Pongamos que se debata sobre las razones por las que en España el ambiente patriota sigue hecho un plato de migas. El texto subsiguiente sólo es el planteamiento, pero si gente como el redactor toca el tema, es porque algo hay, algo intuye, algo hay en el aire, algo está por llegar. Llevo un tiempo diciendo que en un plazo de unos cinco años tendremos nuestro Donald Trump nacional, veremos.



Por qué no hay derecha populista en España (y el error de Vox que repite Podemos)

El Confidencial

Esteban Hernández


La gran fuerza política en Occidente. Trump ha ganado las elecciones, Farage logró girar al partido conservador hacia el extremo y sacar a Reino Unido de la UE, Le Pen tiene posibilidades de gobernar Francia, y más aún si su rival en la segunda vuelta es Fillon, en Austria el FPÖ puede ganar las elecciones de este domingo, en Alemania la AfD está en auge y en Italia Cinque Stelle es la segunda fuerza.

Hay varios territorios donde este movimiento carece de fuerza, como son Portugal, Irlanda y España (tres países católicos, por cierto), lo cual resulta un tanto extraño, dada la tendencia general. Que la derecha populista no haya arraigado en un país como el nuestro, en plena crisis y con un nivel de vida que está descendiendo considerablemente, tiene algo de llamativo. La primera explicación la hemos oído muchas veces, como es la existencia del 15-M y la canalización del descontento hacia fuerzas como Podemos, que lograron vehicular el desencanto y la frustración y relegaron así al populismo de derechas a un espacio marginal.

“Siempre ha habido trabajo para los jóvenes”

Por sí sola, esta explicación es débil. En enero de 2014, cuando se creó Podemos, había varios elementos que resultaban muy propicios, y que siguen siéndolo, para que el populismo de derechas encajara en España. La falta de empleos, el descenso en los salarios y la mayor incidencia de la crisis en las capas populares y en las medias creaban una atmósfera propicia para que las ideas triunfantes de los populismos, esas que reclaman un país para sus nacionales (“En Francia siempre ha habido trabajo para sus jóvenes”, “Nadie se llevará las fábricas de EEUU”, “Si no fuera por los emigrantes, no faltaría empleo en el Reino Unido”), o que culpan a Bruselas y Alemania de sus males, encajaran bien en España.

Ninguno de estos dos elementos ha sido utilizado por la formación de Iglesias, que se ha centrado en cuestiones como el régimen del 78, una nueva transición y la corrupción. Y tampoco la creación de Podemos explica por sí misma la ausencia de derecha populista en nuestro país. Cabe recordar que, en junio de 2014, cuando Josep Oliu, presidente del Banco de Sabadell, decía aquello de “España necesita un Podemos de derechas”, Vox respondió de inmediato que ya existía, y que eran ellos. Y después de aquel incidente, Ciudadanos lanzó su proyecto nacional y le quitó a Podemos parte de su voto (y al PP), lo que demuestra que los de Iglesias tampoco habían clausurado las puertas de acceso y que había sitio para que otras formaciones crecieran.

El problema de la derecha populista en España fue Vox, o más bien la oferta política en que esta formación se basó, que generaba muy pocas identificaciones en aquellos sectores, como eran los populares y las clases medias, que más voto podían proporcionarles. En resumen, lo que Vox hizo fue lo que peor se podía hacer estratégicamente, que es recoger la herencia de la derecha inmediatamente anterior e intensificar sus propuestas: eran más católicos que nadie, más liberales que nadie y más antiautonomías que nadie. Con esa perspectiva, solo podían resultar atractivos para una parte muy pequeña de la población, y ese fue el voto que terminaron recogiendo.

Trump no es Sarah Palin

Si se hubieran fijado en las experiencias exitosas en otros países europeos, se habrían dado cuenta de que ese tipo de ideas o habían sido absorbidas por los partidos sistémicos de la derecha o gozaban de escasa popularidad. Por decirlo así, habían equivocado el eje en el que pelear: seguían hablando de liberalizar, de asuntos religiosos, de recortes drásticos en el gasto o de la desaparición de estructuras administrativas, en lugar de centrarse en los problemas que más les importaban a los españoles, los económicos, como no podía ser de otra manera en tiempo de crisis. Estaban mucho más cerca del Tea Party que de Trump, cuando el millonario estadounidense ha triunfado precisamente por alejarse de aquellos postulados. Trump no era Sarah Palin, y la gran diferencia entre ambos eran sus propuestas económicas. Y, a su vez, hay una notable distancia entre Trump o Le Pen y Amanecer Dorado y demás formaciones de extrema derecha, justo la que permite a unos optar a gobernar su país y condena a otros a espacios políticos residuales cuyo techo está marcado.

No hay, pues, un partido de derecha populista en España, y si lo hubiera, podría gozar de una notable aceptación. Tiene todo el escenario para desarrollarse, y hay un montón de frustración y de descontento que no ha sido canalizado. Es cierto que lo tiene difícil por la gran oferta de partidos que existen, pero también hay un suelo sociológico que podría aprovechar con la estrategia adecuada.

Y en gran medida este contexto se da porque los partidos de reciente creación no han acertado con la tecla. La conversión de Ciudadanos de una formación catalana en otra española ha supuesto también una variación en sus posturas, convirtiéndose en una suerte de PP más moderno; Podemos ha optado por girar a la izquierda y por priorizar asuntos simbólicos en lugar de los materiales. Ninguno de ellos ha ido a los barrios y a los pueblos a decir que iban a generar muchos puestos de trabajo, que se habían acabado las deslocalizaciones, que apostaban decididamente por la agricultura y la ganadería españolas, que pondrían en marcha planes de reindustrialización o que iban a adoptar las medidas adecuadas para que las pymes aumentaran de verdad sus ingresos. Unos insistían en medidas liberales, los otros invocaban al I+D y la renta básica, apuestas que la gente común rechaza, con razón o sin ella, como pura palabrería. El mensaje de la derecha populista extranjera es mucho más poderoso, porque llega profundamente a sus votantes, a veces invocando los puestos que quitan los emigrantes, pero a menudo sin necesidad de llegar a eso.

Podemos, además, tiene un problema adicional. Si Trump transformó el discurso que había recogido del Tea Party en algo mucho más popular y Marine Le Pen cambió los mensajes de su padre por otros más afines a la clase obrera y a la media pobre, los de Iglesias están siguiendo el camino inverso en su espectro ideológico. Se están convirtiendo en el Vox de la izquierda, porque están repitiendo sus errores. Si el partido de Abascal no hizo más que amplificar y radicalizar las propuestas de la derecha precedente, Podemos está haciendo lo mismo (cuando crecieron precisamente por no hacerlo): está girando hacia el pasado, insistiendo en aquellas posturas que fueron clave en la izquierda extraparlamentaria, solo que agitándolas con más intensidad, como si diciéndolas más veces o más alto fueran a ganarse las simpatías de sus posibles votantes.

El espacio esta ahí

La esencia del populismo, el centro de su éxito, tiene que ver fundamentalmente con lo material, con esos elementos que permiten tener cierta seguridad económica, que hagan mirar al futuro con menos temor y que permitan pensar que, a pesar de la crisis, siempre va a haber un lugar para cualquiera de nosotros en esta sociedad. Tiene que ver con enfrentarse a los problemas haciendo creer a la gente que habrá una solución real al final del camino. En realidad, desactivar los populismos sería sencillo, porque bastaría con girar el rumbo de la UE y tomar medidas económicas que favorecieran a la mayor parte de la población. No es el caso: las élites están generando todas las condiciones para que los populismos de derecha se desarrollen.

Uno puede pensar que Trump o Le Pen no son el remedio, pero lo que los votantes saben es que, a la hora del empleo, no lo han sido ni Rajoy, ni Hollande ni Obama/Hillary Clinton; se puede creer que el populismo llevará a peores escenarios, pero sus votantes han pensado que pocas cosas pueden ser peores que la realidad en la que viven; se puede criticar a sus líderes, pero generan más confianza en sus votantes que las viejas figuras del 'establishment'. En España, nadie ha ocupado ese espacio. Lo que también significa que alguien puede llegar a ocuparlo, porque está ahí, disponible.



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