Fuente: Iglesia-Mundo, Número 216, 2ª quincena de Marzo de 1981, página 5.
Polémica constructiva
ORTEGA, UNAMUNO Y LA FALANGE
Permítame Miguel Ayuso que retoque el título de su artículo; porque, aunque el orden de factores no altera el producto, en pura dialéctica hasta una coma es vital. Ortega y Unamuno son anteriores y luego coetáneos de la Falange, y eso es determinante a la hora de valorar influencias, o coincidencias, que a veces es esto.
Le ha molestado a Miguel Ayuso que la Falange rinda homenaje hoy a Ortega y Unamuno. No sólo a él, sino tal vez a algún falangista y a alguien más. Pero no puede argumentarse en contra que no haya una razón o unas razones objetivas que nada tienen que ver con «adular al enemigo y confraternizar con él». No hay tal, o no debe haberlo.
En lo político –con todo el lastre que uno y otro llevaban por formación y desvío– y en lo religioso, ambos pensadores son distantes del pensamiento falangista: Ortega y Unamuno eran, a fin de cuentas, liberales, y, si uno indiferente religioso, el otro claramente heterodoxo con su «agonía», que dio título a una de sus más célebres y discutidas obras, y que él aplicaba en el sentido etimológico de lucha, en opinión de algunos. Pero ni Ortega ni Unamuno crearon una escuela filosófica, ni una doctrina política; trazos de sus obras y sus pensamientos [son] los que se comparten, y, sobre todo, su inquietud, con la que se ha identificado la Falange y otros españoles a la hora de apreciar sus figuras.
No debe olvidarse que Unamuno se incorporó al Movimiento, aunque más por su mal carácter que por otra cosa diera lugar al conocido incidente de Salamanca. Y, en cuanto a Ortega, su regreso a España, en 1945, que entonces suponía ungir al Régimen, le costó el Premio Nobel y otras consideraciones internacionales, aunque él no se incorporase a las tareas oficiales, por razones más complejas de lo que parecen, pero más lógicas de lo que muchos suponen.
Que Ortega influyó en José Antonio y los Jefes falangistas, es obvio. Ha sido públicamente reconocido. Como influyeron, sin duda, Vázquez de Mella y otros próceres del pensamiento tradicional y contemporáneo de aquellos tiempos: como Víctor Pradera, como Ramiro de Maeztu… Aunque tal vez fuera una coincidencia. Nunca se sabe de dónde parte el trasiego de ideas, y mucho menos cuando se trata de política.
Pero es evidente que, ni la Falange podía compartir el liberalismo de esas dos figuras, porque la Falange es intrínsecamente antiliberal, ni, mucho menos, las ideas religiosas de Ortega y Unamuno. Porque la Falange fue desde el principio, y lo ha sido siempre, esencialmente católica. Lo eran José Antonio y Onésimo Redondo; no lo era, ciertamente, Ramiro Ledesma Ramos, influido por su formación filosófica germana, aunque a última hora se convirtió, y, desde luego, hubo de pasar por las horcas caudinas del catolicismo estatutario del movimiento: «Nuestro movimiento incorpora el sentido católico –de gloriosa tradición y predominante en España– a la reconstrucción nacional». Y en los Puntos Iniciales se contiene esta precisión: «Aspecto preeminente de lo espiritual es lo religioso. Ningún hombre puede dejar de formularse las eternas preguntas sobre la vida y la muerte, sobre la creación y el más allá. A esas preguntas no se puede contestar con evasivas, hay que contestar con la afirmación o la negación. España contestó siempre con la afirmación católica. La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es, además, históricamente, la española» (F. E., 7 de Diciembre de 1933).
Esa proclamación de catolicismo, reiterada varias veces, llevó a la Falange a hacerse incómoda o desligarla de otros movimientos afines en Europa, según una conferencia internacional a la que fueron convocadas las representaciones femeninas; luego, el tiempo demostró la práctica de esta religiosidad en los años subsiguientes a la Cruzada. La Falange fue siempre confesionalmente católica.
Pero, aparte afinidades, influencias o coincidencias entre Unamuno, Ortega y la Falange, difíciles de precisar, y mucho menos en este corto espacio, ayer tal vez fueran inconveniente o impensable un homenaje falangista a esas figuras españolas. Hoy no tanto, y no en razón de que la Falange haya evolucionado hacia las posiciones laicistas o acatólicas de aquellos hombres, sino porque la perspectiva histórica lo permite con mayor propiedad; aparte de que siempre es válido lo que reconocía San Pablo de que existe un conocimiento natural de Dios que también poseen los gentiles (Rom. 1, 19), y él mismo, para explicar la doctrina cristiana, incluso citaba en su discurso del Areópago a filósofos griegos. Lo han hecho después con Aristóteles un San Alberto Magno y un Santo Tomás de Aquino, sin incurrir en sospechoso paganismo; como el homenajear hoy a Platón no significaría apostasía tácita.
Sí se han de hacer precisiones a la hora de elegir un personaje como objeto de homenaje, y máxime hoy, en que la confusión política, social e intelectual es tanta, que en algunos podría presuponer tributo de admiración a toda su obra, y aun a sus actos. Y me imagino que tales connotaciones se habrán hecho. Por lo mismo, la simplificación valorativa de estos hechos resulta un tanto temeraria.
PEDRO RODRIGO
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