Virtudes y limitaciones de una visión libertaria del carlismo: la síntesis de Félix Rodrigo Mora



Virtudes y limitaciones de una visión libertaria del carlismo: la síntesis de Félix Rodrigo Mora

En el capítulo IV de su libro “Naturaleza, ruralidad y civilización” el pensador –inscrito en las corrientes libertarias, a la vez que criticado por las mismas, —Félix Rodrigo Mora brinda un sugestivo análisis del primer carlismo bajo la rúbrica “El pueblo y el carlismo. Un ensayo de interpretación”.

Félix Rodrigo Mora alcanza en su obra la conclusión de que el primer carlismo fue el conducto utilizado por el pueblo para canalizar su rebelión contra el liberalismo que es, afirma, “un fanatismo de importación”, constituido por unas clases medias “mentalizadas por una ideología liberal excepcionalmente soez, ramplona y desalmada, sólo atentas al medro, al lucro y al goce”. Su síntesis es la siguiente:


· "El programa implícito con que el pueblo se incorpora a la acción armada contra la dictadura liberal española era diferente hasta el antagonismo al propugnado por la dirección del carlismo. En los estudios históricos se suele resaltar, según la ideología de cada autor, este o el otro componente, cuando lo esclarecedor es considerar el conjunto.

Puede sintetizarse en 11 puntos:
·
1) comunitarismo convivencialista, con preservación de los patrimonios comunales y sin ampliación de la propiedad privada;
·
2) mantenimiento de la autonomía parcial del municipio existente, particularmente en las aldeas y pequeñas poblaciones, con salvaguarda de la expresión primordial de la democracia popular tradicional, el concejo abierto;
·
3) comunidad de las formas ancestrales de intercambio y tributación, sin ampliación de la función del dinero ni la del mercado, sin modificación en la cantidad y en el modo de tributar;
·
4) mantenimiento del clima espiritual tradicional, con el convivencialismo y la hermandad como valores mayores, con exclusión de la competitividad, individualismo, desigualdad, insociabilidad y agresividad propias del liberalismo y de toda la modernidad;
·
5) supervivencia de la cultura y los saberes populares en las diversas esferas de la existencia, incluidas las lenguas vernáculas;
·
6) rechazo del centralismo, expresión del dominio creciente de la gran urbe, Madrid, sobre los demás territorios, en particular el universo aldeano, entonces tan importante;
·
7) negativa intelectual, emocional y vital al trabajo asalariado, tenido como expresión muy letal del envilecimiento y deshumanización de las personas;
·
8) rechazo de las quintas y matrículas de mar;
·
9) en los territorios forales, adhesión a la institución foral, tenida acertadamente por manifestación histórico-concreta de la propia identidad como pueblo diferenciado, y como cosmovisión, cultura e idioma singulares:
·
10) desdén por las riquezas y deseo de una vida frugal, centrada en la satisfacción de las necesidades inmateriales del ser humano, lo que está en aguda oposición con el productivismo y consumismo liberal;
·
11) repudio del despotismo constitucional y parlamentario, que se propone “mejorar” la situación de las masas sin contar con éstas, lo que contiene la afirmación de que cualquier medida, para ser emancipadora, ha de resultar de la acción popular, no de la dudosa benevolencia de una minoría iluminada y verbalmente redentorista que opera desde el aparato del Estado, como era el liberalismo.




El Matiner siempre ha puesto el acento en el carácter popular y mayoritariamente rural del carlismo, por lo que se congratula por el interés de la observación del mismo desde los más plurales enfoques. Se comprueba además que se hace desde un acercamiento sin prejuicios, con solvencia intelectual manifiesta y sin la pretensión de reconstruir una explicación ad hoc del carlismo como hicieron los periodistas al servicio de la escisión ideológica de Carlos Hugo desde un dogmatismo acientífico.



Sin embargo su planteamiento adolece de notables carencias interpretativas y axiológicas. No deja de inscribirse dentro de estrechos contornos inmanentistas, con lo que se incurre directamente en la aporía del mundo moderno que se pretende criticar. Rodrigo Mora es víctima de ciertos condicionantes libertarios, que niegan toda apertura a la trascendencia y aunque se revelen contra los excesos del materialismo dialéctico contraponen al mismo una suerte de naturalismo optimista para explicar el “clima espiritual”, el “deseo de vida frugal” y la satisfacción de las “necesidades inmateriales”. Resulta más sencilla y acorde a la realidad señalar que todas estas circunstancias brotaban de una firme Fe en la religión. Derivado de esa omisión no se encuentra por ningún lado la referencia al orden civilizacional de la Cristiandad, que no operó en el mundo de las ideas, sino que fue una realización concreta, no nacida de un puro espíritu natural, sino condicionada por las enseñanzas de la Iglesia, que generaron una civilización determinada; forma de civilización de alcance universal, pues sobrepasó los límites de índole de cultural, racial o geográfico y alcanzó a todos los pueblos que ponían el centro de su convivencia sobre el templo y el palacio, ambos rematados con la Cruz del Redentor. Esta civilización, que al fin y al cabo no pretendía otra cosa que asentarse sobre la virtud, aunque no siempre lo consiguiera, precisamente por la naturaleza caída del género humano, vino a ser suplantada por un psudoorden que consagraba la ley del más fuerte, aquí sí naturaleza pura, al rechazar cualquier clase de condicionamientos y fundamentos morales sobre la comunidad política. No es de extrañar por ello que la vida del campesinado se viese rápidamente devastada mediante la imposición dineraria frente al pago en especie del diezmo y la primicia sobre las tierras señoriales o comunales, que hacían a toda la comunidad, con independencia de la jeraquización social, coparticipes con la suerte de la cosecha.





Al respecto de las jerarquizaciones sociales nos encontramos la segunda gran limitación del análisis. El liberalismo insiste sobre las supuestas miserias de una sociedad estamental. Los filósofos clásicos la definen como la sociedad perfecta, y la ejecutoria histórica la reveló como aseguradora de los derechos concretos, frente a las inseguridades que ofrece la sociedad masificada igualitarista. Es en los fundamentos filosóficos donde liberales y libertarios se dan la mano con sus axiomas de libertad, igualdad y fraternidad; no es por ello tan extraño esa pretensión neocon de hablar de anarcocapitalismo. En la sociedad tradicional existió una jerarquización sin la cual es imposible entender la, en general, acertada caracterización que hace Rodrigo Mora. Bien es cierto que el absolutismo y su deriva regalista vendrían a introducir efectos terriblemente distorsionadores. Aún así jamás se puede hablar en puridad de antagonismos sociales, ni entre unos estamentos y otros, ni, como correlativamente parece insinuar, entre la dirección del carlismo y sus masas. Al revés, el carácter interestamental y posteriormente interclasista del carlismo, con prevalencia del elemento campesino porque era el mayoritario en la España de entonces --el carlismo al fin y al cabo vendría a ser así un reflejo casi perfecto de aquella sociedad—explica esa armonía que duró, no exenta de tensiones puntuales, durante siglos.



Campesinos, aristócratas, funcionarios, artesanos; ricos o pobres, todos se alzaron, siquiera inconscientemente, en defensa de un orden civilización que era en el que venían conviviendo secularmente sobre firmes bases y fundamentos morales.



https://youtu.be/p4_wh2U3mdc