Con motivo de haberse cumplido este año el 70º aniversario del surgimiento de esta estructura internacional, creo que puede ser interesante recordar con un artículo de Luis Ortiz y Estrada los motivos por los que esta organización estaba condenada al fracaso, en tanto que sus problemas posteriores tienen su origen en errores esenciales fundacionales enraizados en los primitivos planes forjadores de dicha organización internacional.

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Fuente: Misión, Número 289, 28 de Abril de 1945. Páginas 6 – 7.



LA CONFERENCIA DE SAN FRANCISCO

La futura Liga de las Naciones


Por LUIS ORTIZ Y ESTRADA



La Asamblea no es nada; el Consejo lo es todo

La Conferencia de San Francisco tiene como principal objeto crear el organismo previsto para garantía de la paz y seguridad del mundo en lo futuro, examinando y aprobando las naciones unidas el plan que el año pasado en Dumbarton Oaks redactaron lord Halifax, Stettinius y Gromynko, aprobado luego en Yalta por Roosevelt, Churchill y Stalin, previas algunas modificaciones y complementos.

Se prevé la futura Liga de las Naciones estructurada en un organismo cuyos órganos principales son: Asamblea General, Consejo de Seguridad, Tribunal de Justicia Internacional y Secretariado.

Se trata de lograr con el funcionamiento de estos órganos el mantenimiento de la paz previniendo las perturbaciones que puedan alterarla y cortando el camino de las que estén ya en camino de lograrlo mediante sanciones, en caso necesario, que pueden llegar a una acción militar llevada a cabo por la misma Liga. Pero en el proyecto que se someterá a aprobación no se define qué ha de entenderse como potencia agresora, de manera que quedará a la libre apreciación de cada caso, cuál sea la que deba sufrir las sanciones que se acuerden. Parece debió decirse que, sin ninguna duda, debería tenerse por tal la que, perteneciendo a la Liga, invadiera con fuerzas armadas a otra nación; pero ni siquiera esto –que es tan fácil– se dice en el proyecto. De aquí que sea tan necesario para formar juicio del plan estudiar el funcionamiento de los órganos a este respecto.

En la Asamblea General se reúnen los representantes de todas las naciones que forman la Liga y, en principio, a cada nación se le atribuye un voto, aunque los soviets buscan manera hábil de que Rusia tenga más de un voto. Pero la Asamblea no es más que un órgano representativo sin acción ninguna en la materia de que se trata, la cual corresponde por entero al Consejo de Seguridad. Dice el plan: “el Consejo de Seguridad es responsable del mantenimiento de la paz y seguridad. Los miembros de la Sociedad, por el sólo hecho de ser miembros, reconocen automáticamente que las decisiones del Consejo de Seguridad en esta materia, son tomadas en nombre de todos”; “todos los miembros de la organización se obligan a aceptar las decisiones del Consejo de Seguridad y a ejecutarlas de acuerdo con los términos de la Carta”. Se ejecutan las decisiones del Consejo, no las de la Asamblea, puesto que quien tiene automáticamente los poderes plenos de quienes en la Liga entren es el Consejo. Para que aquélla no pueda entorpecer la acción del Consejo, ni siquiera con sugestiones o consejos, dispone taxativamente el plan que por propia iniciativa no podrá hacerlas en aquellos asuntos que tenga el Consejo en sus manos y se refieran a la paz y seguridad. El Consejo delibera, el Consejo resuelve, y el Consejo manda ejecutar, sin que para nada intervenga la Asamblea –ni para aconsejar si el Consejo no pide el dictamen– aunque se trate de emprender una acción militar que ponga en juego las fuerzas de tierra, mar y aire de las naciones que en su totalidad tan sólo en la Asamblea están representadas.


Naciones de primera y segunda categoría

El Consejo de Seguridad en el que reside el poder de la Liga estará formado por la representación de once naciones, de ellas cinco con representación permanente y para siempre; las seis restantes tan sólo por dos años y sin derecho a reelección. Las cinco primeras son Estados Unidos, Inglaterra, Rusia, China y Francia; las seis restantes serán elegidas por la Asamblea General. Aparecen ahí ya las naciones divididas en dos categorías, pero esta diferencia se acentúa en el procedimiento de votación de los acuerdos.

No se pusieron de acuerdo los delegados en Dumbarton Oaks acerca de este punto, pero sí los “tres grandes” en Yalta. Acordaron lo que sigue, al parecer por iniciativa de Roosevelt: “1.º Cada miembro del Consejo de Seguridad tendrá un voto; 2.º Las decisiones del Conejo en materias procesales o de trámite serán tomadas por el voto favorable de siete miembros; 3.º Las decisiones del Consejo de Seguridad en los demás asuntos se tomarán por el voto favorable de siete miembros, siempre que voten en este sentido los miembros permanentes; pero las decisiones comprendidas en el capítulo octavo, sección A; y en el párrafo primero del capítulo octavo, sección C, si alguno fuere parte en la discusión, se abstendrá de votar”. Se refieren dichas dos excepciones a la “resolución pacífica de los conflictos” y resolución “pacífica” de conflictos locales por medio de acuerdos o alianzas interregionales.

Es decir, que las cinco potencias enumeradas, además de su representación permanente, tienen el derecho individual de veto a cualquier acuerdo que se tome, aunque reúna los cuatro votos permanentes restantes y los seis que no lo son, siempre que no se trate de resolver algún conflicto en que ella sea parte, siempre que la solución se busque por medios pacíficos, que si no es así, aunque sea directamente interesada, evidentemente agresora, aunque con sus fuerzas sin previo aviso haya invadido otra nación, se necesita su voto para que el acuerdo sea válido.

Primera y segunda categoría, con un abismo de diferenciación entre una y otra. Para las potencias democráticas no rige la democracia del voto, cuando de naciones se trata, si no es para los asuntos de pequeñísima importancia.


Las de primera categoría no podrán ser nunca sancionadas

Sólo podrían serlo en el caso de sanciones encaminadas a solucionar pacíficamente el conflicto que ha de resolverse porque, en tal caso, su voto no cuenta ya que ha de abstenerse la interesada. Pero si sigue empeñada en su propósito, claro está que de tales sanciones hará la interesada el caso que hizo Italia cuando su cuestión con Abisinia. Para forzarla habrá que salirse del camino pacífico; pero entonces ya su voto es necesario y sin él nada podrá resolverse, aunque voten la resolución todas las naciones de segunda categoría y las cuatro de primera. Le basta a la interesada con no asistir a la reunión.

Como tampoco será posible sancionar a una potencia de segunda categoría que emprenda una agresión, por manifiesta que sea, si obra por cuenta de alguna de las grandes o con su acuerdo simplemente. La abstención o el voto negativo de ésta, basta para impedir la acción pacificadora en cualquier sentido del Consejo de Seguridad.

De manera que el plan discurrido establece a unas naciones –la inmensa mayoría de las existentes– con una serie de deberes, y muy graves deberes, pero sin ningún derecho, ni siquiera el de defenderse de una agresión, si a alguna de las de primera categoría se le antoja desconocerlo o negarlo; y otras naciones con todos los derechos, incluso el de obligar a que con las fuerzas armadas acudan las otras donde ellas se les antoje llamarlas. ¿Habrá alguien que pueda sostener que es ésta una obra democrática?


Esto no es garantía de paz

No lo es porque no es posible que nación alguna se someta a una tiranía de tal naturaleza si no es por la fuerza o con miras interesadas. Pero aun en el supuesto de que se sometan las de segunda categoría de buena fe, firmemente decididas a cumplir sus compromisos en bien de la paz, lo que se ha discurrido podrá servir para resolver pacíficamente pequeños conflictos, pero es totalmente ineficaz para resolver los que ponen en peligro la paz del mundo.

Porque es evidente que ésta, sólo peligra cuando entran en choque los intereses de las grandes naciones, no cuando se enfrentan los de las pequeñas. Las guerras que éstas plantean pueden dar lugar a muy grandes daños, ciertamente, pero siempre limitados, si no se enlazan con los intereses encontrados de las poderosas. Los choques entre las grandes potencias, por la inmensidad de recursos que ponen en juego, por su fuerza de arrastre de las más pequeñas, tienden a crecer y llegan a amenazar y trastornar la paz de un continente o del mundo entero.

Si las grandes potencias se hubieran desinteresado de la guerra contra Polonia, quizás no hubiera llegado a estallar o, ya planteada, es evidente que hubiera sido para la desdichada nación de consecuencias terribles, pero la hizo europea la intervención de Inglaterra y Francia, y mundial, la de los Estados Unidos.

Ahora bien, por el mecanismo que se ha proyectado se ve que, a lo sumo, tendrá el organismo planeado acción en los conflictos pequeños, en los que no corre serio peligro más que la paz de las naciones que lo plantean; pero ninguna tiene en los conflictos en que estén interesadas las grandes potencias, precisamente aquéllos que real y verdaderamente degeneran en una perturbación de la paz mundial.


La opinión de Churchill

Un diputado laborista, Mr. Rhis Davies, en los Comunes preguntó “si el primer ministro podía aclarar si en Dumbarton Oaks se había establecido que en la hipótesis de que una nación fuera culpada de una agresión, sufriría las consecuencias de su acción, pero que si una de las grandes potencias llevaba a cabo un acto bélico quedaría impune”. A ello contestó Churchill lo que sigue: “siento decir que hay una verdad axiomática de alto grado en lo que acaba de decir Mr. Davies”. Y añadió: “concluimos un acuerdo perfectamente voluntario con las otras grandes potencias en Yalta, y ese acuerdo prevé una diferencia de trato para las grandes potencias desde este punto de vista. Podemos deplorar que haya una diferencia de trato entre los grandes y los pequeños, entre los fuertes y los débiles, pero indiscutiblemente esta diferencia existe y sería locura pensar en establecer buenos acuerdos procurando obtener inmediatamente lo que de momento es un ideal sin esperanza”.

Olvidó Churchill al pronunciar estas palabras que las naciones unidas han movido el mundo con el pretexto de combatir para hacer triunfar la fuerza del derecho contra el derecho de la fuerza. Y la fuerza del derecho no triunfa en un organismo en que se concede un margen considerable de favor a los fuertes contra los débiles, a los grandes contra los pequeños. Si se examinan desapasionadamente las cosas se verá que es la misma tesis que quería hacer triunfar Hitler.


¿Qué podemos esperar?

Si no sufre grandes modificaciones el plan, no se puede esperar que la Liga en proyecto ofrezca garantías y seguridades de paz. Menos ofrece que la desdichada Sociedad de las Naciones de tan lamentable historia porque el organismo previsto es aún más imperfecto. Con su directa intervención en la Asamblea, que en definitiva tomaba los acuerdos, tenían las pequeñas naciones más garantías de sus derechos, antes, que la que ahora se les promete. Así se explica que Holanda haya anunciado que no se adherirá si no se introducen radicales enmiendas al proyecto.

Ya anuncian los mismos inspiradores del proyecto que las esperanzas de paz futura no se cifran en el funcionamiento del organismo discurrido, aunque llegue a englobar todas o casi todas las naciones, sino en que siga el acuerdo entre las cinco grandes potencias; es decir, en que ninguna de ellas haga uso del derecho de veto que inconcebiblemente se les concede. En cuanto surja el desacuerdo, la Liga, en lugar de ser un factor de paz, lo será de guerra.

Pero este acuerdo ¿es acaso posible? Existe y se mantendrá durante mucho tiempo entre las naciones anglo-sajonas, y puede creerse que estarán interesadas durante muchos años en conservar la paz, puesto que han llegado al cénit de su poderío. Pero los soviets no han satisfecho aún sus ambiciones. Les empuja el imperialismo ruso de siempre con su insatisfecha aspiración de salir al Mediterráneo que tropieza con las posiciones que en él ha tomado Inglaterra, no por simple capricho o por afán de extensión territorial, sino por la necesidad de mantener libre su comunicación con el corazón de su Imperio, razón de ser del elevado tren de vida inglés. Y alienta a los soviets por este camino la falsa mística de extender al mundo europeo la monstruosa doctrina social que ha impuesto a Rusia, sujetándola a la esclavitud más odiosa. La guerra, que podría poner en peligro los imperios anglo-sajones, ayuda y favorece la acción bolchevique, puesto que cifran grandes esperanzas en que sus terribles devastaciones llevan los pueblos a la desesperación y la consiguiente anarquía, que es camino seguro de la dictadura del proletariado.

Con los soviets no se podrá nunca llegar a un organismo que trabaje por la paz y la seguridad de los pueblos. Por eso, el primer paso para llegar a él, es romper la solidaridad que con ellos ha creado el inmediato interés de ganar la guerra, y organizar al mundo para defenderse contras las guerras sociales y políticas que el bolchevismo instiga y fomenta. El mundo está preparado para ello y seguiría con entusiasmo a quien con poder bastante emprendiera esta cruzada. Es la gran ocasión para Mr. Truman y magnífica oportunidad la Conferencia de San Francisco. Si a ello se decide, logrará mayor grandeza y más fama que el propio Roosevelt que ha muerto en la cumbre de su gloria.