Fuente: El Cruzado Español, 29 Noviembre 1929, página 1.



Olvido piadoso



Los papeles de Mella




El periódico ABC nos dio días pasados una noticia que nos dejó perplejos, y que no puede menos de evocarnos unas sencillas consideraciones.

El dueño del inmueble donde vivió el glorioso orador, reclamaba, cargado de razón, las veintiuna mensualidades transcurridas desde el fallecimiento del tribuno, y sus muebles y biblioteca amenazaban verse en una acera del Paseo del Prado, a virtud de desahucio.

ABC abrió una suscripción para evitarlo. La cantidad era corta: tres mil y poco más pesetas.

Éste es el hecho, triste, desconsolador, que da una sensación máxima de abandono a su memoria.

¿Y cómo un hombre, figura cumbre, por tantos conceptos eminente, ídolo, en tiempos, de muchedumbres entusiastas ha podido caer al año y pico de su fallecimiento en tan completo olvido?

Esto no se lo explican muchas gentes. Es, sin embargo, sencillísimo.

Mella fue un hombre eminentemente representativo, y su representación era clara: el verbo del Carlismo. Hasta su obra doctrinal de pensador católico, de filósofo cristiano, va necesariamente unida a eso: a la apología de la Monarquía representada por Carlos VII, a la estructuración de los principios de la Causa carlista, a la crítica y combate del sistema constitucional y de su monarquía revolucionaria y usurpadora, como él decía tanto. Quitar esa nota de la actuación de Mella, era anular su figura. Por eso el ocaso de su vida fue triste.

Separado de la Comunión legitimista, su personalidad se anuló. Aunque lo intentó, no consiguió ni un acta de diputado, el acta que con tanta facilidad obtenía el yerno de cualquier subsecretario. De vez en cuando, un grupo de señoras católicas le llevaba al salón de las damas catequistas, y aún su verbo incomparable refulgía majestuoso, pero le faltaba el calor de lo suyo, de las masas entusiastas. No representaba ya nada. Los que fuimos sus amigos políticos, recordamos con pena sus últimos años de decadencia y abandono.

Mella se vio muy pronto abandonado por los que en 1919 le instaron a separarse del Carlismo por una cuestión de discrepancia en sentimentalismos internacionales con el augusto Hijo de Carlos VII, cuestión a la que quisieron dar aire de infracción de esencias fundamentales.

Él era incapaz de buscar posiciones utilitarias, y quedó en su casa, pobre, solitario y desengañado. Yo, que alguna vez iba por ella, podría contar algo de los juicios que le merecían los que con él se rasgaron las vestiduras del puritanismo tradicionalista para abandonarle a los pocos meses pobre, enfermo y arrinconado.


* * *



Tiempos después, aún se preguntaban algunos: pero ¿y los qué iban a formar, siguiendo al maestro, el gran partido tradicionalista puro, quedándose con la doctrina que abandonaba el Príncipe?

¡Ah! Esos andaban muy distraídos; los unos en continuo pirueteo en busca de la jamás lograda poltrona ministerial; los otros, más modestos, posesionados de gobiernos civiles de tercera clase como miembros de la U. P. [Nota mía. Unión Patriótica, partido único del General Primo de Rivera], sin duda por entender que en esta entidad o en aquellas aspiraciones se habían refugiado las legitimidades de ejercicio, que un día perdió el Sucesor de Carlos V, Carlos VI y Carlos VII.

Al abandono en vida ha seguido el abandono a su memoria. Era natural. ¡Ya no les servía de nada!

Para el Mella grande, verbo incomparable de la Tradición española, tengamos nosotros, con ocasión de este episodio, un renovado recuerdo de admiración y cariño. Olvidémosle también nosotros sus últimos y tristes años, porque éste será un olvido piadoso.



El Conde de Rodezno.