Segundo intento: 1955.
Fuente: Franco, ¿era normal? Uno de sus hechos injustificable: la persecución a los carlistas, Tomás Echeverría, edición del autor, 1986. Páginas 181 a 188.
[NOTA MÍA. Algunas opiniones o juicios vertidos por Tomás Echeverría sobre Don Javier en el siguiente texto requerirían de algunas matizaciones e, incluso, correcciones].
[CAPÍTULO] 39
Cese de Fal Conde como Jefe Delegado Nacional de la Comunión Tradicionalista
PRESCINDIÓ DE ÉL EN AGOSTO DE 1955 Y EN FORMA MUY POCO DELICADA, EL PRÍNCIPE DON JAVIER DE BORBÓN PARMA
POCOS DÍAS ANTES DON JAVIER HABÍA APROBADO EN LOURDES A PROPUESTA DE FAL CONDE, ALGO DE EXCEPCIONAL IMPORTANCIA PARA ESPAÑA, QUE DESPUÉS «OLVIDÓ»
Hubo un hecho importante, creemos que de enorme importancia, de extrema gravedad, dentro de la Comunión Tradicionalista del que se ha hablado muy poco, cuyos detalles no se conocen o, por lo menos, no han sido publicados, y que, sin embargo, los buenos carlistas o tradicionalistas harían muy bien en procurar estudiarlo a fondo, considerarlo y examinarlo detenida e imparcialmente, para obtener las lógicas, las naturales –¡e importantísimas!– consecuencias. Nos referimos a lo que decimos en los titulares: al cese de Fal Conde como Jefe Delegado Nacional Carlista.
Antes de relatar lo que ocurrió, vamos a desmentir dos referencias erróneas.
Don José Carlos Clemente, en la página 41 de su libro «Historia del Carlismo Contemporáneo 1935-1972», aparecido en 1977, asegura que «El 5 de agosto (de 1955), Don Javier regresa a España y después de 21 años de constantes servicios a los Reyes legítimos, cesa como jefe delegado a D. Manuel Fal Conde, debido a una afección en la garganta que le hace imposible la actuación pública».
Y Doña María Teresa de Borbón Parma, hija de Don Javier, en otro libro, «La clarificación ideológica del Partido Carlista», publicado dos años más tarde, en 1979, escribe en la página 63: «En 1955, el 5 de agosto, Fal presenta su dimisión».
Las dos referencias son equivocadas. La primera porque no coincidió el cese de Fal Conde con su afección en la garganta. En efecto, cesado en Agosto de 1955, no enfermó de la garganta hasta tres años después; «el 7 de octubre de 1958 sufrió D. Manuel una delicada operación de laringe de la que tardó tiempo en restablecerse». Y la segunda, porque Fal no dimitió.
Resulta muy lamentable comprobar con cuánta ligereza escriben algunos y precisamente sobre hechos que, siendo importantes, su conocimiento se halla al alcance de cualquiera.
Lo que sucedió entonces, en verdad, queda expuesto detalladamente en el documento escrito y firmado por D. José Luis Zamanillo, cuya fotocopia ofrecemos a continuación.
CESE DE DON MANUEL FAL CONDE EN LA JEFATURA DELEGADA DE LA COMUNIÓN TRADICIONALISTA
Durante la última semana del mes de Julio de 1955, Fal Conde pasó unos días en Madrid. Celebró varias reuniones con la Junta Nacional en el piso segundo del número uno de la calle de la Cruz. Dio cuenta a la Junta de su proyecto de trasladarse a Lourdes, a primeros de agosto. Allí estaba citado con Don Javier de Borbón Parma, para estudiar la situación política de la Comunión Tradicionalista y acordar lo más conveniente a su actuación.
También habló de su acuerdo con José Luis Arrese de celebrar una reunión con él, para acordar la mejor relación de ambas fuerzas del Alzamiento. Esta reunión no pudo celebrarse en aquellos días, por ausencia de Arrese. En principio quedó aplazada para su regreso; y, posteriormente, anulada por el cese de Fal Conde.
El 31, por ser fiesta de San Ignacio, de quien era muy devoto, lo pasó Fal Conde en el Santuario de San Ignacio de Loyola, en Azpeitia, Guipúzcoa, y el día 1 o el 2 de agosto cruzó la frontera, camino de Lourdes. Aquí se encontró con Don Javier.
En dicha localidad francesa estuvieron reunidos los dos, tres días. Don Javier aprobó, plenamente, todo lo que Fal Conde le expuso, reiterándole su confianza, sin la menor duda ni recelo alguno.
Al final regresaron juntos hasta la frontera, aunque la cruzaron por separado y a distintas horas, para no despertar sospechas en la policía.
Después de pasar un par de días en San Sebastián, Fal Conde regresó el 8 o el 9 de agosto a Madrid, camino de Sevilla. Don Javier le despidió en la estación de San Sebastián con el afecto de siempre, sin darle a entender, lo más mínimo, lo que ya se estaba, sin duda, preparando.
Al llegar a Madrid, Fal Conde se hospedó, como entonces acostumbraba, en el Hotel París, junto a la Puerta del Sol. El día 10, fiesta de San Lorenzo, en que celebraba su cumpleaños, me invitó a comer con él. Venía muy satisfecho de su viaje y de sus conversaciones con Don Javier.
A mitad de la comida le llamaron por teléfono. Al volver a la mesa me dijo que era Juan Antonio Olazábal, desde San Sebastián. Quería darle una noticia tan inesperada como importante, pero le parecía poco prudente dársela en aquel momento, por la centralita del Hotel. Quedaron en que le llamara a las cinco de aquella misma tarde al diario “Informaciones” madrileño, que entonces pertenecía a los carlistas. Y allí nos dirigimos los dos, al terminar el almuerzo.
Llegamos al periódico y nos sentamos en el despacho del Gerente del mismo, José Goñi, a esperar la llamada de Juan Antonio. Efectivamente, a las cinco, sonó el teléfono. Se puso Fal Conde y habló, detenidamente, con aquél. Yo estaba delante y pude observar la grande y triste sorpresa que las palabras de Juan Antonio le producían.
Al terminar la conferencia y después de un silencio, para dominar su impresión, Fal Conde me contó todo. Juan Antonio le dijo que acababa de enterarse que Don Javier había decidido relevarle en la Jefatura Delegada. Sin duda, habían influido en él un grupo de tradicionalistas, formado por Rafael Olazábal y otros por el estilo, que venían propugnando el acuerdo con Don Juan de Borbón y la ida a Estoril, como hicieron más tarde. A ello se oponía Fal Conde y los que opinábamos como él. Y consiguieron de Don Javier su cese.
La forma de hacerlo, realmente insólita y nada correcta, lo achacaban los bienpensantes al carácter bondadoso y débil de aquél y lo mucho que apreciaba a Fal Conde. Por lo que no se atrevió a decírselo cara a cara.
Así terminó la jefatura de Fal Conde, después de haberla ejercido durante más de veinte años.
Tal es la verdad, entera verdad, de lo ocurrido. Aún vive afortunadamente Juan Antonio Olazábal, que puede atestiguarlo, con testimonio excepcional y verdadero, como lo hace el autor y firmante de este relato.
MADRID, 13 de mayo de 1980.
José Luis Zamanillo [firmado]
Firmado: JOSE LUIS ZAMANILLO GONZÁLEZ-CAMINO
Por si no fuere suficiente el suyo –¡que sí lo es!– Zamanillo, para confirmar y ratificar cuanto asegura, apela al testimonio de una persona que vive y que deseamos siga viviendo durante muchos años: el Abogado donostiarra D. Juan Antonio Olazábal, sobrino del que fue Jefe Nacional de la Comunión Integrista, D. Juan de Olazábal y Ramery que, al proclamarse la República, disolvió dicha Comunión, aceptando sus miembros la disciplina carlista-tradicionalista en la que, por decisión propia, no desempeñó puesto directivo alguno, siendo simplemente un militante más.
Don Javier, persona ejemplar, como político era débil, muy influenciable, un pobre hombre, un inútil (repetimos: políticamente). Esta es la verdad. Y sólo así se explica el pésimo comportamiento que tuvo con Fal Conde que durante 21 años largos, había prestado sus servicios a la Comunión, derrochando voluntad, lealtad, desinterés y sacrificios, y a quien Don Javier destituyó, expulsó en forma poco fina, nada elegante, y desde luego muy censurable. Censuramos el modo que utilizó, no el caso en sí.
Dos agravantes. Ambos estuvieron juntos en Lourdes durante tres días, aprobando plenamente Don Javier lo que le propuso Fal Conde –como luego veremos, algo de excepcional importancia–, y luego le despidió en la Estación del Norte de San Sebastián (Fal Conde salía para Madrid) con un cordial abrazo, lo que significaba lógicamente que en pocos días le ratificó su plena confianza doblemente. Sin embargo, el último abrazo fue como el de…
Don Javier, magnífica persona, era, según dejamos indicado, políticamente débil e influenciable, y al dejarse dominar y manejar incurría en hechos, en actuaciones, sin mala fe, sí, pero duramente censurables. Como el desastroso comportamiento que tuvo con Fal Conde.
Más tarde nos ocuparemos del segundo agravante, de enorme trascendencia.
Don Javier, al destituir a Fal Conde, le decía que él personalmente se hacía cargo de la dirección de la Comunión. Nombraba un secretariado formado por tres personas. Y más tarde designó como su Jefe Delegado en España a D. José María Valiente, que procedía de la Ceda o Acción Popular, orador excepcional, pero que como hombre, por su carácter, temperamento y forma de ser, era incapaz de ordenar, de mandar y, por lo tanto, inútil, inservible en plan de Jefe.
Un inútil (políticamente), Don Javier, designaba para un cargo importante a otro, también inútil, Valiente.
Error grande, tremendo, el de Fal Conde, al haberse empeñado en proclamar y mantener a Don Javier como Abanderado de la Comunión Tradicionalista. Cierto, la designación resultaba muy difícil y complicada, pero la que se hizo fue desafortunada, muy mala e, indiscutiblemente, perjudicó muchísimo a la Comunión.
El que debió sentirse satisfecho con el ascenso de Valiente como máximo Jefe nacional carlista, debió ser Franco, ya que pudo recibirle varias veces, y prácticamente burlarse de él –lo que, aunque lo intentó, jamás pudo lograr con Fal Conde– y también, claro, de la Comunión Tradicionalista a la que representaba.
Ejemplar reacción de Fal Conde.– Fechada en Sevilla el 16 de agosto de 1955, dirigió Fal Conde a los Jefes y Consejeros de la Comunión una carta hermosa, maravillosa, ejemplar, participándoles su cese. De ella recogemos lo siguiente:
«La perentoria necesidad de rehacer mi vida –21 años consagrada en primerísimo grado de actividad a la Jefatura– podrá mantenerme por ahora apartado de cargos, pero sin restar un ápice a mi amor a la Causa y mi fidelidad al Rey. Como a Su Majestad digo en carta de hoy, los carlistas leales, seremos carlistas mientras haya Carlismo, y Carlismo habrá mientras haya Rey Carlista. Porque es el Rey el primer principio en el orden práctico de todo nuestro sistema ideológico…
Del Rey abajo, en el Carlismo los hombres no cuentan, no contamos. El “falcondismo” no ha existido más que en la malévola imaginación de nuestros irreconciliables enemigos.»
¿PUDO HABER VARIADO TOTALMENTE LA POLÍTICA ESPAÑOLA DE HABERSE LLEVADO A LA PRÁCTICA LO QUE ACORDARON EN LOURDES DON JAVIER Y FAL CONDE?
Importantísimo.– Declaración que escuchamos en 1966 de quien, por circunstancias especialísimas, estaba enterado de lo que sucedió en Lourdes. Nos dijo:
– Si se hubiese puesto en práctica lo acordado en Lourdes en agosto de 1955, es decir, lo que propuso D. Manuel Fal Conde a Don Javier y fue plenamente aprobado por éste, habría terminado el «juanismo», y posteriormente nadie o casi nadie habría hablado o se hubiese acordado de Don Juan ni de su dinastía.
Ciertamente, parece que tuvo grandísima importancia la decisión adoptada. Pero, ¿cuál fue exactamente?
Lo que se acordó.– Todo, o casi todo, termina, más o menos tarde, por saberse. Y estamos en condiciones de informar que, en líneas generales, lo que se decidió en Lourdes fue lo que pasamos a concretar.
Don Manuel Fal Conde, como Jefe Delegado Nacional de la Comunión Tradicionalista, propuso al Rey Don Javier de Borbón Parma:
– Que la Comunión Tradicionalista entablase conversaciones con personalidades destacadas y representativas de Falange Española, al objeto de procurar que ambas agrupaciones se pusieran de acuerdo para concretar los principios y normas esenciales que habrían de servir de base para estructurar la futura vida de España en todos los aspectos: político, social, administrativo, laboral, económico, cultural, etc., etc., asignándose a las Cortes, adecuadamente convocadas y elegidas, la misión de designar y proclamar al Rey Legítimo de todos los españoles.
El Rey Don Javier de Borbón Parma dio su plena conformidad a esta propuesta, facultando al Sr. Fal Conde, como Jefe Delegado de la Comunión en España, para que iniciase las oportunas gestiones con la representación de Falange.
Confirmación. Este acuerdo confirma la declaración de Zamanillo que dejamos fotocopiada en el sentido de que en la Junta Nacional celebrada antes de que se trasladase a Lourdes, Fal Conde les dijo que iba a entrevistarse con José Luis Arrese y que, por ausencia de éste, se había aplazado la reunión hasta el regreso de Lourdes, y luego, claro, anulada por su cese.
¿Influiría decisivamente en España?– Indiscutible: el acuerdo adoptado en Lourdes tenía una importancia extraordinaria, capital. ¿Hasta el extremo de que influiría decisivamente en el futuro de la política española?
Carlistas y falangistas fueron las dos únicas fuerzas o agrupaciones civiles que, como tales, tomaron parte oficialmente en el Alzamiento, siendo su intervención –con la del Ejército– decisiva para la obtención de la Victoria.
Ciertamente, su unión firme, decidida, entonces hubiese tenido una fuerza enorme. ¿Decisiva?
Inconvenientes.– Hay, había, dos inconvenientes o dificultades.
Uno: Franco. ¿Daría su conformidad el Jefe del Estado al acuerdo indicado que contrariaba, que contradecía sus planes y proyectos? Reconociendo que, efectivamente, carlistas y falangistas unidos tenían entonces mucha fuerza, tampoco puede ocultarse que Franco, dueño, amo y señor del Poder, disponía de grandes y poderosos recursos.
Otro: Don Javier. ¿Podía ofrecer las adecuadas y suficientes garantías Don Javier como Rey de España? Expresándonos con toda sinceridad, hemos de hacer constar nuestra modesta opinión en sentido claramente negativo.
Pregunta de gran interés y especial importancia. Don Javier, al prescindir de Fal Conde, destituyéndole de mala manera, ¿lo hizo precisamente para abortar las gestiones que D. Manuel estaba autorizado a realizar al objeto de intentar proclamar, de acuerdo con los falangistas, Rey de España al propio Don Javier, designación que éste aborrecía por lo que quería evitar como fuera, a toda costa, que se produjese?
Expresivo. Después de la expulsión, cese o destitución de Fal Conde, nada se habló de lo acordado en Lourdes. Al parecer, Don Javier «lo olvidó».
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