Primer intento: 1937

Fuente: Testimonio de Manuel Hedilla, Maximiano García Venero, Ediciones Acervo, 1972. Páginas 389 a 400.




INTERCAMBIO DE OPINIONES ENTRE LA FALANGE Y EL TRADICIONALISMO


Hubo intercambio de opiniones entre la Falange y la Comunión Tradicionalista dos meses antes de la unificación. En lenguaje diplomático podría decirse que se trató de un cambio de notas verbales, aunque en su curso hubo un acuerdo tácito.

Nos encontramos ante un suceso que probablemente influyó sobre la decisión unificadora. Se coligaron numerosos móviles para determinar aquel intercambio, en el que participó, de modo activo, el jefe delegado de la Comunión, Fal Conde, exilado en Lisboa desde diciembre de 1936, como ya se ha dicho. Algunos historiadores extranjeros, de éstos, Stanley G. Payne, se refieren al suceso sin profundizar en sus orígenes y desarrollo. Dan una referencia esquemática, de tipo periodístico. El intercambio tuvo mayor calado, y repercusiones considerables.

Dos enviados oficiosos pertenecientes a la Falange, y una tercera persona que se unió a ellos, sin haber recibido tal misión oficiosa de quien podía conferirla, acudieron a Lisboa; los dos enviados pertenecían a la categoría de los neofalangistas. Eran Pedro Gamero del Castillo y José Luis Escario. Conviene repetir aquí una frase de Hedilla, estampada en otro lugar de este TESTIMONIO: «Yo no distingo entre camisas nuevas y viejas; para mí no hay más que camisas limpias y camisas sucias». Gamero y Escario deber ser, por tanto, estimados en su condición de falangistas a los que obligaba un juramento y una disciplina, y su condición de afiliados recientes es consignada para cumplir con un deber informativo de tipo histórico.

La iniciativa del viaje a Lisboa corresponde a los dos enviados oficiosos. Pedro Gamero del Castillo testimonia: «La unión de la Falange y de la Comunión Tradicionalista era un tema que estaba en el ambiente; en algunos ambientes, por lo menos. Unión espontánea u obligada. Al llegar Sancho Dávila a la zona nacional en el otoño de 1936, él y yo habíamos hablado, y seguíamos haciéndolo en 1937, de aquella unión, que a nuestro juicio podía desembocar en la instauración de la Monarquía.

»En Sevilla, donde actuábamos Dávila y yo, era corriente escuchar alusiones a la unión de las dos fuerzas y solía añadirse: «Lo que Sevilla quiere, en Salamanca no podrán quererlo nunca».

»De ese futuro había yo hablado, por ejemplo, con los tradicionalistas José María Oriol y José María Arauz de Robles».

José Luis Escario, por su parte, declara: «En conversaciones privadas sostenidas con personas sumadas al Movimiento Nacional, entre ellas Antonio Iturmendi y Mariano Puigdollers, y en el curso de mi trato con Pedro Gamero, hablamos de la unión del falangismo con el tradicionalismo. Pensábamos que una fuerza compacta y homogénea, al servicio de la patria, sería muy valiosa. Entendíamos que cuanto se hiciera en tal sentido resultaría una digna empresa patriótica.

»Había que conocer cuál era la actitud del mando de la Comunión, cuyo Jefe Delegado residía por entonces en Lisboa».

Gamero y Escario decidieron –según testimonian– pedir autorización a Manuel Hedilla para trasladarse a la capital portuguesa. «Estuvimos forcejeando con él algún tiempo», señala Escario.

Hedilla confirma la solicitud de permiso. «Les advertí que no se llegaría a ningún resultado positivo; pero dadas las afirmaciones que ambos falangistas hacían sobre el ambiente favorable existente en la Comunión, los autoricé para que realizaran aquel contacto de tipo informativo».

El permiso fue otorgado el 14 de febrero de 1937. «Emprendimos el viaje –testimonia Escario– en mi coche, y vestidos de paisano. Pedro Gamero decidió avisar a Sancho Dávila para que nos acompañara, por su calidad de miembro de la Junta de Mando y jefe territorial de Andalucía».

Hedilla manifiesta: «Sólo autoricé a los dos y no supe, ni he sabido durante largos años, hasta la publicación del libro de Payne, que se les uniera Sancho Dávila».

Éste aguardó a sus amigos en Mérida, adonde había llegado con su habitual y nutrida escolta. Los custodios del jefe territorial de Andalucía quedaron en la ciudad extremeña, esperando el regreso de Dávila.

Los tres falangistas se hospedaron en el lisboeta Hotel Avenida, donde habitaba Fal Conde. Las conversaciones o intercambios de puntos de vista comenzaron el 16 de febrero. Los tradicionalistas acababan de celebrar una importante reunión en el palacio de los Alburquerque, del pueblo lusitano de Insúa. Presidió el príncipe don Javier, nombrado Regente por don Alfonso Carlos con fecha 23 de enero de 1936. La Asamblea había acordado que la instauración de la Regencia en España precediese a la instauración de un Rey.

Los tradicionalistas ratificaron, pues, que su anhelo al secundar el Alzamiento era la instauración de la Monarquía legítima. También la Falange ratificaba públicamente que su objetivo era consumar la Revolución nacional-sindicalista.

Según el testimonio de Manuel Fal Conde, los tres falangistas sostuvieron diálogos previos con Arauz de Robles y el conde de Rodezno: «En conversaciones posteriores, intervino, conmigo, José María Valiente. Éste, diputado por Granada, era mi sustituto oficioso en la zona nacional, desde que empezó mi destierro, y la Secretaría de la Comunión la desempeñaba José María Lamamie de Clairac».


El testimonio que nos han deparado Gamero y Escario está concorde en que ambos aceptaron, desde el principio del intercambio de puntos de vista, que la desembocadura del problema político de España sería la Monarquía: «Si los tradicionalistas –declara Gamero del Castillo– aceptaban el ideario de la Falange, era lógico que ésta aceptara el régimen monárquico».

Las bases propuestas por los enviados oficiosos falangistas fueron presentadas por escrito, lo mismo que las tradicionalistas. De todos los documentos que a continuación reproducimos existen testimonios en el archivo carlista de Sevilla, y en poder de Gamero y Escario. Hemos confrontado los respectivos ejemplares y están concordes.

Bases de los enviados oficiosos:

«I. La Comunión Tradicionalista ingresa en Falange Española de las JONS.

»II. Falange declara su intención de instaurar, en momento oportuno, la nueva Monarquía de España, como garantía de la continuidad del Estado nacional-sindicalista y base de su Imperio.

»III. La nueva Monarquía, como resultante que será del Alzamiento Nacional, entroncará directamente con los Reyes Imperiales de la Monarquía tradicional española, rompiendo todo vínculo con la Monarquía liberal que, como dijo José Antonio, había terminado su misión *. La nueva dinastía llevará nombre español.

»IV. Falange Española se constituye en custodia de que la organización de las instituciones políticas y de la Corte, así como la educación del príncipe, respondan exactamente a las características indicadas.

»V. El actual Regente de la Comunión Tradicionalista delega en el Mando de la Falange, de manera definitiva, todas sus atribuciones, títulos y pretensiones. No obstante, el Mando de la Falange contará con él para la designación de la persona que haya de ocupar el trono.

»VI. El Mando de la Falange determinará si conviene o no que previamente se establezca la institución monárquica por medio de una Regencia.

«VII. El único uniforme es el de la Falange. No obstante, mientras dure la guerra y seis meses después, podrán usar el uniforme propio con el emblema del yugo y las flechas. Al lado derecho podrán usar el aspa de Borgoña. Terminada la guerra, dichos uniformes sólo podrán ser usados por los que hubieran sido miembros efectivos, durante un trimestre, de las unidades combatientes del Requeté, y en las ocasiones que el Mando designe».

Bases de los tradicionalistas:

«I. Unión sin incorporación del uno al otro, y nombre nuevo, bien mixto de los dos, bien distinto, pudiéndose recordar en este caso los dos como subtítulo.

»II. Declaración del Ideario, bien por la aceptación del tradicionalista, bien por la especificación del mismo, en cuyo caso pueden emplearse en algunos de sus puntos textos de Falange y de autores tradicionalistas.

»III. Exclusión de elementos altamente perjudiciales y selección del personal directivo.

»IV. Declaración del principio monárquico como régimen del organismo.

»V. Declaración del régimen monárquico tradicional español como medio de reconstitución nacional y de rápida instauración.

»VI. Aceptación de la Regencia, como autoridad suprema del organismo, en la persona de don Javier de Borbón Parma.

»VII. Compromiso de instaurarla en España, siempre que sea necesaria para la restauración monárquica y, desde luego, aceptación de su intervención esencial para resolver, con Cortes de auténtica representación nacional, la cuestión dinástica o la instauración de una nueva dinastía.

»VIII. Declaración de principios por el Regente y compromiso por el mismo de observancia de aquellos puntos programáticos que a Falange interesen dentro del Ideario, y de conservación de signos o modos de su estilo.

»IX. Delegación habitual de sus facultades en un jefe propuesto en el pacto, de común acuerdo, y no lográndose el acuerdo, delegación en tres: uno de Cultura, otro de Política y otro de Milicias, cuya delimitación de funciones se establecerá y cuyas discrepancias serán resueltas por el Regente.

»X. Compromiso del Regente de no revocar su delegación sin graves causas y sin audiencia del Consejo.

»XI. Consejo consultivo del Regente y del Delegado o de los Delegados.

»XII. La Unión durará el tiempo que se tarde en llegar a una restauración nacional sobre base monárquica y orgánica, pues entonces serán los órganos autorizados de la nación los instrumentos del gobierno.

»(Nota privada. Esta nota se ha dado como transacción final y ante el absurdo que representa para la Comunión la pretensión de Falange de nuestra incorporación. 1 de febrero de 1937)».


La actitud de los tradicionalistas favorables a la unión, y el último punto de las bases, augurando su final para cuando se alcanzase la restauración nacional, es decir, la superación de los daños infligidos por la guerra, necesitan aclaraciones. El testimonio de don Manuel Fal Conde, en 1963, las depara: «Dije en 1937 que la Falange y el Requeté eran sustancialmente inasociables. Tenían ideas diferentes; no contrarias. Mi concepto de la libertad orgánica, según la estructura de la sociedad, salió a relucir; Falange basaba la libertad en la autoridad.

»Manifesté que los dos éramos partidos de integridad con una estructura orgánica perfecta. Si a cualquiera le quitaban una de las piezas, ya no sería perfecta la estructura.

»Al general Mola le informé, a su tiempo, que nosotros no admitíamos el partido único como instrumento de gobierno. Era preciso sanar al país de los efectos patológicos de los partidos políticos, y con el mismo Mola, habíamos acordado la supresión posterior de esos partidos, aunque colaborasen con el Alzamiento.

»Una de mis propuestas ante los falangistas consistió en que, puesto que no habíamos tenido nunca fricción por causas militares con la Falange, nos manifestáramos, ante el Ejército, acordes en la Milicia voluntaria; mantener nuestra propaganda y nuestros diarios con independencia, y cuando acabara la guerra, veríamos lo que debía hacerse, con sentimientos de hermandad.

»La reunión, de haberse hecho, habría cesado cuando el país hubiera restañado sus heridas. Una vez instaurada la Monarquía tradicional, la Comunión Tradicionalista tenía inexorablemente que desaparecer para que gobernasen los órganos autorizados de la nación. Creo que de haberse concertado la Falange y el Requeté, la historia de España habría que escribirla de otra manera».


Los enviados oficiosos falangistas chocaron con la irreductibilidad de Fal Conde en el punto de la Regencia. Pues ellos, sin mandato alguno, ni oficial ni oficioso, sostenían de motu proprio la candidatura de don Juan de Borbón y Battenberg para el trono de España. Lo han testimoniado, claramente, Pedro Gamero del Castillo y José Luis Escario, a quienes acompañaba, investido con una facultad negociadora que él mismo se apropió, Sancho Dávila.

Vivía Alfonso XIII: no había abdicado. Empero, los falangistas que fueron a Lisboa postulaban a don Juan. Por tal arte, venían a ser colaboradores de una tendencia de numerosos monárquicos de la rama isabelina, manifestada antes de la guerra, en pro de la abdicación de don Alfonso, a fin de convencer a los tradicionalistas para que aportaran su concurso a la restauración. Alfonso XIII repulsó severamente, ya en 1935, a tal especie de monárquicos.

Parece que Dávila, Gamero y Escario reproducían la maniobra intentada por aquellos monárquicos. Ésta es una hipótesis legítima. Si no hubieran tenido un interés privado de cualquier índole y origen en servir la candidatura de don Juan, no habrían chocado con el muro recio de la voluntad de Fal Conde. Y en la línea de esa hipótesis, es lícito presumir que con sus conversaciones intentaban poner a la Falange y a la Comunión al servicio de don Juan de Borbón. ¿Por sí solos? Sabemos –y los hechos posteriores lo corroboran– que tenían simpatizantes y quizá adictos en la Falange y en la Comunión. Hoy son ostensiblemente partidarios de don Juan, tradicionalistas y falangistas que en 1937 se hallaban atenidos a la disciplina y al ideario de sus respectivas organizaciones.

Por otra parte, en Lisboa empezó a dibujarse la posibilidad de un triunvirato, la cual se mostró con rasgo duro luego en Salamanca. El antecedente no es baladí…

En las conversaciones celebradas en Lisboa, hubo un acuerdo privado –que no podía tener validez alguna, mientras el jefe de la Junta de Mando o la Junta por mayoría no lo ratificasen– que decía así:

«La Comunión Tradicionalista y Falange Española de las JONS acuerdan:

»1.º No admitir intervención alguna de tercero en las relaciones entra ambas fuerzas.

»2.º Oponerse a la constitución de cualquier GOBIERNO CIVIL que no esté formado exclusivamente por representantes de ambos movimientos.

»3.º Ninguna de las dos fuerzas realizará alianzas o inteligencias con otras agrupaciones políticas.

»4.º Este acuerdo subsistirá en tanto dure el diálogo entre ambos movimientos para lograr la unidad.

»Lisboa, 17 de febrero de 1937».

Habían fracasado las conversaciones para allanar el camino de la inteligencia entre las organizaciones. Pero, según testimonia Escario, «al irnos Gamero y yo a nuestra habitación, acudieron a ésta varios tradicionalistas, lamentando el final, y aconsejándonos que no estimáramos definitivas las palabras de Fal Conde. Nos animaban a proseguir».

Resulta escasamente inteligible que se pusiera en duda la autoridad de Fal Conde por los suyos. Pero está comprobado que un núcleo de tradicionalistas estaba disconforme con el Jefe Delegado. Melchor Ferrer, en sus Observaciones de un viejo carlista, página 26, manifiesta: «En la Asamblea de Insúa, de febrero de 1937 –esto es, días antes de las conversaciones de Lisboa–, se habló de que en Salamanca, en aquel entonces, se descontaba la destitución del cargo de Jefe Delegado que ostentaba el señor Fal Conde y el nombramiento del conde de Rodezno en su lugar. En cualquier Asamblea o reunión o Junta que se haya celebrado desde 1936 hasta acá, siempre se ha pensado en un lugar destacado para el señor conde de Rodezno, pero todas estas juntas, reuniones o asambleas, siempre eran de carácter más o menos indisciplinado… En 1935, los elementos que querían entregarse a Calvo Sotelo bajo la etiqueta de Bloque Nacional intentan derribar al señor Fal Conde, por saberlo opuesto a dicho conglomerado. ¿De quién se habla para nuevo Jefe Delegado? Del conde de Rodezno. Personalmente a mí me lo dijo, en diciembre de 1935, un destacado elemento de Renovación española».

Esta aseveración de Melchor Ferrer Dalmau, prodigioso ejemplo de fidelidad, de austeridad y de valentía, sugiere, por modo natural, una hipótesis. ¿Sabían, Escario, Gamero y Dávila que había una conjura contra Fal Conde, hombre de una pieza, al que se pretendía reemplazar con persona dúctil, muy politizada y avenida con la designación de don Juan de Borbón para rey? La coincidencia entre las fechas del viaje de los falangistas y de la celebración de la asamblea de Insúa es, por lo menos, muy curiosa.

Los enviados oficiosos, al regresar a Salamanca, prosiguieron, según les había aconsejado ciertos tradicionalistas, sus trabajos y diálogos. Pero en la nueva serie de conversaciones había dos personajes nuevos: José María Pemán, monárquico de la rama isabelina, y el falangista jerezano, delegado en su ciudad de Prensa y Propaganda, Julián Pemartín. Éste fue amigo personal de José Antonio, y pertenecía a una familia significadamente Alfonsina, en la que hubo colaboradores destacados de la Unión Patriótica. El principal personaje tradicionalista con el que trataron en Salamanca fue el conde de Rodezno.

En el nuevo turno, Gamero del Castillo expuso, por escrito, una vasta teoría sobre la unión. «¿Qué aporta la Comunión Tradicionalista a la edificación del nuevo Estado? Esencialmente, una cosa, en la que desde luego, va implícitamente una política: la Monarquía católica tradicional de España.

»¿Qué aporta la Falange? Quizá, más que nada, la capacidad de incorporar la gran masa a la comprensión y al sostenimiento de los valores espirituales que han de ser base del nuevo Estado, y que, por tanto, entroncarán a éste con la Tradición. Piénsese que esta función de la Falange en el nuevo Estado es esencial… En definitiva, simplificando hasta lo exagerado la cuestión, podría decirse que el Tradicionalismo representa predominantemente la doctrina y la Falange predominantemente, el proselitismo…

»Esta alianza del proselitismo y el sentido actual de Falange Española con la Tradición parece realizar a fondo la unión verdadera. Una unión auténtica, que en realidad, mal podría ser llamada ingreso del Tradicionalismo en Falange. Los tradicionalistas no se suman individualmente a la FALANGE DE HOY. Sino que la Comunión se incorpora a UNA FALANGE QUE PRECISAMENTE COMO RESULTADO DE TAL INCORPORACIÓN EXPERIMENTA UNA TRANSFORMACIÓN SUSTANCIAL, aunque desde luego, en la línea de su actual modo de ser».

Y aquí surge, imperativa, drástica, la sugerencia de un radical cambio en el mando de la Falange: «Por otra parte, el gobierno de la Falange estaría encomendado a UN TRIUNVIRATO, en la designación de cuyos miembros habría de tener influencia suficiente el Regente de la Comunión Tradicionalista, para garantizar que su conducta habría de ser seguramente fiel a los principios que inspiran la fusión».

No se ocultaba, tanto a los falangistas reunidos como a Rodezno, que la unión sólo era un paso para instaurar la monarquía. En la exposición redactada por Gamero tras deliberación con los suyos, se decía que podría elegirse entre tres soluciones:

«a) El Triunvirato tendría la plenitud de la autoridad delegada por el Regente, con el cual, no obstante, se contaría para designar a la persona que habría de ocupar el Trono.

»b) Franco, Regente.

»c) Don Juan, futuro rey, una vez resuelta por el Tradicionalismo, de acuerdo con su Regente, la cuestión dinástica, asumirá monárquicamente y desde ahora mismo la jerarquía de Falange, hasta tanto viniese al trono de España».

Y añadíase: «Así como al instaurarse la Monarquía el Tradicionalismo había contado siempre con disolverse y actuar a través de los órganos naturales de la nación, así ahora también el Tradicionalismo aseguraría su perduración al fundirse con todas las garantías EN EL MOVIMIENTO TOTALITARIO, que por coyuntura histórica va a ser el soporte del nuevo Estado, y después, con arreglo al constitucionalismo hoy en vigor, ha de ser órgano del nuevo Estado para la integración nacional.

»Se trata, simplemente, de la conducta lógica que impone el hecho feliz de haber desaparecido el régimen de partidos.

»En resumen, la Comunión Tradicionalista, con su incorporación a Falange, asegura:

»1.º La instauración sobre base nacional y entusiasta, a tono con el estilo del tiempo, de una Monarquía católica y tradicional. España habrá así dado al mundo, en la hora presente, una forma original de Estado nuevo. Habrá incorporado el pueblo a la Monarquía y a la Tradición.

»Por lo demás, una instauración de este tipo no podría concebirla el Tradicionalismo sin su incorporación a la Falange.

»2.º La segura implantación de todos los valores políticos de la Tradición española: sentido católico de la vida nacional, Imperio, personalidad de las regiones, etc.

»3.º Plena garantía de que el Mando de la Falange respondería con fidelidad al principio monárquico y a las bases de unión.

»4.º Conservación generosa de símbolos y recuerdos.

»5.º Eliminación definitiva de los restos de la vieja política, asegurando la implantación de una justicia cristiana a base del Nacional Sindicalismo».

Las conversaciones en Salamanca terminaron, el 23 de febrero, con una carta del conde de Rodezno, en que se dejaba abierto el camino para concordancias parciales.

«Yo no fui informado –testimonia Manuel Hedilla– sino de la esterilidad de los sondeos realizados en Lisboa para conocer la opinión de las autoridades tradicionalistas. Las notas y cualquier clase de textos que pudieron ser formulados, las he desconocido siempre, a excepción del «asunto privado» relativo al acuerdo temporal mientras duraran los diálogos. Nadie, sino la misma Falange a través de sus más sólidas y amplias representaciones orgánicas, podía contraer compromisos acerca de la instauración monárquica y de las restantes y esenciales cuestiones de que se habló en las conversaciones de Lisboa y de Salamanca.

»La deficiencia de la información que me fue suministrada, alcanzó como ya he dicho a omitir la asistencia de Sancho Dávila a Lisboa, y se me ocultó la posterior intervención de José María Pemán y de Julián Pemartín».






* Las palabras medidas, muy meditadas de José Antonio, son –19 mayo 1935– radicalmente distintas. «En Felipe III, el rey ya no mandaba… Cuando llega Carlos IV, la monarquía ya no es más que un simulacro sin sustancia… ¿Cayó la Monarquía española, la antigua, la gloriosa Monarquía española, porque había concluido su ciclo, porque había terminado su misión, o ha sido arrojada la Monarquía española cuando aún conservaba su fecundidad para el futuro?... Nosotros entendemos, sin sombra de irreverencia, sin sombra de rencor, sin sombra de antipatía, muchos, incluso con mil motivos sentimentales de afecto; nosotros entendemos que la Monarquía española cumplió el ciclo, se quedó sin sustancia, y se desprendió como cáscara muerta, el 14 de abril de 1931. Nosotros hacemos constar su caída con toda la emoción que merece y tenemos sumo respeto para los partidos monárquicos que creyéndola aún con capacidad de futuro, lanzan a las gentes a su reconquista; pero nosotros, aunque nos pese, aunque se alcen dentro de algunos reservas sentimentales, o nostalgias respetables, no podemos lanzar el ímpetu fresco de la juventud que nos sigue, para el recobro de una institución que reputamos gloriosamente fenecida.»