Fuente: Iglesia-Mundo, Número 210, 1ª y 2ª quincena Diciembre 1980, página 26.
Cristo Rey, anticipado
URGENCIA DE UNA ACCIÓN POLÍTICA CATÓLICA
IGLESIA MUNDO, dentro de la octava anticipada de la festividad de Cristo Rey (15 de noviembre, antes del 23), vio gozosamente cómo más de un centenar de personas, apresuradamente reclutadas entre sus lectores y amigos, acudían a la cena de hermandad convocada, para rescatar del olvido la cristiana efeméride y usar de ella, con el fin de reincorporar la realeza de Cristo al quehacer político público de los católicos.
Por descuido faltó allí el testimonio siempre conveniente, imprescindible casi, del fotógrafo que diera fe de la concurrencia; a falta de él trataremos de poner más apretado y exacto el dato de cuanto aquel inolvidable día aconteció.
Hubo primero en Las Salesas (parroquia de Sta. Bárbara) una misa vespertina a las ocho de la tarde, hora que suele ser habitualmente del señor cura párroco, cedente amable en favor de nuestra solicitud, para que fuera de parte de IGLESIA MUNDO don Elías Alonso (consejero y amigo de Edimsa, editora de nuestra revista) quien dijera la misa conmemorativa anticipada. Y fue en la homilía en donde sustantivamente se dijera el por qué de la convocatoria, que muy pronto tendría corroboración en la cena y, ya a los postres, en las palabras de los oradores. Está en el Evangelio la titulación de Rey para Cristo. En su misma palabra, tras la pregunta de Pilatos el dudoso y cobarde, el centrista de sí mismo, el tibio apto para ser vomitado porque no es frío ni caliente…
Cena y declaraciones políticas
La fraternal reunión, en su mera apariencia, fue deprisa para su final. La palabra de los oradores. Presentó a éstos nuestro director, que se identificó como «vasco biznieto de Asturias, nieto de Castilla e hijo de España», y ya podía verse, folios en mano, la «atosigante juventud», que hubiera dicho don Eugenio D´Ors, de Miguel Ayuso, motor de iniciativa que a todos nos tenía allí clavados con el entusiasmo a flor de piel.
Don Miguel Ayuso
La finalidad de este acto –comenzó diciendo– y el sentido de esta convocatoria –tras varios años de no celebrarse– es romper el silencio de los católicos españoles. Porque junto a voces –numerosas y atronadoras– que claman por preservar la santidad de la familia en medio de los graves desórdenes morales de nuestros días, rechazando el divorcio, repudiando la legalización del abominable crimen del aborto y oponiéndose a la ola de pornografía degradante que nos invade; ¡qué ensordecedor silencio nos envuelve en cuanto a la causa común de todos esos males, en cuanto al árbol que ha producido todos esos frutos amargos y corruptos!
Pues bien, he aquí el verdadero sentido de este acto: llamar a la coherencia a los católicos españoles para que en ningún momento pierdan de vista la relación de causalidad que existe entre los sofismas del liberalismo y el laicismo y los frutos de inmoralidad que padecemos.
Mas para combatir este laicismo hemos de pertrecharnos de munición adecuada al objetivo que pretendemos abatir. No basta con que la diagnosis sea cierta, sino que hay que atinar en la elección de la terapéutica; terapéutica que, en este caso, ha de ser política. Pues, aun sin despreciar los medios específicamente religiosos –íntima conversión–, éstos deben ser conjugados con otros específicamente políticos. «Politique, d´abord», sintetizó Maurras, y nosotros repetimos, aclarando que la prioridad de la política no es ontológica sino cronológica.
Por eso, hay que diseccionar a la luz de este criterio la iniciativa de la «unión de la derecha», que en nombre de un «humanismo cristiano» o, hilando más fino aún, «de inspiración cristiana», se nos propone. Iniciativa que no esconde más que a traidores e inconfesos que pretenden sellar la paz entre Cristo y Belial, y que siendo culpables y copartícipes de la traición a España vienen ahora como redentores, elevando tronos a las premisas y cadalsos a las consecuencias.
Por eso quiera Dios que siempre haya personas en España dispuestas a sacrificar vida y hacienda por la defensa de la Unidad Católica.
Don Rafael Gambra
Hay quienes piensan que la batalla de la unidad católica debe ser abandonada porque ya se dio y se perdió irrecuperablemente. Y que ahora hay que emplearse en pequeños y sucesivos combates sobre el divorcio, el aborto, la enseñanza religiosa, etc. Sin darse cuenta de que, perdida aquella batalla, se han perdido todas en el plano político o jurídico, porque se carece ya de criterio, de base y de fuerza para librarlas.
Porque la unidad religiosa no es una fórmula, ni un mero deseo o ideal, sino una necesidad absoluta por cuanto toda sociedad ha de fundarse en unas nociones de lo que es bueno o es justo (que sólo la religión puede fundamentar) si han de tener sentido las leyes y permanente obligatoriedad. Sin puntos superiores de referencia, todo se pierde en la niebla y se descompone más o menos rápidamente.
La despedida del nuncio Dadaglio y la venida de uno nuevo (coincidente con el sínodo de Roma) nos da nueva esperanza para esta hoy maltrecha y desconcertada España. Durante trece años Mons. Dadaglio ha realizado –en sus propias palabras– «una hermosa y delicada tarea»: una generación de españoles sin fe a la que no se ha enseñado el catecismo o se ha enseñado un catecismo pervertido, vaciados los templos, cientos y miles de sacerdotes secularizados y otros muchos marxistizados, templos y conventos convertidos en centros de terrorismo, cerrados los seminarios, la perversión y la droga extendidas en la juventud, y un inmenso desaliento (como ha señalado The Times) es la tónica general de la España de hoy.
Es preciso que los católicos españoles –y también Roma– se den cuenta de que todos los males (o lo incurable de los mismos) han nacido de una disminución de la fe por obra del Concilio Vaticano II y de la pérdida de la unidad católica. Que todo lo demás –y lo que vendrá– no es sino consecuencia. Y que ninguna esperanza cabe a nuestra patria por este camino.
Don Tomás Marín
Cerró el acto don Tomás Marín, sacerdote, catedrático de Paleografía de la Universidad Complutense y director del Instituto Enrique Flórez, del Consejo de Investigaciones Científicas.
Fueron sus palabras templado broche de la concreción ideológica que Ayuso y Gambra habían expuesto. Pero las anécdotas por don Tomás vividas tuvieron la fuerza demostrativa de que, dentro de la descomposición actual, existe base cierta para una esperanza renovadora partiendo de los principios inmutables del Magisterio, que no es antiguo ni moderno. El orador mismo no quiso insistir más al respecto y muy galanamente apoyó su argumento oratorio en las palabras que le habían precedido.
En suma, nuestra cena de hermandad fue, a la chita callando, pero con garantía de resonancia para el futuro inmediato, un éxito indiscutible por el que felicitamos a su promotor, Miguel Ayuso Torres, diecinueve años de ímpetu consolidado en una envidiable base cultural.
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