Fuente: Hoja Informativa. Comunión Católico-Monárquica-Legitimista, Madrid, Noviembre de 1986, página 4.
Visto en: FUNDACIÓN LARRAMENDI.
VIGENCIA DEL CARLISMO
Por Mariano del Mazo
Una vez más nos han preguntado recientemente “¿Qué hacéis los carlistas?”, para contestarse a renglón seguido: “Los carlistas no teneis nada que hacer”. Lo cual se ha dicho tantas veces desde 1833 que no nos causa el menor efecto.
Desde 1833 ha habido en España mucha política. Mucha gente que tenía “mucho que hacer”. Ciertamente, pero lo hizo mal. Y en nuestros días nadie se acuerda de progresistas y moderados, de la Unión Nacional, de los diversos partidos liberales anteriores a la Dictadura, de la Unión Patriótica de Primo de Rivera, de la todopoderosa CEDA de Gil Robles, de FET y de las JONS, que llenaba plazas… ni siquiera de UCD, todopoderosa hasta hace pocos años…
Hoy asistimos al triste espectáculo del resquebrajamiento de los partidos. Tanto en la derecha de Fraga como en la izquierda comunista. Y a pocos años del establecimiento del parlamentarismo, el Congreso es un foro donde un partido único –por su mayoría–, puede ejercer sin contemplaciones el poder. Con lo cual la rabieta de los descontentos es el pan de cada día.
Los carlistas nunca hemos sido entusiastas del sistema parlamentario. Y hoy día, respetuosos con las leyes, tampoco acabamos de entusiasmarnos con el sistema de partidos. Un diputado elegido con un programa y un grupo, se separa y emprende otra guerra. Lo lógico sería dimitir y que los electores le relevaran. Pero no. Cambia descaradamente sin respetar a quienes lo eligieron.
Pero el hecho de que no nos sintamos contentos con este sistema no significa que añoremos otros. Por eso nos preocupamos cuando vemos que nos involucran en grupos y actividades ajenas a nuestra política. Como ha ocurrido en ocasiones en las que nos mezclan con seguidores del franquismo. Todo nuestro respeto para quienes son fieles a un ideal. Pero nosotros tenemos uno muy concreto desde hace tiempo. Y no podemos confundirnos con otros que nos son ajenos.
Franco nunca tuvo simpatías por el carlismo. Antes de la guerra, en una tertulia de amantes de la Historia que tenía lugar en casa de don Natalio Rivas, no dudaba en considerar a los carlistas como los eternos díscolos que, al contrario de lo que acontecía con otros movimientos del pasado, que, una vez fracasados pronunciamientos e intentonas, desaparecían, perduraban. El carlismo volvía una y otra vez. Y no cedía nunca.
La ruptura no podía por menos de producirse. Y así, el Decreto de Unificación de 19 de abril de 1937, por el que se pretendía integrarnos en aquel pintoresco partido único de FET y de las JONS, consumó el enfrentamiento, al rechazar nuestro jefe, Fal Conde, dicha unión.
Nuestros periódicos fueron incautados; nuestros círculos, unificados; nuestros jefes desterrados o encarcelados. Y así continuó una larga persecución aliviada esporádica y arbitrariamente, hasta el final.
Los carlistas no podíamos ser franquistas. Pues Franco nos había perseguido como nadie. En nuestra larga historia jamás fuimos privados de nuestra prensa, de nuestros círculos, ni –por supuesto– unificados en un partido totalitario.
Mas, con ser esto tan grave, el drama del franquismo tenía aún mayores dimensiones. El espíritu del Alzamiento se transformó en un inconcreto y extraño “Movimiento”. La Cruzada, sentido religioso que impregnaba nuestro ideal, se convirtió en una palabra, utilizada ya circunstancialmente como recurso retórico. Y, en definitiva, todo lo que significó el 18 de julio fue transformándose en oportunismos políticos hasta llegar el momento de la muerte de Franco, quien, al unificar su persona con el régimen, se llevó éste con su fallecimiento.
Por ello fue tan fácil el desmoronamiento final. Incruento, dicen. Por supuesto. Cayó todo el sistema franquista como una torre de naipes, sin estruendo ni protesta. Nadie salió a defender lo que hasta el día antes había defendido, sostenido y beneficiado.
Si el carlismo tiene mucho o poco que hacer es cosa que no sabemos. Lo que sí sabemos es lo que no tenemos que hacer. No debemos ser utilizados, como en otras ocasiones, de carne de cañón ni de comparsa folklórica. Fieles a nuestros ideales, a derecha e izquierda contemplamos a quienes nos observan, nos ridiculizan o nos solicitan. Pero nuestro camino no nos lo traza nadie.
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