Fuente: El Pensamiento Navarro, 18 de Diciembre de 1969, página 8.
DE LAS TIERRAS DEL SUR (I)
José María Alvear Abaurrea, el Jefe de Córdoba
Con bandera rojigualda en diciembre del 31.– Una bofetada sonora.– 20.000 entradas para un mitin provocaron su suspensión.– Y dijo Guerrita: «La República es una esaborición».
Escribe Manuel FAL CONDE
Don Manuel Fal Conde cumple lo prometido. Iniciamos hoy una serie de artículos históricos sobre la brava presencia del Carlismo andaluz en aquel berenjenal hirsuto y malencarado de la II República.
No se trata de ensayos doctrinales, sino de rememoraciones anecdóticas, perfiles biográficos y narraciones a la de Dios ampare, con ángel y “kozkor”. (Para los lectores andaluces, digamos que “kozkor” es lo que tienen cuantos tienen lo que hay que tener).
Don Manuel había programado una publicación distanciada, semana a semana, pero nos va a perdonar si en este punto no seguimos su consejo. Y ello, por dos razones: porque acabamos de leer los trabajos y no somos capaces de hacer esperar a los lectores, y porque el domingo celebran nuestros jóvenes su día anual. Don Manuel, que siempre fue joven y amigo de los jóvenes, va a comprenderlo. Estamos seguros.
Si de paso logramos una “propinilla”, mejor que mejor…
* * *
El advenimiento de la República –aborto del 14 de abril– fue recibido en Andalucía con apretado ceño. No iban a faltar, claro está, elementos conservadores, medrosos, transaccionistas –residuos de la Monarquía liberal– que se aprestaran a su reconocimiento, colaboración, adhesionismo… el afeitado de los cuernos socialistas del marrajo. Pero la quema de los conventos había sido un clarín que invitara a los mozos “al toro por los cuernos”.
Al sano pueblo no persuadieron las farisaicas prédicas del acatamiento, vías legales y mal menor. Y desde los grupos guardianes de los conventos hasta la aparición de los requetés uniformados, instruidos y en pie de resistencia activa en Quintillo, va un proceso instructivo y formador, cuyo mérito pertenece a un grupo de jóvenes que bien pronto el Rey Alfonso Carlos –el anciano venerable entusiasta admirador de la juventud carlista– había de distinguir y enaltecer.
Doble es la vertiente de este renacer carlista andaluz: la instrucción doctrinal en lo que va consiguiendo en prensa y círculos de estudio, y la cohesión de voluntades, temperamentos y caracteres en una verdadera milicia.
Desde los primeros días de esta propaganda y defensa contábamos con José María de Alvear y Abaurrea, primogénito del insigne patriarca del Carlismo andaluz, el nobilísimo Conde de la Cortina. Trasunto en ideales, virtudes, justicia y caridad inmensas con sus trabajadores y con los pobres del amadísimo Montilla, había constituido, aún joven, una familia, bien pronto supernumerosa y siempre noble y digna.
Como había sido de generosa y abnegada su vida de ideales, fue su inmolación en la muerte. En empresa extremadamente audaz, a la que él concurrió solamente por sentido altísimo y heroico de la caballerosidad, un gesto estupendo de valor y dignidad, le ocasionó la muerte. Los días 31 de julio, en memoria de aquél del 1936 en Navalperal de Pinares, tendrán siempre para nosotros enlutado crespón.
SUSPENSIONES… Y 20.000 ENTRADAS
Desde primeros de diciembre de 1931 en que empezaron nuestros mítines con Lamamié de Clairac, hasta el aniversario de “La Niña”, a cuya época nos vamos a referir, Andalucía Occidental, que constituía una región carlista –y sin mengua de lo que por su lado también movía la Oriental–, hizo oír la voz de la Tradición en las cuatro capitales y en todos los pueblos importantes.
“El Siglo Futuro” informaba del verdadero alarde de organización que significó el que el mitin magno anunciado –y de antemano presagiado con el éxito– para la plaza de toros de Sevilla, como final de la campaña de dos semanas de propaganda simultánea de las cuatro provincias, suspendido, no hay que decir que arbitrariamente, por el gobernador, fuera en tres fechas trasladado a la plaza de toros de Córdoba.
Jefe provincial, José María Alvear; local, Javier Larru; colaborador destacado, José María García Verde.
Cuando la noche anterior de ese domingo 3 de abril de 1932 el otro poncio suspendió el mitin –detrás de cortinas siempre el Ministerio de la Gobernación– había distribuidas más de 20.000 entradas como informaba el mismo “Siglo Futuro”.
Se pudo suspender el tren especial contratado desde Sevilla pero no el vagón especial reservado en el exprés de Madrid, los autobuses y vagones del rápido Cádiz-Madrid tomados desde Jerez y Cádiz.
AQUELLA BOFETADA…
Aquella mañana, pese al tiempo desapacible, Córdoba bullía en fuego carlista: De la campiña, de la sierra, llegaban autobuses sin cesar que paraban ante la plaza de toros. De Madrid había llegado la expedición del exprés que, como la de autobuses, organizara el inolvidable Aurelio González de Gregorio. Ortiz Estrada había de informar en una buena crónica en la que denunciaba las insolencias de mozalbetes y gente republicano-socialista durante el trayecto.
El tembloroso gobernador cerró el Círculo Tradicionalista de calle Gondomar por presión de los diputados ácratas Bruno Alonso y Margarita Nelken, que la tarde del sábado dieron una conferencia a las paredes y sillas de un pequeño salón.
La multitud aglomerada en los alrededores de la plaza se dirigió, ordenadamente, hacia la estación del ferrocarril, próxima la llegada del rápido de Sevilla que, en sustitución del tren especial, transportaba a sevillanos, gaditanos y jerezanos insumisos a la suspensión.
El andén, las entrevías y la plaza exterior estaban atestados.
Por entre la multitud se filtraron los diputados socialistas y el grupo de sus admiradores, pues que aquéllos marchaban en ese tren a Madrid. La llegada del convoy, con tantas ventanillas llenas de carlistas, provocó los primeros vivas. Aquellos “Viva España” que tanto irritaban a los gobernantes del paraíso republicano. (Años después habíamos de volver a padecer el rebrote de esa misma malquerencia al inveterado vítor).
Bruno Alonso, ya en la plataforma del vagón, sacó la pistola. La Nelken, más “caballerosa”, se la sujetó para que no disparara y le arrastró hacia dentro del vagón. Pero un diputado republicano cordobés, cuyo nombre no tengo ganas de recordar, lanzó un viva la República que de parte del público que abarrotaba los andenes causó cien vivas a España y al Rey, y de parte de nuestro José María Alvear –corpulento, fuerte, intrépido– mereció en la carota del estúpido provocador, tan soberbia bofetada que le derribó bajo el andén, entre vías.
¡Cuántas humoradas, cuántas gratas exaltaciones, mereció los años siguientes, en especial en la cárcel los días que pasamos juntos, aquella sonora, contundente, solemne bofetada!
CON BANDERA ROJIGUALDA
En medio de los enardecedores gritos de nuestro trilema, un joven –¿de Madrid? ¿de Jerez?– que no he podido identificar, enarboló airosamente una gran bandera española, la gloriosa roja y gualda que habían proscrito como símbolo monárquico.
Con su presidencia se organizó la manifestación hacia el paseo del Gran Capitán, en el que en el Hotel Simón se hospedaban nuestros diputados y oradores.
Córdoba recibió la manifestación con aclamaciones de todo el vecindario. Desde los balcones rebosantes se contestaban nuestros vivas, y en algunos aparecieron colgaduras bicolor.
Sobre la manifestación, volaron dos avionetas que tampoco habían recibido noticia de la suspensión del mitin y venían a honrarlo volando sobre la plaza de toros. Al poco, en su discurso, Jaime Chicharro haría una cálida alabanza de los hermanos Ansaldo, que eran los dos pilotos de las avionetas, en una de las que venía el sin igual Manolo González Quevedo, organizador de ese gesto maravilloso.
Don Francisco Contreras, de Jerez, había de decir que era la primera vez que, bajo la República, se ostentaba en público la gloriosa bandera de nuestra Patria.
LA FRASE DE “GUERRITA”
Aquellos magníficos organizadores habían preparado tres banquetes en distintos hoteles para la salida del frustrado mitin. Éstos se celebraron, corriéndose la consigna de que a la terminación se acudiera al Regina a los discursos o brindis.
Hablaron Rodezno, Martín de Asúa, Chicharro, Lamamié de Clairac y Esteban Bilbao. Durante su discurso, un comisario de Policía le interrumpió comunicando la suspensión gubernativa y la detención de los oradores y organizadores.
Quedamos detenidos los oradores –callando los diputados, Rodezno y Lamamié, su inmunidad–, Alvear y yo.
Estábamos en un despacho del Gobierno Civil. Por la calle circulaban grupos y grupos, y se daban palos a granel con los de la Casa del Pueblo, que no habían cesado de provocar a nuestros amigos que, bien hacían turismo en la ciudad, bien con los cordobeses pedían nuestra libertad.
A media tarde recibimos una visita sensacional. El califa de la torería de todos los tiempos, que ya sabíamos tenía entrada preferente para el mitin, Rafael Guerra “Guerrita”. Capa parda con ricos broches, camisa de pechera rizada, sombrero cordobés negro y sus eternas patillas.
La conversación, los comentarios transcurrían sobre el abuso de autoridad habido. El Guerra era de pocas palabras. Menos allí, entre personas para él desconocidas. Por fin, en un silencio de todos, el maestro abrió su boca:
“La verdad es, pronunció, que la República es una esaborición”.
TRES RETOS
El recibimiento a la República en Andalucía quedó cifrado antes de su primer aniversario con estos tres vigorosos vetos:
La solemne bofetada por un noble caballero.
La ostensión de la bandera nacional por un requeté anónimo.
Y la condenación inapelable del rey de la torería, maldición fulminante del “ánge” andaluz: ¡¡esaboría!!
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