Fuente: El Correo Español, 19 de Septiembre de 1895, página 1.
Incógnito
Trátase de dilucidar cuál es el origen de los viajes de incógnito que realizan las personas reales, y en las investigaciones de esto se llega hasta Pedro el Grande, que es el primer soberano que ha usado el incógnito, haciendo lo posible por pasar desconocido en Harlem bajo el nombre de un carpintero.
Paulo I viajó con el nombre de conde del Norte, y, poco después, en 1777, José II, que no era todavía rey de los romanos, fue a hacer una visita a su hermana María Antonieta, viajando con el nombre de Falkenstein, y hubo larga discusión entre los príncipes franceses y la reina a fin de saber quién devolvería la primera visita, si los príncipes o el futuro emperador. Esta discusión la cortó José II haciendo valer su incógnito.
Durante su emigración, el conde de Provenza, convertido virtualmente en rey de Francia, renunció a su título de príncipe y tomó el de conde de Lille. Igualmente, después de 1830, Carlos X se hizo llamar conde de Marles.
José Bonaparte se hizo llamar en América el conde de Survilliers; la reina Hortensia fue duquesa de Saint-Leu, y Luis Felipe, después de la revolución de 1848, tomó en Inglaterra el título de conde de Neuilly.
Hoy todos los soberanos tienen un título que les sirve de máscara en el viaje, máscara trasparente sin duda, pero que les evita todas las solemnidades de su rango. Este título es lo más frecuentemente uno antiguo de la familia reinante, como, por ejemplo, la emperatriz de Austria, que ha tomado uno de los numerosos títulos de Habsburgo. De igual manera, la reina de Inglaterra viaja bajo el nombre de condesa de Balmoral, y la emperatriz Eugenia con el de condesa de Pierrefonds.
El príncipe Napoleón viajaba con el nombre de conde de Moncalieri, que es el del castillo real que habita la princesa Clotilde.
El príncipe de Gales viaja con el nombre de conde de Chester, que es uno de sus títulos, y, por último, se sabe que el conde Ravenstein es el rey de los Belgas; la condesa de Toledo, la reina Isabel; la condesa de Lingen, la emperatriz Federico; y el conde de Murany, el príncipe Fernando de Bulgaria.
Este incógnito de los soberanos es algunas veces motivo de embarazo para los funcionarios, que no saben cómo dirigirse a aquel personaje que no quiere ser reconocido.
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