El combate doctrinal del carlismo en los últimos tiempos



[A partir de la década de 1970] el tradicionalismo carlista hubo de enfrentarse a otro tipo de problemas (...) Como consecuencia del desarrollo económico de los años sesenta, la sociedad agraria tradicional acabó disgregándose; y la modernización social llevó a la secularización cultural y a la progresiva deslegitimización de la tradición católica, que fue erosionada de manera radical. A ello se unieron las repercusiones del Concilio Vaticano II, que fueron igualmente determinantes. Su contenido doctrinal —nuevo concepto de Iglesia y del papel de los laicos, nueva forma de ver la relación del catolicismo con la modernidad, declaración de libertad religiosa, etc.— deslegitimó la teología política tradicional. Como señaló el tradicionalista Miguel Ayuso:

«solamente a la crisis de la Iglesia en la segunda mitad del siglo XX no ha podido resistir el carlismo, porque no le afecta solo accidentalmente, sino que toca esencialmente a su soporte, que es la cosmovisión de la cristiandad».
El profesor Miguel Ayuso Torres

En ese contexto, se desarrollaron las obras de los últimos doctrinarios del tradicionalismo carlista: Rafael Gambra Ciudad y Francisco Elías de Tejada. El «socialismo autogestionario» [del mal llamado Partido Carlista] careció de doctrinarios; fue tan sólo una veleidad oportunista, que rompía, de hecho, con la trayectoria histórica del legitimismo español.

El pensamiento de Rafael Gambra fue fundamentalmente tomista, si bien estuvo influido por Henri Bergson y por la reacción antirracionalista y antipositivista representada por Albert Camus y Antoine de Saint-Exupéry, Gustave Thibon, etc. Desde sus primeros escritos se mostró adverso al falangismo, y sobre todo, a las tendencias democristianas, que asociaba con el modernismo. Igualmente, rechazó el nacionalismo integral de Charles Maurras, por su tendencia secular; a su modo de ver, era «un tradicionalismo de izquierdas».

Su enemigo fundamental fue, sin embargo, el progresivo aggiornamento de la Iglesia católica, cristalizado en el contenido del Vaticano II; y que concluiría en las leyes de libertad religiosa del franquismo. Contra ello, publicó su libro La unidad religiosa y el derrotismo católico, en defensa de la unidad católica y la confesionalidad del Estado español. Su doctrina política era básicamente una renovación de los supuestos de Vázquez de Mella. Gambra concibe la vida humana, no como autorrealización o liberación de trabas, sino como entrega o compromiso e intercambio con algo superior que se asimila espiritualmente. Ligado a esto se encuentra la concepción de la sociedad como una organización en el espacio y en el tiempo. La sociedad es una proyección de las potencialidades humanas, incluida la individualidad; y que tiene igualmente una fundamentación religiosa, ya que sus orígenes se encuentran en unas creencias y en una cosmovisión colectivas. Si el hombre es un compuesto de alma y cuerpo llamado por la gracia al orden sobrenatural y, por otra parte, la sociedad emerge como eclosión de la misma naturaleza humana, también la de un poder en alguna manera santo y sagrado, es decir, elevado sobre el orden puramente natural de las convenciones o de la técnica de los hombres.

Rafael Gambra Ciudad (Madrid, 1920-2004)

A partir de tales planteamientos, Gambra defiende una concepción organicista de la sociedad y el régimen monárquico tradicional y federativo. El principio representativo se encuentra encarnado en la corporación. El proceso federativo consiste en la progresiva superposición y espiritualización de los vínculos unitarios, contrapunto del Estado liberal o de la nación sacralizada de los fascismos y de los separatismos nacionalistas. El federalismo es, según Gambra, algo radicado en la misma historia de España, porque en su seno perviven y coexisten en su superposición mutua regiones de carácter étnico, como la vasca; gegráficas, como la riojana; políticas, como la aragonesa o la Navarra. El vínculo superior que las une es la catolicidad y la Monarquía. A partir de tales supuestos, Gambra criticó, en su obra Tradición o mimetismo, el centralismo franquista, lo mismo que su aceptación de los principios laicistas y tecnocráticos, sintetizados en su reconocimiento de la libertad religiosa.

(...)

La tradición política española se manifiesta, para Elías de Tejada, en dos cuestiones fundamentales: la concepción católica de la vida y la Monarquía federativa de «las Españas». En su opinión, la causa diferenciadora de las comunidades políticas no la constituye ningún factor físico, ni la raza, ni la lengua, ni la cultura, ni el espíritu, ni motivos psicológicos; esta causa diferenciadora radica en la tradición y en la nación. Las comunidades políticas tienen una finalidad que cumplir en la historia. Por nación se entiende aquella nota característica de un pueblo a lo largo de un periodo de la Historia. La tradición es el sustrato que cada uno de esos períodos deja, el alma de las gentes forjadas en el fraguar de esas empresas colectivas.

Francisco Elías de Tejada y Spínola (Madrid, 1917-1978)

Para Elías de Tejada, la tradición política española se forja durante la Edad Media, con la Reconquista, y alcanza su punto culminante en el reinado de Felipe II. España se forja en el catolicismo y considera esencial a esa identidad el «federalismo histórico»:

«el federalismo de nuestra tradicional monarquía orgánica, hija de la historia y de las necesidades nacionales, españolísima y foral, magnífica y patriota; es la organización clásica de los fueros».
(...) Así, pues, los tres conceptos principales de la tradición española son la religión católica, cuya traducción política se plasma en la unidad católica; la Monarquía federativa y misionera; y los fueros, «conjunto de normas peculiares por las que se rige cada uno de los pueblos españoles basados en la concepción del hombre como ser concreto histórico».


* Tomado de El Régimen de Franco: 5. La crisis del tradicionalismo carlista: Rafael Gambra, Francisco Elías de Tejada, por Pedro Carlos González Cuevas, en Historia del pensamiento político español. Del Renacimiento a nuestros días, pp. 453-456 (varios autores, 2016). El libro en conjunto no es nada favorable al Tradicionalismo, lo que añade mérito al testimonio que arriba reproducimos, en el sentido de reconocer el verdadero Carlismo y sus más importantes (que no únicos) pensadores de la segunda mitad del siglo XX, aunque los llame «doctrinarios» y quiera hacerlos «los últimos».



Reino de Granada: El combate doctrinal del carlismo en los últimos tiempos