Fuente: El Pensamiento Navarro, 21 de Noviembre de 1978, página 3.
LAS CENAS CARLISTAS DEL DÍA DE CRISTO REY
Por J. ULIBARRI
En el Cuerpo Místico de Cristo, como en cualquier organismo, no todos hacen todo, sino que cada uno hace una cosa, que es su especialidad. Los maristas se dedican a la enseñanza, los benedictinos a la liturgia, los Hermanos de San Juan de Dios a los enfermos, etc. Los carlistas hemos tenido siempre como primer objetivo la defensa de la unidad católica de España, es decir, de la confesionalidad del Estado, más su quicio lógico y de seguridad, que es la exclusión de actividades públicas de las religiones falsas. Sin esta exclusión, esencial de la unidad católica, la confesionalidad del Estado está en equilibrio inestable y es imposible de sostener largo tiempo en la práctica.
Correlativamente a cada especialidad, cada grupo celebra con mayor énfasis determinadas fiestas del año litúrgico. Los carlistas consideramos más nuestra la fiesta de Cristo Rey desde que se creó, y le tenemos más devoción que otros y que a otras.
Fue el Papa Pío XI quien instituyó esta fiesta en 1925, coincidiendo con la persecución religiosa en Méjico. Allí nació el grito de ¡Viva Cristo Rey! Los carlistas, que en el siglo pasado gritaban ¡Viva la Religión!, lo adoptaron inmediatamente en su lucha contra la Segunda República. Pío XI codificó la «praxis Ecclesiae» anterior y la teología de la soberanía social de Jesucristo en la encíclica «Quas Primas». Como réplica al liberalismo que propugna el Estado laico y aconfesional, este documento recuerda que la sociedad en cuanto tal debe culto público y colectivo a N. S. Jesucristo.
Este año de 1978 van a coincidir con pocos días de diferencia el referéndum sobre el proyecto constitucional con el que España dejaría de ser católica, y la fiesta de Cristo Rey, que solicita exactamente lo contrario. Como parte o prolongación de la campaña en curso a favor del voto negativo en dicho referéndum, debemos dar especial realce a esta festividad litúrgica de Cristo Rey. En caso de que se apruebe la Constitución atea, o «la golfa», como popularmente ya se la llama, seguiremos luchando contra ella, y parte de esa lucha será el esplendor con que se siga celebrando el día de Cristo Rey.
En tiempos de la segunda República nació la costumbre de que la Comunión Tradicionalista encargara misas ese día, a las que asistían corporativamente directivos y afiliados; en algunos sitios se celebraban en los círculos carlistas. Después, como prolongación profana, había comidas o cenas de hermandad. Fueron famosas por su ambiente de alegría y de cordialidad; eran esperadas con ilusión: los brindis de sus postres se acercaban al mitin político, pero con mesura, para no interrumpir con excesivas especulaciones intelectuales la plácida sobremesa. No pocos noviazgos se iniciaron (y algunos se deshicieron) en tales ágapes.
Últimamente, el sarampión progresista y desacralizador ha hecho también mella en estas reuniones nuestras. Hay que devolverles su esplendor porque proclaman que somos mucho más que un partido político: somos una familia, un pueblo, una civilización; con capacidad sobrada para encajar las derrotas que se nos infligen en el sector político. Ésta es la explicación de nuestra supervivencia, que también ahora saltará –si se produce la catástrofe– por encima de cualquier fugaz apostasía de nuestra Patria.
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