El Rifle y la Biblia
Así somos cuando nos roban la humildad y el reconocimiento de que hay cosas superiores a nuestra
voluntad e individualidad. Por eso se juraba siempre ante un Crucifijo y no ante un Pantocrator.
El rifle y la Biblia es una película dirigida por Stuart Millar y fue protagonizada por John Wayne y Katharine Hepburn, en 1975. No es precisamente una de las mejores interpretaciones de sendos actores, aunque contiene algunas frases memorables que compensan la inversión. El caso es que la trama va de un ex sheriff veterano y borrachuzo (Wayne) que deposita toda su confianza en su rifle. Y le toca viajar con una puritana evangelista (Hepburn), cuya fuerza es la fe en la Biblia. La cosa no da para más, aunque el símil nos recuerda la polémica medieval sobre la doctrina de las dos espadas, o sea la relación entre el poder espiritual y el temporal. Pero ahora -y aquí viene lo difícil- tengo que intentar hilar esta extraña introducción con alguna cuestión de actualidad. Vamos allá.
Cuando alguien jura (o promete, vaya cosa pues parece que no se fía ni de sí mismo) un cargo de esa magnitud, pone por testigo a alguien superior.
En esta España secularizada y casi carente de referentes religiosos, toda la prensa destacó que Pedro Sánchez prometiera sin Biblia ni Crucifijo su cargo, el segundo más importante en rango en el Estado. Es la primera vez que se hace en la historia de esta democracia esta posesión sin ninguna referencia religiosa. Uno puede creer o no en Dios, ser más o menos licencioso sobre qué relaciones deben existir entre la Iglesia y el Estado, pero uno no puede dejar de lado ciertas obviedades. Que la Religión y la política se han interrelacionado siempre, esto lo sabemos desde el principio de la humanidad; y que cortar de tajo esta relación siempre acaba teniendo consecuencias. Si no, que se lo digan a Maria Antonieta.
Cuando alguien jura (o promete, vaya cosa pues parece que no se fía ni de sí mismo) un cargo de esa magnitud, pone por testigo a alguien superior. De ahí la presencia de la Biblia y el Crucifijo. En caso que el mandatario no reconozca a nadie más por encima de sí mismo que su propia conciencia, es bastante absurdo. Porque significa que necesita vigilarse a sí mismo ya que su conciencia no se fía de él ni él de su conciencia. Alguno podrá argumentar que Pedro Sánchez prometió -prometer deriva de lo que se dice antes de salir, no antes de entrar, en este caso en la Moncloa- ante el jefe del Estado como representación de una autoridad superior a la suya. Pero esto nos lía la troca más si cabe. Según la Constitución el jefe de Estado “no es responsable de sus actos”. Con otras palabras, la máxima autoridad es “irresponsable”, por tanto no autoridad.
Por ello, hay que preguntarse con cierta angustia, entonces el poder (que no autoridad) de Sánchez y Felipe de Borbón ¿en qué se sustentan? ¡Ah, Claro! En la Constitución, que es un texto vivo que contiene en sí mismo los mecanismos para reformarse: y un día puede rechazar el principio de autodeterminación y otro aceptarlo; o un día puede definir que España es una monarquía y otro que es un República. Todo depende del redactor de la Constitución, que misteriosamente es un “pueblo” que perdura en el tiempo cambiando de voluntad, al igual que siempre tendrá oráculos que la interpreten.
Don Felipe no puede quejarse. El mismo dinamitó su autoridad cuando decidió -o alguien decidió por él- que el juramento de la Corona (en España no hay protocolo de acto de Coronación) se realizara como un acto laico y no religioso.
Volviendo al tema, si algo de utilidad tiene la monarquía en España es que, dado nuestro carácter anárquico, es un principio y símbolo de unidad, aunque no puede ser el único. Por eso incluso algunos ateos inteligentes han reconocido el papel cohesionador de la religión. La actual dinastía, cuya única función es representar simbólicamente la unidad de España, está lanzando todo su capital simbólico por la borda por culpa de la divorciada con la que se casó Don Felipe. Una señora que pretende emular a Grace Kelly, la fallecida reina de Mónaco, pero con un alma que es profundamente republicana y de la que sólo germina la discordia y separación (y a la prensa rosa me atengo).
Pero Don Felipe no puede quejarse. El mismo dinamitó su autoridad cuando decidió -o alguien decidió por él- que el juramento de la Corona (en España no hay protocolo de acto de Coronación) se realizara como un acto laico y no religioso. Se consagraba así las raíces definitivas de la laicidad del Estado y que la única autoridad es una voluble y misteriosa voluntad general que cada cuatro años le da por expresarse. Pedro Sánchez sólo ha sido un continuador de una trasmutación -nos atreveríamos a decir- metafísica de la esencia de España. ¿Por qué nos sorprende entonces que la Patria se esté disgregando? ¿Qué principio unitivo la sustenta? ¿Una Agencia tributaria, la Dirección General de tráfico o la comisaría que expide el DNI?
España para bien o para mal debe ser una monarquía, y de las de verdad, porque sino cada español se convierte en un reyezuelo y su conciencia en la reina consorte. Y cuando en el nombre del “pueblo” hemos querido hacer cada uno nuestra santa voluntad, la cosa ha acabado en tragedia. Dos repúblicas hemos tenido y las dos han acabado a tiros. Claro, cuando la Biblia no es tomada en serio como fundamento de principios perennes, entonces todo es discutible y los españoles sacamos el rifle, a ver quién lo tiene más grande. Así somos cuando nos roban la humildad y el reconocimiento de que hay cosas superiores a nuestra voluntad e individualidad. Por eso se juraba siempre ante un Crucifijo y no ante un Pantocrator. En el Crucifijo se muestra al Rey más poderoso humillado por servir y salvar a los hombres. Y sólo en el Crucifijo encontramos esta referencia. Sin ella, cualquier rey no dejará de ser un republicano y cualquier presidente de gobierno democrático un reyezuelo tiránico.
Javier Barraycoa
https://barraycoa.com/2018/06/06/el-rifle-y-la-biblia/
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