365 QUEJÍOS (50) – EXTREMA-DERECHA RIP
Me quejo de que en España no hay, ni ha habido, ni habrá un partido de “extrema-derecha” como esos que existen en Europa y que ya están en el poder en la parte central de continente o que tienen una presencia decisiva en las políticas de países importantes.
Lo sé porque yo he pertenecido durante 45 años a este ambiente y me lo conozco. Lo primero que subyace para esa imposibilidad son limitaciones doctrinales: unos siguen hablando “en falangista”, otros como nacional-católicos, los hay que van de “modelnos” (nacional-revolucionarios) en distintas variantes, contrapunto a los “sólo franquistas”… Ninguno de todos estos sectores quiere terminar de entender que todos estos planteamientos quedan ya muy atrás en el tiempo.
Incluso los que imitan con más detalle al Front National (no sé si se han enterado que ahora ya se llama “Rassemblement National”, por cierto), al estilo de Vox u otros menores, olvidan el factor esencial que insertó a esta formación en la política francesa: la crítica a la globalización.
La extrema-derecha no logra entender cómo sus ideales de “justicia social” y “patriotismo” no logran seducir a ninguna fracción notable del electorado.
Falta lo esencial: análisis político realista, cuadros políticos con el cerebro bien amueblado, programas realistas y, sobre todo, proyecto realista y ambición. Sí, también ambición, porque para “hacer política” hay que ser ambicioso… aunque no hasta el extremo de que exista un desfase entre las ambiciones y la propia capacidad personal para hacerlas efectivas. Esto se compensa, lo he dicho, con realismo. Tiene gracia porque allí donde alguno tiene exceso de ambición, existe déficit de realismo.
No puedo por menos que sonreír con cierta conmiseración ante enésimos intentos de realizar coaliciones y “frentes” entre fuerzas que existen solamente sobre el papel, pero que en realidad no son más que unas pocas decenas de tipos bienintencionados distribuidos por toda la geografía nacional…
De la docena de grupos existentes, no hay ni un solo grupo que haya hecho un mínimo análisis realista, ni un programa aplicable, ni se haya preocupado de buscar recursos, formar cuadros y dedicarse “trabajar” políticamente a un sector concreto de la población que pueda recoger fácilmente su mensaje.
Reconozco que cuando uno está inmerso en una dinámica de este tipo no sé da cuenta de la situación real, pero en el momento en el que se inhibe y se contempla “desde fuera”, la única conclusión que se impone es: 1) existe una docena de siglas, 2) todas, en mayor o menor medida, tienen poco anclaje con la realidad (y cuando lo intentan –que si en un pueblo hay una calle mal pavimentada, que si falta una farola aquí o allí- la temática apenas suscita interés), 3) ninguna tiene lo esencial que requiere un trabajo político real:
doctrina – programa – clase política dirigente – objetivos políticos – estrategia – táctica – criterio organizativo (por este orden), 4) unos miran a otros a ver con quien pueden colaborar y formar frentes sin preocuparse de su importante, arraigo o valor político, 5) estos
“frentes” no son la suma de fuerzas pujantes, sino de grupos inmersos en crisis desoladoras, con intenciones diferentes y con diferencias muy esenciales, 6) Ninguna de las partes está dispuesta a dar su brazo a torcer y todas quieren mantener su personalidad dentro de esos frentes o coaliciones inestables, 7)
el sustituto del realismo es el providencialismo:
“nuestra lucha es justa por tanto las masas vendrán”, “el Espíritu Santo está con nosotros”, “mi tema-obsesivo es el mejor”, “defiendo los derechos de los trabajadores que no tienen ya sindicatos que los defiendan”, “no tengo análisis global pero tengo tema-estrella” (aborto, camino a la derecha, inmigración, reparto arroz a los menesterosos, y así sucesivamente). Todo esto es providencialismo: todos han oído que, una vez, Le Pen pasó de ser “monsieur 1%” a transformar su partido en el primero de Francia, gracias a una breve intervención en televisión… Y todos los jefes de la extrema-derecha española esperan esa oportunidad que nunca llegará. No hay más. Ni vale la pena extenderse más.
Retorno al principio: me quejo de que no hay, ni habrá, ni puede haber una extrema-derecha en España en las actuales circunstancias.
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