«Voxecita» por Juan Manuel
de Prada para el periódico ABC, artículo publicado el 12/I/2018.
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Para ponderar en su justa medida el valor del pacto suscrito por los peperos y los pipiolos
de Vox no hay más que reparar en la condescendencia socarrona
de Maroto:
-Hemos dejado el caballo y la Reconquista para el debate
de café.
He aquí el más brillante y malévolo resumen
de este nuevo «parto
de los montes», que los medios sistémicos, «infundiendo pavor a los mortales», nos hicieron creer que alumbraría «los abortos más fatales». Pero aquellas negociaciones finalmente parieron un ratoncillo que los naranjitos se han apresurado a tildar despectivamente (y con razón)
de «papel mojado»; y que los peperos justifican ante los amigos y entre burlas hirientes como la pantomima que se hace en honor
de un hijo tonto, para mantenerlo engañado. A los negociadores
de Vox, en fin, se les podría aplicar la célebre moraleja
de Samaniego: «Hay autores que en voces misteriosas, / estilo fanfarrón y campanudo, / nos anuncian ideas portentosas; / pero suele a menudo / ser el gran parto
de su pensamiento, / después
de tanto ruido, sólo viento». Para comprobar que Vox, después
de tanto ruido, sólo logró viento, no hay más que leer las reacciones mohínas
de sus seguidores tuiteros, que un amigo me remitió a las pocas horas. Después
de leer estos tuits alicaídos, hice la prueba del algodón y escuché la exultación
de los gurús radiofónicos
de lo que Vox llama la «derechita cobarde», encantadísimos todos
de que los pipiolos se hubiesen bajado del caballo, renunciado a la Reconquista y conformado con las cuatro migajas que los peperos les habían arrojado. ¡El algodón no engaña!
Este batacazo
de Vox será justificado por sus adeptos como una muestra
de inexperiencia. A mí, honestamente, más bien me parece el suflé típico del pichabravismo, consistente en alardear y bravuconear mucho en los preliminares para, finalmente, una vez metidos en harina, rematar con un gatillazo. Mucho más honesto hubiese sido que, desde el principio, Vox hubiese aclarado que permitiría con su voto formar gobierno a la amalgama
de «derechita cobarde» y «veleta naranja» que tanto ha denostado, para empezar a denunciar sus apaños desde el primer día en que tomasen posesión
de sus poltronas. Pero, ya que exigió negociar condiciones para conceder su voto a ese gobierno
de la «derechita corbarde» y
de la «veleta naranja», Vox tendría que haber defendido con inteligencia sus exigencias (con la misma inteligencia que los nacionalistas vascos, por ejemplo, emplean para defender sus intereses), sabiendo que la llave
de la gobernabilidad era suya. Pero, después
de retratarse como unos fanfarrones, en Vox entregaron la primogenitura por un plato
de lentejas que, además, no van a comerse; lo que, en verdad, es el papel más chusco que uno imaginarse pueda.
Tras enviarme los tuits mohínos
de los seguidores
de Vox, mi amigo me llamó exultante (tanto o más que los gurús
de la «derechita cobarde»), para decirme:
-Hoy es un día histórico para la democracia. Vox ha desempeñado maravillosamente la función
de «control
de daños» que el sistema le ha asignado, actuando como coche escoba encargado
de recoger a los rezagados
de la derechita enfurruñada y
de conducirlos hacia la casa común del centro derecha. Y ha rematado esta magnífica labor abrazando al fin el consenso, comprendiendo que para participar del juego democrático hay que hacer concesiones en los principios. ¡Y todo esto a cambio
de nada! Ni siquiera Podemos se había mostrado tan dúctil y solícito. A Podemos, desde hace mucho tiempo, se le llama Pudimos. A Vox, desde hoy, lo llamaré Voxecita.
Huelga añadir que mi amigo es casi tan malévolo y socarrón como Maroto.
https://www.abc.es/opinion/abci-voxe...9_noticia.html.
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