Fuente: El Pensamiento Navarro, 18 de Diciembre de 1969, página 8.
De la leyenda negra del Carlismo
LOS SUICIDAS
Por Ignacio ROMERO RAIZÁBAL
Es impresionantísima una ilustración de la “Historia de la Guerra Civil” de Pirala. En la página 570 del tercer tomo de la edición de 1891, nos refiere una escena escalofriante. “Cuando los fugitivos carlistas se hallaban en los últimos límites del suelo español…”, al medio año de los tejemanejes con tufillo masónico que culminaron en Vergara.
“Aquel momento fue terrible, imponente, sublime”, se emociona Pirala en léxico de folletín equivalente a los seriales de hoy. Y nos explica cómo el Tigre del Maestrazgo llora, lo mismo que su dura hueste, y cómo algunos, se suicidan. Que es lo que recoge la lámina en color, reproduciendo una litografía de Alaminos sobre la “Entrada de Cabrera y su Ejército en Francia”.
Y nos sigue explicando que “se arrodillan unos invocando a Dios no les permita abandonar su querida patria, y se destrozan el cráneo con un tiro o se atraviesan de una estocada”. Y cómo “¡¡dos aragoneses se suplican la muerte como última prueba de amistad, calan ambos la bayoneta, y al mutuo empuje, caen víctimas!!”.
Estas escenas repugnantes son las que ocupan el primer plano y al fondo, en su alazán y con su blanca boina como la que luce nuestra Princesa Irene en público, casi de espaldas, el héroe se aleja entre un bosque de fusiles leales.
El historiador se entusiasma. “Aquellos hombres –dice– que así despreciaban la vida, ¿qué enemigos les hubieran intimidado? ¡Cuán poco les conocían los que les llamaban cobardes! No; eran españoles; y Espartero, su primer enemigo, les llamó valientes, y (…) por eso quería más el vencedor de los carlistas atraerlos que vencerlos”. Olvidando que Espartero les acababa de llamar “asesinos y ladrones” poco antes de lo de Vergara. Y es que Pirala, al que Don Carlos VII facilitaría en Venecia tan abundante documentación, de cuyo paradero durante la República creo que supo algo don Esteban Bilbao, no caló en el alma carlista.
Además de su historia, tiene el Carlismo –¿cómo no?– su leyenda. Una leyenda negra tejida por sus adversarios de todos los colores, como es lógico y de precepto. La incómoda e higiénica actitud de la Comunión –a la vez que viril– durante una centuria larga de equivocaciones patrióticas, contra y en frente del poder oficial (que fue el motivo de que superviviera bajo y sobre desastres y traiciones de cualquier índole y malicia), había que exagerarla con monstruosidades. Porque es bien cierto que el golpe de sartén no mata, pero tizna. Y así, aunque no lograsen darle tierra sus enemigos, ya que no le pudieron matar, les fue posible entretejer una repulsiva Leyenda Negra que le deforma y desfigura. Vendría muy a cuento decir algo, aun cuando fuese a la ligera, sobre los calumniados y famosos pistoleros carlistas. Y no digamos sobre las escisiones.
Pero esta vez hemos de limitarnos a los suicidas por desesperación. Tema, por cierto, del que sólo nos consta, con unas cuantas generaciones de retraso, lo que nos cuenta a su modo Pirala, el historiador liberal de la primera guerra civil, que no pudo o no quiso entender la razón y postura del Carlismo en toda su grandeza patriótica.
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