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La corrección política (3): eternas minorías, eternas marginaciones
George Orwell señalaba, en Politics and the English Language, la capacidad de la clase dirigente inglesa para, a través del lenguaje, transformar la comprensión de la realidad sin necesidad de alterar la propia realidad. El propio Orwell, en su novela 1984, expresó en la Neolengua la versión literaria de este mecanismo de dominación. Los juegos simbólicos de esta novela nos aparecen teorizados sociológicamente en los mecanismo de inclusión y exclusión descritos por Luhmann. El Estado de Bienestar genera, respecto a las minorías, la reformulación simbólica de ser atendidas e incluidas en el sistema (Luhmann, 2002). Pero la “construcción simbólica” de las minorías exige la “eliminación”, al menos momentánea, de otros colectivos. De tal forma que con el dominio de la corrección política: “Los únicos héroes posibles son las víctimas” (Hughes, 1994).
Bajo la corrección política, el colectivo que ha muerto simbólicamente es el “proletariado” para dejar su puesto a las minorías. El fenómeno de la defragmentación ideológica posmoderna ha sido suficientemente estudiado. Igualmente, la literatura sociológica en torno al conflicto ideológico entre marxismo-feminismo es extensa. Nosotros simplemente queremos señalar que la construcción simbólica de la corrección política respecto a la discriminación de género se ha cobrado una víctima: el “proletariado”. Analizaremos brevemente cómo se ha construido lingüísticamente este mecanismo antidiscriminatorio y, así, entrever la dificultad y artificialidad lingüística del mismo.
Pero la “construcción simbólica” de las minorías exige la “eliminación”, al menos momentánea, de otros colectivos. De tal forma que con el dominio de la corrección política: “Los únicos héroes posibles son las víctimas”
La corrección política arrancó desde la lengua inglesa en la que se podía aplicar una cierta lógica antidiscriminatoria. El primer combate lo descubrimos contra todas las palabras que llevan el prefijo o el afijo man (hombre). El argumento es sencillo, aunque extraño a la clásica perspectiva lingüística: las palabras compuestas con el man presupondrían “género” masculino y por tanto discriminación hacia la mujer. Por tanto, utilizar el término Mankind (humanidad) implicaría discriminar a las mujeres por no incluirlas en la palabra Mankind. Igualmente, la palabra Chairman (presidente) es considerada como “machista” (según algunos presupondría pensar que las mujeres no pueden alcanzar la presidencia) y, por ello, debería ser sustituida por neologismos como Chairperson (persona-silla). El gobierno australiano, notablemente influido por la corrección política, redactó un libro de estilo de las publicaciones oficiales (Hughes, 1994). En el manual se prohibía el uso de palabras como sportsmanship (deportividad), workman (obrero), craftsman (artesano).
El “delito” de estas palabras consistiría en contener el “discriminador” man. Se proponía también, en dicho libro de estilo, la sustitución de statesman (estadista) por el artificioso statesperson (persona-estado). Los argumentos lingüísticos de peso, para los defensores de la corrección política, tal y como que la palabra man es neutra y se refiere tanto a hombres como mujeres, debían subordinarse a la intención política. Tampoco valían argumentos contra la invención de absurdos neologismos: era preferible violentar el lenguaje que aceptar “discriminaciones” lingüísticas. Así, un diccionario inglés inventaba la palabra womyn para sustituir a woman (mujer). Casey Miller, una de las primeras lingüistas autoproclamada no sexista, se quejaba de los “defectos” del inglés pues prácticamente la totalidad de los nombres neutros quedan designados con la forma masculina.
Tampoco valían argumentos contra la invención de absurdos neologismos: era preferible violentar el lenguaje que aceptar “discriminaciones” lingüísticas.
En lengua castellana este fenómeno lingüístico no se produce, pero ello no ha impedido elaborar una doctrina de la corrección política aplicada al castellano. En este caso la “violencia” hacia el lenguaje es más explícita. Se han inventado fórmulas para no usar el neutro, v. gr., la presentación de las cartas: “Queridos/as amigos/as”. Usando argumentos sólo válidos para lenguas como el inglés, se intenta aplicar una corrección política al castellano. Así, los argumentos son excesivamente forzados. Por ejemplo, en la lengua castellana los sustantivos neutros derivados del latín se distribuyeron aleatoriamente entre forma masculina y femenina. El neutro latino del nominativo y acusativo plural, al terminar en “a”, llevó a que muchas palabras en castellano terminasen en “a” (forma femenina) cuando se refieren a lo colectivo, y en “o” (forma masculina) cuando se refieren a lo singular; por ejemplo: leña-leño, banca-banco, etc (Penny, 1993).
Por ejemplo, en la lengua castellana los sustantivos neutros derivados del latín se distribuyeron aleatoriamente entre forma masculina y femenina.
Alguna propuestas de corrección política más radicales, han apoyado que las fórmulas genéricas con forma masculina, tal y como “queridos amigos”, sea sustituida por un nuevo e inventado neutro: “querides amigues”. Otros, más inteligentes, como el profesor y lingüista Álvaro García Meseguer, denuncian lo que denominan “salto semántico”. Se debe, según este lingüista, evitar el uso del genérico con forma masculina (por ejemplo, hombre) pues: “se fomenta así en el subconsciente el fenómeno de identificación de la parte con el todo, el varón con la persona; y como secuela se produce la ocultación de la mujer” (Grijelmo, 1997). La contundencia del argumento no implica que el lenguaje sea sujeto moral y, por tanto, culpable. De hecho, la inaplicabilidad de la argumentación –elaborada para la lengua inglesa- a la lengua castellana, permite que los grados de interiorización de la corrección política sean escasos. Más adelante apuntaremos, aunque sea brevemente, otros factores de esta escasa interiorización que mantiene claramente dos discursos: el colectivo y el individual.
Si atendemos al esquema teórico de Luhamnn, podríamos haber profetizado sociológicamente que las cuestiones de género dejarían paso a otras formas de corrección política. En Estados Unidos, a las cuestiones de género se sumaron rápidamente las raciales. Respecto a la “construcción simbólica” de una denominación no discriminatoria, vemos como el efecto agravio-compensación relatado por Luhmann se vuelve prácticamente interminable. Con el fin de acabar lingüísticamente con el racismo, se propuso a la población norteamericana la sustitución del término gente de color, propio del lenguaje blanco cortés, por el de negroes. Pronto el negroes fue utilizado despectivamente por el resto de la población y se propuso llamarles blacks. Asimismo el término blacks rápidamente fue asimilado como insulto. Para combatir el racismo, se propuso transformarlo en personas de color, para culminar con el actual afroamericano (Hughes, 1994). Consecuencia de esta corrección es que una parte de los americanos blancos, en voz baja, se refieren a las gentes de color como niggers (negro en sentido despectivo).
Para combatir el racismo, se propuso transformarlo en personas de color, para culminar con el actual afroamericano
Y para sorpresa de los más liberales, en los barrios marginales, los negros vuelven a llamarse a sí mismos blacks, como un término identitario y diferenciador. Todo el esfuerzo antidiscriminador hacia los negros generó un agravio en la población india. Por eso, bajo la corrección política, éstos han pasado a llamarse nativos americanos. Por último, el blanco norteamericano tuvo que asumir una nueva denominación políticamente correcta, pasando a llamarse caucásico americano. La posibilidad de alcanzar una ciudadanía universal y democrática, paradójicamente se ha culminado con la fijación semántica de diferentes colectivos. En cierta medida la propuesta de Debray se manifiesta en la corrección política: “Es preciso que las culturas se diferencien para que la civilización pueda seguir universalizándose. El hombre vuelve a totalizarse al fragmentarse” (Debray, 1996).
Pero la consigna de Debray queda interrumpida y la corrección política en Estados Unidos, más que buscar la universalidad, a pesar de las diferencias, parece obstinada en ocultar la relidad a través de la ocultación por el lenguaje. En la Universidad de California se han hecho campañas contra frases como “a nip in the air” (fresco en el aire), pues el término nip es el despectivo de nipón; o contra el uso del término chink (grieta) pues coincide con el despectivo de chino. Trasladado a la lengua castellana, se han lanzado avisos contra frases discriminatorias como: “trabajar como un negro”, “hacer una judiada” o “pasar más hambre que un gitano” o “llorar como una mujer”. Todas ellas se consideran despectivas hacia otros colectivos.
se han lanzado avisos contra frases discriminatorias como: “trabajar como un negro”, “hacer una judiada” o “pasar más hambre que un gitano” o “llorar como una mujer”.
La lógica de esta neolengua es imparable y muchas veces generan contradicciones semánticas más que evidentes. Por ejemplo, los colectivos homosexuales, para evitar una criminalización por parte de la sociedad, recurrieron al uso de la palabra gay. Se rechazaban así otras expresiones consideradas discriminatorias y ofensivas. Pero, etimológicamente hablando, el término gay es profundamente ofensivo, pues ha sido rescatado del argot criminal del siglo XVII y designa la persona que se dedica a “prostituirse o vivir del cuento” (Hughes, 1994). Hoy, sin embargo, el término se utiliza como una expresión políticamente correcta. Igualmente, se ha popularizado el término “homofóbico”, como despectivo hacia los que rechazan a los homosexuales. Pero la palabra “homofobia”, originalmente, se refería a un trastorno patológico sufrido por una obsesión hacia la propia homosexualidad, fruto de reprimir el terror a ser homosexual.
Estos cambios lingüísticos acaban sirviendo a una transformación posmoderna del concepto de ciudadanía. Ya que no se trata tanto de un reconocimiento de universalidad integral, donde la reivindicación de la diferencia se volvería absurda, sino de “status de ciudadanía” (Bovero, 2002). En cierta medida, la construcción simbólica de la corrección política, impide que el sueño Ilustrado de la ciudadanía se culmine.
Pero la palabra “homofobia”, originalmente, se refería a un trastorno patológico sufrido por una obsesión hacia la propia homosexualidad, fruto de reprimir el terror a ser homosexual.
Así, vemos que –tal y como anunciaba Luhmann- los mecanismos de inclusión simbólicos (lingüísticos) nunca satisfacen plenamente y siempre generan la sensación de que la discriminación se perpetúa. Peor aún, cuanto más explícito es el cambio lingüístico, más parece evidenciar la realidad contra la que se deseaba luchar. En Estados Unidos, durante la Administración Carter, se decidió denominar a los paralíticos como “disminuidos físicos”, suponiendo que así se eliminaba la discriminación. El cambio de nombre no les concedió mayor capacidad de movimiento y, como siempre, la nueva terminología pronto quedó desfasada. El término “disminuido físico” pasó a considerarse ofensivo. Ahora los medios y los políticos evitan el término “disminuido” para sustituirlo por “discapacitado”.
https://barraycoa.com/2016/12/09/la-...on-politica-3/
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