Democracia cristiana y política católica



Los católicos liberales son liberales ‘per se’ y católicos ‘per accidens’


He decidido comenzar con esta frase de Nocedal porque, aunque es cierto que nos disponemos a iniciar un proceso reflexivo sobre el concepto de la democracia cristiana y sus relaciones con la doctrina política tradicional (bautizada por la Iglesia, dando lugar al concepto de Cristiandad), la afirmación inicial vendría a compendiar las reflexiones que llevaremos a cabo a continuación.

1. Democracia, evolución conceptual


Primeramente, hemos de conocer los términos para proceder a la reflexión. El concepto de democracia no es sencillo en absoluto, pues entraña en sí mismo la condensación de un largo y complejo proceso de cambios filosóficos e históricos.

Ya es tratada en el ámbito reflexivo por la filosofía clásica, donde encontramos en la democracia una forma de gobierno. Respecto a las formas de gobierno remito al artículo escrito por Francisco Sandoval en este mismo sitio web, ¿Por qué somos monárquicos? (1). Cuando Aristóteles habla de la politeia (2), lo hará refiriéndose a una forma concreta de organización referida a la dirección de la comunidad política y que está anclada en la suposición de que debe el poder ostentarlo la comunidad de forma directa, es decir, todos tienen el poder. Cuando la Edad Media retome la cuestión, la democracia como forma de gobierno quedará reconocida por autores escolásticos, quizás no como la mejor forma, pero sí como forma legítima. El mismo santo Tomás sostiene que el método de participación podría realizarse, eso sí, en ámbitos de localidad y concretos, y no de forma general. Es lo que hoy podríamos llamar un régimen mixto (en el cual coexisten diversas formas de gobierno en distintos niveles).

No obstante, con la irrupción de la filosofía moderna el panorama cambia sustancialmente. Las bases nominalistas y racionalistas, serán el abono perfecto para la introducción del voluntarismo político (3), donde los actos propios de la comunidad política no son realizados por medio de la voluntad, sino entendidos como un puro acto de voluntad. Puesto que si entendemos la sociedad como fruto del contrato (Hobbes, Rousseau…), es la democracia el único sistema posible pues aúna las voluntades de ‘las partes’. Además, se introduce un cambio esencial respecto del pensamiento político clásico, la democracia queda convertida no sólo en la única forma posible, sino en el fundamento del gobierno en sí mismo (4), pues se cree que la sociedad viene del consentimiento de sus integrantes.

Esta visión ideológica de la democracia es la que ha ido desarrollándose, y la cual constituye la esencia de ideologías hoy triunfantes como el liberalismo. Es decir, no hay liberalismo sin democracia ideológica.

2. Iglesia y democracia



La Iglesia no encontró contradicción entre la Verdad y las reflexiones del pensamiento político clásico. Es más, estas constituyeron la matriz sobre la cual se plantearon diversos modelos de sociedades compatibles con la doctrina católica. De hecho, cuando leemos a santo Tomás, por ejemplo, las citas a la Antigüedad (ya sean históricas, políticas, filosóficas…) (5) son inevitables.

Pero la irrupción de la filosofía moderna comenzó a ser problemática. Primeramente, su visión (empapada de racionalismo) contractual de la sociedad se planteaba en clara oposición a la naturaleza social del hombre, querida por Dios. Además, la visión de la soberanía era espinosa, pues un poder sin límites que afecta a todos no es concebible en la realidad ajeno de Dios (sería imposible que este poder existiera dado que, al colisionar ambas soberanías absolutas, divina y humana, se produciría una contradicción en la realidad). Por último, el voluntarismo moderno como fuente de poder (ya sea en su visión absolutista, liberal…) se encuentra contrario al origen divino del poder (6). Por tanto, la Iglesia condenó las ideologías de la sociedad basadas en los principios propios de la Modernidad.

Con el avance del concepto de democracia como forma de gobierno, ya materializado en el liberalismo desde 1789 indudablemente, comenzaron a aflorar en el mundo católico una serie de miradas benévolas hacia el liberalismo. Se pretendía por tanto conciliar la ideología liberal con la religión católica. Uno de los mayores exponentes de este tema será Lammenais, el cual con su ‘revelación original’ proclama la necesidad del progreso en la Modernidad por parte de las sociedades y abrazar el liberalismo como necesidad en el mundo católico. La reacción a las ideologías de Lammenais será la condenación de las mismas, constatando las naturalezas irreconciliables de liberalismo y catolicismo (7).

Sin embargo, el liberalismo siguió operante en el mundo católico. Las condenas de Pío IX a la Modernidad (8) fueron la condensación de la cosmovisión católica de la política y de la sociedad. León XIII no fue condescendiente con el liberalismo a este respecto, pero la situación política francesa le llevó a apartar las condenas, por él mismo realizadas, e intentar una penetración en el sistema con la intención de ganarlo a su favor (9). Tras el fracaso del ralliement, Pío X inició una fortísima condena del modernismo teológico y de sus consecuencias políticas (10). Pío XI seguirá esta línea llegando a proclamar la realiza social de Cristo (11), verdad católica sabida pero que estimó oportuno recordar dado el avance de las ideologías liberales y marxistas.

Será con Pío XII cuando este sólido bastión que representaba la Iglesia frente a las teorías políticas anticristianas comience a resquebrajarse, en su famoso discurso de la Navidad de 1944, proclamando la necesidad de una democracia basada en principios sólidos (12). Nótese que Pío XII reitera la condena a la democracia liberal, pero abre una puerta de rectificación problemática.


3. La democracia cristiana


El triunfo de la democracia cristiana no sería concebible sin dos figuras relevantes: Maritain y Pablo VI. Fue Maritain filósofo muy renombrado durante el siglo XX, pero su pensamiento experimentó un cambio que le llevó a la defensa de los principios del liberalismo católico. Su distinción entre individuo y persona, le llevó a la construcción de un Estado ‘persona’ garante de todas las ‘libertades’ (13). Esto constituye las bases de la democracia cristiana, pues muestra una compatibilidad (contraria a todo el magisterio anterior) entre el Estado liberal y la Fe.
Maritain prepara el terreno teórico, y sus ideas encontrarán un importante valedor de las mismas. Pablo VI tendrá contacto con la democracia cristiana dese joven, y en su carrera eclesiástica dará firmes pruebas de su simpatía por las ideas que sus predecesores habían condenado. Una vez ceñida la tiara papal, Pablo VI no sólo aceptará la democracia liberal al encontrarla compatible con la Fe (principio democratacristiano), sino que desde Roma auspiciará el surgimiento de numerosos grupos y partidos seguidores de esta ideología. Sin ir más lejos, Pablo VI junto con otras personalidades (seglares y eclesiásticos), reorganizará a todo el episcopado español con el fin de debilitar a los obispos fieles al magisterio católico en lo que a política se refiere.

A este respecto Danilo Castellano hace el siguiente análisis:

La identificación de democracia moderna y democracia cristiana postula un juicio positivo sobre la Revolución francesa, considerada maduración del cristianismo (Maritain) y, por tanto, «providencial» al igual que las otras Revoluciones modernas que la siguieron en el intento de darle pleno cumplimiento. Darío Composta, por ejemplo, ha mostrado que la democracia cristiana (entendida en sentido político y realizada por los partidos políticos que adoptaron su nombre) hunde sus raíces en el h u m u s de las doctrinas que prepararon la Revolución de 1789 y que, a continuación, trataron de consolidarla. No es, por tanto, sino una forma de liberalismo «católico». La democracia cristiana es simplemente liberalismo. Una prueba de esta afirmación la encontramos en el «retorno», incluso en el nombre, de los partidos que se llamaron «Democracia Cristiana» a sus orígenes. Pues, en efecto, tras la estación de la democracia cristiana, eligieron generalmente llamarse «populares» (el concepto de «pueblo» no es unívoco. El popularismo adoptado por los partidos populares europeos y, por tanto, por los partidos que se denominaron Democracia Cristiana, deriva de la Revolución francesa y no considera siquiera la doctrina del pueblo tal y como la vio el pensamiento clásico). Algunos autores, formados culturalmente a la luz de la doctrina cristianodemócrata, afirmaron después que la esencia del liberalismo radica en la imagen cristiana de Dios (14) y propusieron repetidamente la doctrina de Locke para la defensa y afirmación de los derechos humanos (15).

A pesar de este trasvase ideológico del pensamiento católico, el depósito de la Fe sigue intacto pues no son los hombres dueños del mismo. Quiero con ello decir que, a pesar del cambio de rumbo, lo católico no es lo pregonado por tal o cual minsitro eclesiástico, sino lo que siempre haya dicho la Iglesia. Por ello, el tradicionalismo se encuentra acorde con la doctrina católica, y no podía ser de otra forma pues nació para la restauración política de los derechos de Dios en la comunidad política.


Miguel Quesada

Bibliografía

(1) SANDOVAL, F.: ¿Por qué somos monárquicos?, Círculo Hispalense, Sevilla, 2018.
(2) ARISTÓTELES: Política, III, 1279a-b.
(3) BLANCO GARCÍA, M.: Cuarenta años de Constitución, Círculo Hispalense, Sevilla, 2018. (4) CASTELLANO, D.: De la democracia y de la democracia cristiana, Verbo, núm. 529-530 (2014), 801-823, pp. 802-803.
(5) TOMÁS DE AQUINO, De regimine principum.
(6) Jn XIX, 11-13.
(7) GREGORIO XVI, Mirari vos, 1832
(8) PÍO IX, Syllabus errorum, 1864.
(9) El fracaso del ralliement de León XIII sería interesante para reflexionar dadas las actuales tendencias al posibilismo político, fruto de nuevos partidos conservadores.
(10) PÍO X, Pascendi Dominici gregis, 1907.
(11) PÍO XI, Quas primas, 1925.
(12) PÍO XII, Radiomensaje de la Navidad de 1944.
(13) Estas libertades quedarían condenadas por León XIII en su encíclica Libertas praestantissimum.
(14) Cfr. RATZINGER, J.: «Lettera a Marcello Pera» (4 de septiembre de 2008), en Marcello PERA, Perché dobbiamo dirci cristiani, Milán, Mondadori, 2008, pág. 10.
(15) CASTELLANO, D.: De la democracia y de la democracia cristiana, Verbo, núm. 529-530 (2014), 801-823, pp. 820-821.


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