Fuente: Siempre, Número 7, Agosto-Septiembre 1958, página 3.
PUNTOS SOBRE LAS ÍES
Lo del Castillo de Chambord y Don Elías
Por Ignacio Romero Raizábal
El pleito del famoso Castillo de Chambord, se desorbita con frecuencia y sobre bases falsas. En una crónica, en la que «se meten conmigo», después de dedicármela en unión de Antonio M.ª Solís y «todos los engañados», que me viene señalada con dos flechas a lápiz azul en el ejemplar que he recibido por correo, en sobre cerrado. Que se titula, nada menos, que «Esto es la verdad», en letras gordas, como macarrones. Pero que, como no lo es, tiene la culpa de estas líneas, cuyo fin es dejar las cosas en su punto sin ánimo de discusión y con una indudable buena fe.
Copio a la letra los argumentos básicos, en los que no se dice la verdad:
«1.º – Terminada la guerra 1914-18, Don Sixto y Don Xavier pretenden arrebatar y desposeer a su hermanastro mayor Don Elías el castillo de Chambord… Don Elías lo heredó de su padre Don Roberto.
2.º – Argumentación de Don Sixto y de Don Xavier ante el tribunal francés:
El castillo de Chambord es un símbolo; no puede estar en posesión de nuestro hermanastro mayor Don Elías porque es un traidor a nuestra Patria, Francia, porque en esta guerra ha luchado en un ejército enemigo, el austro-húngaro».
Y la verdad no es ésa, lisa y llana, ni muchísimo menos; Don Elías no había heredado Chambord de su padre. A la muerte de Don Roberto quedó Chambord pro-indiviso entre los veinte herederos, hijas e hijos, del Infante de España veterano de la guerra carlista y cuñado de Carlos VII. Mas he aquí que un juicio del Tribunal de Viena entregó al Príncipe Elías el Castillo de Chambord y la mitad de toda la herencia, dejando a los otros diez y nueve hermanos menos de la mitad. Fallo que iba, por cierto, contra la ley francesa, que no admitía mayorazgos.
A todo esto, el Gobierno francés había secuestrado Chambord y toda la propiedad durante la guerra europea, con el pretexto de ser el propietario un oficial de Austria y, por tanto, enemigo. Don Elías, en efecto, era oficial austriaco. Exactamente igual, entre paréntesis, que sus hermanastros el actual Gran Duque de Luxemburgo y Don Renato. (Y no hablemos de Doña Zita, que fue la Emperatriz del Imperio). Pero como Don Sixto y Don Javier eran, en cambio, oficiales del ejército belga, no del de Francia, y por ende aliados en lugar de enemigos, pusieron pleito al Gobierno francés para conservar en la Familia el maravilloso Castillo.
Y ganaron el pleito en primera instancia. Pero después de diez y ocho años de seguir pleiteando, el Gobierno de la República Francesa llegó a un acuerdo con el Príncipe Elías, le entregó la irrisoria cantidad de doce millones de francos, y lanzó una ley de utilidad pública confiscando el Castillo Real de Chambord y su propiedad.
«Esto es la verdad» sobre el famoso pleito del famosísimo Palacio de Chambord. Pero como también se está desorbitando la personalidad del Príncipe Elías, en un intento malintencionado por desacreditar a su egregio hermanastro Don Francisco Javier Carlos de Borbón-Parma y de Braganza, y no sólo por elementos liberales franceses y españoles, me parece, más que oportuno, necesario, traer a colación algunos textos que pertenecen a la historia, aunque me duela y lo lamente.
Mas no lo haré por cuenta propia. Sino copiando textualmente de la página 98 de la obra «¿Quién es el Rey?», de Fernando Polo, publicada en Madrid el año 1949. Copio:
«Su alteza real el Infante Don Roberto, contrajo dos matrimonios: el uno con su prima la Infanta Doña María Pía de Borbón-Nápoles, y el segundo con su alteza real, la Infanta de Portugal, Doña María Antonia de Braganza y Löwenstein-Rosenberg, hermana de su majestad la reina Doña María de las Nieves (q.e.g.e.).
En cuanto a la sucesión, el primer matrimonio de Don Roberto fue muy desgraciado: los onces hijos que de él nacieron, resultaron anormales, a excepción de Doña María, esposa de Fernando de Coburgo, Zar de Bulgaria, recientemente muerto, y madre del fallecido Boris III y del asesinado Príncipe Regente Cirilo, que era católico.
Los demás vivieron apartados del trato social; cinco murieron en la infancia, y solamente aquél en quien los síntomas de la incapacidad eran menores, Elías, contrajo matrimonio (con la Archiduquesa María Ana de Habsburgo-Lorena), y de los dos hijos varones que ha tenido, en los que parece repetirse las circunstancias de su padre, ha muerto el Príncipe Francisco Alonso, soltero, y vive, también soltero, el Príncipe Roberto (…).
Ahora bien; habiendo este príncipe casado con una sobrina de la Archiduquesa Doña María Cristina, madre de Don Alfonso de Borbón y Habsburgo, entrado en tratos inconvenientes con la Familia Real liberal, acabó por reconocer al antirrey Alfonso XIII, siéndole devuelta la nacionalidad española y la categoría de Infante, que en derecho liberal había perdido, así como legítimamente perdió estas calidades a partir de este momento, (…); eso, sin tener en cuenta su incapacidad personal, que tal vez explique la razón de la sinrazón de sus actos (…)».
Me dice Don Javier en una carta reciente, en la que trata de refilón de cosas parecidas a éstas, que los enemigos suyos y de su Casa suelen utilizar «armas feas y muchas mentiras». «Estoy acostumbrado –me asegura– a la guerra personalista, tanto en España como aquí (en Francia), con mayor violencia». Y la conclusión que deduce es magnífica: «Pero ¡no importa! –agrega– y como lo cortés no quita lo valiente, la caballerosidad nos impone decir la verdad sin ofensas a nadie y seguir nuestro camino».
Que es, con exactitud, lo que ambiciono en esta crónica sobre el Castillo de Chambord y el Príncipe Elías.
Fuente: Siempre, Número 11, Febrero-Marzo 1959, página 4.
LOS MONARCAS CARLISTAS Y EL TRONO DE FRANCIA
Por Ignacio Romero Raizábal
El pleito archifamoso del famosísimo Castillo de Chambord, pone sobre el tapete otro pleito, también digno de fama: el del trono francés. Porque así como el Conde de Chambord dejó el histórico palacio al Duque de Parma, Don Roberto, su sobrino carnal, hizo heredero del Trono de San Luis a otro sobrino carnal suyo también, a Carlos VII. Y he aquí cómo la gloria de la cristianísima Francia, en sus símbolos máximos, vino a caer sobre la gloria del Carlismo en los dos únicos Borbones españoles, cuyas Casas han conservado la Legitimidad como un fuego sagrado.
El pleito del Castillo acabamos de ver, en una crónica reciente, cómo lo ha yugulado, de momento, el Gobierno de la República francesa. Pero el que atañe al trono de Francia, es otro cantar. Y de falsificación muy difícil.
Enrique V, el Conde de Chambord, fue, más que un hombre, aun siendo un Hombre con mayúscula, un símbolo. El símbolo viviente del honor y de la realeza. Encarnó la legitimidad. «El hijo del milagro», como le llamarían al nacer, fue el milagro hecho carne de la idea monárquica. En una época monárquica-latina de apostasías y de claudicaciones. De viejas deslealtades y naciente liberalismo. Por lo que es natural que el Conde de Chambord, sin descendencia ineludible, se fijase en Don Carlos y en Don Roberto al nombrar herederos.
Treinta y seis años de rotunda esperanza tiene Don Carlos cuando muere su tío. Aún vive Doña Margarita. La película heroica queda atrás, con el recuerdo inmarcesible de la Corte de Estella. Y su deambular por distintos países europeos y americanos. Y su participación en una guerra extraña, la turco-rusa, –como después su hijo Don Jaime en la ruso-japonesa, y su sobrino Don Javier en las dos europeas–, en la que se distingue por su valor en el ejército búlgaro, especialmente en una carga de Caballería en la batalla de Piewna.
Don Carlos VII fue un español a ultranza. Cuando presidió el duelo del Conde de Chambord con Don Alfonso Carlos, a pesar de las pretensiones del Conde de París, hacía ya diez años que había escrito una carta admirable que publica Melgar en su «Pequeña Historia de las Guerras Carlistas», en la que dice: «Nos han robado la corona, nos han robado nuestros bienes patrimoniales (…), pero sólo Dios puede arrebatarnos con la memoria o con la vida el recuerdo de la patria y de sus sacrificios por corresponder a los nuestros». Pues a pesar de su acérrimo españolismo, pese al ambiente hostil de que le rodeó su madre en la niñez cuyo relato pasma y sobrecoge al leer su «Diario y Memorias», Carlos VII mantuvo siempre enhiesta su pretensión al trono de Francia.
Diez y seis años antes de esta herencia, y antes también de la guerra carlista, el 16 de octubre de 1868, al adoptar el título de Duque de Madrid, escribía desde París a su Consejo, a la vez que les comunicaba la abdicación de su padre Don Juan, en un solemne documento que trae Melchor Ferrer en su «Historia del Tradicionalismo»: «Entiendo asimismo mantener (…) todos mis derechos al Trono de España y los eventuales de Francia, si la rama primogénita representada hoy por mi augusto tío Enrique V (q. D. g.) llegare a extinguirse, así como todos los demás derechos de mi familia en lo presente y en lo futuro».
Don Jaime de Borbón también mantuvo siempre esos mismos derechos, que heredó de su padre con el Castillo de Frohsdorf y la correspondencia y el archivo de Enrique V. Igual que Don Alfonso Carlos quien, como su sobrino, era conocido en Francia por sus leales como Duque de Anjou.
«Jefe de todas las ramas de la Casa de Borbón –dice Melgar en su «Don Jaime, el príncipe caballero»– tenía el doble deber de velar por la conservación de la idea monárquica legítima en Francia y en España; en Francia, cuna de su raza, donde, aunque de modo platónico, había de protestar contra la usurpación de los Orleans (…)».
Líneas más adelante agrega que «Don Jaime no quiso hacer nunca acto oficial de Pretendiente al trono de Francia». Y la razón: «lo cual le hubiera valido inmediatamente un inútil decreto de expulsión por parte de las autoridades republicanas». Pero añade que «tuvo cuidado en reiteradas ocasiones de afirmar que la rama primogénita de los Borbones reservaba sus derechos históricos al trono, protestando contra las falsas interpretaciones que algunos Orleans, primero, y más tarde la «Action Française», pretendían dar al Tratado de Utrecht».
Es curioso. El carlismo, pueblo español por excelencia, aristocracia del patriotismo nacional, nunca tuvo simpatía por Francia. Es más, durante la primera guerra europea fue decididamente, rabiosa y casi totalmente germanófilo. Sus reyes, sin embargo, con excepción de Don Alfonso Carlos, se distinguen por una franca francofilia. Y a partir de la muerte del Conde de Chambord, al que heredan Don Carlos y su cuñado y primo Don Roberto ante el chasco y maniobras del Conde de París y de todos los Orleans, son los Reyes carlistas los Pretendientes del legitimismo francés al Trono de San Luis.
¡Sí que es curioso! Como también lo es –y ejemplar y admirable– ese grupo de legitimistas franceses a la vez que franceses legítimos, que se llama «Blancos de España». Patriotas de verdad, flor y cogollo de aristocracia auténtica, que dan el tratamiento de Majestad a nuestros Reyes. Y que cuando las luchas e intentonas carlistas, y en nuestra guerra de Liberación, nos han traído el esfuerzo generoso y desinteresado de su colaboración personal y de su dinero, e incluso de su sangre, como si fueran españoles de la mejor estirpe.
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