres, minorías étnicas, homosexuales, etc.) o de fomentar el nacimiento y desarrollo de todo tipo de conductas fascistas.
Se trata de una filosofía que trata y consigue inculcar un pesimismo constitutivo en el alma occidental pese a ser la sociedad más próspera y libre existente.

Pero todo régimen conocido es torpe y culpable (Raymond Aron) si se compara con un ideal abstracto de igualdad o libertad. Y esta fue la estrategia psicológica para que la generación occidental de los '60, la más privilegiada de la historia se convenciera a sí misma de vivir en un insufrible infierno.

Con todo el hito más importante de la Escuela de Francfort fue la acuñación por Marcuse del concepto de "tolerancia represiva".
Cuando los campus univesitarios estadounidenses ardían en violentas oleadas en los '60, Marcuse ya era una figura venerada entre los sectores más radicales. Sus alocuciones a los estudiantes llamando a la rebelión le convirtieron en un "icono intelectual", de él es la consigna: "haz el amor, no la guerra".
Mediante la tolerancia represiva, Marcuse, construye su acta de acusación formal contra la burgesía, considerándola no como una conducta arcaica sino como causa directa de la opresión fascista que soporta la sociedad.

Así como el marxismo clásico criminalizó a la clase capitalista, la Escuela de Francfort, con Marcuse, declara culpable de los mismos delitos al sector sociológico de las clases medias. Es desarrollo teórico posterior de esta idea seminal llevó a concluir que los individuos que crecían en familias tradicionales eran incipientes fascistas, nazis potenciales, al igual que los que hacen gala de algún síntoma de patriotismo, los religiosos o, en general, los autotitulados conservadores.
Marcuse dio con la Tolerancia Represiva un arma dialéctica magnífica al arsenal progre, según la cual aceptar la existencia de una amplia variedad de puntos de vista (lo que los demás llamamos libertad de expresión) es en realidad una forma escogida de represión. El marxista Marcuse definió su particular concepto de la tolerancia como la comprensión condescendiente para todos los movimientos de izquierda pero conjugada con la intransigencia más absoluta respecto a cualquier otra manifestación.

Un ejemplo claro de esta táctica se vio en el tratamiento informativo de los sucesos acaecidos en una famosa manifestación de la AVT en la que Bono fue objeto de una airadísima agresión totalmente inexistente. Las airadas protestas de unos ciudadanos contra la presencia en la misma de un ministro del PSOE fueron calificadas como un acto injustificable de exaltación fascista. Por el contrario, las violencias, estas reales, que sufrieron en los años anteriores los sectores conservadores (destrozo de sedes de partidas, pancartas con gravísimos insultos y acusaciones con fotografía incluida para que no hubiera duda, etc. merecieron un simple: "más daño hacen las bombas de Irak (Jesus Caldera dixit), toda la comprensión y argumentos exculpatorios por parte de estos custodios de la ortodoxia democrática cuya "superioridad moral es manifiesta".

En realidad Marcuse simplemente actualizó las directrices del órgano comunista (Comité Central PCUS que ya en 1943 instruía a sus cuadros con consignas como la siguiente: "nuestros camaradas y los miembros de las organizaciones amigas deben continuamente avergonzar, desacreditar y degradar a nuestros críticos. Cuando los obstruccionistas s evuelvan demasiado irritantes hay que etiquetarlos como fascistas o nazis. Esta asociación de ideas, depués de suficientes repeticiones, acabará siendo una realidad en la conciencia social".

Y es la misma técnica dialéctica que adopta la progresía contemporánea, cualquier discusión en la que los argumentos conservadores se hacen difíciles de refutar, se zanja por el progre de turno tachando de fascista a su contradictor (como puede comprobarse sobradamente en cualquier hilo de este o cualquier otro foro).
Y éste es el origen de lo que ahora se denomina "lo políticamente correcto". Es decir: MARXISMO CULTURAL, especie de estricnina intelectual adoptada por el progresismo dominante como elemento constitutivo de su particular cosmovisión y que desemboca en la IMPOSICIÓN de los TÓPICO PREFABRICADOS en defensa de la agenda cultural, intelectual, politica y moral de la izquierda.

Tras varias décadas de marxismo educativo, los alumnos españoles son los menos capacitados en las áreas de conocimiento clásico (rayando el analfabetismo estructural) pero en cambio conforman la generación más hipersensibilizada con los tópicos promovidos por la izquierda como: los riesgos del medio ambiente, al lucha contra la opresión capitalista, la tolerancia sin límites, el pacifismo sin condiciones, el multiculturalismo, o el relativismo ético.

La dictadura del Marxismo Cultural, particularmente en España, obliga a la aceptación de estos principios bajo pena de excomunión democrática ipso facto.
La homosexualidad militante, la infedelidad, el aborto, la promiscuidad exacerbada, y en general cualquier conducta contraria a la esencia de la familia tradicional, es ofrecida a través de programas de testimonio, tertulias teleseries, o telediarios como expresiones altamente enriquecedoras del ser humano.
El menoscabo de la propiedad privada en beneficio del "interés público", la masiva intervención estatal en asuntos privados como la enseñanza o el llamado Estado del Bienestar son elementos imprescindibles para el "progreso social".

Por el contrario la religión (cómo cocinar un Cristo para dos personas, programa de Lo + Plus del 15 de diciembre de 2005, en que se enseñaba cómo cocinar un crucifijo para dos), la defensa de la propiedad privada y la libertad individual como pilares del progreso económico. La familia tradicional como forma de organización social, u observar un código moral secular, son puestos en el punto de mira de los progres de forma permanente. Cualquiera que ose disentir del dictado marxista cultural de estas consignas es inmediatamente un reaccionario, un fanático o si persiste un fascista de tomo y lomo.


BALANCE DEL MARXISMO CULTURAL.
El éxito del programa intelectual gramsciano queda atestiguado con ejemplos como el de Michael Walzer que en el nº de invierno de 1996 del órgano marxista Dissent citaba las siguientes conquistas:
"el visible impacto del feminismo, los efectos de la discriminación positiva, la emergencia de los derechos políticos de los gays y la atención que se les presta en los medios de comunicación, la aceptación del multiculturalismo, la transformación de la vida familiar incluyendo el incesante crecimiento de las tasas de divorcio, cambio de roles sexuales, nuevas formas de concebir la familia y, de nuevo, su representación favorable en los medios, el progreso de la secularización, la expulsión de la religión en general, y el cristianismo en particular, de la esfera pública (aulas, libros de texto, códigos legales, períodos vacacionales, etc.) la virtual abolición de la pena capital, la legalización del aborto o los éxitos iniciales en el esfuerzo para regular y limtar la posesión de las armas de fuego"

Pero lo más destacable de todo, como admite el propio Walzer que todas esas conquistas han sido impuestas por las élites progresistas y medios de comunicación, sin que respondan a ningún tipo de presión de movimientos de masas.

Y todo este proceso histórico ha desembocado finalmente en la aceptación generalizada de la agenda política de la izquierda y de la derecha, todos los partidos conjugan con total despreocupación términos como: desarrollo sostenible, cambio climático, equilibrio norte-sur, justicia social, defensa de la educación pública, del estado del bienestar, etc.


EL DESFONDE DE LA POSMODERNIDAD.
Toda esta vasta empresa contracultural sólo sirvió para retrasar, ta vez una décadas el hundimiento del bloque soviético. Sin embargo la labor de disolución de los ideales en que se sustenta al sociedad libre occidental ha sido un éxito rotundo.
Tan sólo una cultura degradada o una civilización dando sus últimas boqueadas es capaz de asimilar y asumir el material de desecho esparcido por la vulgata marxista adoptándolo como patrón de conducta.

La consecuencia inmediata del aplastamiento de los principios que sustentan el orden natural (familia, propiedad privada, moral tradicional, libre comercio, etc.) no puede ser otra que la increíble desorientación de las sociedades que lo han padecido. En el estado de cosas actual se acepta prácticamente como un dogma de fe que la realidad sencillamente no existe, con lo que el hombre se despoja, voluntariamente, de su principal herramienta de supervivencia: la razón.

Si nada es bueno o malo, moral o inmoral, si todo es relativo, si las afirmaciones absolutas son observados como demostración de carácter autoritario del que las sostiene, si no se admite que el ser humano pueda conocer la existencia de una realidad objetiva, integrando la información que le proporcionan sus sentidos a través de la razón, entonces el mundo se convierte en algo incomprensible y amenazador, un sitio en el que no merece la pena esforzarse por alcanzar unas metas y de cuya moralidad nadie puede responder.

Actualmente la masa sustituye una visión integrada de la existencia de acuerdo con patrones racionales, por los principios que le ofrece la atmósfera cultural que les rodea.

La educación, sometida al dictado de los ingenieros sociales que inundan sus estratos superiores, ya no es una herramienta de transmisión del conocimiento científico, sino un medio para REFORMAR LA SOCIEDAD en virtud de un patrón predeterminado.

Los medios de comunicación, la literatura, el cine, presentan una serie inagotable de tarados, drogadictos, depravados y psicóticos en todas sus variantes como modelos de conducta (repasar películas Almodóvar, por ejemplo), o, en el mejor de los casos, como representantes del alma humana, invitándonos a imitarles o, al menos, a mostrar nuestra comprensión en lugar del enérgico rechazo que deberían suscitar espontáneamente en cualquier mente sana.

Algo que también queda reflejado en el arte. La música, la escultura, la arquitectura, la pintura son abortos sin sentido, alucinaciones de mentes extraviadas que suplantan y ocultan el arte de verdad con abominaciones de todo tipo.

Los intelectuales, la última esperanza de cualquier sociedad que quiera iniciar su rearme moral, ofrecen, salvo contadas excepciones, un espectáculo grotesco caracterizado por el escepticismo militante, el laicismo agresivo, el pesimismo constitutivo o el gusto por la autodepravación.

Durante la II GM no fue infrecuente el suicidio entre los voluntarios para ir al frente y ser rechazados por no aptos. En contraste, si se pregunta a la izquierda política de nuestro tiempo cuales son los ideales que debe defender occidente, la respuesta será un brebaje de generalidades grandilocuentes sobre la humanidad, el diálogo, la paz o el ecologismo, por los que ni un insecto se dejaría matar por ellos.

Cuando se ha conseguido llevar a la mitad más productiva, próspera y libre del planeta a este estado de desfonde intelectual y moral el terreno está abonado para que fructifiquen hasta las ideas más delirantes de la intelectualidad orgánica de izquierdas, siempre removiendo entre los cascotes del muro de Berlín, a la búsqueda de alguna idea que no ofenda en exceso a la inteligencia. Así proliferan movimientos, sectas, irracionalidad, gurús, tarots, cartománticos, y todo lo que recoge el movimiento Nueva Era.
Si el progresismo es la quintaesencia de la ingravidez intelectual, el New Age es su trasunto oligofrénico lo que la convierte, inmediatamente, en una propuesta atractiva para el espíritu contemporáneo, pues integra en un único esquema todos los elementos absurdos que la esquizofrenia postmoderna había dispersado.

El New Age es una corriente contracultural originada en la costa oeste EEUU en los '60 basada en una concepción mágica de la realidad, en la que los arcanos de las culturas más disparatadas (atlantes, rosacruces, templarios, etc.) las terapias más absurdas y una antropología irracional se trufan con un mesianismo milenarista, un pacifismo ultramilitante y el inevitable toque OVNI, formando una grasienta empanada de imposible digestión.
La renuncia intelectual de sus practicantes es severa. No extraña encontrar "cristianos" que creen firmemente en la reencarnación, o estrellas hollywoodienses, cuya evidente politoxicomanía y hedonismo no les impide declararse fervorosos seguidores del ascético budismo zen.

En realidad la New Age sirve perfectamente a los fines contraculturales pues su mística, al contrario que la cristiana, no está basada en la comunión o el crecimiento personal, sino en la disolución total con un evanescente "todo cósmico".