Entremos ahora en el propio Concordato de 1953. Según dijo el General Franco en su mensaje a las Cortes, el Gobierno que él ha presidido ha tendido a la «restauración de la Unidad Católica de la Nación, base secular, firme e insustituible de la Unidad política de las tierras y de los hombres de España». Es decir, que, según Franco, el Gobierno que preside iba en este Convenio o Concordato a establecer fijamente la Unidad Religiosa.
Para ello se hace constar en el Art. 1º del Concordato lo siguiente: «La Religión Católica, Apostólica, Romana, sigue siendo la única de la Nación española, y gozará de los derechos y de las prerrogativas que le corresponden en conformidad con la Ley Divina y el Derecho canónico».
Confrontemos ahora este Art. con el primero del Concordato de 1851; Concordato que, según dijo Franco a las Cortes, “vino a establecer una tregua entre la Monarquía liberal y la Santa Sede Apostólica”. Dice así el artículo: «La Religión Católica, Apostólica, Romana, que, con exclusión de cualquier otro culto, continúa siendo la única de la Nación española, se conservará siempre en los dominios de S. M. católica, con todos los derechos y prerrogativas de que debe gozar según la Ley de Dios, y lo dispuesto por los Sagrados Cánones».
La sola comparación entre los dos artículos 1º, de los Concordatos de 1851 y 1953, evidencia con qué fantasía, con qué exageración, se han lanzado al viento las trompetas, como ocurre en todo cuanto viene sucediendo en nuestro país; en sus mínimas cosas, que las transformamos en trascendentales y universales; algo así como transformar a España en el “Pequeño Mundo del Señor Feliciano”, la película francesa de Fernandel. Y al mismo tiempo se demuestra que la tan cacareada Unidad Católica en España no es tal Unidad.
Falta lo que supieron poner los liberales isabelinos: «Con exclusión de cualquier otro culto»
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